sábado, 3 de diciembre de 2016

FRANCISCO: Ángelus de noviembre 2016 (27, 20, 13 y 6)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

NOVIEMBRE 2016


Plaza de San Pedro
I Domingo de Adviento, 27 de noviembre de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, es decir, un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con el Adviento. La página del Evangelio (cf. Mt 24, 37-44) nos presenta uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita —lo sabemos todos— se produjo con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda sucede en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; y para concluir estará la tercera y última visita, que profesamos cada vez que recitamos el Credo: «De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a vivos y a muertos». El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino.


La palabra de Dios hace resaltar el contraste entre el desarrollarse normal de las cosas, la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice Jesús: «Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en el que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrasó a todos» (vv. 38-39): así dice Jesús. Siempre nos impresiona pensar en las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin darse cuenta que su vida está apunto de ser alterada. El Evangelio, ciertamente no quiere darnos miedo, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que por una parte relativiza las cosas de cada día pero al mismo tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, una profundidad, un valor simbólico.


Desde esta perspectiva llega también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, por las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas. Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el Señor, y esto es importante. Ese, ese encuentro. Y las cosas de cada día deben tener ese horizonte, deben ser dirigidas a ese horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, «estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado» (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es necesario estar preparados siempre para partir.


En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene a la hora que no nos imaginamos. Viene para presentarnos una dimensión más hermosa y más grande.


Que Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no oponer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato, aunque desarme nuestros planes.



Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Quiero asegurar mi oración por las poblaciones de Centroamérica, especialmente las de Costa Rica y Nicaragua, azotadas por un huracán y, esta última también por un fuerte seísmo. Y rezo también por las del norte de Italia, que están sufriendo a causa de los aluviones.


Os saludo a todos vosotros peregrinos, venidos de Italia y de diversos países: a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones. En particular, saludo a los fieles provenientes del Líbano, Egipto, Eslovaquia y al coro de Limburg (Alemania). Saludo con afecto a la comunidad ecuatoriana, aquí presente; a las familias del Movimiento «Tra Noi»; a los grupos de Altamura, Rieti, San Casciano en Val di Pesa; a la unitalsi de Capaccio y a los alumnos de Bagheria. A todos os deseo un buen domingo y un buen camino de Adviento para encontrar al Señor. ¡Que sea tiempo de esperanza! Salid al encuentro del Señor que sale a nuestro encuentro. La esperanza verdadera fundada en la fidelidad de Dios y en nuestra responsabilidad. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


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Plaza de San Pedro
Domingo 20 de noviembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas,


al término de esta Celebración, elevamos a Dios la alabanza y el agradecimiento por el don que el Año Santo de la Misericordia ha sido para la Iglesia y para tantas personas de buena voluntad. Saludo con deferencia al Presidente de la República Italiana y a las Delegaciones oficiales presentes. Expreso vivo reconocimiento a los responsables del Gobierno italiano y a las otras Instituciones por la colaboración y el compromiso dispensado. Un gracias caluroso a las Fuerzas del Orden, a los operadores de los servicios de acogida, de información, sanitarios y a los voluntarios de todas las edades y procedencia. Agradezco de modo particular al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, a su Presidente y cuantos han cooperado en sus diversas articulaciones.


Un grato recuerdo dirijo a cuantos han contribuido espiritualmente a la realización del Jubileo: pienso en tantas personas ancianas y enfermas, que han rezado incesantemente, ofreciendo incluso sus sufrimientos por el Jubileo. De modo especial quiero agradecer a las monjas de clausura, en la vigilia de la Jornada Pro Orantibus que se celebrará mañana.


Invito a todos a tener un particular recuerdo para estas nuestras Hermanas que se dedican totalmente a la oración y que necesitan de solidaridad espiritual y material.


Ayer en Avignone, en Francia, ha sido proclamado Beato el padre Maria Eugenio del Niño Jesús, de la Orden de los Carmelitas Descalzos, fundador del Instituto secular “Nuestra Señora de la Vida”, hombre de Dios, atento a las necesidades espirituales y materiales del prójimo. Que su ejemplo y su intercesión sostengan nuestro camino de fe.


Deseo saludar cordialmente a todos vosotros, que de varios Países habéis venido para la clausura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Que la Virgen María nos ayude a todos a conservar en el corazón hacer fructificar los dones espirituales del Jubileo de la Misericordia.


