CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 2 de marzo de 2017).- En la Basílica Papal de San Juan de Letrán, la Catedral de Roma, el
Santo Padre FRANCISCO ha encontrado esta mañaña al clero de su diócesis durante la
cita tradicional al principio de la Cuaresma. A su llegada el Papa
confesó a quince sacerdotes , para leer después una meditación de su
puño y letra sobre “El progreso de la fe en la vida del sacerdote”, en
la que enumeró una serie de pautas para recorrer el camino de formación
constante y de madurez en la fe, válidas tanto para el discípulo, como
para el misionero, el seminarista, el sacerdote o el obispo. “En el
fondo -dijo- es ese círculo virtuoso al que se refiere el Documento de
Aparecida que acuñó la fórmula de discípulos misioneros”.
“Para vivir, crecer y perserverar en la fe hasta el final, - afirmó el Pontífice - debemos nutrirla con la Palabra de Dios y pedir al Señor que
la acreciente. Es una fe que debe actuar por medio de la caridad, ser
sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia”. Y
para explicarlo se apoyó en tres puntos clave: la memoria, la esperanza y
el discernimiento del momento.
“La memoria, como dice el Catecismo, está enraizada en la fe de
nuestros padres y hacer memoria de las gracias pasadas otorga a nuestra
fe la solidez de la encarnación y la coloca dentro de una historia: la
historia de la fe de nuestros padres. Así, nosotros, rodeados de una tal
multitud de testigos, mirando hacia donde ellos miraban, ponemos
nuestros ojos fijos en Jesús, que da origen a la fe y la lleva a
cumplimiento”.
Por su parte, la esperanza es la que abre la fe a las sorpresas de
Dios.
“Nuestro Dios es siempre más grande de todo lo que podamos pensar e
imaginar de El, de lo que le pertenece y de su forma de actuar en la
historia. La apertura de la esperanza confiere a nuestra fe frescura y
horizonte”.
El discernimiento, en fin, es lo que concreta la fe, lo que la hace
operosa por medio de la caridad, es lo que permite dar un testimonio
creíble. El discernimiento del momento oportuno (kairos), como observó
el Santo Padre, es fundamentalmente rico de memoria y de esperanza
porque recordando con amor fija con lucidez la mirada en lo que lleva
mejor a la Promesa. Y lo que mejor lleva está siempre en relación con la
cruz, con ese despojarse de la voluntad, con el drama interior del “no
como yo quiero, sino como Tu quieras”, que pone en las manos del Padre y
hace que sea El quien guíe nuestra vida.
La segunda parte del discurso del Papa se centró en la figura de San
Pedro, “pasado al cedazo”, por el Señor, para que con su fe confirmase a
todos nosotros que amamos a Cristo sin haberlo visto. “La fe de Simón
Pedro tiene un carácter especial: es una fe que ha sido sometida a
pruebas y con ella tiene la misión de confirmar y de consolidar la fe de
sus hermanos, nuestra fe”. “La fe de Simón Pedro tiene momentos de
grandeza, como cuando confiesa que Jesús es el Mesías, pero a estos
momentos le siguen casi inmediatamente otros de gran fragilidad, como
cuando quiere alejar al Señor de la Cruz o cuando se hunde sin remedio
en el lago, por no hablar de cuando lo reniega tres veces“.
La tentación está siempre presente en la vida de Simón Pedro. Nos
enseña, en primera persona, como progresa la fe confesando y dejándose
poner a prueba. Y mostrando, además que incluso el pecado entra en el
progreso de la fe. Pedro ha cometido los peores pecados, ha renegado del
Señor, y sin embargo lo hicieron Papa“. “Es importante para un sacerdote
saber insertar las propias intenciones y pecados en el ámbito de la
oración de Jesús para que nuestra fe no decaiga sino que se acreciente y
madure, sirviendo para reforzar, a su vez, la fe de los que le han sido
confiados”.
“Lo que ayuda en el crecimiento de la fe es tener juntos el pecado
propio, el deseo del bien de los demás, la ayuda que recibimos y la que
tenemos que dar nosotros. No sirve dividir: no vale sentirse perfectos
cuando desarrollamos nuestro ministerio y, cuando pecamos, justificarnos
por el hecho de que somos como todos los demás –advirtió FRANCISCO -
Hace falta unir las dos cosas: si reforzamos la fe de los demás lo
hacemos como pecadores. Y cuando pecamos nos confesamos por aquello que
somos, sacerdotes, subrayando que tenemos una responsabilidad hacia los
demás, no somos como todos. Estas dos cosas se unen bien si ponemos
delante a la gente, nuestras ovejas, especialmente los más pobres. Es lo
que hace Jesús cuando pide a Simón Pedro si le ama, pero no le dice
nada ni del dolor ni de la alegría que este amor le causa, hace que mire
a sus hermanos de este manera: apacienta mis ovejas; confirma la fe de
tus hermanos”.
Nuestros antepasados decían que la fe crece haciendo actos de fe,
comentó el Pontífice. Y Simón Pedro es el icono del hombre al que el
Señor Jesús hace hacer en todo momento actos de fe. Cuando Simón Pedro
entiende esta dinámica, esta pedagogía del Señor, no pierde ocasión para
discernir, en cada momento, cual acto de fe puede hacer . Y no se
equivoca. Cuando Jesús actúa como su amo, dándole como nombre “Pedro”,
Simón deja que lo haga. Su “así sea” es silencioso, como el de san José,
y se demostrará real en el curso de su vida. Cuando el Señor lo exalta
y lo humilla, Simón Pedro no se mira a sí mismo, sino que está atento a
aprender la lección de lo que viene del Padre y de lo que viene del
diablo.Cuando el Señor lo regaña porque se ha enaltecido deja que lo
corrija. Cuando el Señor bromea diciéndole que no tiene que fingir ante
los recaudadores de impuestos, va a pescar con las monedas. Cuando el
Señor lo humilla y le anuncia que renegará de El, es sincero diciendo lo
que siente, como lo será cuando llora amargamente y cuando se deja
perdonar.
“Tantos momentos diferentes en su vida y, sin embargo, una lección
única: la del Señor que confirma su fe para que él confirme la de su
pueblo. Pidamos también nosotros a Pedro –concluyó el Papa- que nos
confirme en la fe para que nosotros podamos confirmar la de nuestros
hermanos”.