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Namugongo, UGANDA, 28 de noviembre de 2015
(VIS).- A primera hora de esta mañana, el Papa FRANCISCO ha visitado el santuario
anglicano de Namugongo (bajo la jurisdicción de la Iglesia de Uganda)
que surge en el lugar del martirio de 25 mártires ugandeses (1884-1887),
católicos y anglicanos, cuyas reliquias se conservan en una capilla
adyacente al edificio sacro que dista pocos kilómetros del santuario
católico. El Santo Padre fue acogido por el Arzobispo anglicano Stanley
Ntagali y descubrió una placa conmemorativa cerca de la capilla,
restaurada en fecha reciente, y se dirigió al lugar donde los mártires
fueron condenados, torturados y asesinados. En el santuario había una
nutrida representación, 40 obispos, del episcopado anglicano ugandés.
Después de rezar durante unos minutos en silencio, el Santo Padre se
despidió del Arzobispo Ntagali para recorrer en papamóvil los tres
kilómetros que separan el santuario anglicano del católico.
El
santuario nacional católico de Namugongo surge en una gran parque
natural donde las ceremonias religiosas se desarrollan a menudo al aire
libre, dada la gran afluencia de fieles. La forma de la iglesia recuerda
la de las cabañas de la etnia Baganda y se asienta sobre 22 pilastras
que recuerdan a los 22 mártires católicos. Frente a la entrada principal
de la basílica, bajo el gran altar está el lugar donde Carlos Lwanga
fue quemado vivo en 1886. La iglesia fue consagrada por el beato Pablo
VI durante su viaje apostólico a Uganda en 1969 y es meta de
peregrinaciones a lo largo del año, pero sobre todo el 3 de junio, día
del martirio de Carlos Lwanga.
Antes
de celebrar la Eucaristía, FRANCISCO se detuvo en la Basílica para
rezar ante el altar que conserva las reliquias de Carlos Lwanga. Después
dio una vuelta en papamóvil para saludar a los miles de fieles que
participaron en la misa votiva por el quincuagésimo aniversario de la
canonización de los mártires de Uganda y pronunció la siguiente homilía:
''Desde
la época Apostólica hasta nuestros días, ha surgido un gran número de
testigos para proclamar a Jesús y manifestar el poder del Espíritu
Santo. Hoy, recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires
ugandeses, cuyo testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha alcanzado
precisamente ''los extremos confines de la tierra''. Recordamos también a
los mártires anglicanos, su muerte por Cristo testimonia el ecumenismo
de la sangre. Todos estos testigos han cultivado el don del Espíritu
Santo en sus vidas y han dado libremente testimonio de su fe en
Jesucristo, aun a costa de su vida, y muchos de ellos a muy temprana
edad''.
''También
nosotros hemos recibido el don del Espíritu, que nos hace hijos e hijas
de Dios, y también para dar testimonio de Jesús y hacer que lo conozcan
y amen en todas partes. Hemos recibido el Espíritu cuando renacimos por
el bautismo, y cuando fuimos fortalecidos con sus dones en la
Confirmación. Cada día estamos llamados a intensificar la presencia del
Espíritu Santo en nuestra vida, a ''reavivar'' el don de su amor divino
para convertirnos en fuente de sabiduría y fuerza para los demás''.
''El
don del Espíritu Santo se da para ser compartido. Nos une mutuamente
como fieles y miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo. No recibimos
el don del Espíritu sólo para nosotros, sino para edificarnos los unos a
los otros en la fe, en la esperanza y en el amor. Pienso en los santos
José Mkasa y Carlos Lwanga que, después de haber sido instruidos por
otros en la fe, han querido transmitir el don que habían recibido. Lo
hicieron en tiempos difíciles. No estaba amenazada solamente su vida,
sino también la de los muchachos más jóvenes confiados a sus cuidados.
Dado que ellos habían cultivado la propia fe y habían crecido en el amor
de Cristo, no tuvieron miedo de llevar a Cristo a los demás, aun a
precio de la propia vida. Su fe se convirtió en testimonio; venerados
como mártires, su ejemplo sigue inspirando hoy a tantas personas en el
mundo. Ellos siguen proclamando a Jesucristo y el poder de la cruz''.
''Si,
a semejanza de los mártires, reavivamos cotidianamente el don del
Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, entonces llegaremos a
ser de verdad los discípulos misioneros que Cristo quiere que seamos.
Sin duda, lo seremos para nuestras familias y nuestros amigos, pero
también para los que no conocemos, especialmente para quienes podrían
ser poco benévolos e incluso hostiles con nosotros. Esta apertura hacia
los demás comienza en la familia, en nuestras casas, donde se aprende a
conocer la misericordia y el amor de Dios. Y se expresa también en el
cuidado de los ancianos y de los pobres, de las viudas y de los
huérfanos''.
''El
testimonio de los mártires nuestra, a todos los que han conocido su
historia, entonces y hoy, que los placeres mundanos y el poder terreno
no dan alegría ni paz duradera. Es más, la fidelidad a Dios, la honradez
y la integridad de la vida, así como la genuina preocupación por el
bien de los otros, nos llevan a esa paz que el mundo no puede ofrecer.
Esto no disminuye nuestra preocupación por las cosas de este mundo, como
si mirásemos solamente a la vida futura. Al contrario, nos ofrece un
objetivo para la vida en este mundo y nos ayuda a acercarnos a los
necesitados, a cooperar con los otros por el bien común y a construir,
sin excluir a nadie, una sociedad más justa, que promueva la dignidad
humana, defienda la vida, don de Dios, y proteja las maravillas de la
naturaleza, la creación, nuestra casa común'.
''Queridos
hermanos y hermanas, esta es la herencia que han recibido de los
mártires ugandeses: vidas marcadas por la fuerza del Espíritu Santo,
vidas que también ahora siguen dando testimonio del poder transformador
del Evangelio de Jesucristo. Esta herencia no la hacemos nuestra como un
recuerdo circunstancial o conservándola en un museo como si fuese una
joya preciosa. En cambio, la honramos verdaderamente, y a todos los
santos, cuando llevamos su testimonio de Cristo a nuestras casas y a
nuestros prójimos, a los lugares de trabajo y a la sociedad civil, tanto
si nos quedamos en nuestras propias casas como si vamos hasta los más
remotos confines del mundo''.
''Que
los mártires ugandeses, junto con María, Madre de la Iglesia,
intercedan por nosotros, y que el Espíritu Santo encienda en nosotros el
fuego del amor divino. Omukama abawe omukisa. (Que Dios los bendiga)''.