(Traducción del Ángelus de su original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx)



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Plaza de San Pedro
Domingo 13 de noviembre de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El pasaje evangélico de hoy (Lc 21, 5—19) contiene la primera parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, en la redacción de san Lucas. Jesús lo pronuncia mientras se encuentra ante el templo de Jerusalén y toma inspiración en las expresiones de admiración de la gente por la belleza del santuario y sus decoraciones (cf v. 5). Entonces Jesús dice: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no será derruida» (v. 6). ¡Podemos imaginar el efecto de estas palabras sobre los discípulos de Jesús! Pero Él no quiere ofender al templo, sino hacerles entender, a ellos y también a nosotros hoy, que las construcciones humanas, incluso las más sagradas, son pasajeras y no hay que depositar nuestra seguridad en ellas. En nuestra vida ¡Cuántas presuntas certezas pensábamos que fuesen definitivas y después se revelaron efímeras! Por otra parte, ¡cuántos problemas nos parecían sin salida y luego se superaron!


Jesús también sabe que siempre hay quien especula sobre la necesidad humana de seguridad. Por eso dice: «no os dejéis engañar» (v. 8), y pone en guardia ante los muchos falsos mesías que se habrían presentado (v. 9). ¡Hoy también los hay! Y añade no dejarse aterrorizar y desorientar por guerras, revoluciones y calamidades, porque esas también forman parte de las realidades de este mundo (cf vv. 10-11). La historia de la Iglesia es rica de ejemplos de personas que han soportado tribulaciones y sufrimientos terribles con serenidad, porque tenían la conciencia de estar seguros en las manos de Dios. Él es un Padre fiel, es un Padre primoroso, que no abandona a sus hijos. ¡Dios no nos abandona nunca! Esta certeza debemos tenerla en el corazón: ¡Dios no nos abandona nunca! Permanecer firmes en el Señor, en la certeza de que Él no nos abandona, caminar en la esperanza, trabajar para construir un mundo mejor, no obstante las dificultades y los acontecimientos tristes que marcan la existencia personal y colectiva, es lo que cuenta de verdad; es lo que la comunidad cristiana está llamada a hacer para salir al encuentro del «día del Señor». Precisamente en esta perspectiva queremos situar el compromiso que surge de estos meses en los cuales hemos vivido con fe el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que hoy se concluye en las Diócesis de todo el mundo con el cierre de las Puertas Santas en las iglesias catedrales. El Año Santo nos ha exigido, por una parte, tener la mirada fija hacia el cumplimiento del Reino de Dios, y por otra, a construir el futuro sobre esta tierra, trabajando para evangelizar el presente, y así hacerlo un tiempo de salvación para todos.


Jesús en el Evangelio nos exhorta a tener fija en la mente y en el corazón la certeza de que Dios guía nuestra historia y conoce el fin último de las cosas y de los eventos. Bajo la mirada misericordiosa del Señor se descubre la historia en su fluir incierto y en su entramado de bien y de mal. Pero todo aquello que sucede está conservado en Él; nuestra vida no se puede perder porque está en sus manos. Recemos a la Virgen María para que nos ayude a través de los acontecimientos felices y tristes de este mundo, a mantener firme la esperanza de la eternidad y del Reino de Dios. Recemos a la Virgen María, para que nos ayude a entender profundamente esta verdad: ¡Dios nunca abandona a sus hijos!
 

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Plaza de San Pedro
Domingo 6 de noviembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Pocos días después de la solemnidad de Todos los Santos y de la conmemoración de los fieles difuntos, la Liturgia de este domingo nos invita, una vez más, a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos. El Evangelio (cf. Lc 20, 27-38) presenta a Jesús confrontándose con algunos saduceos, que no creían en la resurrección y concebían la relación con Dios sólo en la dimensión de la vida terrenal. Entonces, para ridiculizar la resurrección y poner a Jesús en una situación difícil, le presentan un caso paradójico y absurdo: una mujer que ha tenido siete maridos, todos hermanos entre ellos, los cuales, uno detrás de otro, han muerto. Y he aquí entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús: Esa mujer, en la resurrección, ¿de quién será mujer? (v. 33).


