lunes, 30 de noviembre de 2015

FRANCISCO: Ángelus de noviembre 2015 (22, 15, 8 y 1°)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
NOVIEMBRE 2015


Plaza de San Pedro
Solemnidad de Cristo Rey
Domingo 22 de noviembre de 2015



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En este último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que «no es de este mundo» (Jn 18, 36). Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otro modo, y sin embargo es rey en este mundo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición, la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias. La lógica del Evangelio, es decir la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y la gratuidad, se afirma silenciosa pero eficazmente con la fuerza de la verdad. Los reinos de este mundo a veces se construyen en la arrogancia, rivalidad, opresión; el reino de Cristo es un «reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio).


¿Cuándo Jesús se ha revelado rey? ¡En el evento de la Cruz! Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Alguno de vosotros puede decir: «Pero, ¡padre, esto ha sido un fracaso!». Es precisamente en el fracaso del pecado —el pecado es un fracaso—, en el fracaso de la ambición humana, donde se encuentra el triunfo de la Cruz, ahí está la gratuidad del amor. En el fracaso de la Cruz se ve el amor, este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que aparece como la realización última de una vida dedicada a la total entrega de sí en favor de la humanidad. En el Calvario, los presentes y los jefes se mofan de Jesús clavado en la cruz, y le lanzan el desafío: «Sálvate a ti mismo bajando de la cruz» (Mc 15, 30). «Sálvate a ti mismo». Pero paradójicamente la verdad de Jesús es la que en forma de burla le lanzan sus adversarios: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar» (v. 31). Si Jesús hubiese bajado de la cruz, habría cedido a la tentación del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvarse a sí mismo precisamente para poder salvar a los demás, porque ha dado su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. Decir: «Jesús ha dado su vida por el mundo» es verdad, pero es más bonito decir: «Jesús ha dado su vida por mí». Y hoy en la plaza, cada uno de nosotros diga en su corazón: «Ha dado su vida por mí, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados».


Y esto, ¿quién lo entendió? Lo entendió bien uno de los dos ladrones que fueron crucificados con Él, llamado el «buen ladrón», que le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42). Y este era un malhechor, era un corrupto y estaba ahí condenado a muerte precisamente por todas las brutalidades que había cometido en su vida. Pero vio en la actitud de Jesús, en la humildad de Jesús, el amor. Y esta es la fuerza del reino de Cristo: es el amor. Por esto la majestad de Jesús no nos oprime, sino que nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, la reconciliación y el perdón. Miremos la Cruz de Jesús, miremos al buen ladrón y digamos todos juntos lo que dijo el buen ladrón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Todos juntos: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Pedir a Jesús, cuando nos sintamos débiles, pecadores, derrotados, que nos mire y decir: «Tú estás ahí. ¡No te olvides de mí!».


Ante las muchas laceraciones en el mundo y las demasiadas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María que nos sostenga en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, comprensión y misericordia.


Después del Ángelus


Ayer, en Barcelona, fueron proclamados beatos Federico de Berga y veinticinco compañeros mártires, asesinados en España durante la feroz persecución contra la Iglesia en el siglo pasado. Se trata de sacerdotes, jóvenes profesos en espera de la ordenación y hermanos laicos pertenecientes a la Orden de los Frailes Menores Capuchinos. Encomendemos a su intercesión a los numerosos hermanos y hermanas nuestros que desgraciadamente también hoy, en diferentes partes del mundo, son perseguidos a causa de la fe en Cristo.


Saludo a todos los peregrinos, llegados de Italia y de diferentes países: las familias, grupos parroquiales, asociaciones. En particular saludo a los de México, Australia y Paderborn (Alemania). Saludo a los fieles de Avola, Mestre, Foggia, Pozzallo, Campagna y de la Val di Non; así como a los grupos musicales —que he escuchado— y que celebran a santa Cecilia, patrona del canto y la música. Después del Ángelus, que os oigan, porque tocáis bien.


El próximo miércoles inicio el viaje a África, visitando Kenia, Uganda y la República Centroafricana. Os pido a todos que recéis por este viaje, para que sea para todos estos queridos hermanos, y también para mí, un signo de cercanía y amor. Pidamos juntos a la Virgen que bendiga a estas queridas tierras, para que allí haya paz y prosperidad.
[ Ave María...]


Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


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Plaza de San Pedro
Domingo 15 de noviembre de 2015



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 


El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico propone una parte del discurso de Jesús sobre los advenimientos últimos de la historia humana, orientada al pleno cumplimiento del Reino de Dios (cfr Mc 13,24-32). Es un discurso que Jesús hizo en Jerusalén, antes de su última Pascua. Contiene algunos elementos apocalípticos, como guerras, carestía, catástrofes cósmicas: «el sol se oscurecerá, la luna no dará más su luz, las estrellas caerán del cielo y los astros que están en los se conmoverán» (vv. 24-25). Todavía estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central en torno al cual rota el discurso de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su retorno al final de los tiempos.


Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado. Yo les quisiera preguntar, ¿cuántos de vosotros piensan esto? Habrá un día en que yo me encontraré cara a cara con el Señor. Y ésta es nuestra meta: este encuentro. Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, nos encontramos con una persona: Jesús. Por lo tanto, el problema no es “cuándo” ocurrirán los signos premonitorios de los últimos tiempos, sino el hacer que nos encuentre preparados. Y no se trata ni si quiera de saber “cómo” sucederán estas cosas, sino “cómo” debemos comportarnos, hoy, en su espera. Estamos llamados a vivir el presente, construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios. La parábola de la higuera que germina, como símbolo del verano que se aproxima, (cfr vv. 28-29), dice que la prospectiva del final no nos desvía de la vida presente, sino que nos hace mirar nuestros días con una óptica de esperanza. Es esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el rostro del Señor resucitado, que viene «con gran poder y gloria» (v. 26), que nos manifiesta su amor crucificado transfigurado en la resurrección. El triunfo de Jesús al final de los tiempos, será el triunfo de la Cruz; la demostración de que el sacrificio de sí mismo por amor del prójimo, a imitación de Cristo, es el único poder victorioso y el único punto firme en medio de la confusión y de las tragedias del mundo. 


El Señor Jesús no es sólo el punto de arribo del peregrinaje terreno, sino que es una presencia constante en nuestra vida, está siempre a nuestro lado, nos acompaña siempre; por esto cuando habla del futuro y nos impulsa hacia aquel, es siempre para reconducirnos al presente. Él se pone contra los falsos profetas, contra los visionarios que prevén que se avecina el fin del mundo, y contra el fatalismo. Él está al lado, camina con nosotros, quiere nuestro bien. Quiere sustraer a sus discípulos de cada época de la curiosidad para las fechas, las previsiones, los horóscopos, y concentra nuestra atención sobre el hoy de la historia. Yo tendría ganas de preguntarles - pero no responda, cada uno responda interiormente: ¿cuántos de vosoros leen el horóscopo del día? Cada uno responda. ¿Y cuando tienen ganas de leer el horóscopo?, mira a Jesús, que está contigo. Es mejor, te hará mejor. Esta presencia de Jesús nos llama a la espera y la vigilancia, que excluyen tanto la impaciencia como la pereza, tanto las fugas hacia delante como el permanecer encarcelados en el tiempo actual y en la mundanidad.


También en nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y tampoco la adversidad y las dificultades de todo tipo. Todo pasa – nos recuerda el Señor -; sólo Él, su Palabra permanece como luz que guía, y anima nuestros pasos y nos perdona siempre, porque está al lado nuestro. Sólo es necesario mirarlo y nos cambia el corazón. Que la Virgen María nos ayude a confiar en Jesús, el sólido fundamento de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su amor. 

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Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas,


Deseo expresar mi dolor por los ataques terrorisgtas que en la noche viernes han ensangrenado a Francia, causando numerosas víctimas. Al Presidente de la República Francesa y a todos los ciudadanos expreso mis más fraternas condolencias. De forma particular a los familiares de cuantos han perdido la vida y a los heridos.

