lunes, 30 de noviembre de 2015

FRANCISCO: Viaje Apostólico a Kenia, Uganda y República Centroafricana



(25-30 DE NOVIEMBRE DE 2015)



 Miércoles 25 de noviembre de 2015


 SALUDO DEL SANTO PADRE A LOS PERIODISTAS
DURANTE EL VUELO ROMA-NAIROBI


Vuelo Papal
Miércoles, 25 de noviembre de 2015


(Padre Lombardi)

Santo Padre, bienvenido entre nosotros. Gracias por darnos este momento de encuentro y de saludo, como es tradición al inicio de los viajes. El Santo Padre me ha autorizado a dar dos informaciones, antes de darle la palabra. La primera es que, como de costumbre, ayer por la tarde fue a rezar a la Virgen en Santa Maria la Mayor, de forma privada, para pedir la protección de María en este viaje. Y la segunda es que esta mañana, mientras dejaba Santa Marta, como otras veces que había sido saludado por algunos sin hogar, esta mañana ha sido saludado por un grupo de once mujeres y seis niños: son mujeres que han sido víctimas de violencia familiar, de trata, de prostitución y que estuvieron presentes con sus niños, y ahora son acogidas en una Casa de religiosas que les ayudan a recuperase. Son italianas, rumanas, nigerianas, ucranianas.  El Papa si ha detenido con ellas y ha manifestado su cercanía a todas las personas que sufren violencia y que están en camino de reanudar con esperanza su camino.


Nosotros somos 74 periodistas, esta vez, que le acompañamos en el avión; de diversas lenguas y nacionalidades, como siempre. Observo que hay entre nosotros cuatro kenianos, que representan el lugar hacia el que vamosÁfrica. Quiero señalar a un grupo, esa vez, de lengua francesa porque – como sabemos – África es muy importante también para todo el periodismo francófono, y la visita a la República Centroafricana suscita mucha atención. Y entonces naturalmente habemos de otras lenguas y de diversos medios que están representando.


Doy a Usted la palabra; gracias por estar aquí con nosotros.


(Papa FRANCISCO)

Gracias, Padre. Buenos días. Deseo saludarlos y agradecerles por vuestra presencia y por vuestro trabajo en este viaje. Voy con la alegría de encontrarme con los kenianos, los ugandeses y los hermanos de la República Centroafricana. Les agradezco por todo lo que hacéis para que este viaje de mejores frutos, que sean espirituales o materiales. Es un placer saludarlos a todos y cada uno.


[Saluda a todos los periodistas]


(Padre Lombardi)

¿Quiere decir otra cosa?


(Papa FRANCISCO)

¡Que continúe el buen viaje y nos encontramos de nuevo!


(Padre Lombardi)

Gracias mil, Santidad, por este encuentro tan amigable, como siempre. Le deseamos un buen viaje y le aseguramos que trabajaremos como locos para tratar de ayudar con su servicio.


(Papa FRANCISCO)

¡Tengan cuidado con los mosquitos!


(Padre Lombardi)

¡Si, vamos a protegernos de los mosquitos! Gracias...


(Traducción del original italiano: )


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VISITA DE CORTESÍA AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE KENIA

FIRMA DEL LIBRO DE ORO


State House, Nairobi
Miércoles 25 de noviembre de 2015


May Almighty God abundantly bless the Republic of Kenya and grant peace and joy to all her children.


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ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES DE KENIA
Y CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO


DISCURSO DEL SANTO PADRE


State House, Nairobi
Miércoles 25 de noviembre de 2015


Señor Presidente,
Miembros del Gobierno y Autoridades civiles,
Distinguidos Miembros del Cuerpo Diplomático,
Hermanos Obispos,
Señoras y Señores:



Estoy muy agradecido por la afectuosa bienvenida que me han ofrecido en esta mi primera visita a África. Le agradezco, Señor Presidente, sus amables palabras en nombre del pueblo de Kenia. Deseaba mucho estar entre ustedes. Kenia es una nación joven y vibrante, una sociedad de gran diversidad, que desempeña un papel significativo en la región. En muchos aspectos, su experiencia de dar forma a una democracia es compartida por muchas otras naciones africanas. Al igual que Kenia, ellas también están trabajando para construir, sobre las bases sólidas del respeto mutuo, el diálogo y la cooperación, una sociedad multiétnica que sea verdaderamente armoniosa, justa e inclusiva.


La suya es también una nación de jóvenes. Espero encontrarme con muchos de ellos estos días, hablar con ellos y poder alentar sus esperanzas y aspiraciones para el futuro. Los jóvenes son la riqueza más valiosa de una nación. Protegerlos, invertir en ellos y tenderles una mano es la mejor manera que tenemos para garantizarles un futuro digno de la sabiduría y de los valores espirituales apreciados por sus mayores, valores que son el corazón y el alma de un pueblo.


Kenia ha sido bendecida no sólo con inmensa belleza, en sus montañas, en sus ríos y lagos, en sus bosques, sabanas y semidesiertos, sino también con la abundancia de recursos naturales. Los keniatas tienen gran aprecio por estos dones recibidos de Dios, y son conocidos por su cultura de la conservación, lo cual les honra. La grave crisis ambiental que afronta nuestro mundo exige cada vez más una mayor sensibilidad por la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Tenemos la responsabilidad de transmitir a las generaciones futuras la belleza de la naturaleza en su integridad, y la obligación de administrar adecuadamente los dones que hemos recibido. Estos valores están profundamente arraigados en el alma africana. En un mundo que, en vez de proteger, sigue explotando nuestra casa común, estos valores deben inspirar los esfuerzos de los líderes nacionales para promover modelos responsables de desarrollo económico.


En efecto, existe una clara relación entre la protección de la naturaleza y la construcción de un orden social justo y equitativo. No puede haber una renovación de nuestra relación con la naturaleza, sin una renovación de la humanidad misma (cf. Laudato si’, 118). En la medida en que nuestras sociedades experimentan divisiones, ya sea étnicas, religiosas o económicas, todos los hombres y mujeres de buena voluntad están llamados a trabajar por la reconciliación y la paz, el perdón y la sanación. La tarea de construir un orden democrático sólido, de fortalecer la cohesión y la integración, la tolerancia y el respeto por los demás, está orientada primordialmente a la búsqueda del bien común. La experiencia demuestra que la violencia, los conflictos y el terrorismo que se alimenta del miedo, la desconfianza y la desesperación nacen de la pobreza y la frustración. En última instancia, la lucha contra estos enemigos de la paz y la prosperidad debe ser llevada a cabo por hombres y mujeres que creen en ella sin temor, y dan testimonio creíble de los grandes valores espirituales y políticos que inspiraron el nacimiento de la nación.


Señoras y señores, la promoción y preservación de estos grandes valores se confía de un modo especial a ustedes, dirigentes de la vida política, cultural y económica de su país. Esta es una gran responsabilidad, una verdadera vocación al servicio de todo el pueblo de Kenia. El Evangelio nos dice que aquellos a quienes mucho se les ha dado, mucho se le exigirá (cf. Lc 12,48). Con este espíritu, les animo a trabajar con integridad y transparencia por el bien común, y fomentar un espíritu de solidaridad en todos los ámbitos de la sociedad. Yo les exhorto, en particular, a preocuparse verdaderamente por las necesidades de los pobres, las aspiraciones de los jóvenes y una justa distribución de los recursos naturales y humanos con que el Creador ha bendecido a su país. Les aseguro el compromiso constante de la comunidad católica, a través de sus obras educativas y caritativas, por ofrecer su contribución específica en estas áreas.


Queridos amigos, me han dicho que aquí en Kenia es una tradición que los escolares jóvenes planten árboles para la posteridad. Que este signo elocuente de esperanza en el futuro y la confianza en que Dios acompaña su crecimiento, los sostenga en sus esfuerzos por cultivar una sociedad solidaria, justa y pacífica, en este país y en todo el gran continente africano. Les doy las gracias una vez más por su cálida bienvenida e invoco sobre ustedes y sus familias, y sobre todo el amado pueblo de Kenia, abundantes bendiciones del Señor.


Mungu abariki Kenya!


Que Dios bendiga Kenia

 
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Jueves 26 de noviembre de 2015


ENCUENTRO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Salón de la Nunciatura Apostólica, Nairobi (Kenia)
Jueves 26 de noviembre de 2015


Queridos amigos:


Les agradezco su presencia esta mañana y la oportunidad de compartir con ustedes estos momentos de reflexión. Deseo dar las gracias, de modo particular, a Monseñor Kairo, Arzobispo de Wabukala, y al profesor El-Busaidy por las palabras de bienvenida que me han dirigido en nombre de ustedes y de sus respectivas comunidades. Siempre que visito a los fieles católicos de una Iglesia local considero importante el poder reunirme con los líderes de otras comunidades cristianas y tradiciones religiosas. Espero que este tiempo que pasamos juntos sea un signo de la estima que la Iglesia tiene por los seguidores de todas las religiones y afiance los lazos de amistad que ya nos unen.


En realidad, nuestra relación nos impone desafíos e interrogantes. Sin embargo, el diálogo ecuménico e interreligioso no es un lujo. No es algo añadido u opcional sino fundamental; algo que nuestro mundo, herido por conflictos y divisiones, necesita cada vez más.


En efecto, nuestras creencias y prácticas religiosas influyen en nuestro modo de entender nuestro propio ser y el mundo que nos rodea. Son para nosotros una fuente de iluminación, sabiduría y solidaridad, que enriquece a las sociedades en las que vivimos. Cuidando el crecimiento espiritual de nuestras comunidades, mediante la formación de la inteligencia y el corazón en las verdades y en los valores que nuestras tradiciones religiosas custodian, nos convertimos en una bendición para las comunidades en las que viven nuestros pueblos. En las sociedades democráticas y pluralistas como la keniata, la cooperación entre los líderes religiosos y sus comunidades se convierte en un importante servicio al bien común.


Desde esta perspectiva, y en un mundo cada vez más interdependiente, vemos siempre con mayor claridad la necesidad de una mutua comprensión interreligiosa, de amistad y colaboración para la defensa de la dignidad otorgada por Dios a cada persona y a cada pueblo, y el derecho que tienen de vivir en libertad y felicidad. Al promover el respeto de esa dignidad y de esos derechos, las religiones juegan un papel esencial en la formación de las conciencias, infundiendo en los jóvenes los profundos valores espirituales de nuestras respectivas tradiciones, preparando buenos ciudadanos, capaces de impregnar la sociedad civil de honradez, integridad y una visión del mundo que valore a la persona humana por encima del poder y del beneficio material.


Pienso aquí en la importancia de nuestra común convicción, según la cual el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia. Sé que está aún vivo en sus mentes el recuerdo de los bárbaros ataques al Westgate Mall, al Garissa University College y a Mandera. Con demasiada frecuencia, se radicaliza a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y para desgarrar el tejido de nuestras sociedades. Es muy importante que se nos reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a vivir en paz, armonía y respeto mutuo. Que el Todopoderoso toque el corazón de los que cometen esta violencia y conceda su paz a nuestras familias y a nuestras comunidades.


Queridos amigos, este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica se ha comprometido con el diálogo ecuménico e interreligioso al servicio de la comprensión y la amistad. Deseo reafirmar este compromiso, que brota de nuestra convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece a todos. El mundo espera justamente que los creyentes trabajen junto con las personas de buena voluntad, para afrontar los numerosos problemas que afectan a la familia humana. Mirando hacia el futuro, imploremos que todos los hombres y las mujeres se consideren hermanos y hermanas, pacíficamente unidos en y a través de sus diferencias. Recemos por la paz.


Les agradezco su atención y suplico a Dios Todopoderoso que les conceda a ustedes y a sus comunidades la abundancia de sus bendiciones.


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SANTA MISA


HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Campus de la Universidad de Nairobi (Kenia)
Jueves 26 de noviembre de 2015


La Palabra de Dios nos habla en lo más profundo de nuestro corazón. Dios nos dice hoy que le pertenecemos. Él nos hizo, somos su familia, y Él siempre estará presente para nosotros. «No temas», nos dice: «Yo los he elegido y les prometo darles mi bendición» (cf. Is 44,2-3).


Hemos escuchado esta promesa en la primera lectura de hoy. El Señor nos dice que hará brotar agua en el desierto, en una tierra sedienta; hará que los hijos de su pueblo prosperen como la hierba y los sauces frondosos. Sabemos que esta profecía se cumplió con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero también la vemos cumplirse dondequiera que el Evangelio es predicado y nuevos pueblos se convierten en miembros de la familia de Dios, la Iglesia. Hoy nos regocijamos porque se ha cumplido en esta tierra. Gracias a la predicación del Evangelio, también ustedes han entrado a formar parte de la gran familia cristiana.


La profecía de Isaías nos invita a mirar a nuestras propias familias, y a darnos cuenta de su importancia en el plan de Dios. La sociedad keniata ha sido abundantemente bendecida con una sólida vida familiar, con un profundo respeto por la sabiduría de los ancianos y con un gran amor por los niños. La salud de cualquier sociedad depende de la salud de sus familias. Por su bien, y por el bien de la sociedad, nuestra fe en la Palabra de Dios nos llama a sostener a las familias en su misión en la sociedad, a recibir a los niños como una bendición para nuestro mundo, y a defender la dignidad de cada hombre y mujer, porque todos somos hermanos y hermanas en la única familia humana.


En obediencia a la Palabra de Dios, también estamos llamados a oponernos a las prácticas que fomentan la arrogancia de los hombres, que hieren o degradan a las mujeres, y ponen en peligro la vida de los inocentes aún no nacidos. Estamos llamados a respetarnos y apoyarnos mutuamente, y a estar cerca de todos los que pasan necesidad. Las familias cristianas tienen esta misión especial: irradiar el amor de Dios y difundir las aguas vivificantes de su Espíritu. Esto tiene hoy una importancia especial, cuando vemos el avance de nuevos desiertos creados por la cultura del materialismo y de la indiferencia hacia los demás.


Aquí, en el corazón de esta Universidad, donde se forman las mentes y los corazones de las nuevas generaciones, hago un llamado especial a los jóvenes de la nación. Que los grandes valores de la tradición africana, la sabiduría y la verdad de la Palabra de Dios, y el generoso idealismo de su juventud, los guíen en su esfuerzo por construir una sociedad que sea cada vez más justa, inclusiva y respetuosa de la dignidad humana. Preocúpense de las necesidades de los pobres, rechacen todo prejuicio y discriminación, porque –lo sabemos– todas estas cosas no son de Dios.


Todos conocemos bien la parábola de Jesús sobre aquel hombre que edificó su casa sobre arena, en vez de hacerlo sobre roca. Cuando soplaron los vientos, se derrumbó, y su ruina fue grande (cf. Mt 7,24-27). Dios es la roca sobre la que estamos llamados a construir. Él nos lo dice en la primera lectura y nos pregunta: «¿Hay un dios fuera de mí?» (Is 44,8).
Cuando Jesús resucitado afirma en el Evangelio de hoy: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18), nos está asegurando que Él, el Hijo de Dios, es la roca. No hay otro fuera de Él. Como único Salvador de la humanidad, quiere atraer hacia sí a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, para poder llevarlos al Padre. Él quiere que todos nosotros construyamos nuestra vida sobre el cimiento firme de su palabra.


Este es el encargo que el Señor nos da a cada uno de nosotros. Nos pide que seamos discípulos misioneros, hombres y mujeres que irradien la verdad, la belleza y el poder del Evangelio, que transforma la vida. Hombres y mujeres que sean canales de la gracia de Dios, que permitan que la misericordia, la bondad y la verdad divinas sean los elementos para construir una casa sólida. Una casa que sea hogar, en la que los hermanos y hermanas puedan, por fin, vivir en armonía y respeto mutuo, en obediencia a la voluntad del verdadero Dios, que nos ha mostrado en Jesús el camino hacia la libertad y la paz que todo corazón ansía.


