Nalukolongo, UGANDA, 29 noviembre 2015
(VIS).- Después de su encuentro con los jóvenes el Papa FRANCISCO se desplazó ayer a
la Casa de Caridad Nalukolongo, fundada en 1978 por el cardenal
Emmanuel Kikwanuka Nsubunga (1914-1990), muy amado en el país y que
eligió ser enterrado en Nalukolongo. El purpurado confío la Casa a las
Hermanas del Buen Samaritano, congregación por él fundada, que atienden
actualmente a un centenar de pobres de cualquier religión y edad, desde
la primera infancia a la extrema vejez.
Nalukolongo,
es un lugar que, como recordó el Pontífice,en el breve discurso que
dirigió a los huéspedes de la institución y a las treinta religiosas que
se ocupan de ellos ''ha estado siempre ligado al compromiso de la
Iglesia en favor de los pobres, los discapacitados y los enfermos.
Pienso particularmente -añadió- en el enorme y fructífero trabajo
realizado con las personas afectadas por el SIDA. Aquí, en los primeros
tiempos, se rescató a niños de la esclavitud y las mujeres recibieron
una educación religiosa. Está aquí, Jesús está aquí presente, porque Él
siempre dijo que estaría presente en los pobres, los enfermos, los
encarcelados, los desheredados, en los que sufren. Aquí está Jesús''.
''Hoy,
desde esta Casa -prosiguió- quisiera hacer un llamamiento a todas las
parroquias y comunidades de Uganda –y del resto de África– para que no
se olviden de los pobres. El Evangelio nos impulsa a salir hacia las
periferias de la sociedad y encontrar a Cristo en el que sufre y pasa
necesidad. El Señor nos dice con palabras claras que nos juzgará de
esto. Da tristeza ver cómo nuestras sociedades permiten que los ancianos
sean descartados u olvidados. No es admisible que los jóvenes sean
explotados por la esclavitud actual del tráfico de seres humanos. Si nos
fijamos bien en lo que pasa en el mundo que nos rodea, da la impresión
de que el egoísmo y la indiferencia se va extendiendo por muchas partes.
Cuántos hermanos y hermanas nuestros son víctimas de la cultura actual
del ''usar y tirar'', que lleva a despreciar sobre todo a los niños no
nacidos, a los jóvenes y a los ancianos''.
''Como
cristianos, no podemos permanecer impasibles -subrayó FRANCISCO- Algo
tiene que cambiar. Nuestras familias han de ser signos cada vez más
evidentes del amor paciente y misericordioso de Dios, no sólo hacia
nuestros hijos y ancianos, sino hacia todos los que pasan necesidad.
Nuestras parroquias no han de cerrar sus puertas y sus oídos al grito de
los pobres. Se trata de la vía maestra del discipulado cristiano. Es
así como damos testimonio del Señor, que no vino para ser servido sino
para servir. Así ponemos de manifiesto que las personas cuentan más que
las cosas y que lo que somos es más importante que lo que tenemos. En
efecto, Cristo, precisamente en aquellos que servimos, se revela cada
día y prepara la acogida que esperamos recibir un día en su Reino
eterno''.
''A
través de gestos sencillos, a través de acciones sencillas y generosas,
que honran a Cristo en sus hermanos y hermanas más pequeños,
conseguimos que la fuerza de su amor entre en el mundo y lo cambie
realmente. De nuevo les agradezco su generosidad y su caridad -dijo
FRANCISCO despidiéndose de Nalukolongo- Les recordaré en mis oraciones y
les pido, por favor, que recen por mí. A todos ustedes, los confío a la
tierna protección de María, nuestra Madre y les doy mi bendición''.