Tanta barbarie nos deja consternados y nos hace preguntarnos cómo el corazón del hombre pueda idear y realizar actos así de horribles, que han asolado no solamente a Francia sino al mundo entero. Ante tales actos, no se puede no condenar la incualificable afrenta a la dignidad de la persona humana. Deseo reafirmar con vigor que ¡el camino de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad y que utilizar el nombre de Dios para justificar este camino es una blasfemia!


Los invito a unirse a mi oración: confiemos a la misericordia de Dios a las víctimas inermes de esta tragedia. Que la Virgen María, Madre de la misericordia, suscite en los corazones de todos pensamientos de sabiduría y propósitos de paz. A Ella pidámosle proteger y velar sobre la querida Nación francesa, la primera hija de la Iglesia, sobre Europa y sobre el mundo entero. Todos juntos recemos un momento en silencio y después recemos el Ave Maria.


[Ave Maria…]


Ayer, en Três Pontas, en el Estado de Minas Gerais en Brasil, ha sido proclamado beato don Francisco de Paula Victor, sacerdote brasileño de orígen africano, hijo de una esclava. Párroco generoso y vigilante en la catequesis y en la administración de los sacramentos, se distinguió sobre todo por su gran humildad. Que su extraordinario testimonio pueda servir de modelo para tantos sacerdotes, llamados a ser humildes servidores del pueblo de Dios.
 

Saludo a todos vosotros, familias, parroquias, asociaciones y fieles individuales, que han venido de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, saludo a los peregrinos provenientes de Granada, Málaga, Valencia y Murcia (España), San Salvador y Malta; a la asociación “Acompañantes Santuarios Marianos en el Mundo” y al Instituto secular “Cristo Rey”.
 

A todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!

(Traducción del original italiano: )
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Plaza de San Pedro
Domingo 8 de noviembre de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, con este sol bonito!


El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.


Comencemos por la primera: qué es lo que no debemos hacer. En la primera parte, Jesús señala tres defectos que se manifiestan en el estilo de vida de los escribas, maestros de la ley: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos —dice Jesús— les encanta «que les hagan reverencia en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (Mc 12, 38-39). Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden la falsedad y la injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para «devorar los bienes de las viudas» (v. 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los extranjeros, las personas más indefensas y desamparadas. Por último, los escribas «aparentan hacer largas oraciones» (v. 40). También hoy existe el riesgo de comportarse de esta forma. Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.


También la segunda parte del Evangelio de hoy va en esta línea. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como limosna. Hay muchos ricos que echan tantas monedas, y una pobre mujer, viuda, que da apenas dos pequeñas monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer e indica a los discípulos el fuerte contraste de la escena. Los ricos han dado, con gran ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con discreción y humildad, ha echado «todo lo que tenía para vivir» (v. 44); por ello —dice Jesús— ella ha dado más que todos. Debido a su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere ir a la mitad con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué bonito ejemplo esa viejecita!


Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro para juzgar no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay plenitud en tu corazón. Pensad esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud. No es cosa de billetera, sino de corazón. Hay diferencia entre billetera y corazón… Hay enfermedades cardíacas que hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no va bien! Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperar nada a cambio.


Permitidme que cuente una anécdota, que sucedió en mi diócesis anterior. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá estaba en el trabajo; estaban comiendo filetes empanados… En ese momento, llaman a la puerta y uno de los hijos —pequeños, 5, 6 años, y 7 años el más grande— viene y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida». Y la mamá, una buena cristiana, les pregunta: «¿qué hacemos?». —«Démosle mamá…». —«De acuerdo». Toma el tenedor y el cuchillo y les quita la mitad de cada filete. «¡Ah, no, mamá no! ¡Así no! Dáselo del frigo». —«¡No, preparamos tres bocadillos con esto!». Y los hijos aprendieron que la verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro que esa tarde tuvieron un poco de hambre... Pero, así se hace.


Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos —como esos niños, de la mitad del filete— de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo.


Pidamos al Señor que nos admita en la escuela de esta pobre viuda, que Jesús, con el desconcierto de los discípulos, hace subir a la cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita.
 

Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Sé que muchos de vosotros os sentís turbados por las noticias que han circulado en los últimos días sobre documentos reservados de la Santa Sede que fueron sustraídos y publicados. Por esta razón quisiera deciros, ante todo, que robar esos documentos es un delito. Es un acto deplorable que no ayuda. Yo mismo había pedido que se hiciera ese estudio, y mis colaboradores y yo ya conocíamos bien esos documentos, tomándose algunas medidas que comenzaron a dar frutos, incluso algunos visibles.


Quiero aseguraros que este triste hecho no me desvía en absoluto del trabajo de reforma que estamos llevando adelante, con mis colaboradores y con el apoyo de todos vosotros. Sí, con el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva con la oración y con la santidad cotidiana de cada bautizado.


Por consiguiente, os agradezco y os pido que continuéis rezando por el Papa y por la Iglesia, sin dejarse turbar, yendo adelante con confianza y esperanza.


Hoy, en Italia, se celebra la Jornada de acción de gracias que este año tiene por tema «El suelo, bien común». Me uno a los obispos en el deseo de que todos se comporten como administradores responsables de un precioso bien colectivo, la tierra, cuyos frutos tienen un destino universal. Estoy cercano, con gratitud, al mundo agrícola, y animo a cultivar la tierra de modo que se custodie su fertilidad, a fin de que produzca alimento para todos, hoy y para las generaciones futuras. En este contexto, se lleva a cabo en Roma la Jornada diocesana por la custodia de la creación, que este año está enriquecida por la «Marcha por la tierra».


En Florencia comenzará mañana la V Asamblea eclesial nacional, con la participación de los obispos y de los delegados de todas las diócesis italianas. Se trata de un importante evento de comunión y de reflexión, en el que también yo tendré la alegría de participar, durante la jornada del martes próximo, después de una breve visita a Prato.


Saludo con afecto a todos los fieles romanos y peregrinos. De modo especial a los estudiantes franceses de la región parisiense, a los fieles procedentes de Japón y Polonia, y también los de la localidad italiana de Scandicci. Saludo a los representantes de la Orden de Predicadores —dominicos— que ayer comenzó las celebraciones con motivo del octavo centenario de su fundación. Que el Señor os bendiga mucha en esta celebración. Y muchas gracias por todos lo que hacéis en y por la Iglesia.
A todos os deseo un feliz domingo. Y no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.
 
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SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Plaza de San Pedro
Domingo 1° de noviembre de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y buena fiesta!
 

En la celebración de hoy, fiesta de Todos los Santos, sentimos particularmente viva la realidad de la comunión de los santos, nuestra gran familia, formada por todos los miembros de la Iglesia, ya sea los que somos ahora peregrinos sobre la tierra, como aquellosinmensamente más, que ya la han dejado y están en el Cielo. Estados todos unidos, y esto se llama "comunión de los santos", es decir, la comunidad de todos los bautizados.
 

En la liturgia, el Libro del Apocalipsis se refiere una característica esencial de los santos y dice así: ellos son personas que pertenecen totalmente a Dios. Los presenta como una multitud inmensa de “elegidos”, vestidos de blnco y marcados con el “sello de Dios” (cfr 7,2-4.9-14). Mediante este último particular, con lenguaje alegórico viene subrayado que los santos pertenecen a Dios en modo pleno y exclusivo, son su propiedad. Y ¿qué cosa significa llevar el sello de Dios en la propia vida y en la propia persona? Nos lo dice también el apóstol Juan: significa que en Jesucristo nos hemos transformado verdaderamente en hijos de Dios (cfr 1 Gv 3,1-3).
 

¿Somos conscientes de este gran don? ¡Todos somos hijos de Dios! ¿Recordamos que en el Bautismo hemos recibido el “sello” de nuestro Padre celeste y nos hemos transformado en sus hijos? Para decirlo en modo simple: ¡portamos el apellido de Dios!, nuestro apellido es Dios, porque somos hijos de Dios. ¡Aquí está la raíz de la vocación a la santidad!  Y los santos que hoy recordamos son precisamente aquellos que han vivido en la gracia de su Bautismo, han conservado íntegro el “sello” comportándose como hijos de Dios, tratando de imitar a Jesús; y ahora han alcanzado la meta, porque finalmente “ven a Dios así como Él es”.
 