Que Jesús, el Buen Pastor, la roca sobre la que construimos nuestras vidas, los guíe a ustedes y a sus familias por el camino de la bondad y la misericordia, todos los días de sus vidas. Que él bendiga a todos los habitantes de Kenia con su paz.


«Estén firmes en la fe. No tengan miedo». «Porque ustedes pertenecen al Señor».
 

Mungu awabariki! (Que Dios los bendiga)


Mungu abariki Kenya! (Que Dios bendiga a Kenia)


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ENCUENTRO CON EL CLERO, LOS RELIGIOSOS Y LOS SEMINARISTAS


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Campo de deportes de la St Mary’s School, Nairobi (Kenia)
Jueves 26 de noviembre de 2015

 
V. Tumisufu Yesu Kristu! (Alabado sea Jesucristo)


R. Milele na Milele. Amina (Ahora y siempre. Amén)


[Palabras en inglés]


Muchas gracias por su presencia. Me gustaría mucho hablarles en inglés, pero mi inglés es pobre. He tomado algunas notas y quisiera decirles muchas cosas, a cada uno de ustedes, pero me da miedo hablar y preferiría hacerlo en mi lengua madre. Mons. Miles hará la traducción. Gracias por su comprensión.


[Palabras en español]


Cuando se leía la Carta de san Pablo me tocó: «Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6).


El Señor nos ha elegido, y Él comenzó su obra el día que nos miró en el bautismo, y el día que nos miró después, cuando nos dijo «si tenés ganas vení conmigo». Y, bueno, ahí nos metimos en fila y empezamos el camino; pero el camino lo empezó Él, no nosotros. En el Evangelio leemos de uno curado que quiso seguir el camino y Jesús le dijo: «No». En el seguimiento de Jesucristo, sea en el sacerdocio, sea en la vida consagrada, se entra por la puerta; la puerta es Cristo; Él llama, Él empieza, Él va haciendo el trabajo. Hay algunos que quieren entrar por la ventana. No sirve eso. Por favor, si alguno ve que un compañero o una compañera entró por la ventana, abrácelo y explíquele que mejor que se vaya, y que sirva a Dios en otro lado, porque nunca va a llegar a término una obra que no empezó Jesús por la puerta.


Y esto nos tiene que llevar a una conciencia de elegidos: «Yo fui mirado, yo fui elegido». Me impresiona el comienzo del capítulo 16 de Ezequiel: Eras hijo de extranjeros, estabas recién nacido y tirado. Yo pasé, te limpié y te llevé conmigo (cf. vv. 6-9). Ese es el camino, esa es la obra que el Señor comenzó cuando los miró. Hay algunos que no saben para qué Dios los llama, pero sienten que Dios los llamó. Vayan tranquilos, Él les hará comprender para qué los llamó. Hay otros que quieren seguir al Señor, pero con interés, por interés. 
Acordémonos de la mamá de Santiago y Juan: «Señor te quiero pedir que cuando partas la torta le des la parte más grande a mis dos hijos. Uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Da la tentación de seguir a Jesús por ambición: ambición de dinero, ambición de poder. Todos podemos decir: «Cuando yo empecé a seguir a Jesús ni se me ocurrió eso». Pero a otro se le ocurrió y, poco a poco, te lo sembró en el corazón como una cizaña. En la vida del seguimiento de Jesús no hay lugar ni para la propia ambición, ni para las riquezas, ni para ser una persona importante en el mundo. A Jesús se lo sigue hasta el último paso de su vida terrena: la cruz. Después, Él se encarga de resucitarte, pero, hasta ahí, andá vos. Y esto se lo digo en serio, porque la Iglesia no es una empresa, no es una ONG, la Iglesia es un misterio, es el misterio de la mirada de Jesús sobre cada uno, que le dice: «Vení». 
Queda claro, el que llama es Jesús. Se entra por la puerta, no por la ventana, y se sigue el camino de Jesús.


Evidentemente, Jesús cuando nos elige no nos canoniza, seguimos siendo los mismos pecadores. Yo les pediría, por favor, si hay acá algún sacerdote o alguna religiosa, o algún religioso que no se sienta pecador, que levante la mano. Todos somos pecadores, yo el primero, después ustedes. Pero nos lleva adelante la ternura y el amor de Jesús. «Aquel que empezó la buena obra en ustedes la continuará y la completará hasta el día de Jesucristo». Eso nos lleva adelante, el amor de Jesús. ¿Ustedes se acuerdan, en el Evangelio, cuándo lloró el apóstol Santiago? ¿Se acuerda alguno, o no? ¿Y cuándo lloró el apóstol Juan? ¿Y cuándo lloró algún otro apóstol? Uno sólo nos dice el Evangelio que lloró, el que se dio cuenta que era pecador, tan pecador era que había traicionado a su Señor, y cuando se dio cuenta de eso, lloró. Después, Jesús lo hizo Papa. ¿Quién entiende a Jesús? Un misterio. Nunca dejen de llorar. Cuando a un sacerdote, a un religioso o religiosa, se le secan las lágrimas algo no funciona. Llorar por la propia infidelidad, llorar por el dolor del mundo, llorar por la gente que está descartada, por los viejitos abandonados, por los niños asesinados, por las cosas que no entendemos; llorar cuando nos preguntan, «¿por qué?». Ninguno de nosotros tiene todos los «porqué», todas las respuestas a los «porqué». Hay un autor ruso que se preguntaba por qué sufren los niños. Y cada vez que yo saludo a un niño con cáncer, con tumor, con una enfermedad rara – como se llaman ahora – pregunto: «¿Por qué sufre este niño?». Y yo no tengo respuesta para esto, solamente miro a Jesús en la cruz. Hay situaciones en la vida que solamente nos llevan a llorar mirando a Jesús en la cruz y esa es la única respuesta para ciertas injusticias, para ciertos dolores, para ciertas situaciones de la vida. San Pablo le decía a sus discípulos: «Acordáte de Jesucristo, acordáte de Jesucristo crucificado». Cuando un consagrado, una consagrada, un sacerdote, se olvida de Cristo crucificado, ¡pobrecito!, cayó en un pecado muy feo, un pecado que le da asco a Dios, que lo hace vomitar a Dios, el pecado de la tibieza. Queridos sacerdotes, hermanas y hermanos, cuiden de no caer en el pecado de la tibieza.


Y, ¿qué otra cosa les puedo decir que les pueda dar un mensaje de mi corazón a ustedes? Que nunca se alejen de Jesús. Esto quiere decir que nunca dejen de orar. «Padre, pero a veces es tan aburrido orar, uno se cansa, se duerme». Dormíte delante del Señor. Es una manera de rezar, pero quedáte ahí, delante del Señor, rezá, no dejes la oración. Si un consagrado deja la oración, el alma se seca, como esos higos ya secos, son feos, tienen una apariencia fea. El alma de una religiosa, de un religioso, de un sacerdote que no reza, es un alma fea. Perdón, pero es así. Les dejo esta pregunta: «¿Yo le quito tiempo al sueño, a la radio, a la televisión, a las revistas, para rezar, o prefiero lo otro?». Ponerse delante de Aquel que empezó la obra y que la está terminando en cada uno de ustedes. La oración...


Y una última cosa que les quisiera decir, antes de decirles otra. Es que todo el que se dejó elegir por Jesús es para servir, para servir al pueblo de Dios, para servir a los más pobres, a los más descartados, a los más humildes, para servir a los niños y a los ancianos, para servir también a la gente que no es consciente de la soberbia y del pecado que lleva dentro, para servir a Jesús. Dejarse elegir por Jesús es dejarse elegir para servir, no para hacerse servir. Hace un año, más o menos, hubo un encuentro de sacerdotes –las monjas se salvan– y, durante esos ejercicios espirituales, cada día había un turno de sacerdotes que tenían que servir a la mesa, algunos de ellos se quejaron: «No. Nosotros tenemos que ser servidos, nosotros pagamos, podemos pagar para que nos sirvan». Por favor, no diga eso en la Iglesia. Servir, no «servirse de».


Bueno, esto es lo que les quería decir, que sentí todo de golpe cuando escuché esta frase de san Pablo, confiado en que «Aquel que empezó la buena obra en ustedes la continuará, y la completará, hasta el día de Jesucristo». Me decía un cardenal mayor, un año más que yo, que cuando él va al cementerio donde ve misioneros, misioneras, sacerdotes, religiosos, religiosas que han dado su vida, él se pregunta: «¿Y por qué a estos no los canonizan mañana, porque pasaron su vida sirviendo?». Y a mí me emociona cuando saludo después de una misa a un sacerdote, una religiosa, que me dice: «Hace 30, 40 años que estoy en este hospital de niños autistas, o que estoy en las misiones del Amazonas o que estoy en tal lugar o en tal otro». Me toca el alma. Esta mujer o este hombre entendió que seguir a Jesús es servir a los demás y no servirse de los demás.


Bueno, les agradezco mucho. Pero, «qué Papa maleducado que es éste», ¿no? Nos dio consejos, nos dio palos, y no nos dice gracias. Yo les quiero decir, lo último que les quiero decir, «la frutilla de la torta». Quiero darles gracias a ustedes. Gracias por animarse a seguir a Jesús. Gracias por cada vez que se sienten pecadores. Gracias por cada caricia de ternura que dan a quien lo necesita. Gracias por todas las veces que ayudaron a morir en paz a tanta gente. Gracias por quemar la vida en la esperanza. Gracias por dejarse ayudar y corregir, y perdonar todos los días. Y les pido, al darles gracias, que no se olviden de rezar por mí, porque yo lo necesito. Muchas gracias.



Palabras al final del encuentro


Les agradezco el buen rato que pasamos juntos, pero yo tengo que salir por esta puerta, porque están los niños enfermos de cáncer y quisiera verlos a ellos y darles una caricia. A ustedes les agradezco mucho, y ustedes, los seminaristas –que no los nombré pero están incluidos en todo lo que dije–, y, si alguno no se anima por este camino, da tiempo, busque otro trabajo, cásese y haga una buena familia. Gracias.


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VISITA A LA OFICINA DE LAS NACIONES UNIDAS EN NAIROBI (U.N.O.N.)


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Kenia
Jueves 26 de noviembre de 2015



Deseo agradecer la amable invitación y las palabras de acogida de la Señora Sahle-Work Zewde, Directora General de la Oficina de las Naciones Unidas en Nairobi, como también del Señor Achim Steiner, Director Ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, y del Señor Joan Clos, Director Ejecutivo del Programa ONU–Hábitat. Aprovecho la ocasión para saludar a todo el personal y a todos los que colaboran con las instituciones aquí presentes. Aunque no estén acá en este momento, a todos que son los que llevan el esfuerzo cotidiano del trabajo.


De camino hacia esta sala me han invitado a plantar un árbol en el parque del Centro de las Naciones Unidas. Quise aceptar este gesto simbólico y sencillo, cargado de significado en tantas culturas.


Plantar un árbol es, en primera instancia, una invitación a seguir luchando contra fenómenos como la deforestación y la desertificación. Nos recuerda la importancia de tutelar y administrar responsablemente aquellos «pulmones del planeta repletos de biodiversidad [como bien lo podemos apreciar en este continente con] la cuenca fluvial del Congo», lugar esencial «para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad». Por eso, es siempre apreciada y alentada «la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales» (Carta enc. Laudato si’, 38).


A su vez, plantar un árbol nos provoca a seguir confiando, esperando y especialmente comprometiendo nuestras manos para revertir todas las situaciones de injusticia y deterioro que hoy padecemos.


Dentro de pocos días comenzará en París un importante encuentro sobre el cambio climático, donde la comunidad internacional como tal, se enfrentará de nuevo a esta problemática. Sería triste y me atrevo a decir, hasta catastrófico, que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común y lleven a manipular la información para proteger sus propios proyectos.


En este contexto internacional, donde se nos plantea la disyuntiva que no podemos ignorar de mejorar o destruir el ambiente, cada iniciativa pequeña o grande, individual o colectiva, para cuidar la creación indica el camino seguro para esa «generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano» (ibíd., 211).


«El clima es un bien común, de todos y para todos; […] el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (ibíd., 23-25) cuya respuesta «debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados» (ibíd., 93). Ya que «el abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, va acompañado por un imparable proceso de exclusión» (Discurso a la ONU, 25 septiembre 2015).


La COP21 es un paso importante en el proceso de desarrollo de un nuevo sistema energético, que dependa al mínimo de los combustibles fósiles, busque la eficiencia energética y se estructure con el uso de energía con bajo o nulo contenido de carbono. Estamos ante el gran compromiso político y económico de replantear y corregir las disfunciones y distorsiones del actual modelo de desarrollo.


El Acuerdo de París puede dar una señal clara en esta dirección, siempre que, como ya tuve ocasión de decir ante la Asamblea General de la ONU, evitemos «toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas» (ibíd.). Por eso, espero que la COP21 lleve a concluir un acuerdo global y «transformador» basado en los principios de solidaridad, justicia, equidad y participación, y orientando a la consecución de tres objetivos, a la vez complejos pero interdependientes: el alivio del impacto del cambio climático, la lucha contra la pobreza y el respeto de la dignidad humana.


A pesar de muchas dificultades, se está afirmando la «tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos» (Carta enc. Laudato si’, 164). Ningún país «puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia» (Discurso a los movimientos populares, 9 julio 2015). El problema surge cuando creemos que interdependencia es sinónimo de imposición o sumisión de unos en función de los intereses de los otros. Del más débil en función del más fuerte.


Es necesario un diálogo sincero abierto, con la cooperación responsable de todos: autoridades políticas, comunidad científica, empresas y sociedad civil. No faltan ejemplos positivos que nos demuestran cómo una verdadera colaboración entre la política, la ciencia y la economía es capaz de lograr importantes resultados.


Somos conscientes, sin embargo, de que los «seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse» (Carta enc. Laudato si’, 205). Esta toma de conciencia profunda nos lleva a esperar que, si la humanidad del período post-industrial podría ser recordada como una de las más irresponsables de la historia, «la humanidad de comienzos del siglo XXI [sea] recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (ibíd., 165).


Para eso es necesario poner la economía y la política al servicio de los pueblos donde «el ser humano, en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social» (Discurso a los movimientos populares, 9 julio 2015). No se trata de una utopía fantástica, por el contrario, una perspectiva realista que pone la persona y su dignidad como punto de partida y hacia donde todo tiene que fluir.


El cambio de rumbo que necesitamos no es posible realizarlo sin un compromiso sustancial por la educación y la formación. Nada será posible si las soluciones políticas y técnicas no van acompañadas de un proceso de educación que promueva nuevos estilos de vida. Un nuevo estilo cultural. Esto exige una formación destinada a fomentar en niños y niñas, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, la asunción de una cultura del cuidado; cuidado de sí, cuidado del otro, cuidado del ambiente; en lugar de la cultura de la degradación y del descarte. Descarte de sí, del otro, descarte del ambiente. La promoción de la «conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos [nos] permitirá el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se trata de un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración» (Carta enc. Laudato si’, 202), que todavía estamos a tiempo de impulsar.


Son muchos los rostros, las historias, las consecuencias evidentes en miles de personas que la cultura del degrado y del descarte ha llevado a sacrificar bajo los ídolos de las ganancias y del consumo. Debemos cuidarnos de un triste signo de la «globalización de la indiferencia, que nos va “acostumbrando” lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2013, 16 octubre 2013, 2), o peor aún, a resignarnos ante las formas extremas y escandalosas de “descarte” y de exclusión social, como son las nuevas formas de esclavitud, el tráfico de personas, el trabajo forzado, la prostitución, el tráfico de órganos. «Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna» (Carta enc. Laudato si’, 25). Son muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente. No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho.


