DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
NOVIEMBRE 2016
A LOS ORGANIZADORES Y COLABORADORES
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Me congatulo por el éxito del Simposio Internacional sobre el tema de la Escatología - Análisis y Perspectivas, que ha tenido lugar hace pocos días en la Universidad de la Santa Cruz y ha concluido esta mañana en el “Agustinianum” con la lección del Cardenal Ravasi.
Sabemos que el tema de la escatología ha ocupado un lugar muy importante en el trabajo teológico del Profesor Joseph Ratzinger, en su actividad como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y finalmente también en su Magisterio durante el Pontificado. No podemos olvidar sus profundas consideraciones acerca de la vida eterna y la esperanza en la Encíclica Spe Salvi. El tema de la escatología es esencial en la reflexión sobre el sentido de nuestra vida y de nuestra historia para no encerrarnos en un enfoque materialista o de otra forma puramente mundana. El Jubileo de la Misericordia, que acaba de finalizar, nos ha recordado muchas veces que la misericordia está en el corazón del "protocolo" sobre el que Jesús dice que seremos juzgados: "Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. La profundidad del pensamiento de Joseph Ratzinger, sólidamente basado en la Escritura y en los Padres, y siempre alimentado por la fe y la oración, nos ayuda a permanecer abiertos al horizonte de la eternidad, dando sentido también a nuestras esperanzas y a nuestros esfuerzos humanos. El suyo es un pensamiento y un magisterio fecundo, que ha sabido concentrarse en las referencias fundamentales de nuestra vida cristiana, la persona de Jesucristo, la caridad, la esperanza y la fe. Y toda la Iglesia le estará siempre agradecida.
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A LOS JÓVENES ITALIANOS DEL SERVICIO CIVIL NACIONAL
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
“NARCÓTICOS: PROBLEMAS Y SOLUCIONES DE ESTA CUESTIÓN MUNDIAL”
ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS
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A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO DE FORMACIÓN PARA OBISPOS
SOBRE EL NUEVO NUEVO PROCESO MATRIMONIAL
[17-19 DE NOVIEMBRE DE 2016]
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NOVIEMBRE 2016
A LOS ORGANIZADORES Y COLABORADORES
DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA
Palacio Apostólico Vaticano
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 28 de noviembre de 2016
Lunes 28 de noviembre de 2016
“Me alegra recibiros al final del Jubileo extraordinario para
expresaros mi agradecimiento personal por el gran trabajo realizado
durante este Año Santo.
Saludo y agradezco en particular, al incansable Mons. Rino
Fisichella. A él y a sus colaboradores del Consejo Pontificio para la
Promoción de la Nueva Evangelización había confiado de forma especial la
gestión del Jubileo. Ha sido un año denso, lleno de iniciativas en
toda la Iglesia, donde se ha podido ver y tocar de cerca el fruto de
la misericordia de Dios. La mía, al principio, había sido una simple
intuición; el Señor, como siempre, nos sorprende y va más allá de
nuestras expectativas, y así ese deseo se convirtió en una realidad que
se ha podido celebrar con tanta fe y alegría en las comunidades
cristianas de todo el mundo. La Puerta de la Misericordia abierta en
todas las catedrales y santuarios ha hecho que los fieles no encontrasen
ningún obstáculo para experimentar el amor de Dios. Ha sucedido algo
realmente extraordinario que ahora es necesario incorporar a la vida
cotidiana para que la misericordia se convierta en un compromiso y una
forma de vida permanente para los creyentes.
Todos vosotros, de diferentes maneras, habéis hecho posible que este
acontecimiento de gracia se celebrase de forma ordenada y segura, con
una gran afluencia de peregrinos y que pusiera de manifiesto el
profundo valor espiritual que el Jubileo representa. Mi agradecimiento
va, en primer lugar, al Ministro del Interior que como responsable de
la seguridad ha garantizado a los peregrinos, no sólo en Roma, sino en
todo el territorio nacional, que vivieran este jubileo con la seguridad
y la paz necesaria. Junto con él doy las gracias al Jefe de la Policía y
de la Policía de Roma, que junto con la Gendarmería del Vaticano han
demostrado que la colaboración mutua brinda realmente servicios de
seguridad de los que todos se benefician. Doy las gracias a los
miembros de la Comisión Bilateral entre la Santa Sede y el Gobierno
italiano en la persona del subsecretario de la Presidencia del Consejo.