Jesús no cae en la trampa y reafirma la verdad de la resurrección, explicando que la existencia después de la muerte será distinta de la de la tierra. Él hace entender a sus interlocutores que no es posible aplicar las categorías de este mundo a las realidades que van más allá y que son más grandes de lo que vemos en esta vida.


En efecto, dice: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (vv. 34-35). Con estas palabras, Jesús pretende explicar que en este mundo vivimos de realidades provisionales, que terminan; en cambio, en el más allá, después de la resurrección, ya no tendremos la muerte como horizonte y viviremos todo, también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios, de manera transfigurada. También el matrimonio, signo e instrumento del amor de Dios en este mundo, resplandecerá transformado en luz plena en la comunión gloriosa de los santos en el Paraíso.


Los «hijos del cielo y de la resurrección» no son unos pocos privilegiados, sino que son todos los hombres y todas las mujeres, porque la salvación traída por Jesús es para cada uno de nosotros. Y la vida de los resucitados será parecida a la de los ángeles (cf. v. 36), es decir, toda inmersa en la luz de Dios, toda dedicada a su alabanza, en una eternidad llena de alegría y de paz. ¡Pero cuidado! La resurrección no es sólo el hecho de resurgir después de la muerte, sino que es una nueva clase de vida que ya experimentamos hoy; es la victoria sobre la nada que ya podemos pregustar. ¡La resurrección es el fundamento de la fe y de la esperanza cristiana! Si no hubiera referencia al Paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía de vida. En cambio, el mensaje de la fe cristiana viene del cielo, es revelado por Dios y va más allá de este mundo. Creer en la resurrección es esencial, para que cada acto de nuestro de amor cristiano no sea efímero y sin más utilidad, sino que se convierta en una semilla destinada a florecer en el jardín de Dios, y producir frutos de vida eterna.


Que la Virgen María, Reina del cielo y de la tierra, nos confirme en la esperanza de la resurrección y nos ayude a hacer fructificar en obras buenas la palabra de su Hijo sembrada en nuestros corazones.




Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Con ocasión del Jubileo de hoy de los reclusos, querría hacer un llamamiento en favor de la mejora de las condiciones de vida en las cárceles de todo el mundo, para que sea respetada plenamente la dignidad humana de los detenidos. Además, deseo reiterar la importancia de reflexionar sobre la necesidad de una justicia penal que no sea exclusivamente punitiva, sino que esté abierta a la esperanza y la perspectiva de reinsertar al reo en la sociedad. De manera especial, someto a la consideración de las autoridades civiles competentes de cada país la posibilidad de realizar, este Año Santo de la Misericordia, un acto de clemencia en favor de los presos que se consideren idóneos para que se beneficien de tal disposición.


Hace dos días entró en vigor el Acuerdo de París sobre el clima del Planeta. Este importante paso adelante demuestra que la humanidad tiene la capacidad de colaborar para salvaguardar lo creado (cf. Laudato si’, 13), para poner la economía al servicio de las personas y para construir la paz y la justicia. Mañana, además, comenzará en Marrakech, Marruecos, una nueva sesión de la Conferencia sobre el clima, cuyo objetivo es, entre otras cosas, la aplicación de tal Acuerdo. Deseo que todo este proceso sea guiado por la conciencia de nuestra responsabilidad ante el cuidado de la casa común.


Ayer en Escútari, Albania, fueron proclamados beatos treinta y ocho mártires: dos obispos, numerosos sacerdotes y religiosos, un seminarista y también algunos laicos, víctimas de la durísima persecución del régimen ateo que dominó durante mucho tiempo ese País durante el siglo pasado. Ellos prefirieron padecer la cárcel, las torturas y por último la muerte, con tal de ser fieles a Cristo y a la Iglesia. Que su ejemplo nos ayude a encontrar en el Señor la fuerza que nos sostiene en los momentos de dificultad y que nos inspira comportamientos de bondad, perdón y paz.


Os saludo a todos vosotros, peregrinos, llegados de diferentes países: a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones. Especialmente, saludo a los fieles de Sidney y de San Sebastián de los Reyes, al Centro Académico Romano Fundación, y a la comunidad católica venezolana de Italia; como también a los grupos de Adria-Rovigo, Mendrisio, Roccadaspide, Nova Siri, Pomigliano D’Arco y Picerno.


A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


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