En paralelo al descuido del ambiente, desde hace tiempo somos testigos de un rápido proceso de urbanización, que por desgracia conduce con frecuencia a un «crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres [e …] ineficientes» (ibíd., 44). Y son también lugares donde se difunden síntomas preocupantes de una trágica rotura de los vínculos de integración y de comunión social, que lleva al «crecimiento de la violencia y [al] surgimiento de nuevas formas de agresividad social, [al] narcotráfico y [al] consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, [a] la pérdida de identidad» (ibíd., 46), al desarraigo y al anonimato social (cf. ibíd, 149).


Quiero expresar mi aliento a cuantos, a nivel local e internacional, trabajan para asegurar que el proceso de urbanización se convierta en un instrumento eficaz para el desarrollo y la integración, a fin de garantizar a todos, y en especial a las personas que viven en barrios marginales, condiciones de vida dignas, garantizando los derechos básicos a la tierra, al techo y al trabajo. Es necesario fomentar iniciativas de planificación urbana y del cuidado de los espacios públicos que vayan en esta dirección y contemplen la participación de la gente del lugar, tratando de contrarrestar las muchas desigualdades y los bolsones de pobreza urbana, no sólo económicos, sino también y sobre todo sociales y ambientales. La futura Conferencia Hábitat-III, prevista en Quito para octubre de 2016, podría ser un momento importante para identificar maneras de responder a estas problemáticas.


Dentro de pocos días, esta ciudad de Nairobi, será sede de la 10ª Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio. En 1967, frente a un mundo cada vez más interdependiente, y anticipándose en aquellos años a la presente realidad de la globalización, mi predecesor Pablo VI reflexionaba sobre cómo las relaciones comerciales entre los Estados podrían ser un elemento fundamental para el desarrollo de los pueblos o, por el contrario, causa de miseria y de exclusión (cf. Carta enc. Populorum progressio, 56-62). Aun reconociendo lo mucho que se ha trabajado en esta materia, parece que no se ha llegado todavía a un sistema comercial internacional equitativo y totalmente al servicio de la lucha contra la pobreza y la exclusión. Las relaciones comerciales entre los Estados, parte indispensable de las relaciones entre los pueblos, pueden servir tanto para dañar el ambiente como para recuperarlo y asegurarlo para las generaciones futuras.


Expreso mi deseo de que las deliberaciones de la próxima Conferencia de Nairobi no sean un simple equilibrio de intereses contrapuestos, sino un verdadero servicio al cuidado de la casa común y al desarrollo integral de las personas, especialmente de los más postergados. En particular, quiero unirme a las preocupaciones de tantas realidades comprometidas en la cooperación al desarrollo y en la asistencia sanitaria –entre ellos las congregaciones religiosas que asisten a los más pobres y excluidos–, acerca de los acuerdos sobre la propiedad intelectual y el acceso a las medicinas y cuidados esenciales de la salud. Los Tratados de libre comercio regionales sobre la protección de la propiedad intelectual, en particular en materia farmacéutica y de biotecnología, no sólo no deben limitar las facultades ya otorgadas a los Estados por los acuerdos multilaterales, sino que, al contrario, deberían ser un instrumento para asegurar un mínimo de atención sanitaria y de acceso a los remedios básicos para todos. Las discusiones multilaterales, a su vez, deben dar a los países más pobres el tiempo, la elasticidad y las excepciones necesarias para una adecuación ordenada y no traumática a las normas comerciales. La interdependencia y la integración de las economías no debe suponer el más mínimo detrimento de los sistemas de salud y de protección social existentes; al contrario, deben favorecer su creación y funcionamiento. Algunos temas sanitarios, como la eliminación de la malaria y la tuberculosis, la cura de las llamadas enfermedades «huérfanas» y los sectores de la medicina tropical desatendidos, reclaman una atención política primaria, por encima de cualquier otro interés comercial o político.


África ofrece al mundo una belleza y una riqueza natural que nos lleva a alabar al Creador. Este patrimonio africano y de toda la humanidad sufre un constante riesgo de destrucción, causado por egoísmos humanos de todo tipo y por el abuso de situaciones de pobreza y exclusión. En el contexto de las relaciones económicas entre los Estados y los pueblos no se puede dejar de hablar de los tráficos ilegales que crecen en un ambiente de pobreza y que, a su vez alimentan la pobreza y la exclusión. El comercio ilegal de diamantes y piedras preciosas, de metales raros o de alto valor estratégico, de maderas y material biológico, y de productos animales, como el caso del tráfico de marfil y la consecuente matanza de elefantes, alimenta la inestabilidad política, alimenta el crimen organizado y el terrorismo. También esta situación es un grito de los hombres y de la tierra que tiene que ser escuchado por la Comunidad Internacional.


En mi reciente visita a la sede de la ONU en Nueva York, pude expresar el deseo y la esperanza de que la obra de las Naciones Unidas y de todos los desarrollos multilaterales pueda ser «prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado los intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio al bien común» (Discurso a la ONU, 25 septiembre 2015).


Renuevo una vez más el apoyo de la Comunidad Católica, y el mío de seguir rezando y colaborando para que los frutos de la cooperación regional que se expresan hoy en la Unión Africana y en los muchos acuerdos africanos de comercio, cooperación y desarrollo sean vividos con vigor y teniendo siempre en cuenta el bien común de los hijos de esta tierra.


La bendición del Altísimo sea con todos y cada uno de ustedes y sus pueblos. Gracias. 


Viernes 27 de noviembre de 2015


VISITA AL SUBURBIO DE KANGEMI


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Nairobi (Kenia)
Viernes 27 de noviembre de 2015


Gracias por recibirme en su barrio. Gracias al Señor Arzobispo Kivuva y al Padre Pascal por sus palabras. En verdad, me siento como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas que, no me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y opciones. Estoy aquí porque quiero que sepan que sus alegrías y esperanzas, sus angustias y tristezas, no me son indiferentes. Sé de las dificultades que atraviesan día a día. 

¿Cómo no denunciar las injusticias que sufren?


Pero ante todo, quisiera detenerme en una realidad que los discursos excluyentes no logran reconocer o parecen desconocer. Me quiero referir a la sabiduría de los barrios populares. Una sabiduría que brota de la «empecinada resistencia de lo auténtico» (Carta enc. Laudato si’, 112), de valores evangélicos que la sociedad opulenta, adormecida por el consumo desenfrenado, pareciera haber olvidado. Ustedes son capaces de tejer «lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo» (ibíd, 149).


La cultura de los barrios populares, impregnada con esa sabiduría particular, «tiene características muy positivas, que son un aporte para el tiempo que nos toca vivir, se expresa en valores como la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; dar un entierro cristiano a sus muertos. Ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento: “donde comen 10 comen 12”; la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades, etc.» (Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, Argentina, “Reflexiones sobre la urbanización y la cultura villera”, 2010). Valores que se sustentan en que cada ser humano es más importante que el dios dinero. Gracias por recordarnos que hay otro tipo de cultura posible.


Quisiera reivindicar en primer lugar estos valores que ustedes practican, valores que no cotizan en Bolsa, valores con los que no se especula ni tienen precio de mercado. Los felicito, los acompaño y quiero que sepan que el Señor nunca se olvida de ustedes. El camino de Jesús comenzó en las periferias, va desde los pobres y con los pobres hacia todos.


Reconocer estas manifestaciones de vida buena que crecen cotidianamente entre ustedes no implica, de ninguna manera, desconocer la atroz injusticia de la marginación urbana. Son las heridas provocadas por minorías que concentran el poder, la riqueza y derrochan con egoísmo, mientras crecientes mayorías deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas.


Esto se agrava cuando vemos la injusta distribución del suelo –tal vez no en este barrio pero sí en otros–, que lleva en muchos casos a familias enteras a pagar alquileres abusivos por viviendas en condiciones edilicias nada adecuadas. También sé del grave problema del acaparamiento de tierras por parte de «desarrolladores privados» sin rostro, que hasta pretenden apropiarse del patio de las escuelas de sus hijos. Esto sucede porque se olvida que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 31).


En este sentido, es un grave problema la falta de acceso a infraestructuras y servicios básicos. Me refiero a baños, alcantarillado, desagües, recolección de residuos, luz, caminos, pero también a escuelas, hospitales, centros recreativos y deportivos, talleres artísticos. Quiero referirme en particular al agua potable. «El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (Carta enc. Laudato si’, 30). Negarle el agua a una familia, bajo cualquier pretexto burocrático, es una gran injusticia, sobre todo cuando se lucra con esta necesidad.


Este contexto de indiferencia y hostilidad que sufren los barrios populares se agrava cuando la violencia se generaliza y las organizaciones criminales, al servicio de intereses económicos o políticos, utilizan a niños y jóvenes como «carne de cañón» para sus negocios ensangrentados. También conozco los padecimientos de las mujeres que luchan heroicamente para proteger a sus hijos e hijas de estos peligros. Pido a Dios que las autoridades asuman junto a ustedes el camino de la inclusión social, la educación, el deporte, la acción comunitaria y la protección de las familias, porque es esta la única garantía de una paz justa, verdadera y duradera.


Estas realidades que he enumerado no son una combinación casual de problemas aislados. Incluso son una consecuencia de nuevas formas de colonialismo que pretende que los países africanos sean «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa, 52). No faltan, de hecho, presiones para que se adopten políticas de descarte, como la de la reducción de la natalidad, que pretenden «legitimar el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar» (Carta enc. Laudato si’, 50).


En ese sentido, propongo retomar la idea de una respetuosa integración urbana. Ni erradicación, ni paternalismo, ni indiferencia, ni mera contención. Necesitamos ciudades integradas y para todos. Necesitamos superar la mera proclamación de derechos que en la práctica no se respetan, concretar acciones sistemáticas que mejoren el hábitat popular y planificar nuevas urbanizaciones de calidad para albergar a las futuras generaciones. La deuda social, la deuda ambiental con los pobres de las ciudades se paga haciendo efectivo el derecho sagrado de las «tres T»: tierra, techo y trabajo. Esto no es filantropía, es una obligación moral de todos.


Quiero llamar a todos los cristianos, en particular a los pastores, a renovar el impulso misionero, a tomar la iniciativa frente a tantas injusticias, a involucrarse con los problemas de los vecinos, a acompañarlos en sus luchas, a cuidar los frutos de su trabajo comunitario y celebrar juntos cada pequeña o gran victoria. Sé que hacen mucho pero les pido que recuerden que no es una tarea más, sino tal vez la más importante, porque «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio» (Benedicto XVI, Discurso en el encuentro con el Episcopado brasileño, 11 mayo 2007, 3).


Queridos vecinos, queridos hermanos. Recemos, trabajemos y comprometámonos juntos para que toda familia tenga un techo digno, tenga acceso al agua potable, tenga un baño, tenga energía segura para iluminarse, cocinar, para que puedan mejorar sus viviendas... para que todo barrio tenga caminos, plazas, escuelas, hospitales, espacios deportivos, recreativos y artísticos; para que los servicios básicos lleguen a cada uno de ustedes; para que se escuchen sus reclamos y su clamor de oportunidades; para que todos puedan gozar de la paz y la seguridad que se merecen conforme a su infinita dignidad humana.


Mungu awabariki (Que Dios los bendiga).


Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.


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ENCUENTRO CON LOS JÓVENES


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Estadio Kasarani, Nairobi (Kenia)
Viernes 27 de noviembre de 2015


(Palabras de agradecimiento en inglés)


Muchas gracias por el rosario que han rezado por mí. Gracias, gracias, muchas gracias.
 


Gracias por su presencia, y por su presencia entusiasta.


Gracias a Lynette y gracias a Manuel por sus reflexiones.


Existe una pregunta en la base de todas las preguntas que me hicieron Lynette y Manuel: ¿Por qué suceden las divisiones, las peleas, las guerras, las muertes, los fanatismos, las destrucciones entre los jóvenes? ¿Por qué existe ese deseo de destruirnos? En las primeras páginas de la Biblia, después de todas esas maravillas que hizo Dios, un hermano mata a otro hermano. El espíritu del mal nos lleva a la destrucción, y el espíritu del mal nos lleva a la desunión, nos lleva al tribalismo, a la corrupción, a la drogadicción, nos lleva a la destrucción por los fanatismos. Manuel preguntaba, ¿cómo hacer para que un fanatismo ideológico no nos robe a un hermano, no nos robe a un amigo? Hay una palabra que puede parecer incómoda pero yo no la quiero evitar, porque ustedes la usaron antes que yo; la usaron cuando me trajeron contándome los rosarios que habían rezado por mí; la usó el Obispo, cuando presentó que se prepararon para esta visita con la oración. Y lo primero que yo respondería es que un hombre pierde lo mejor de su ser humano, una mujer pierde lo mejor de su ser humano, cuando se olvida de rezar, porque se siente omnipotente, porque no siente necesidad de pedir ayuda, delante de tantas tragedias.


La vida está llena de dificultades, pero hay dos maneras de mirar las dificultades: o lo mirás como algo que te bloquea, te destruye y te detiene, o lo mirás como una oportunidad. A vos te toca elegir: Para mí, una dificultad, ¿es un camino de destrucción o es una oportunidad para superar en bien mío, de mi familia, de mis amigos y de mi país? Chicos y chicas, no vivimos en el Cielo, vivimos en la tierra, y la tierra está llena de dificultades. La tierra está llena no sólo de dificultades sino de invitaciones para desviarte hacia el mal, pero hay algo que todos ustedes, los jóvenes, tienen, que dura un tiempo más o menos grande: la capacidad de elegir. ¿Qué camino quiero elegir? ¿Cuál de estas dos cosas quiero elegir: dejarme vencer por la dificultad o transformar la dificultad en una oportunidad para vencer yo?  Y ahora, algunas dificultades que ustedes nombraron, que son desafíos. Y entonces, antes, una pregunta: ¿Ustedes quieren superar los desafíos o dejarse vencer  por los desafíos? ¿Ustedes son como los deportistas que cuando vienen a jugar al estadio quieren ganar o son como aquellos que ya vendieron la victoria a los otros y se pusieron la plata en el bolsillo? A ustedes les toca elegir.


Un desafío que mencionó Lynette es el del tribalismo. El tribalismo destruye una nación. El tribalismo es tener las manos escondidas por detrás y tener una piedra en cada mano para tirársela al otro. El tribalismo sólo se vence con el oído, con el corazón y con la mano. Con el oído: ¿Cuál es tu cultura?, ¿por qué sos así?, ¿por qué tu tribu tiene estas costumbres?, ¿tu tribu se siente superior o inferior? Con el corazón: una vez que escuché con el oído la respuesta abro el corazón y tiendo la mano para seguir dialogando. Si ustedes no dialogan, y no se escuchan entre ustedes, siempre va a existir el tribalismo, que es como una polilla que va a roer la sociedad. Hoy –ayer, mejor dicho, pero para ustedes lo hacemos hoy–, se declaró un día de oración y de reconciliación. Yo los quiero invitar ahora, a ustedes jóvenes, ‒invitar a Lynette y a Manuel que vengan‒, y que todos nos tomemos de la mano, de pie, como un signo contra el tribalismo. Todos somos una nación, todos somos una nación [la misa frase en inglés]. Así tienen que ser nuestros corazones, y el tribalismo no es solamente un levantar las manos hoy ‒este es el deseo, es la decisión‒, pero el tribalismo es un trabajo de todos los días. Vencer el tribalismo es un trabajo de todos los días. Un trabajo del oído: escuchar al otro. Un trabajo del corazón: abrir mí corazón al otro. Y un trabajo de las manos: darse las manos uno con otro. Y ahora nos damos la mano unos con otros.