No puedo olvidar al Cuerpo de la Guardia Suiza y a todas las
instituciones vaticanas, en particular, a la Gobernación y a la Basílica de San Pedro por su gran dedicación. Un pensamiento agradecido
también al esfuerzo realizado por los responsables de la Región del
Lacio, con su presidente, sobre todo por la planificación
meticulosa
de las estructuras sanitarias. A la Secretaría Técnica, presidida por
el prefecto de Roma que agrupaba las distintas administraciones, entre
las cuales el Ayuntamiento de Roma, un aplauso por haber hecho
posible el funcionamiento eficaz de todos los eventos del Jubileo.
Por último, mi vivo agradecimiento a los muchos voluntarios que han
venido de diferentes partes del mundo y todos los que han contribuido
con su trabajo diario, a menudo silencioso y discreto, a hacer de este
Jubileo extraordinario un verdadero evento de gracia.
"Si quieres conseguir la misericordia de Dios, sé tú misericordioso".
Estas palabras de San Agustín puede confortarnos a todos . Con vuestro
esfuerzo no solamente habéis dado una aportación eficaz, sino que
también habéis prestado un servicio auténtico de misericordia a los
millones de peregrinos que han venido a Roma. ¡Que vuestro duro trabajo
sea recompensado por la experiencia de misericordia que el Señor no
dejará que os falte!. Gracias”.
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A LOS GANADORES DEL PREMIO RATZINGER 2016
Palacio Apostólico Vaticano
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 26 de noviembre de 2016
Sábado 26 de noviembre de 2016
Eminencias, excelencias, queridos hermanos laureados, queridos hermanos y
hermanas
hermanas
“Me alegra encontrarme con vosotros en esta ocasión tan importante
en el contexto de los fines y actividades de la Fundación Joseph Ratzinger-
Benedicto XVI.
Para mí es también una manera de expresar
una vez más nuestro afecto y nuestro reconocimiento por el Papa Emérito
Benedicto XVI, que sigue acompañándonos con su oración.
Me congatulo por el éxito del Simposio Internacional sobre el tema de la Escatología - Análisis y Perspectivas, que ha tenido lugar hace pocos días en la Universidad de la Santa Cruz y ha concluido esta mañana en el “Agustinianum” con la lección del Cardenal Ravasi.
Sabemos que el tema de la escatología ha ocupado un lugar muy importante en el trabajo teológico del Profesor Joseph Ratzinger, en su actividad como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y finalmente también en su Magisterio durante el Pontificado. No podemos olvidar sus profundas consideraciones acerca de la vida eterna y la esperanza en la Encíclica Spe Salvi. El tema de la escatología es esencial en la reflexión sobre el sentido de nuestra vida y de nuestra historia para no encerrarnos en un enfoque materialista o de otra forma puramente mundana. El Jubileo de la Misericordia, que acaba de finalizar, nos ha recordado muchas veces que la misericordia está en el corazón del "protocolo" sobre el que Jesús dice que seremos juzgados: "Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. La profundidad del pensamiento de Joseph Ratzinger, sólidamente basado en la Escritura y en los Padres, y siempre alimentado por la fe y la oración, nos ayuda a permanecer abiertos al horizonte de la eternidad, dando sentido también a nuestras esperanzas y a nuestros esfuerzos humanos. El suyo es un pensamiento y un magisterio fecundo, que ha sabido concentrarse en las referencias fundamentales de nuestra vida cristiana, la persona de Jesucristo, la caridad, la esperanza y la fe. Y toda la Iglesia le estará siempre agradecida.