Una segunda característica propia de los santos es que son ejemplos para imitar.  Pero prestemos atención: no solamente aquellos canonizados, sino  también los santos, por así decir, “de la puerta al lado” que con la gracia de Dios, se han esforzado por practicar el Evangelio en su vida ordinaria. De estos santos hemos encontrado tantos también nosotros; quizás hemos tenido alguno en familia, o entre los amigos y los conocidos. Debemos estarles agradecidos, y sobre todo debemos estar agradecidos a Dios que nos los ha dado, que nos los puso cerca, como ejemplos vivos y contagiosos del modo de vivir y de morir en la fidelidad al Señor Jesús y a su Evangelio. Cuánta gente buena hemos conocido y conocemos. Y nosotros decimos: ¡“Pero esta persona es un santo”!, lo decimos, nos viene espontáneo. Estos son los santos de “la puerta al lado”, aquellos no canonizados pero que viven con nosotros.
 

Imitar sus gestos de amor y de misericordia es un poco como perpetuar su presencia en este mundo. Y, en efecto, aquellos gestos evangélicos son los únicos que resisten a la destrucción de la muerte: un acto de ternura, una ayuda generosa, un tiempo dedicado a escuchar, una visita, una palabra buena, una sonrisa… Ante nuestros ojos estos gestos pueden parecer insignificantes, pero ante los ojos de Dios son eternos, porque el amor y la compasión son más fuertes que la muerte.
 

Que la Virgen María, Reina de Todos los Santos, nos ayude a confiarnos más de la gracia de Dios, para caminar con impulso en el camino de la santidad. A nuestra Madre confiamos nuestro compromiso cotidiano, y le rogamos también por nuestros queridos difuntos, en la íntima esperanza de reencontrarnos un día, todos juntos, en la comunión gloriosa del Cielo.


Llamamiento por la situación en República Centroafricana
 

Queridos hermanos y hermanas, 
 

Los dolorosos episodios que en estos últimos días han intensificado la delicada situación de la República Centroafricana, suscitan en mi ánimo viva preocupación. Hago un llamado a las partes involucradas para que se ponga fin a este ciclo de violencias. Estoy espiritualmente cercano a los Padres combonianos de la parroquia Nuestra Señora de Fátima en Bangui, que acogen numerosos refugiados. Expreso mi solidaridad a la Iglesia, a las otras confesiones religiosas y a la entera nación Centroafricana, tan duramente probada mientras realizan todo tipo de esfuerzo para superar las divisiones y remprender el camino de la paz. Para manifestar la cercanía orante de toda la Iglesia a esta nación tan afligida y atormentada y exhortar a todos los centroafricanos a ser siempre más testigos de misericordia y de reconciliación, el domingo 29 de noviembre tengo intención de abrir la puerta santa de la catedral de Bangui, durante el Viaje Apostólico que espero poder realizar a aquella nación.


Después del Ángelus 
 

Ayer, en Frascati, ha sido proclamada Beata Madre Teresa Casini, fundadora de las Hermanas Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús, Mujer contemplativa y misionera, ha hecho de su vida una oblación de oración y de caridad concreta en el sostenimiento de los sacerdotes. Agradezco al Señor por su testimonio.
 

Saludo a todos vosotros peregrinos, provenientes de Italia y de tantos Países; en particular, aquellos de Malasia y de Valencia (España).
 

Saludo a los participantes en la Carrera de los Santos y en la Marcha de los Santos, promovidas respectivamente por la Fundación “Don Bosco en el mundo” y por la Asociación “Familia Pequeña Iglesia”. Aprecio estas manifestaciones que ofrecen una dimensión de fiesta popular a la celebración de Todos los Santos. Saludo también a la Coral de San Cataldo,  a los jóvenes de Ruvo de Puglia y aquellos de Papanice.
 

Esta tarde me dirigiré al Cementerio del Verano, donde celebraré la Santa Misa en sufragio de los difuntos. Visitando el principal cementerio de Roma, me uno espiritualmente a cuantos en estos días van a rezar a las tumbas de sus seres queridos, en todas partes del mundo.
 

A todos deseo paz y serenidad en la compañía espiritual de los Satos. Buen domingo y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen Almuerzo y adiós!
 

(Traducción del original italiano: )


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