Otra pregunta que hizo Lynette es la de la corrupción. Y, en el fondo, me preguntaba: ¿Se puede justificar la corrupción, el pecado, por el sólo hecho de que todos están pecando y están siendo corruptos? ¿Cómo podemos ser cristianos y combatir el mal de la corrupción? Yo me acuerdo que, en mi patria, un joven de 20‒22 años, quería dedicarse a la política, estudiaba entusiasmado, iba de un lado para otro y consiguió un trabajo en un ministerio. 

Un día tuvo que decidir sobre qué cosa había que comprar y, entonces, pidió tres presupuestos, los estudió y eligió el más barato, el más conveniente, y fue a la oficina de su jefe para que lo firmara: «¿Por qué elegiste éste?». «Porque hay que elegir el más conveniente para las finanzas del país». «No, hay que elegir aquel que te dé más para ponerte en el bolsillo». Y el joven le contesta a su jefe: «Yo vine a hacer política para hacer grande a la patria». Y el jefe le contesta: «Y yo hago política para robar». Un ejemplo, no más, pero no sólo en la política, en todas las instituciones, incluso en el Vaticano, hay casos de corrupción. La corrupción es algo que se nos mete adentro; es como el azúcar, es dulce, nos gusta, es fácil, y después terminamos mal. De tanta azúcar fácil terminamos diabéticos o nuestro país termina diabético. Cada vez que aceptamos una coima, y la metemos en el bolsillo, destruimos nuestro corazón, destruimos nuestra personalidad y destruimos nuestra patria. Por favor, no le tomen el gusto a ese «azúcar» que se llama corrupción. «Padre, pero yo veo que todos corrompen, yo veo tanta gente que se vende por un poco de plata, sin preocuparse de la vida de los demás». Como en todas las cosas, hay que empezar. Si no querés corrupción en tu corazón, en tu vida, en tu patria, empezá vos. Si no empezás vos tampoco va a empezar el vecino. La corrupción además nos roba la alegría, nos roba la paz. 


La persona corrupta no vive en paz. Una vez –esto es histórico, lo que les voy a contar–, en mi ciudad, murió un hombre que todos sabíamos que era un gran corrupto. Yo pregunté, unos días después, cómo fue el funeral, y una señora, con mucho buen humor, me contestó: «Padre, no podían cerrar la “bara” (ataúd), el cajón, porque se quería llevar toda la plata que había robado». Lo que vos robás con la corrupción va a quedar acá y lo va a usar otro. Pero también va a quedar –y esto grabémoslo en el corazón– en el corazón de tantos hombres y mujeres que quedaron heridos por tu ejemplo de corrupción. Va a quedar en la falta de bien que pudiste hacer y no hiciste. Va a quedar en los chicos enfermos, con hambre, porque el dinero que era para ellos, por tu corrupción, te lo guardaste para vos. Chicos y chicas, la corrupción no es un camino de vida, es un camino de muerte.


Había una pregunta de cómo usar los medios de comunicación para divulgar el mensaje de esperanza de Cristo y promover iniciativas justas para que se vea la diferencia. El primer medio de comunicación es la palabra, es el gesto, es la sonrisa. El primer gesto de comunicación es la cercanía. El primer gesto de comunicación es buscar la amistad. Si ustedes hablan bien entre ustedes, se sonríen y se acercan como hermanos; si ustedes están cerca uno de otro, aunque sean de diversas tribus; y, si ustedes se acercan a los que necesitan, al que está pobre, al enfermo, al abandonado, al anciano a quien nadie visita, esos gestos de comunicación son más contagiosos que cualquier red de televisión.


De las tres preguntas creo que algo dije, que les puede ayudar, pero pídanle mucho a Jesús, recen al Señor para que les dé la fuerza de destruir el tribalismo: todos hermanos; para que les dé el coraje de no dejarse corromper, para que les dé el encanto de poder comunicarse como hermanos, con una sonrisa, con una buena palabra, con un gesto de ayuda, con cercanía.


Manuel hizo preguntas incisivas también. A mí me preocupa la primera que hizo él: ¿Qué podemos hacer para impedir el reclutamiento de nuestros seres queridos? ¿Qué podemos hacer para hacerlos volver? Para responder esto tenemos que saber por qué un joven, lleno de ilusiones, se deja reclutar, o va a buscar ser reclutado, y se aparta de su familia, de sus amigos, de su tribu, de su patria, se aparta de la vida porque aprende a matar. Y ésta es una pregunta que ustedes tienen que hacer a todas las autoridades: Si un joven o una joven no tiene trabajo, no puede estudiar, ¿qué puede hacer? O delinquir o caer en las dependencias o suicidarse –en Europa las estadísticas de suicidio no se publican–, o enrolarse en una actividad que le muestre un fin en la vida, engañado, seducido. Lo primero que tenemos que hacer, para evitar que un joven sea reclutado o quiera ser reclutado, es educación y trabajo. Si un joven no tiene trabajo, ¿qué futuro le espera? Y ahí entra la idea de dejarse reclutar. Si un joven no tiene posibilidades de educación, incluso de educación de emergencia, de pequeños oficios. ¿Qué puede hacer? Ahí está el peligro. Es un peligro social que está más allá de nosotros, incluso más allá del país, porque depende de un sistema internacional que es injusto, que tiene al centro de la economía no a la persona, sino al dios dinero. ¿Qué puedo hacer para ayudarlo o hacerlo volver? Primero, rezar por él, pero fuerte –Dios es más fuerte que todo reclutamiento–; y después, hablarle con cariño, con simpatía, con amor y con paciencia. Invitarlo a ver un partido de fútbol, invitarlo a pasear, invitarlo a estar juntos en el grupo, no dejarlo solo. Eso es lo que se me ocurre ahora.


Evidentemente que hay –tu segunda pregunta [dirigiéndose a Manuel]– comportamientos que dañan, comportamientos que buscan felicidad pasajera y terminan dañándote. La pregunta que vos me hiciste Manuel, es una pregunta de un profesor de teología: ¿Cómo podemos entender que Dios es nuestro Padre? ¿Cómo podemos ver la mano de Dios en las tragedias de la vida? ¿Cómo podemos encontrar la paz de Dios? Mirá, esta pregunta se la hacen los hombres y las mujeres de todo el mundo, de una u otra manera, y no encuentran explicación. Más aún, hay preguntas que por más que te rompas la cabeza pensando no vas a encontrar explicación. ¿Cómo puedo ver la mano de Dios en una tragedia de la vida? Hay una sola… iba a decir una sola respuesta. No, no es respuesta, hay un solo camino: mirá al Hijo de Dios. Dios lo entregó para salvarnos a todos. Dios mismo se hizo tragedia. Dios mismo se dejó destruir en la cruz. Y cuando estés que no entendés algo, cuando estés desesperado, cuando se te viene el mundo encima, mirá la cruz. Ahí está el fracaso de Dios, ahí está la destrucción de Dios, pero también ahí está un desafío a nuestra fe: la esperanza. Porque la historia no terminó en ese fracaso sino en la Resurrección, que nos renovó a todos. Les voy a contar una confidencia –son las doce, ¿tienen hambre?–. Les voy a contar una confidencia: Yo en mi bolsillo llevo siempre dos cosas: un rosario para rezar y una cosa que parece extraña, que es esto [mostrando un pequeño vía crucis], y esto es la historia del fracaso de Dios; es un Vía Crucis, un pequeño Vía Crucis; es como Jesús fue sufriendo desde que lo condenaron a muerte hasta que fue sepultado. Con estas dos cosas me arreglo como puedo, pero gracias a estas dos cosas, no pierdo la esperanza.


Y una última pregunta, también del teólogo Manuel: ¿Qué palabras tiene por los jóvenes que no experimentan amor de sus familias? ¿Es posible salir de esta experiencia? En todas partes hay chicos abandonados, o porque los abandonaron cuando nacieron o porque la vida los abandonó ‒o la familia, o los padres‒, y no sienten el afecto de la familia. Por eso la familia es tan importante. Defiendan la familia, defiéndanla siempre. En todas partes, no sólo hay chicos abandonados sino también ancianos abandonados, que están sin que nadie los visite, sin que nadie los quiera. ¿Cómo salir de esa experiencia negativa, de abandono, de lejanía de amor? Hay un solo remedio para salir de esas experiencias: hacer aquello que yo no recibí. Si vos no recibiste comprensión, sé comprensivo con los demás; si vos no recibiste amor, amá a los demás; si vos sentiste el dolor de la soledad, acercáte a aquellos que están solos. La carne se cura con la carne, y Dios se hizo carne para curarnos a nosotros. Hagamos lo mismo nosotros con los demás.


Bueno, yo creo que antes que el árbitro suene el pito es hora de terminar. Yo les agradezco de corazón que hayan venido, que me hayan permitido hablar en mi lengua materna. Les agradezco que hayan rezado tantos rosarios por mí. Y, por favor, les pido que recen por mí, porque yo también lo necesito, y mucho. Cuento con las oraciones de ustedes. Y, antes de irnos, les pediría que nos pongamos de pie, todos, y recemos juntos a nuestro Padre del Cielo, que tiene un sólo defecto: no puede dejar de ser Padre.



ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Salón de conferencias de la State House, Entebbe (Uganda)
Viernes 27 de noviembre de 2015


Señor Presidente,
Miembros del Gobierno,
Distinguidos Miembros del Cuerpo Diplomático.
Hermanos Obispos
Señoras y Señores:



Les agradezco su amable bienvenida; me siento feliz de estar en Uganda. Mi visita a su país está orientada, sobre todo, a conmemorar el quincuagésimo aniversario de la canonización de los mártires de Uganda por mi predecesor, el Papa Pablo VI. Aunque espero que mi presencia aquí sea vista también como un signo de amistad, aprecio y aliento a todo el pueblo de esta gran nación.


Los mártires, tanto católicos como anglicanos, son verdaderos héroes nacionales. Ellos dan testimonio de los principios rectores expresados en el lema de Uganda: «Por Dios y mi país». Nos recuerdan el papel fundamental que ha tenido y sigue teniendo la fe, la rectitud moral y el compromiso por el bien común, en la vida cultural, económica y política de este país. También nos recuerdan que, a pesar de nuestros diferentes credos y convicciones, todos estamos llamados a buscar la verdad, a trabajar por la justicia y la reconciliación, y a respetarnos, protegernos y ayudarnos unos a otros como miembros de una única familia humana. Estos altos ideales son especialmente importantes en hombres y mujeres, como ustedes, que han de garantizar una buena y transparente gestión pública, un desarrollo humano integral, una amplia participación en la vida nacional, así como una distribución racional y justa de los bienes que el Creador ha otorgado con abundancia a estas tierras.


Mi visita pretende también llamar la atención sobre África en su conjunto, sus promesas, sus esperanzas, sus luchas y sus logros. El mundo mira a África como al continente de la esperanza. En efecto, Uganda ha sido bendecida por Dios con abundantes recursos naturales, que ustedes tienen el cometido de administrar con responsabilidad. Pero, sobre todo, la nación ha sido bendecida en su gente: sus familias fuertes, sus jóvenes y sus ancianos. Espero con alegría reunirme mañana con los jóvenes, para dirigirles palabras de aliento y desafío. Qué importante es ofrecerles esperanza, oportunidades de educación y empleo remunerado y, sobre todo, la oportunidad de participar plenamente en la vida de la sociedad. Pero también quisiera mencionar la bendición que ustedes tienen en las personas mayores. Ellas son la memoria viva de todos los pueblos. Siempre hay que valorar su sabiduría y experiencia como una brújula que consiente a la sociedad encontrar la dirección correcta para afrontar los desafíos del presente con integridad, sabiduría y previsión.


Aquí, en África del Este, Uganda ha mostrado una preocupación excepcional por acoger a los refugiados, para que puedan reconstruir sus vidas con seguridad y con el sentido de la dignidad que proporciona el ganarse el sustento mediante un trabajo honrado. Nuestro mundo, atrapado en guerras, violencia, y diversas formas de injusticia, es testigo de un movimiento de personas sin precedentes. La manera como los tratamos es una prueba de nuestra capacidad de humanidad, de nuestro respeto por la dignidad humana y, sobre todo, de nuestra solidaridad con estos hermanos y hermanas necesitados.


Aunque mi visita sea breve, deseo seguir alentando los muchos esfuerzos que de modo discreto se están realizando en favor de los pobres, los enfermos y todos los que pasan dificultad. En estos pequeños signos se manifiesta el alma verdadera de un pueblo. En muchos sentidos, nuestro mundo experimenta hoy un crecimiento armónico; al mismo tiempo, sin embargo, vemos con preocupación la globalización de una «cultura del descarte», que nos hace perder de vista los valores espirituales, endurece nuestros corazones ante las necesidades de los pobres y roba la esperanza a nuestros jóvenes.


Con el deseo de encontrarme con ustedes y compartir este tiempo juntos, pido a Dios que usted, Señor Presidente, y todo el querido pueblo de Uganda, respondan siempre a los valores que han forjado el alma de su nación. Invoco de todo corazón sobre todos ustedes las abundantes bendiciones del Señor.
 

Mungu awabariki! (Que Dios los bendiga).


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VISITA A MUNYONYO Y SALUDO A LOS CATEQUISTAS Y PROFESORES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Munyonyo, Uganda
Viernes 27 de noviembre de 2015


Queridos catequistas y maestros,
Queridos amigos:



Les saludo con afecto en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Maestro.


«Maestro». Qué hermoso título este. Jesús es nuestro primer y más grande maestro. San Pablo nos dice que Jesús dio a su Iglesia no sólo apóstoles y pastores, sino también maestros, para edificar todo el cuerpo en la fe y en el amor. Junto a los Obispos, a los presbíteros y a los diáconos, que han sido ordenados para predicar el Evangelio y cuidar del rebaño del Señor, ustedes, como catequistas, tienen un papel importante en la tarea de llevar la Buena Noticia a cada pueblo y aldea de su país. Habéis sido elegidos para desempeñar el ministerio de la catequesis.


Quisiera ante todo darles las gracias por los sacrificios que hacen ustedes y sus familias, y por el celo y la devoción con la que llevan a cabo su importante misión. Ustedes enseñan lo que Jesús enseñó, instruyen a los adultos y ayudan a los padres para que eduquen a sus hijos en la fe, y llevan a todos la alegría y la esperanza de la vida eterna. Gracias, gracias por su dedicación, por el ejemplo que ofrecen, por la cercanía al pueblo de Dios en la vida cotidiana y por los tantos modos en que plantan y cultivan la semilla de la fe en toda esta vasta tierra. Gracias, especialmente, por el hecho de enseñar a rezar a los niños y a los jóvenes. Porque es muy importante; enseñar a los niños a rezar es algo grande.


Sé que su trabajo, aunque gratificante, no es fácil. Por eso les animo a perseverar, y pido a sus Obispos y a sus sacerdotes que les den una formación doctrinal, espiritual y pastoral que les ayude cada vez más en su acción. Aun cuando la tarea parece difícil, los recursos resultan insuficientes y los obstáculos demasiado grandes, les hará bien recordar que el suyo es un trabajo santo. Y quiero subrayarlo: el suyo es un trabajo santo. El Espíritu Santo está presente allí donde se proclama el nombre de Cristo. Él está en medio de nosotros cada vez que en la oración elevamos el corazón y la mente a Dios. Él les dará la luz y la fuerza que necesitan. El mensaje que llevan hundirá más sus raíces en el corazón de las personas en la medida en que ustedes sean no solo maestros, sino también testigos. Y esta es otra cosa importante: ustedes han de ser maestros, pero eso no serviría sino son testigos. Que su ejemplo haga ver a todos la belleza de la oración, el poder de la misericordia y del perdón, la alegría de compartir la Eucaristía con todos los hermanos y hermanas.


