“Pero no hay que dejar que la esperanza nos abandone porque Dios con su amor camina con nosotros. Yo espero porque Dios camina conmigo: podemos decirlo todos. Cada uno de nosotros puede decir: Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo. Camina y me lleva de la mano. Dios no nos deja solos –subrayó el Pontífice– y el Señor Jesús ha vencido al mal y nos ha abierto el camino de la vida. Sobre todo en este tiempo de Adviento, que es tiempo de espera, en el que nos preparamos para dar la bienvenida una vez más al misterio consolador de la Encarnación y de la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza”, reiteró, pasando a citar las palabras del profeta Isaías, el gran mensajero de la esperanza, que en la segunda parte de su libro dice:
"Consolad, consolad a mi pueblo
– Dice vuestro Dios.
Hablad al corazón de Jerusalén
y decidle bien alto
que ya cumplido su milicia,
ya ha satisfecho por su culpa [...] ».
Una voz clama:
"En el desierto abrid camino al Señor,
trazad en la estepa una calzada recta
a nuestro Dios.
Que todo valle sea elevado,
y todo monte y cerro rebajado;
vuélvase lo escabroso llano
y las breñas planicie
Se revelará la gloria del Señor
y toda criatura a una la verá,
porque la boca del Señor ha hablado”.
“Dios Padre consuela suscitando consoladores, a los que pide que alienten a su pueblo, a sus hijos, anunciando que la tribulación ha terminado, que el dolor se ha acabado y el pecado ha sido perdonado –explicó el Santo Padre– Esto es lo que cura el corazón angustiado y asustado. Por eso el profeta llama a preparar el camino del Señor, abriendonos a sus dones y a su salvación”.
El consuelo al que Isaías se refiere estaba destinado al pueblo israelita que vivía en aquel tiempo la tragedia del exilio en Babilonia y el profeta les dice que ahora existe la posibilidad “de caminar por el camino de Dios, un camino nuevo, allanado y transitable, un camino que hay que preparar en el desierto, para poderlo recorrer y regresar a la patria “Y esta vez será un camino cómodo y ancho, que no hará el viaje arduo. “Preparar ese camino significa pues, preparar un camino de salvación, un camino de liberación de cualquier obstáculo o tropiezo”.
El exilio, como recordó FRANCISCO, “fue un momento dramático en la historia de Israel, el pueblo había perdido todo: la patria, la libertad, la dignidad, e incluso la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza. Pero, hete aquí la llamada del profeta que vuelve a abrir el corazón a la fe. El desierto es un lugar donde es difícil vivir, pero justo allí ahora se podrá caminar no sólo para volver a la patria, sino para volver a Dios, para volver a esperar y a sonreir”.
“Cuando nos topamos con la oscuridad, con las dificultades no sonreímos –observó– La esperanza es la que nos enseña a sonreír para encontrar el camino que lleva a Dios. Una de las primeras cosas que les pasa a las personas que se separan de Dios es que no sonríen. Quizás puedan reírse a carcajadas, una detrás de otra, un chiste, una risotada.. pero les falta la sonrisa. La sonrisa la da solamente la esperanza: es la sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios. La vida es a menudo un desierto, es dificil caminar por ella, pero si nos confiamos a Dios puede llegar a ser hermosa y ancha como una carretera. Basta que no se pierda nunca la esperanza, basta que sigamos creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos frente a un niño, aunque tengamos problemas y dificultades, nos sale una sonrisa porque tenemos delante a la esperanza: un niño es una esperanza. Así tenemos que ver en la vida el camino que nos lleva a encontrarnos con Dios, Dios que se hizo niño por nosotros. Y que hace que sonríamos, que nos dará todo”.
De las palabras de Isaías se sirve san Juan Bautista cuando predica invitando a la conversión diciendo: "Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor". “Es una voz que clama donde parece que ninguno pueda escuchar… que clama en el extravío debido a la crisis de fe –dijo el Santo Padre– No podemos negar que el mundo hoy está en crisis de fe. Se dice: “Yo creo en Dios, soy cristiano” “Yo soy de esa religión”… Pero tu vida está muy lejos de ser cristiana, está muy lejos de Dios. La religión, la fe, ha caído en una expresión; ¿Yo creo? “Sí”. Pero de lo que se trata aquí es de volver a Dios, de convertir el corazón a Dios y recorrer ese camino para encontrarlo. El nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista: Preparar. Preparar el encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa”.
También cuando el Bautista anuncia la venida de Jesús, los israelitas se consideran todavía en el exilio porque, bajo el dominio romano, se sienten como extranjeros en su propia tierra, gobernados por ocupantes poderosos que deciden de sus vidas. "Pero la verdadera historia no es la que escriben los poderosos – destacó el Papa – es la que escribe Dios con sus pequeños... Esos pequeños y sencillos que encontramos en torno a Jesús cuando nació, Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad, María, una joven virgen desposada con José, los pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hecho grandes por su fe, los pequeños que saben seguir esperando. Y la esperanza es la virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza, no saben lo que es”.
“Ellos, los pequeños con Dios son los que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en una calzada ancha para caminar al encuentro de la gloria del Señor. Y llegamos al punto clave: Dejémonos enseñar la esperanza. Esperemos confiados la venida del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín de flores. ¡La esperanza no defrauda!”, exclamó FRANCISCO al final de su catequesis invitando a los participantes en la Audiencia a repetirlo con él.