Pero ya que en esta ocasión de esta reunión anual se otorga el
Premio Ratzinger 2016, también he de felicitar a las ilustres
personalidades a la que ha sido asignado por el Comité Científico de la
Fundación. Por lo tanto, mis felicitaciones a Monseñor Inos Biffi, que, como
hemos escuchado, recibe el premio en reconocimiento de los méritos de
toda una vida dedicada a los estudios teológicos en la Iglesia y en su
servicio:un premio, por así decirlo, "a la carrera "de un gran teólogo;
y al Profesor más joven Ioannis Kourempeles, que recibe el premio en
reconocimiento a la calidad de la labor teológica hasta ahora
desarrollada, como prueba de aprecio por el interés dedicado al
pensamiento de Joseph Ratzinger, y como estímulo para seguir sondeando
la fecundidad del encuentro entre el pensamiento de Joseph Ratzinger y
la teología ortodoxa.
Enhorabuena, pues, a los galardonados y mis mejores deseos por su
trabajo teológico, y a la Fundación por llevar a cabo su tarea. El Señor
os bendiga siempre y bendiga también vuestro servicio a su Reino. Y
bendiga a todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos.
Gracias”.
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A LOS JÓVENES ITALIANOS DEL SERVICIO CIVIL NACIONAL
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 26 de noviembre de 2016
Sábado 26 de noviembre de 2016
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
No hay que olvidar lo que ha dicho el señor ministro: la protección
social. El terremoto que tenemos junto a nosotros... seguir adelante;
proteger a esa gente y proteger a los que están en peligro de un
terremoto humano, que viene desde dentro, que están solos, abandonados,
descartados, en esta cultura en la que gusta tanto descartar a la gente.
Gracias por ello, señor ministro, y esperemos que este desafío suyo sea
recibido por todos nosotros. Gracias.
Y estoy contento por este encuentro, quince años después de la
promulgación de la ley que ha instituido en Italia el Servicio Civil
Nacional. Saludo al ministro, al sub-secretario y a las otras
personalidades institucionales, como también a los responsables de los
entes promotores de los proyectos y los trabajadores que les siguen. Mi
saludo va dirigido sobre todo a vosotros, queridos jóvenes, que habéis
elegido dedicar una parte de vuestro tiempo y de vuestra vida a un
proyecto de voluntariado y de promoción social. La gratuidad del
voluntariado, también por un tiempo determinado, representa una riqueza
no solo para la sociedad y para quienes disfrutan de vuestra obra, sino
también para vosotros mismos y vuestra maduración humana.
Sois una fuerza preciosa y una fuerza dinámica del país: vuestra
aportación es indispensable para realizar el bien de la sociedad,
teniendo en cuenta especialmente a los miembros más débiles. El proyecto
de una sociedad solidaria constituye la meta de toda comunidad civil
que quiera ser igualitaria y fraternal. Ese objetivo es traicionado cada
vez que asistimos pasivamente al crecimiento de la desigualdad entre
las distintas partes sociales o entre las naciones del mundo, cuando se
reduce la asistencia a los sectores más débiles sin que se garanticen
otras formas de protección; cuando se aceptan peligrosas lógicas de
rearme y se invierten recursos valiosos para adquirir armamento —una
verdadera plaga actual, esta— o cuando el pobre se convierte en una
amenaza y en lugar de tenderles la mano se los relega a su miseria.
Todas estas actitudes representan una herida de nuestra sociedad y de
su cultura, introduciendo en ella criterios y prácticas que inducen a
la indiferencia y la opresión, que empobrecen la vida, no sólo de quien
es olvidado o discriminado, sino también del quien olvida o discrimina,
el cual termina por encerrarse en sí mismo y excluye el encuentro con la
carne de los hermanos, que camino obligado para encontrar el bien.
Mediante vuestro servicio, estáis llamados a desempeñar una función
crítica respecto a estas perspectivas contrarias a lo humano, y una
función profética que muestre cuánto sea posible pensar y actuar de
manera distinta.
Entre las diversas áreas de intervención de los proyectos del
Servicio Civil, una mención especial se merece la protección del medio
ambiente, teniendo en cuenta el criterio de una ecología humana, que nos
permita reconocer el estrecho vínculo entre el cuidado del medio
ambiente y el del hombre y se dé cuenta de las graves consecuencias de
la degradación ambiental en la vida de las personas, especialmente de
los más pobres. Otro ámbito de acción que debe ser particularmente
importante para vosotros es el de la ayuda a los refugiados y migrantes,
los cuales piden ser socorridos e integrados en el tejido social.