La comunidad cristiana en Uganda ha crecido mucho gracias al testimonio de los mártires. Ellos han dado testimonio de la verdad que hace libres; estuvieron dispuestos a derramar su sangre para permanecer fieles a lo que sabían que era bueno, bello y verdadero. Estamos hoy aquí en Munyonyo, donde el Rey Mwanga decidió eliminar a los seguidores de Cristo. No tuvo éxito en su intento, como tampoco el Rey Herodes consiguió matar a Jesús. La luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no prevalecieron (cf. Jn 1,5). Después de haber visto el valiente testimonio de san Andrés Kaggwa y de sus compañeros, los cristianos en Uganda creyeron todavía más en las promesas de Cristo.


Que San Andrés, su Patrón, y todos los catequistas ugandeses mártires, obtengan para ustedes la gracia de ser maestros con sabiduría, hombres y mujeres cuyas palabras estén colmadas de gracia, de un testimonio convincente del esplendor de la verdad de Dios y de la alegría del Evangelio. Testigos de santidad. Vayan sin miedo a cada ciudad y pueblo de este país, sin miedo, para difundir la buena semilla de la Palabra de Dios, y tengan confianza en su promesa de que volverán contentos, con gavillas de abundante cosecha. Pido a todos ustedes, catequistas, que recen por mí, y que hagan rezar a los niños por mí.
Omukama Abawe Omukisa! (Que Dios los bendiga).


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SANTA MISA POR LOS MÁRTIRES DE UGANDA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Santuario de los mártires de Uganda, Namugongo
Sábado, 28 de noviembre de 2015


«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).
Desde la época Apostólica hasta nuestros días, ha surgido un gran número de testigos para proclamar a Jesús y manifestar el poder del Espíritu Santo. Hoy, recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires ugandeses, cuyo testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha alcanzado precisamente «los extremos confines de la tierra». Recordamos también a los mártires anglicanos, su muerte por Cristo testimonia el ecumenismo de la sangre. Todos estos testigos han cultivado el don del Espíritu Santo en sus vidas y han dado libremente testimonio de su fe en Jesucristo, aun a costa de su vida, y muchos de ellos a muy temprana edad.


También nosotros hemos recibido el don del Espíritu, que nos hace hijos e hijas de Dios, y también para dar testimonio de Jesús y hacer que lo conozcan y amen en todas partes. Hemos recibido el Espíritu cuando renacimos por el bautismo, y cuando fuimos fortalecidos con sus dones en la Confirmación. Cada día estamos llamados a intensificar la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, a «reavivar» el don de su amor divino para convertirnos en fuente de sabiduría y fuerza para los demás.


El don del Espíritu Santo se da para ser compartido. Nos une mutuamente como fieles y miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo. No recibimos el don del Espíritu sólo para nosotros, sino para edificarnos los unos a los otros en la fe, en la esperanza y en el amor. Pienso en los santos José Mkasa y Carlos Lwanga que, después de haber sido instruidos por otros en la fe, han querido transmitir el don que habían recibido. Lo hicieron en tiempos difíciles. No estaba amenazada solamente su vida, sino también la de los muchachos más jóvenes confiados a sus cuidados. Dado que ellos habían cultivado la propia fe y habían crecido en el amor de Cristo, no tuvieron miedo de llevar a Cristo a los demás, aun a precio de la propia vida. Su fe se convirtió en testimonio; venerados como mártires, su ejemplo sigue inspirando hoy a tantas personas en el mundo. Ellos siguen proclamando a Jesucristo y el poder de la cruz.


Si, a semejanza de los mártires, reavivamos cotidianamente el don del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, entonces llegaremos a ser de verdad los discípulos misioneros que Cristo quiere que seamos. Sin duda, lo seremos para nuestras familias y nuestros amigos, pero también para los que no conocemos, especialmente para quienes podrían ser poco benévolos e incluso hostiles con nosotros. Esta apertura hacia los demás comienza en la familia, en nuestras casas, donde se aprende a conocer la misericordia y el amor de Dios. Y se expresa también en el cuidado de los ancianos y de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.


El testimonio de los mártires nuestra, a todos los que han conocido su historia, entonces y hoy, que los placeres mundanos y el poder terreno no dan alegría ni paz duradera. Es más, la fidelidad a Dios, la honradez y la integridad de la vida, así como la genuina preocupación por el bien de los otros, nos llevan a esa paz que el mundo no puede ofrecer. Esto no disminuye nuestra preocupación por las cosas de este mundo, como si mirásemos solamente a la vida futura. Al contrario, nos ofrece un objetivo para la vida en este mundo y nos ayuda a acercarnos a los necesitados, a cooperar con los otros por el bien común y a construir, sin excluir a nadie, una sociedad más justa, que promueva la dignidad humana, defienda la vida, don de Dios, y proteja las maravillas de la naturaleza, la creación, nuestra casa común.


Queridos hermanos y hermanas, esta es la herencia que han recibido de los mártires ugandeses: vidas marcadas por la fuerza del Espíritu Santo, vidas que también ahora siguen dando testimonio del poder transformador del Evangelio de Jesucristo. Esta herencia no la hacemos nuestra como un recuerdo circunstancial o conservándola en un museo como si fuese una joya preciosa. En cambio, la honramos verdaderamente, y a todos los santos, cuando llevamos su testimonio de Cristo a nuestras casas y a nuestros prójimos, a los lugares de trabajo y a la sociedad civil, tanto si nos quedamos en nuestras propias casas como si vamos hasta los más remotos confines del mundo.


Que los mártires ugandeses, junto con María, Madre de la Iglesia, intercedan por nosotros, y que el Espíritu Santo encienda en nosotros el fuego del amor divino.


Omukama abawe omukisa. (Que Dios los bendiga).


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ENCUENTRO CON LOS JÓVENES


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Kampala, antiguo aeropuerto de Kololo (Uganda)
Sábado 28 de noviembre de 2015


Escuché con mucho dolor en el corazón el testimonio di Winnie y Emmanuel. Pero a medida que he estado escuchando, me hice una pregunta: ¿Una experiencia negativa puede servir para algo en la vida? ¡Sí!. Tanto Emmanuel como Winnie han sufrido experiencias negativas. Winnie pensaba que no había futuro para ella, que la vida para ella era una pared delante, pero Jesús le fue haciendo entender que en la vida se puede hacer un gran milagro: transformar una pared en horizonte. Un horizonte que me abra el futuro. 
Delante de una experiencia negativa – y muchos de acá, muchos de los que estamos acá, hemos tenido experiencias negativas – siempre está la posibilidad de abrir un horizonte, de abrirlo con la fuerza de Jesús. Hoy, Winnie transformó su depresión, su amargura, en esperanza. Y esto no es magia, esto es obra de Jesús, porque Jesús es el Señor, Jesús puede todo. Y Jesús sufrió la experiencia más negativa de la historia: fue insultado, fue rechazado y fue asesinado. Y Jesús por el poder de Dios resucitó. Él puede hacer en cada uno de nosotros lo mismo, con cada experiencia negativa, porque Jesús es el Señor.


Yo me imagino – y todos juntos hagamos un acto de imaginarnos – el sufrimiento de Emmanuel, cuando veía que sus compañeros eran torturados, cuando veía que sus compañeros eran asesinados. Emmanuel fue valiente, se animó. Él sabía que si lo encontraban el día que se escapaba lo mataban. Arriesgó, se confió en Jesús y se escapó, y hoy lo tenemos aquí, después de 14 años, graduado en Ciencias Administrativas. Siempre se puede. Nuestra vida es como una semilla: para vivir hay que morir; y morir, a veces, físicamente, como los compañeros de Emmanuel; morir como murió Carlos Lwanga y los mártires de Uganda. Pero a través de esa muerte, hay una vida, una vida para todos. Si yo transformo lo negativo en positivo, soy un triunfador. Pero eso solamente se puede hacer con la gracia de Jesús. ¿Están seguros de esto?... No escucho nada… ¿Están seguros de esto? [jóvenes: Si!] ¿Están dispuestos a transformar en la vida todas las cosas negativas en positivo? [jóvenes: Si!] ¿Están dispuestos a transformar el odio en amor? [jóvenes: Si!] ¿Están dispuestos a querer transformar la guerra en la paz? [jóvenes: Si!] Ustedes tengan conciencia que son un pueblo de mártires, por las venas de ustedes corre sangre de mártires, y por eso tienen la fe y la vida que tienen ahora. Y esta fe y esta vida, es tan linda, que se la llama “la perla del África”.


Parece que el micrófono no funcionaba bien. A veces, también nosotros no funcionamos bien. ¿Sí o no? Correcto (en inglés). Y cuando no funcionamos bien ¿a quién tenemos que ir a pedirle que nos ayude? ¡No oigo! ¡Más alto! ¡A Jesús! Jesús puede cambiarte la vida. Jesús puede tirarte abajo todos los muros que tenés delante. Jesús puede hacer que tu vida sea un servicio para los demás.


Algunos de ustedes me pueden preguntar: Y para esto, ¿hay una varita mágica? Si vos querés que Jesús te cambie la vida, pedíle ayuda. Y esto se llama rezar. ¿Entendieron bien? ¡Rezar! les pregunto: ¿Ustedes rezan? Seguros (en inglés) Rezadle a Jesús, porque él es el Salvador. ¡Nunca dejen de rezar! La oración es el arma más fuerte que tiene un joven. Jesús nos quiere. Les pregunto: ¿Jesús quiere a unos sí, y a otros no? [No!] ¿Jesús quiere a todos? [Sí!] ¿Jesús quiere ayudar a todos? [Sí!] Entonces, abríle la puerta de tu corazón y dejálo entrar. Dejar entrar a Jesús en mi vida. Y cuando Jesús entra en tu vida, Jesús va a luchar, a luchar contra todos los problemas que señaló Winnie. Luchar contra la depresión, luchar contra el AIDS (SIDA). Pedir ayuda para superar esas situaciones, pero siempre luchar. Luchar con mi deseo y luchar por mi oración. ¿Están dispuestos a luchar? [Sí!] ¿Están dispuestos a desear lo mejor para ustedes? [Sí!] ¿Están dispuestos a rezar, a pedirle a Jesús que los ayude en la lucha? [Sí!]


Y una tercera cosa que les quiero decir. Todos nosotros estamos en la Iglesia, pertenecemos a la Iglesia. ¿Es correcto? [Sí!] Y la Iglesia tiene una Madre. ¿Cómo se llama?... No entiendo [María!] Rezar a la Madre. Cuando un chico se cae, se lastima, se pone a llorar y va a buscar a la mamá. Cuando nosotros tenemos un problema, lo mejor que podemos hacer es ir donde nuestra Madre, y rezarle a María, nuestra Madre. ¿Están de acuerdo? [Sí!] ¿Ustedes, le rezan a la Virgen, a nuestra Madre? [Sí!] Y por aquí [dirigiéndose a un grupo de jóvenes], pregunto: ¿Ustedes rezan a Jesús y a la Virgen, nuestra Madre? [Sí!]


Las tres cosas. Superar las dificultades. Segundo: transformar lo negativo en positivo. Tercero: oración. Oración a Jesús que lo puede todo. Jesús que entra en nuestro corazón y nos cambia la vida. Jesús que vino para salvarme y dio su vida por mí. Rezad a Jesús porque Él es el único Señor. Y como en la Iglesia no somos huérfanos y tenemos una Madre, rezad a nuestra Madre. ¿Y cómo se llama nuestra Madre? [María!] ¡Más fuerte! [María!]


Les agradezco mucho que hayan escuchado. Les agradezco que quieran cambiar lo negativo en positivo. Que quieran luchar contra lo malo con Jesús al lado. Y sobre todo, les agradezco que tengan ganas de nunca dejar de rezar. Y ahora los invito a rezar juntos a nuestra Madre para que nos proteja. ¿Estamos de acuerdo? [Si!] ¿Todos juntos? [Si!]
[Ave María y bendición en inglés]


Por favor, por favor (en inglés). Un último pedido. Rezad por mí, rezad por mí, lo necesito. ¡No se olviden¡ ¡Hasta luego! (en inglés)




 
Texto del discurso preparado por el Santo Padre



Santo Padre: Omukama Mulungi! [Dios es bueno].


Los jóvenes: Obudde Bwoona! [Ahora y siempre].
 

Queridos jóvenes, queridos amigos:


Me alegro de estar aquí y compartir con ustedes estos momentos. Saludo a mis hermanos Obispos y también a las Autoridades civiles aquí presentes. Agradezco al Obispo Paul Ssemogerere sus amables palabras de bienvenida. El testimonio de Winnie y Emmanuel refuerzan mi impresión de que la Iglesia en Uganda está repleta de jóvenes que quieren un futuro mejor. Hoy, si ustedes me lo permiten, quisiera confirmarlos en la fe, alentarlos en el amor y, en especial, fortalecerlos en la esperanza.


La esperanza cristiana no es un simple optimismo; es mucho más que eso. Tiene sus raíces en la vida nueva que hemos recibido en Jesucristo. San Pablo dice que la esperanza no defrauda, porque en el bautismo el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). La esperanza nos hace capaces de confiar en las promesas de Cristo, en la fuerza de su perdón, de su amistad, de su amor, que nos abre las puertas a una vida nueva. Y, precisamente cuando ustedes afrontan un problema, un fracaso, cuando sufren un duro revés, es cuando deben anclar su corazón en este amor, porque tiene poder para cambiar la muerte en vida y eliminar todos los males.


Por eso, esta tarde quisiera ante todo invitarlos a rezar para que este don crezca en ustedes y puedan recibir la gracia de convertirse en misioneros de esperanza. Hay muchísimas personas cerca de nosotros que sufren una profunda inquietud e incluso desesperación. Jesús puede disolver estas nubes, si se lo permitimos


Quisiera compartir también con ustedes algunas ideas sobre ciertos obstáculos que podrían encontrar en el camino de la esperanza. Todos ustedes anhelan un futuro mejor, encontrar un trabajo seguro, gozar de buena salud y bienestar, y esto es bueno. Por el bien del pueblo y de la Iglesia, desean compartir con los demás sus dones, sus aspiraciones y su entusiasmo, y esto es muy bueno. Pero muchas veces, cuando ven la pobreza, cuando constatan la falta de oportunidades o experimentan los fracasos en la vida, puede surgir y crecer en ustedes un sentimiento de desesperación. Pueden caer en la tentación de perder la esperanza.


¿Han visto alguna vez a un niño que se detiene en medio de la calle porque se encuentra un charco que no puede saltar ni bordear? Intenta hacerlo, pero cae y se moja. Entonces, tras varios intentos, pide ayuda a su papá, que lo toma de la mano y lo hace pasar rápidamente al otro lado. Nosotros somos como ese niño. La vida nos depara muchos charcos. No podemos superar todos los problemas y los obstáculos contando sólo con nuestras pobres fuerzas. Sin embargo, si se lo pedimos, Dios está ahí, listo para tomarnos de la mano.


Lo que quiero decir es que todos nosotros, incluso el Papa, deberíamos parecernos a ese niño, porque sólo cuando somos pequeños y humildes nos atrevemos a pedir ayuda a nuestro Padre. Si han tenido la experiencia de haber recibido esta ayuda, saben a qué me estoy refiriendo. Necesitamos aprender a poner nuestra esperanza en él, persuadidos de que siempre está ahí, esperándonos. Esto nos inspira confianza y valor. Pero sería un error –y es imprescindible no olvidarlo– que no compartiéramos esta hermosa experiencia con los demás. Nos equivocaríamos si no nos convirtiéramos en mensajeros de esperanza para los demás.


