“Pero finalmente la salvación es anunciada: “¡Sed fuertes, no temáis!, dice el Profeta. ¡Aquí está vuestro Dios! ¡Él mismo viene a salvaros!”. E inmediatamente todo se transforma: el desierto florece, el consuelo y la alegría llenan los corazones . Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo afirma respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista: “Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan”. No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación que trajo Jesús, aferra todo el ser humano y lo regenera. Dios ha entrado en la historia para liberarnos de la esclavitud del pecado, ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, curar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y darnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios”.
“Estamos llamados a dejarnos invadir por este sentimiento de júbilo… por esta alegría –afirmó FRANCISCO- A un cristiano que no es alegre… algo le falta... ¡o no es cristiano! La alegría del corazón, la alegría inerior que nos empuja y nos da valor. El Señor viene, viene a nuestra vida …a liberarnos de todas las esclavitudes interiores y externas. Él nos indica el camino de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su regreso, nuestra alegría será plena. La Navidad está cerca, los signos de que se aproxima son evidentes por nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el belén con el árbol al lado. Estos signos exteriores nos invitan a recibir al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta, llama a nuestro corazón para acercarse a nosotros. Nos invitan a reconocer sus pasos entre aquellos de los hermanos que nos pasan al lado, especialmente los más débiles y necesitados”.
“Hoy –concluyó– estamos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor, y a compartir esta alegría con los demás, dando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. La Virgen María, la “sierva del Señor”, nos ayude a escuchar la voz de Dios en la oración y a servirlo con compasión en los hermanos, para llegar preparados a la cita con la Navidad, preparando nuestro corazón a recibir a Jesús”.
“Cada día estoy cerca, especialmente con la oración, a la gente de Alepo –dijo el Papa después de rezar el Ángelus– No hay que olvidar que Alepo es una ciudad donde vive gente: familias, niños, ancianos, enfermos ... Por desgracia, nos hemos acostumbrado a la guerra,a la destrucción, pero no hay que olvidar que Siria es un país lleno de historia , de cultura y de fe. No podemos aceptar que la guerra, que es una acumulación de injusticias y falsedades, niegue todo ello. Apelo al compromiso de todos, para que se tome una decisión de civilización: no a la destrucción, sí a la paz, sí a la gente de Alepo y Siria”.
“Y también –prosiguió– rezamos por las víctimas de algunos atroces ataques terroristas que en las últimas horas han afectado a varios países. Diversos son los lugares, pero lamentablemente única es la violencia que siembra muerte y destrucción, y única es también la respuesta: la fe en Dios y la unidad en los valores humanos y civiles. Me gustaría expresar una cercanía especial a mi querido hermano el Papa Tawadros II [Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Copta] y a su comunidad, rezando por los muertos y los heridos”.
A continuación FRANCISCO recordó que hoy en Vientiane, Laos, son beatificados Mario Borzaga, sacerdote de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, Paul Thoj Xyooj, catequista laico y catorce compañeros asesinados por odio a la fe. “Que su heroica fidelidad a Cristo –exclamó– sirva de estímulo y ejemplo a los misioneros, especialmente los catequistas, que en las tierras de misión desempeñan una obra apostólica valiosa e irremplazable, que toda la Iglesia les agradece. Y pensamos en nuestros catequistas que trabajan tanto y tan bien. Ser catequista es bello: es llevar el mensaje del Señor para que crezca en nosotros”. E invitó a los fieles de la Plaza de San Pedro a aplaudir a los catequistas
Por último saludó a los peregrinos de diversos países, subrayando que su primer saludo estaba reservado a los niños y jóvenes de Roma que estaban en la Plaza para la tradicional bendición de la estatuilla del niño Jesús que se coloca en los belenes y que organizan los oratorios parroquiales y las escuelas católicas. “Queridos niños, cuando recéis delante del nacimiento con vuestros padres –dijo– pedid al niño Jesús que nos ayude a todos a amar a Dios y al prójimo. Y acordaos de rezar por mí como yo me acuerdo de vosotros. Gracias”.
También saludó el Pontífice a los profesores de la Universidad Católica de Sydney, a la coral do Mosteiro de Grijó en Portugal y los fieles italianos de Barbianello y Campobasso. Y al final pidió a los nios y jóvenes de la Plaza que cantaran un villancico, deseando a todos antes de despedirse un buen domingo y buen almuerzo.