Italia está admirablemente comprometida en esta tarea —¡es un ejemplo!—;
al expresar mi aprecio por todo ello, exhorto a proseguir con valor
tanto en el plano de la acogida concreta como en el de la
sensibilización y de una verdadera integración. Gracias por la labor que
hace Italia.
Una consideración especial merecen también todos los otros proyectos
educativos y asistenciales del Servicio Civil Italiano, con los cuales,
de varias maneras se acompaña a niños, jóvenes, personas discapacitadas,
marginadas y necesitadas de ayuda. Durante estos meses, además, un
compromiso extraordinario ha sido pedido a las poblaciones golpeadas por
el terremoto, a las cuales renuevo mi cercanía y mi ánimo. Que todas
estas realidades se conviertan para vosotros en ocasiones de crecimiento
humano y de compartir experiencias, conocimientos y sensibilidad.
Queridos jóvenes, os deseo que sigáis el camino que da plenitud de
significado y de alegría a vuestra vida. Este camino no es igual para
todos, pero cada uno puede encontrar el más adecuado a su personalidad, a
sus dones, a su situación. Sin embargo, hay coordenadas comunes, fuera
de las cuales no se puede encontrar, y una de estas coordenadas es
precisamente la del servicio. Seguramente el camino del servicio va
contracorriente respecto a los modelos dominantes, pero en realidad cada
uno de nosotros se siente feliz y realizado sólo cuando es útil para
alguien. Esto libera en nosotros nuevas energías, nos hace percibir que
no estamos solos y amplía nuestros horizontes. Os invito a caminar por
esta senda del servicio y a tomar como modelo perfecto de humanidad a
Jesús, que dejó lugar a los demás en sí mismo hasta donar su vida.
A las instituciones, a las cuales doy las gracias por su trabajo en
favor de los jóvenes ocupados en el año de servicio voluntario, pido que
se hagan cada vez más promotores de un verdadero espíritu solidario en
la población. Que esta sensibilidad sea cada vez menos ocasional y más
estructural, hasta estar presente en toda acción de los diversos sujetos
públicos y privados. El grado de civilización de un pueblo, de hecho,
se mide en base a la capacidad de respetar y promover los derechos de
cada persona, empezando por los más débiles.
Os doy las gracias por este encuentro. Invoco sobre vosotros y
vuestros proyectos la bendición del Señor, para que os ayude a actuar
siempre de manera valiente y desinteresada, mirando lejos hacia los
horizontes de la esperanza. Y por favor, rezad también por mí. Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
“NARCÓTICOS: PROBLEMAS Y SOLUCIONES DE ESTA CUESTIÓN MUNDIAL”
ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS
Palacio Apostólico Vaticano
Casina Pío IV
Jueves 24 de noviembre de 2016
Jueves 24 de noviembre de 2016
Ilustres señores y señoras:
Saludo cordialmente a cada uno de los presentes y agradezco las
palabras que me ha dirigido el Presidente de la Pontificia Academia de
las Ciencias.
La droga es una herida en nuestra sociedad. Una herida que atrapa a
mucha gente en las redes. Ellas son víctimas que han perdido su libertad
para caer en esta esclavitud; esclavitud de una dependencia que
podríamos llamar «química». Es cierto que se trata de una «nueva forma
de esclavitud», como otras muchas que flagelan al hombre de hoy y a la
sociedad en general.
Es evidente que no hay una única causa que lleva a la dependencia de
la droga, sino que son muchos los factores que intervienen, entre
otros: la ausencia de familia, la presión social, la propaganda de los
traficantes, el deseo de vivir nuevas experiencias, etc. Cada persona
dependiente trae consigo una historia personal distinta, que debe ser
escuchada, comprendida, amada y, en cuanto posible, sanada y purificada.
No podemos caer en la injusticia de clasificar al drogadicto como si
fuera objeto o un trasto roto. Cada persona ha de ser valorada y
apreciada en su dignidad para poder ser sanada. La dignidad de la
persona es lo que hemos venido a encontrar. Siguen teniendo, y más que
nunca, una dignidad en cuanto personas que son hijos de Dios.