Quisiera mencionar un «charco» del todo particular que puede asustar a los jóvenes que desean crecer en la amistad con Cristo. Se trata del miedo a fracasar en el compromiso asumido con el amor, sobre todo en ese ideal grande y sublime del matrimonio cristiano. Se puede tener miedo de no llegar a ser una buena esposa y una buena madre, un buen marido y un buen padre. Si nos quedamos mirando ese charco, corremos el riesgo de ver reflejadas en él nuestras propias debilidades y miedos. Por favor, no se dobleguen ante ellos. Estos temores provienen, a veces, del diablo, que no quiere que sean felices. Pero no. Invoquen la ayuda de Dios, ábranle el corazón y Él los aliviará, tomándolos en sus brazos, y les enseñará a amar. De modo especial pido a las parejas jóvenes que tengan confianza en que Dios quiere bendecir su amor y su vida con su gracia en el sacramento del matrimonio. En el corazón del matrimonio cristiano está el don del amor de Dios y no la organización de suntuosas fiestas que oscurecen el profundo significado espiritual de lo que debería ser una jubilosa celebración con familiares y amigos.


Por último, un «charco» al que todos debemos enfrentarnos es el miedo a ser diferentes, a ir en contra de la corriente en una sociedad que constantemente nos impulsa a adoptar modelos de bienestar y consumismo ajenos a los valores profundos de la cultura africana. Piensen qué dirían los mártires de Uganda sobre el mal uso de los modernos medios de comunicación, que exponen a los jóvenes a imágenes y visiones deformadas de la sexualidad que degradan la dignidad humana y sólo conducen a la tristeza y al vacío interior. Cuál sería la reacción de los mártires ugandeses ante el crecimiento de la codicia y la corrupción en la sociedad. Seguramente les pedirían que fueran modelos de vida cristiana, con la confianza de que el amor a Cristo, la fidelidad al Evangelio y el uso racional de los dones que Dios les ha dado contribuyen a enriquecer, purificar y elevar la vida de este país. Ellos siguen indicándoles también hoy el camino. No tengan miedo a dejar que la luz de la fe brille en sus familias, en las escuelas y en los ambientes de trabajo. No tengan miedo a entrar en diálogo humilde con otras personas que puedan tener una visión diferente de las cosas.


Queridos jóvenes, queridos amigos, viendo sus rostros me siento lleno de esperanza: esperanza por ustedes, por su país y por la Iglesia. Les pido que oren para que esta esperanza que han recibido del Espíritu Santo siga inspirando sus esfuerzos para crecer en sabiduría, generosidad y bondad. No olviden ser mensajeros de esta esperanza. Y no olviden que Dios los ayudará a atravesar cualquier «charco» que encuentren a lo largo de su camino.


Tengan esperanza en Cristo, pues Él les hará encontrar la verdadera felicidad. Y si les resulta difícil rezar y esperar, no tengan miedo de acudir a María, porque ella es nuestra Madre, la Madre de la esperanza. Y por último les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Que Dios los bendiga.


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ENCUENTRO CON SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS Y SEMINARISTAS


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Catedral de Kampala (Uganda)
Sábado 28 de noviembre de 2015


Texto del discurso preparado por el Santo Padre


Queridos hermanos sacerdotes,
Queridos religiosos y seminaristas:



Me alegro de estar con ustedes, y les agradezco su afectuosa bienvenida. Agradezco de modo particular a los que han hablado y dado testimonio de las esperanzas y preocupaciones de todos ustedes y, sobre todo, de la alegría que les anima en su servicio al pueblo de Dios en Uganda.


Me complace además que nuestro encuentro tenga lugar en la víspera del primer domingo de Adviento, un tiempo que nos invita a mirar hacia un nuevo comienzo. Durante este Adviento nos preparamos también para cruzar el umbral del Año Jubilar extraordinario de la Misericordia, que he proclamado para toda la Iglesia.


Ante la proximidad del Jubileo de la Misericordia, quisiera plantearles dos preguntas. La primera: ¿Quiénes son ustedes como presbíteros, o futuros presbíteros, y como personas consagradas? En un cierto sentido, la respuesta es fácil: ustedes son ciertamente hombres y mujeres cuyas vidas se han forjado en un «encuentro personal con Jesucristo» (Evangelii gaudium, 3). Jesús ha tocado sus corazones, los ha llamado por sus nombres, y les ha pedido que lo sigan con un corazón íntegro para servir a su pueblo santo.


La Iglesia en Uganda, en su breve pero venerable historia, ha sido bendecida con numerosos testigos –fieles laicos, catequistas, sacerdotes y religiosos– que dejaron todo por amor a Jesús: casa, familia y, en el caso de los mártires, su misma vida. En la vida de ustedes, tanto en su ministerio sacerdotal como en su consagración religiosa, están llamados a continuar este gran legado, sobre todo mediante actos sencillos y humildes de servicio. Jesús desea servirse de ustedes para tocar los corazones de otras personas: Quiere servirse de sus bocas para proclamar su palabra de salvación, de sus brazos para abrazar a los pobres que Él ama, de sus manos para construir comunidades de auténticos discípulos misioneros. Ojalá que nunca nos olvidemos de que nuestro «sí» a Jesús es un «sí» a su pueblo. Nuestras puertas, las puertas de nuestras iglesias, pero sobre todo las puertas de nuestros corazones, han de estar constantemente abiertas al pueblo de Dios, a nuestro pueblo. Porque es esto lo que somos.


Una segunda pregunta que quisiera hacerles esta tarde es: ¿Qué más están llamados a hacer para vivir su vocación específica? Porque siempre hay algo más que podemos hacer, otra milla que recorrer en nuestro camino.


El pueblo de Dios, más aún, todos los pueblos, anhelan una vida nueva, el perdón y la paz. Lamentablemente hay en el mundo muchas situaciones que nos preocupan y que requieren de nuestra oración, a partir de la realidad más cercanas. Ruego ante todo por el querido pueblo de Burundi, para que el Señor suscite en las autoridades y en toda la sociedad sentimientos y propósitos de diálogo y de colaboración, de reconciliación y de paz. Si nuestra misión es acompañar a quien sufre, entonces, de la misma manera que la luz pasa a través de las vidrieras de esta Catedral, hemos de dejar que la fuerza sanadora de Dios pase a través de nosotros. En primer lugar, tenemos que dejar que las olas de su misericordia nos alcancen, nos purifiquen y nos restauren, para que podamos llevar esa misericordia a los demás, especialmente a los que se encuentran en tantas periferias geográficas y existenciales.


Sabemos bien lo difícil que es todo esto. Es mucho lo que queda por hacer. Al mismo tiempo, la vida moderna con sus evasiones puede llegar a ofuscar nuestras conciencias, a disipar nuestro celo, e incluso a llevarnos a esa «mundanidad espiritual» que corroe los cimientos de la vida cristiana. La tarea de conversión –esa conversión que es el corazón del Evangelio (cf. Mc 1,15)– hay que llevarla a cabo todos los días, luchando por reconocer y superar esos hábitos y modos de pensar que alimentan la pereza espiritual. Necesitamos examinar nuestras conciencias, tanto individual como comunitariamente.


Como ya he señalado, estamos entrando en el tiempo de Adviento, que es el tiempo de un nuevo comienzo. En la Iglesia nos gusta afirmar que África es el continente de la esperanza, y no faltan motivos para ello. La Iglesia en estas tierras ha sido bendecida con una abundante cosecha de vocaciones religiosas. Esta tarde quisiera dirigir una palabra de ánimo a los jóvenes seminaristas y religiosos aquí presentes. El llamado del Señor es una fuente de alegría y una invitación a servir. Jesús nos dice que «de lo que rebosa el corazón habla la boca» (Lc 6,45). Que el fuego del Espíritu Santo purifique sus corazones, para que sean testigos alegres y convencidos de la esperanza que da el Evangelio. Ustedes tienen una hermosísima palabra que anunciar. Ojalá la anuncien siempre, sobre todo con la integridad y la convicción que brota de sus vidas.


Queridos hermanos y hermanas, mi visita en Uganda es breve, y hoy ha sido una jornada larga. Sin embargo, considero el encuentro de esta tarde como la coronación de este día bellísimo, en el que me he podido acercar como peregrino al Santuario de los Mártires Ugandeses, en Namugongo, y me he encontrado con muchísimos jóvenes que son el futuro de la Nación y de la Iglesia. Ciertamente me iré de África con una esperanza grande en la cosecha de gracia que Dios está preparando en medio de ustedes. Les pido a cada uno que recen pidiendo una efusión abundante de celo apostólico, una perseverancia gozosa en el llamado que han recibido y, sobre todo, el don de un corazón puro, siempre abierto a las necesidades de todos nuestros hermanos y hermanas. De este modo, la Iglesia en Uganda se mostrará verdaderamente digna de su gloriosa herencia y podrá afrontar los desafíos del futuro con firme esperanza en las promesas de Cristo. Los tendré muy presentes en mi oración, y les pido que recen por mí.


Domingo 29 de noviembre de 2015



ENCUENTRO CON LA CLASE DIRIGENTE Y CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Bangui (República Centroafricana)
Domingo 29 de noviembre de 2015


Excelentísima Jefa del Estado de Transición,
Distinguidas autoridades,
Miembros del Cuerpo Diplomático,
Representantes de Organizaciones internacionales,
Queridos hermanos Obispos,
Señoras y señores:


Lleno de alegría por encontrarme con ustedes, quiero en primer lugar expresar mi profundo agradecimiento por la afectuosa acogida que me han dispensado y agradezco a la excelentísima Jefa del Estado de Transición por su amable discurso de bienvenida. Desde este lugar, que de alguna manera es la casa de todos los centroafricanos, y a través de usted y de las demás autoridades del país aquí presentes, me complace manifestar mi simpatía y cercanía espiritual a todos sus conciudadanos. Saludo también a los miembros del Cuerpo Diplomático y a los representantes de las organizaciones internacionales, cuyo trabajo evoca el ideal de solidaridad y de cooperación que se ha de promover entre los pueblos y las naciones.


En este momento en que la República Centroafricana se encamina, poco a poco y a pesar de las dificultades, hacia la normalización de su vida social y política, piso por primera vez esta tierra, siguiendo los pasos de mi predecesor San Juan Pablo II. Vengo como peregrino de la paz, y me presento como apóstol de la esperanza. Por este motivo, felicito a las diversas autoridades nacionales e internacionales, con la Jefa del Estado de Transición a la cabeza, por los esfuerzos que han realizado para dirigir el país en esta etapa. Deseo ardientemente que las diferentes consultas nacionales, que se celebrarán en las próximas semanas, permitan al país entrar con serenidad en una nueva etapa de su historia.
El lema de la República Centroafricana, que resume la esperanza de los pioneros y el sueño de los padres fundadores, es como una luz para el camino: «Unidad – Dignidad – Trabajo». Hoy más que nunca, esta trilogía expresa las aspiraciones de todos los centroafricanos y, por tanto, es una brújula segura para las autoridades que han de guiar los destinos del país. Unidad, dignidad, trabajo. Tres palabras cargadas de significado, cada una de las cuales representa más una obra por hacer que un programa acabado, una tarea que llevar a cabo sin cesar.


En primer lugar, la unidad. Como todos saben, éste es un valor fundamental para la armonía de los pueblos. Se ha de vivir y construir teniendo en cuenta la maravillosa diversidad del mundo circundante, evitando la tentación de tener miedo de los demás, del que no nos es familiar, del que no pertenece a nuestro grupo étnico, a nuestras opciones políticas o a nuestra religión. La unidad requiere, por el contrario, crear y promover una síntesis de la riqueza que cada uno lleva consigo. La unidad en la diversidad es un desafío constante que reclama creatividad, generosidad, abnegación y respeto por los demás.


Después, la dignidad. Este valor moral, sinónimo de honestidad, lealtad, bondad y honor, es el que caracteriza a los hombres y mujeres conscientes de sus derechos y de sus deberes, y que lleva al respeto mutuo. Cada persona tiene una dignidad. He escuchado con agrado que la República Centroafricana es el país «Zo Kwe zo», el país donde cada uno es una persona. Hay que hacer lo que sea para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana. Y el que tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social. Por lo tanto, el acceso a la educación y a la sanidad, la lucha contra la desnutrición y el esfuerzo por asegurar a todos una vivienda digna, ha de tener un puesto principal en un plan de desarrollo que se preocupe de la dignidad humana. En última instancia, la grandeza del ser humano consiste en trabajar por la dignidad de sus semejantes.


La tercera, el trabajo. A través del trabajo ustedes pueden mejorar la vida de sus familias. San Pablo dijo: «No corresponde a los hijos ahorrar para los padres, sino a los padres para los hijos» (2 Co 12,14). El esfuerzo de los padres pone de manifiesto su amor por los hijos. Ustedes, centroafricanos, pueden mejorar esta maravillosa tierra, usando con responsabilidad sus múltiples recursos. Su país se encuentra en una zona que, debido a su excepcional riqueza en biodiversidad, está considerada como uno de los dos pulmones de la humanidad. En este sentido, y remitiéndome a la Encíclica Laudato si’, me gustaría llamar la atención de todos, ciudadanos, autoridades del país, socios internacionales y empresas multinacionales, acerca de la grave responsabilidad que les corresponde en la explotación de los recursos medioambientales, en las opciones y proyectos de desarrollo, que de una u otra manera afectan a todo el planeta. La construcción de una sociedad próspera debe ser una obra solidaria. La sabiduría de sus gentes ha comprendido siempre esta verdad y la ha expresado en este refrán: «Aunque pequeñas, las hormigas son muchas y por eso almacenan un gran botín en su nido».


Sin duda resulta superfluo hacer hincapié en la importancia crucial que tiene la conducta y la gestión de las autoridades públicas. Ellas deben ser las primeras que han de encarnar en sus vidas con coherencia los valores de la unidad, la dignidad y el trabajo, y ser un ejemplo para sus compatriotas.


La historia de la evangelización de esta tierra y la historia socio-política del país dan fe del compromiso de la Iglesia con los valores de la unidad, la dignidad y el trabajo. Recordando a los pioneros de la evangelización de la República Centroafricana, saludo a mis hermanos obispos, responsables de continuarla en la actualidad. Junto a ellos, renuevo el propósito de esta Iglesia particular de contribuir cada vez más a la promoción del bien común, especialmente a través de la búsqueda de la paz y la reconciliación. La búsqueda de la paz y la reconciliación. No me cabe duda de que las autoridades centroafricanas, actuales y futuras, se esforzarán sin descanso para garantizar a la Iglesia unas condiciones favorables para el cumplimiento de su misión espiritual. Así podrá contribuir todavía más a «promover a todos los hombres y a todo el hombre» (Populorum progressio, 14), por usar la feliz expresión de mi predecesor, el beato Papa Pablo VI, que hace casi 50 años fue el primer Papa de los últimos tiempos que vino a África, para alentarla y confirmarla en el bien, en el alba de un nuevo amanecer.


