lunes, 30 de noviembre de 2015

FRANCISCO: Homilía de noviembre 1° de 2015

 HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
NOVIEMBRE 2015


SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Cementerio del Verano, Roma
 Domingo 1° de noviembre de 2015


En el Evangelio habíamos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la multitud reunida sobre la colina del lago de Galilea (cfr Mt 5,1-12). La palabra del Señor resucitado y e vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar la verdadera bienaventuranza, el camino que conduce al Cielo. Es un camino difícil de comprender porque va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, primero o después pero es feliz.
 

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Podemos preguntarnos ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único tesoro es el Reino de los cielos? Pero la razón es propio esta: que teniendo el corazón vacío y libre de tantas cosas mundanas, esta persona está en “espera” del Reino de los Cielos.
 

«Bienaventurados aquellos que lloran, porque serán consolados». ¿Cómo pueden ser felices aquellos que lloran? Es más, quién en la vida no ha probado la tristeza, la angustia, el dolor, no conocerá jamás la fuerza de la consolación. Felices en cambio pueden ser cuantos tienen la capacidad de conmoverse, la capacidad de sentir en el corazón el dolor que hay en sus vidas y en la vida de los otros. ¡Ellos serán felices! Porque la compasiva mano de Dios Padre los consolará y los acariciará.
 

«Bienaventurados los mansos». Y nosotros al contrario, ¡cuántas veces somos impacientes, nerviosos, siempre prontos a lamentarnos! Hacia los demás tenemos tantas pretensiones, pero cuando nos tocan, reaccionamos alzando la voz, como si fuéramos dueños del mundo, mientras en realidad todos somos hijos de Dios. Pensemos sobretodo en aquellas mamás y en aquellos papás que son tan pacientes con sus hijos, que “los hacen impacientarse”. Este es el camino del Señor: el camino de la humidad y de la paciencia. Jesús ha recorrido esta vía: desde pequeño ha soportado la persecución y el exilio; y posteriormente, de adulto, las calumnias, los engaños, las falsas acusaciones en los tribunales; y todo lo ha soportado con humildad. Ha soportado por amor a nosotros incluso la cruz.
   


«Bienaventurados aquellos que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados». Si, aquellos que tienen un fuerte sentido de la justicia, y no solo hacia los otros, sino ante todo hacia ellos mismos, estos serán saciados, porque están prontos a recibir la justicia más grande, aquella que solo Dios puede dar. Y luego «bienaventurados los misericordiosos, porque encontraran misericordia». Felices aquellos que saben perdonar, que tienen misericordia por los otros, que no juzgan todo ni a todos, sino que se ponen en el lugar de los otros. El perdón es la cosa de lo cual todos tenemos necesidad, ninguno está excluido. Por eso al inicio de la Misa nos reconocemos por aquello que somos, es decir pecadores. Y no es un modo de decir, una formalidad: es un acto de verdad. «Señor, estoy aquí , ten piedad de mi». Y si sabemos dar a los otros el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados. Como decimos en el “Padre Nuestro”: «Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
 

«Bienaventurados los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios». Miremos el rostro de aquellos que van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices? Aquellos que buscan siempre la ocasión para engañar, para aprovecharse de los otros, ¿son felices? No, no pueden ser felices. En cambio, aquellos que cada día, con paciencia, buscan sembrar la paz, son artesanos de paz, de reconciliación, ellos son bienaventurados, porque son verdaderos hijos de nuestro Padre del Cielo, que siembra siempre y solo paz, al punto que ha mandado al mundo a su Hijo como semilla de paz para la humanidad.
 

Queridos hermanos y hermanas, esta es la vía de la santidad, y la misma via de la felicidad. Es la via que ha recorrido Jesús, es más, es Él mismo esta Via: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en la vida eterna. Pidamos al Señor la gracia de ser personas simples y humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser humildes, la gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia.
 

Así han hecho los Santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestro peregrinaje terreno, nos animan a ir adelante. Que su intercesión nos ayude a caminar en la vía de Jesús, y obtenga la felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, por los cuales ofrecemos esta Misa. 
 

(Traducción del original italiano: )


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