Por mi parte, deseo ahora reconocer los esfuerzos realizados por la Comunidad internacional, aquí representada por el Cuerpo diplomático y los miembros de varias Misiones de las organizaciones internacionales. Les animo fervientemente a que sigan avanzando todavía más en el camino de la solidaridad, con la esperanza de que su compromiso, unido al de las Autoridades centroafricanas, sirva para que el país progrese, sobre todo en la reconciliación, el desarme, la preservación de la paz, la asistencia sanitaria y la cultura de una buena gestión en todos los ámbitos.
Por último, me gustaría expresar de nuevo mi alegría por visitar este hermoso país, que situado en el corazón de África está habitado por un pueblo profundamente religioso y con un rico patrimonio natural y cultural. Veo que es un país bendecido por Dios. Que el pueblo de Centro África, así como sus líderes e interlocutores, aprecien el verdadero valor de estos dones, trabajando sin cesar por la unidad, la dignidad humana y la paz basada en la justicia. Que Dios los bendiga a todos. Gracias.


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VISITA AL CAMPO DE REFUGIADOS DE SAINT SAUVEUR


SALUDO DEL SANTO PADRE


Bangui (República Centroafricana)
Domingo, 29 de noviembre de 2015


Saludo a todos vosotros que estaís aquí.


Les digo que he leído lo que los niños han escrito [carteles]:  “paz”, “perdón”, “unidad” y tantas cosas… “amor”. Tenemos que trabajar y rezar para hacer todo lo posible por la paz. Pero la paz sin amor, sin amistad, sin tolerancia, sin perdón, no es posible. Cada uno de nosotros tiene que hacer algo. Yo os deseo a todos y a todos los centroafricanos la paz, una gran paz entre vosotros. Que podáis vivir en paz, cualquiera que sea vuestra etnia, cultura, religión, estado social. ¡Pero todos en paz! ¡Todos! Porque todos somos hermanos. Me gustaría que los repitiéramos juntos: "Todos somos hermanos".  [La gente repite: “Todos somos hermanos”] ¡Una y otra vez! [“Todos somos hermanos”]. Y por esto, porque todos somos hermanos, queremos la paz.


Voy a daros las bendición del Señor. El Señor los bendiga: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Y rezad por mí! Rezad por mí, habéis oído? [“Sì!”]


(Traducción del original italiano: )


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ENCUENTRO CON LAS COMUNIDADES EVANGÉLICAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Sede de la Facultad de teología evangélica de Bangui [FATEB], 
República Centroafricana
Domingo 29 de noviembre de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Me alegra estar en esta Facultad de Teología Evangélica. Agradezco al Decano de la Facultad y al Presidente de la Alianza Evangélica Centroafricana sus amables palabras de bienvenida. Con profundo sentimiento de amor fraterno, saludo a cada uno de ustedes y, por su medio, también a los miembros de sus comunidades. Todos estamos aquí para servir al mismo Señor resucitado, que nos congrega hoy; y, gracias al mismo Bautismo recibido, estamos invitados a anunciar la alegría del Evangelio a los hombres y mujeres de este querido País de Centroáfrica.


Desde hace demasiado tiempo, su pueblo está marcado por pruebas y violencia que provocan tanto sufrimiento. Eso hace que el anuncio del Evangelio sea más necesario y urgente. Porque es la carne del mismo Cristo quien sufre, que sufre en sus miembros predilectos: los pobres de su pueblo, los enfermos, los ancianos y los abandonados, los niños huérfanos o que han sido abandonados a su suerte, sin guía y sin educación. Son también todos aquellos cuya alma y cuerpo han sido heridos por la violencia y el odio; aquellos a los que la guerra les ha quitado todo, el trabajo, la casa, sus seres queridos.


Dios no hace distinción entre los que sufren. A esto lo he llamado con frecuencia el ecumenismo de la sangre. Todas nuestras comunidades sin distinción sufren a causa de la injusticia y el odio ciego que el demonio desencadena; y en esta circunstancia, quiero expresar mi cercanía y mi solicitud hacia el Pastor Nicolás, cuya casa ha sido recientemente saqueada e incendiada, así como la sede de su comunidad. En este difícil contexto, el Señor no deja de enviarnos a manifestar a todos su ternura, su compasión y misericordia. 


Este sufrimiento común y esta misión común son una ocasión providencial para progresar juntos en el camino de la unidad; y son también un medio espiritual indispensable. ¿Cómo podría el Padre rechazar la gracia de la unidad, aunque todavía imperfecta, a sus hijos que sufren juntos y que en diversas ocasiones se unen para servir a los hermanos?
Queridos hermanos, la división de los cristianos es un escándalo, porque es ante todo contraria a la voluntad del Señor. Es también un escándalo frente al odio y la violencia que desgarra a la humanidad, frente a las numerosas contradicciones que se alzan contra el Evangelio de Cristo. Por eso, y apreciando el espíritu de respeto mutuo y de colaboración que existe entre los cristianos en su país, los animo a proseguir por este camino, sirviendo juntos con caridad. Es un testimonio de Cristo, que construye la unidad.


Que, con ánimo siempre creciente y con vistas a la plena comunión que anhelamos, añadan a la perseverancia y a la caridad el servicio de la plegaria y de la reflexión en común, en búsqueda de un mejor conocimiento recíproco, de una mayor confianza y amistad.


Les aseguro que los acompañaré con mi oración en este camino fraterno de servicio, reconciliación y misericordia, un camino largo pero lleno de alegría y esperanza.


Pido al Señor Jesús que bendiga a todos ustedes, que bendiga sus comunidades y bendiga también a nuestra Iglesia. Y les pido que recen por mí. Muchas gracias.


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APERTURA DE LA PUERTA SANTA DE LA CATEDRAL DE BANGUI
Y SANTA MISA CON SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, CATEQUISTAS Y JÓVENES
 
Catedral de Bangui (República Centroafricana)
I Domingo de Adviento, 29 de noviembre de 2015


PALABRAS DEL SANTO PADRE DURANTE EL RITO DE APERTURA 
DE LA PUERTA SANTA 


Bangui se convierte hoy en la capital espiritual del mundo. El Año Santo de la Misericordia llega anticipadamente a esta tierra. Una tierra que sufre desde hace años la guerra, el odio, la incomprensión, la falta de paz. En esta tierra sufriente también están todos los países del mundo que están pasando por la cruz de la guerra. Bangui se convierte en la capital espiritual de la oración por la misericordia del Padre. Pidamos todos nosotros paz, misericordia, reconciliación, perdón, amor. Pidamos la paz para Bangui, para toda la República Centroafricana para todos los países que sufren la guerra, pidamos la paz.
Todos juntos pidamos amor y paz.


Y ahora, con esta oración, comenzamos el Año Santo, aquí, en esta capital espiritual del mundo, hoy.




HOMILÍA DEL SANTO PADRE


En este primer Domingo de Adviento, tiempo litúrgico de la espera del Salvador y símbolo de la esperanza cristiana, Dios ha guiado mis pasos hasta ustedes, en este tierra, mientras la Iglesia universal se prepara para inaugurar el Año Jubilar de la Misericordia. Me alegra de modo especial que mi visita pastoral coincida con la apertura de este Año Jubilar en su país. Desde esta Catedral, mi corazón y mi mente se extiende con afecto a todos los sacerdotes, consagrados y agentes de pastoral de este país, unidos espiritualmente a nosotros en este momento. Por medio de ustedes, saludo también a todos los centroafricanos, a los enfermos, a los ancianos, a los golpeados por la vida. Algunos de ellos tal vez están desesperados y no tienen ya ni siquiera fuerzas para actuar, y esperan sólo una limosna, la limosna del pan, la limosna de la justicia, la limosna de un gesto de atención y de bondad.


Al igual que los apóstoles Pedro y Juan, cuando subían al templo y no tenían ni oro ni plata que dar al pobre paralítico, vengo a ofrecerles la fuerza y el poder de Dios que curan al hombre, lo levantan y lo hacen capaz de comenzar una nueva vida, «cruzando a la otra orilla» (Lc 8,22).


Jesús no nos manda solos a la otra orilla, sino que en cambio nos invita a realizar la travesía con Él, respondiendo cada uno a su vocación específica. Por eso, tenemos que ser conscientes de que si no es con Él no podemos pasar a la otra orilla, liberándonos de una concepción de familia y de sangre que divide, para construir una Iglesia-Familia de Dios abierta a todos, que se preocupa por los más necesitados. Esto supone estar más cerca de nuestros hermanos y hermanas, e implica un espíritu de comunión. No se trata principalmente de una cuestión de medios económicos, sino de compartir la vida del pueblo de Dios, dando razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15) y siendo testigos de la infinita misericordia de Dios que, como subraya el salmo responsorial de este domingo, «es bueno [y] enseña el camino a los pecadores» (Sal 24,8). Jesús nos enseña que el Padre celestial «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Nosotros también, después de haber experimentado el perdón, tenemos que perdonar. Esta es nuestra vocación fundamental: «Por tanto, sean perfectos, como es perfecto el Padre celestial» (Mt 5,48). Una de las exigencias fundamentales de esta vocación a la perfección es el amor a los enemigos, que nos previene de la tentación de la venganza y de la espiral de las represalias sin fin. Jesús ha insistido mucho sobre este aspecto particular del testimonio cristiano (cf. Mt 5,46-47). Los agentes de evangelización, por tanto, han de ser ante todo artesanos del perdón, especialistas de la reconciliación, expertos de la misericordia. Así podremos ayudar a nuestros hermanos y hermanas a «cruzar a la otra orilla», revelándoles el secreto de nuestra fuerza, de nuestra esperanza, de nuestra alegría, que tienen su fuente en Dios, porque están fundados en la certeza de que Él está en la barca con nosotros. Como hizo con los Apóstoles en la multiplicación de los panes, el Señor nos confía sus dones para que nosotros los distribuyamos por todas partes, proclamando su palabra que afirma: «Ya llegan días en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá» (Jr 33,14).


En los textos litúrgicos de este domingo, descubrimos algunas características de esta salvación que Dios anuncia, y que se presentan como otros puntos de referencia para guiarnos en nuestra misión. Ante todo, la felicidad prometida por Dios se anuncia en términos de justicia. El Adviento es el tiempo para preparar nuestros corazones a recibir al Salvador, es decir el único Justo y el único Juez que puede dar a cada uno la suerte que merece. Aquí, como en otras partes, muchos hombres y mujeres tienen sed de respeto, de justicia, de equidad, y no ven en el horizonte señales positivas. A ellos, Él viene a traerles el don de su justicia (cf. Jr 33,15). Viene a hacer fecundas nuestras historias personales y colectivas, nuestras esperanzas frustradas y nuestros deseos estériles. Y nos manda a anunciar, sobre todo a los oprimidos por los poderosos de este mundo, y también a los que sucumben bajo el peso de sus pecados: «En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”» (Jr 33,16). Sí, Dios es Justicia. Por eso nosotros, cristianos, estamos llamados a ser en el mundo los artífices de una paz fundada en la justicia.


La salvación que se espera de Dios tiene también el sabor del amor. En efecto, preparándonos a la Navidad, hacemos nuestro de nuevo el camino del pueblo de Dios para acoger al Hijo que ha venido a revelarnos que Dios no es sólo Justicia sino también y sobre todo Amor (cf. 1 Jn 4,8). Por todas partes, y sobre todo allí donde reina la violencia, el odio, la injusticia y la persecución, los cristianos estamos llamados a ser testigos de este Dios que es Amor. Al mismo tiempo que animo a los sacerdotes, consagrados y laicos de este país, que viven las virtudes cristianas, incluso heroicamente, reconozco que a veces la distancia que nos separa de ese ideal tan exigente del testimonio cristiano es grande. Por eso rezo haciendo mías las palabras de san Pablo: «Que el Señor los colme y los haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos» (1 Ts 3,12). En este sentido, lo que decían los paganos sobre los cristianos de la Iglesia primitiva ha de estar presente en nuestro horizonte como un faro: «Miren cómo se aman, se aman de verdad» (Tertuliano, Apologetico, 39, 7).


Por último, la salvación de Dios proclamada tiene el carácter de un poder invencible que vencerá sobre todo. De hecho, después de haber anunciado a sus discípulos las terribles señales que precederán su venida, Jesús concluye: «Cuando empiece a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza; se acerca su liberación» (Lc 21,28). Y, si san Pablo habla de un amor «que crece y rebosa», es porque el testimonio cristiano debe reflejar esta fuerza irresistible que narra el Evangelio. Jesús, también en medio de una agitación sin precedentes, quiere mostrar su gran poder, su gloria incomparable (cf. Lc 21,27), y el poder del amor que no retrocede ante nada, ni frente al cielo en convulsión, ni frente a la tierra en llamas, ni frente al mar embravecido. Dios es más fuerte que cualquier otra cosa. Esta convicción da al creyente serenidad, valor y fuerza para perseverar en el bien frente a las peores adversidades. Incluso cuando se desatan las fuerzas del mal, los cristianos han de responder al llamado de frente, listos para aguantar en esta batalla en la que Dios tendrá la última palabra. Y será una palabra de amor.


Lanzo un llamamiento a todos los que empuñan injustamente las armas de este mundo: Depongan estos instrumentos de muerte; ármense más bien con la justicia, el amor y la misericordia, garantías de auténtica paz. Discípulos de Cristo, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos en este país que lleva un nombre tan sugerente, situado en el corazón de África, y que está llamado a descubrir al Señor como verdadero centro de todo lo que es bueno: la vocación de ustedes es la de encarnar el corazón de Dios en medio de sus conciudadanos. Que el Señor nos afiance y nos haga presentarnos ante «Dios nuestro Padre santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos» (1 Ts 3,13). Que así sea.


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CONFESIÓN DE ALGUNOS JÓVENES Y COMIENZO DE LA VIGILIA DE ORACIÓN

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Plaza de la Catedral, Bangui (República Centroafricana)
I Domingo de Adviento, 29 de noviembre de 2015



Queridos jóvenes


Les saludo a todos con afecto. El amigo, que ha hablado en nombre de todos, ha dicho que el símbolo de ustedes es el bananier, porque el bananier es un símbolo de la vida: siempre crece, siempre se reproduce, siempre da frutos que alimentan mucho. El bananier es también resistente. Creo que esto deja claro el camino que se les propone en este difícil momento de guerra, odio, división: el camino de la resistencia.


Su amigo decía que algunos de ustedes quieren irse. Pero escapar de los retos de la vida nunca es una solución. Es necesario resistir, tener el valor de la resistencia, de la lucha por el bien. Quien huye no tiene el valor de dar vida. El bananier da la vida y sigue reproduciéndose dando siempre más vida porque resiste, porque permanece, porque es ahí. Algunos de ustedes me preguntarán: «Pero Padre, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo se hace para resistir?». Les diré dos o tres cosas que tal vez les sean útiles para resistir.


En primer lugar, la oración. La oración es poderosa. La oración vence al mal. La oración te acerca a Dios, que es el Todopoderoso. Les hago una pregunta: ¿Ustedes rezan? No oigo bien... [los jóvenes gritan: ¡«Sí»!]. No lo olviden.


Segundo: trabajar por la paz. Y la paz no es un documento que se firma y se queda ahí. La paz se hace todos los días. La paz es trabajo artesanal que se hace con las manos, que se hace con la propia vida. Alguno podría decirme: «Padre, dígame, ¿cómo puedo ser yo artesano de la paz?». En primer lugar, no odiar nunca. Y, si uno te hace algún mal, tratar de perdonar. Nada de odio. Mucho perdón. Digámoslo juntos: «Nada de odio. Mucho perdón» [todos lo repiten]. Y, si no tienes odio en tu corazón, si perdonas, serás un vencedor. Pues serás vencedor de la batalla más difícil de la vida, vencedor en el amor. Y por el amor viene la paz.


Ustedes, ¿quieren ser ganadores o perdedores en la vida? ¿Qué es lo que quieren? Y se vence solamente por el camino del amor, la senda del amor. Y, ¿se puede amar al enemigo? Sí. ¿Se puede perdonar a quien te ha hecho mal? Sí. Así, con el amor y el perdón, ustedes serán ganadores. Con amor serán ganadores en la vida y darán siempre vida. El amor jamás les hará perdedores.


Ahora les deseo lo mejor para ustedes. Piensen en el bananier. Piensen en la resistencia ante las dificultades. Huir, irse lejos no es una solución. Ustedes han de ser valientes. ¿Han entendido lo que significa ser valiente? Valientes para perdonar, valientes para amar, valientes para construir la paz. ¿De acuerdo? Digámoslo juntos: «Valiente en el amor, valiente en el perdón y valiente en construir» [todos lo repiten].


Queridos jóvenes centroafricanos, estoy muy contento de encontrarles. Hoy hemos abierto esta Puerta. Simboliza la Puerta de la Misericordia de Dios. Confíen en Dios. Porque él es misericordioso, él es amor, él es capaz de darnos la paz. Por eso les he dicho al principio que recen: hay que rezar para resistir, para amar, para no odiar, para ser artesanos de la paz.


Muchas gracias por su presencia. Ahora iré adentro para oír las confesiones de algunos de ustedes...


¿Están con el corazón dispuesto a resistir? ¿Sí o no? ¿Están con el corazón dispuesto a luchar por la paz? ¿Están con el corazón dispuesto para perdonar? ¿Están con el corazón dispuesto para la reconciliación? ¿Están con el corazón dispuesto a amar a este hermoso país? Y vuelvo al principio: ¿Están con el corazón dispuesto a rezar?


Y les pido también que recen por mí, para que sea un buen obispo, para que sea un buen Papa. ¿Me prometen que rezarán por mí?


Y ahora les impartiré la bendición, a ustedes y a sus familias. Una bendición pidiendo al Señor que les dé amor y la paz.


[Bendición]


Buenas noches, y recen por mí.



Discurso preparado por el Santo Padre


Queridos jóvenes, queridos amigos:


Buenas tardes.


Me alegro mucho de encontrarles en esta tarde en que comenzamos con el Adviento un nuevo año litúrgico. ¿No es éste acaso el momento para una nueva salida, una ocasión para «pasar a la otra orilla» (cf. Lc 8,22)?


Agradezco a Evans las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Durante nuestro encuentro administraré a alguno de ustedes el sacramento de la Reconciliación. Quisiera invitarles a que reflexionen sobre la grandeza de este sacramento en el que Dios viene a nuestro encuentro de un modo personal. Cada vez que se lo pedimos, Él viene con nosotros para hacer que «pasemos a la otra orilla», a esta orilla de nuestra vida en la que Dios nos perdona, derrama sobre nosotros su amor que cura, alivia y levanta. El Jubileo de la Misericordia, que hace apenas un momento he tenido la alegría de abrir especialmente para ustedes, queridos amigos centroafricanos y africanos, nos recuerda precisamente que Dios nos espera con los brazos abiertos, como nos lo sugiere la hermosa imagen del Padre que acoge al hijo pródigo.


En efecto, el perdón que hemos recibido nos consuela y nos permite recomenzar con el corazón lleno de confianza y en paz, capaces de vivir en armonía con nosotros mismos, con Dios y con los demás. Este perdón recibido nos permite también a su vez perdonar. Lo necesitamos siempre, especialmente en las situaciones de conflicto, de violencia, como las que ustedes experimentan con tanta frecuencia. Renuevo mi cercanía a todos los que han sido afectados por el dolor, la separación, las heridas provocadas por el odio y la guerra. En este contexto, resulta humanamente muy difícil perdonar a quien nos ha hecho daño. Pero Dios nos da fuerza y ánimo para convertirnos en esos artesanos de reconciliación y de paz que tanto necesita su país. El cristiano, discípulo de Cristo, camina siguiendo las huellas de su Maestro, que en la cruz pidió al Padre que perdonara a los que lo crucificaban (cf. Lc 23,34). ¡Qué lejos está este comportamiento de los sentimientos que con demasiada frecuencia tenemos en nuestro corazón…! Meditar esta actitud y esta palabra de Jesús: «Padre, perdónalos», nos ayudará a convertir nuestra mirada y nuestro corazón. Para muchos, es un escándalo que Dios se haya hecho hombre como nosotros. Es un escándalo que muriera en una cruz. Sí, un escándalo: el escándalo de la cruz. La cruz sigue provocando escándalo. Pero es la única vía segura: la de la cruz, la de Jesús, que vino a compartir nuestra vida para salvarnos del pecado (cf. Encuentro con los jóvenes argentinos, Catedral de Río de Janeiro, 25 julio 2013). Queridos amigos, esta cruz nos habla de la cercanía de Dios: Él está con nosotros, está con cada uno de ustedes en las alegrías como en los momentos de prueba.


Queridos jóvenes, el bien más valioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Están convencidos de ello? ¿Son conscientes del valor inestimable que ustedes tienen a los ojos de Dios? ¿Saben que Él los ama y acoge incondicionalmente, así como son? (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015, 2). Lo conocerán mejor, y también ustedes se conocerán a sí mismos, si dedican tiempo a la oración, a la lectura de la Escritura, y especialmente del Evangelio. En efecto, los consejos de Jesús pueden iluminar también hoy sus sentimientos y opciones. Ustedes son entusiastas y generosos, en busca de un gran ideal, desean la verdad y la belleza. Los animo a que tengan el espíritu vigilante y crítico frente a cualquier compromiso contrario al mensaje del Evangelio. Les agradezco su dinamismo creativo, que tanto necesita la Iglesia. Cultívenlo. Sean testigos de la alegría que viene del encuentro con Jesús. Que ella los transforme, que haga su fe más fuerte, más sólida, para superar los temores y profundizar cada vez más en el proyecto de amor que Dios tiene para con ustedes. Dios quiere lo mejor para todos sus hijos. Quienes se dejan mirar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1). Y aprenden a mirar en cambio al otro como a un hermano, a aceptar que sea diferente y a descubrir que es un don para ellos. Así es como se construye la paz cada día. Esto nos pide recorrer la vía del servicio y la humildad, estar atentos a las necesidades de los demás. Para entrar en esta lógica, hay que tener un corazón que sepa abajarse y compartir la vida de los más pobres. Esta es la verdadera caridad. De esta forma, a partir de las cosas pequeñas, crece la solidaridad y desaparecen los gérmenes de división. Y así es como el diálogo entre los creyentes da fruto, la fraternidad se vive día a día y ensancha el corazón, abriendo un futuro. De este modo, ustedes pueden hacer mucho bien a su país, y yo los animo a seguir adelante.


Queridos jóvenes, el Señor vive y camina a su lado. Cuando las dificultades parecen acumularse, cuando el dolor y la tristeza crecen alrededor de ustedes, Él no los abandona. Nos ha dejado el memorial de su amor: la Eucaristía y los sacramentos para proseguir en el camino, encontrando en ellos la fuerza para avanzar cada día. Esta ha de ser la fuente de su esperanza y de su valor para pasar a la otra orilla (cf. Lc 8,22) con Jesús, que abre caminos nuevos para ustedes y su generación, para sus familias y para su país. Rezo para que tengan esta esperanza. Aférrense a ella y la podrán dar a los demás, a nuestro mundo golpeado por las guerras, los conflictos, el mal y el pecado. No lo olviden: el Señor está con ustedes. Él confía en ustedes. Desea que sean sus discípulos-misioneros, sostenidos en los momentos de dificultad y de prueba por la oración de la Virgen María y de toda la Iglesia. 


Queridos jóvenes de Centroáfrica, vayan, yo los envío.


Lunes 30 de noviembre de 2015
 
 
ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD MUSULMANA

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Mezquita principal de Koudoukou, Bangui (República Centroafricana)
Lunes 30 de noviembre de 2015


Queridos amigos, representantes y creyentes musulmanes:


Es para mí una gran alegría estar con ustedes y expresarles mi gratitud por su afectuosa bienvenida. Agradezco particularmente al Imán Tidiani Moussa Naibi sus palabras de bienvenida. Mi visita pastoral a la República Centroafricana no estaría completa sin este encuentro con la comunidad musulmana.


Cristianos y musulmanes somos hermanos. Tenemos que considerarnos así, comportarnos como tales. Sabemos bien que los últimos sucesos y la violencia que ha golpeado su país no tenía un fundamento precisamente religioso. Quien dice que cree en Dios ha de ser también un hombre o una mujer de paz. Cristianos, musulmanes y seguidores de las religiones tradicionales, han vivido juntos pacíficamente durante muchos años. Tenemos que permanecer unidos para que cese toda acción que, venga de donde venga, desfigura el Rostro de Dios y, en el fondo, tiene como objetivo la defensa a ultranza de intereses particulares, en perjuicio del bien común. Juntos digamos «no» al odio, «no» a la venganza, «no» a la violencia, en particular a la que se comete en nombre de una religión o de Dios. Dios es paz, Dios salam.


En estos tiempos dramáticos, las autoridades religiosas cristianas y musulmanes han querido estar a la altura de los desafíos del momento. Han desempeñado un papel importante para restablecer la armonía y la fraternidad entre todos. Quisiera expresarles mi gratitud y mi estima. Podemos recordar también los numerosos gestos de solidaridad que cristianos y musulmanes han tenido hacia sus compatriotas de otras confesiones religiosas, acogiéndolos y defendiéndolos durante la última crisis en su país, pero también en otras partes del mundo.


Confiamos en que las próximas consultas nacionales den al país unos Representantes que sepan unir a los centroafricanos, convirtiéndose en símbolos de la unidad de la nación, más que en representantes de una facción. Los animo vivamente a trabajar para que su país sea una casa acogedora para todos sus hijos, sin distinción de etnia, adscripción política o confesión religiosa. La República Centroafricana, situada en el corazón de África, gracias a la colaboración de todos sus hijos, podrá dar entonces un impulso en esta línea a todo el continente. Podrá influir positivamente y ayudar a apagar los focos de tensión todavía activos y que impiden a los africanos beneficiarse de ese desarrollo que merecen y al que tienen derecho.


Queridos amigos, queridos hermanos, los invito a rezar y a trabajar en favor de la reconciliación, la fraternidad y la solidaridad entre todos, teniendo presente a las personas que más han sufrido por estos sucesos.


Que Dios los bendiga y los proteja. Salam alaikum!

 
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SANTA MISA
 
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
 
Estadio del Complejo deportivo Barthélémy Boganda, Bangui (República Centroafricana)
Lunes 30 de noviembre de 2015


No deja de asombrarnos, al leer la primer lectura, el entusiasmo y el dinamismo misionero del Apóstol Pablo. «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rm 10,15). Es una invitación a agradecer el don de la fe que estos mensajeros nos han transmitido. Nos invita también a maravillarnos por la labor misionera que –no hace mucho tiempo– trajo por primera vez la alegría del Evangelio a esta amada tierra de Centroáfrica. Es bueno, sobre todo en tiempos difíciles, cuando abundan las pruebas y los sufrimientos, cuando el futuro es incierto y nos sentimos cansados, con miedo de no poder más, reunirse alrededor del Señor, como hacemos hoy, para gozar de su presencia, de su vida nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos.


La otra orilla es, sin duda, la vida eterna, el Cielo que nos espera. Esta mirada tendida hacia el mundo futuro ha fortalecido siempre el ánimo de los cristianos, de los más pobres, de los más pequeños, en su peregrinación terrena. La vida eterna no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y compromete a perseverar en la fe y en el amor.


Pero esa otra orilla más inmediata que buscamos alcanzar, la salvación que la fe nos obtiene y de la que nos habla san Pablo, es una realidad que transforma ya desde ahora nuestra vida presente y el mundo en que vivimos: «El que cree con el corazón alcanza la justicia» (cf. Rm 10,10). Recibe la misma vida de Cristo que lo hace capaz de amar a Dios y a los hermanos de un modo nuevo, hasta el punto de dar a luz un mundo renovado por el amor.


Demos gracias al Señor por su presencia y por la fuerza que nos comunica en nuestra vida diaria, cuando experimentamos el sufrimiento físico o moral, la pena, el luto; por los gestos de solidaridad y de generosidad que nos ayuda a realizar; por las alegrías y el amor que hace resplandecer en nuestras familias, en nuestras comunidades, a pesar de la miseria, la violencia que, a veces, nos rodea o del miedo al futuro; por el deseo que pone en nuestras almas de querer tejer lazos de amistad, de dialogar con el que es diferente, de perdonar al que nos ha hecho daño, de comprometernos a construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado. En todo esto, Cristo resucitado nos toma de la mano y nos lleva a seguirlo. Quiero agradecer con ustedes al Señor de la misericordia todo lo que de hermoso, generoso y valeroso les ha permitido realizar en sus familias y comunidades, durante las vicisitudes que su país ha sufrido desde hace muchos años.


Es verdad, sin embargo, que todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río y, con renovado empeño misionero, tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla. Todo bautizado ha de romper continuamente con lo que aún tiene del hombre viejo, del hombre pecador, siempre inclinado a ceder a la tentación del demonio –y cuánto actúa en nuestro mundo y en estos momentos de conflicto, de odio y de guerra–, que lo lleva al egoísmo, a encerrarse en sí mismo y a la desconfianza, a la violencia y al instinto de destrucción, a la venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles…


Sabemos también que a nuestras comunidades cristianas, llamadas a la santidad, les queda todavía un largo camino por recorrer. Es evidente que todos tenemos que pedir perdón al Señor por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar testimonio del Evangelio. Ojalá que el Año Jubilar de la Misericordia, que acabamos de empezar en su País, nos ayude a ello. Ustedes, queridos centroafricanos, deben mirar sobre todo al futuro y, apoyándose en el camino ya recorrido, decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País, a lanzarse hacia nuevos horizontes, a ir mar adentro, a aguas profundas. El Apóstol Andrés, con su hermano Pedro, al llamado de Jesús, no dudaron ni un instante en dejarlo todo y seguirlo: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4,20). También aquí nos asombra el entusiasmo de los Apóstoles que, atraídos de tal manera por Cristo, se sienten capaces de emprender cualquier cosa y de atreverse, con Él, a todo.


Cada uno en su corazón puede preguntarse sobre su relación personal con Jesús, y examinar lo que ya ha aceptado –o tal vez rechazado– para poder responder a su llamado a seguirlo más de cerca. El grito de los mensajeros resuena hoy más que nunca en nuestros oídos, sobre todo en tiempos difíciles; aquel grito que resuena por «toda la tierra […] y hasta los confines del orbe» (cf. Rm 10,18; Sal 18,5). Y resuena también hoy aquí, en esta tierra de Centroáfrica; resuena en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras parroquias, allá donde quiera que vivamos, y nos invita a perseverar con entusiasmo en la misión, una misión que necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más generosos, más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a ser este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión y cultura, espera a menudo sin saberlo. En efecto, ¿cómo podrá este hermano –se pregunta san Pablo– creer en Cristo si no oye ni se le anuncia la Palabra?


A ejemplo del Apóstol, también nosotros tenemos que estar llenos de esperanza y de entusiasmo ante el futuro. La otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros. Él ha resucitado de entre los muertos; desde entonces, las dificultades y sufrimientos que padecemos son ocasiones que nos abren a un futuro nuevo, si nos adherimos a su Persona. Cristianos de Centroáfrica, cada uno de ustedes está llamado a ser, con la perseverancia de su fe y de su compromiso misionero, artífice de la renovación humana y espiritual de su País. Subrayo, artífice de la renovación humana y espiritual.
 
 
Que la Virgen María, quien después de haber compartido el sufrimiento de la pasión comparte ahora la alegría perfecta con su Hijo, los proteja y los fortalezca en este camino de esperanza. Amén.


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