Y no es de extrañar que haya tanta gente que caiga en la dependencia
de la droga, pues la mundanidad nos ofrece un amplio abanico de
posibilidades para alcanzar una felicidad efímera, que al final se
convierte en veneno, que corroe, corrompe y mata. La persona se va
destruyendo y, con ella, a todos los que están a su alrededor. El deseo
inicial de huida, buscando una felicidad momentánea, se transforma en la
devastación de la persona en su integridad, repercutiendo en todas las
capas sociales.
En este sentido, es importante conocer cuál es el alcance del
problema de la droga, -que es destructor, es esencialmente destructor-
y, sobre todo, la vastedad de sus centros de producción y de su sistema
de distribución. Las redes, que posibilitan la muerte de una persona. La
muerte no física, la muerte psíquica, la muerte social. El descarte de
una persona. Redes inmensas, poderosas, que van atrapando a personas
responsables en la sociedad, en los gobiernos, en la familia. Sabemos
que el sistema de distribución, más aún que la producción, representa
una parte importante del crimen organizado, pero un desafío es
identificar el modo de controlar los circuitos de corrupción y las
formas de blanqueo de dinero. Están unidos, están unidos. Para ello, no
queda otro camino que el de remontar la cadena que va desde el comercio
de drogas en pequeña escala hasta las formas más sofisticadas de lavado,
que anidan en el capital financiero y en los bancos que se dedican al
blanqueo del dinero sucio.
Un juez de mi país empezó a trabajar en serio. Tenía varios miles de
kilómetros de frontera en su jurisdicción. Trabajar en serio sobre el
problema de la droga. Al poco tiempo recibió una foto de su familia, en
el correo: “Tu hijo va a tal escuela, tu esposa hace esto…”, nada más.
Un aviso mafioso. O sea, cuando se quiere buscar y ascender por las
redes de distribución, uno se encuentra con esa palabra de cinco letras:
mafia. Pero en serio. Porque, así como en la distribución se
mata al que es esclavo de la droga, en la consumación así también se
mata a quien quiera destruir esta esclavitud.
Es cierto que para frenar la demanda del consumo de drogas se
necesita realizar grandes esfuerzos e implementar amplios programas
sociales orientados a la salud, al apoyo familiar y, sobre todo, a la
educación, que considero fundamental. La formación humana integral es la
prioridad; ella da a las personas la posibilidad de tener instrumentos
de discernimiento, con los cuales puedan desechar las diferentes ofertas
y ayudar a otros. Esta formación principalmente está orientada a los
vulnerables de la sociedad, como pueden ser los niños y los jóvenes,
pero también es valioso extenderla a las familias y a los que sufren
algún tipo de marginación. Sin embargo, el problema de la prevención de
la droga como programa siempre se ve frenado por mil y un factor de
ineptitud de los gobiernos: por un sector del gobierno de acá, de allá o
de allá. Y programas de prevención de droga casi no existen exitosos. Y
una vez que avanzó, y ya se radicó en la sociedad, es muy difícil.
Pienso en mi patria: hace 30 años era un país de tránsito; después, de
consumo, y hasta algo de producción. En 30 años. Este es el progreso que
se da gracias al compromiso mafioso de los responsables…
Si bien la prevención es camino prioritario, es fundamental también
trabajar por la plena y segura rehabilitación de sus víctimas en la
sociedad, para devolverles la alegría y para que recobren la dignidad
que un día perdieron. Mientras esto no esté asegurado, también desde el
Estado y su legislación, la recuperación será difícil y las víctimas
podrán ser re-victimizadas.
El más necesitado de nuestros hermanos, que aparentemente no tiene
nada para dar, lleva un tesoro para nosotros: el rostro de Dios, que nos
habla y nos interpela. Les animo a que sigan adelante con su labor y
concreten, dentro de sus propias posibilidades, las felices iniciativas
que han emprendido al servicio de los que más sufren en este campo de
guerra. La lucha es difícil, y siempre que uno da la cara y empieza a
trabajar, en esto corre el riesgo de ese juez de mi patria de recibir
una cartita con alguna insinuación. Pero estamos defendiendo a la
familia humana, defendiendo a los jóvenes, a los niños. Como se dice en
el campo: “Defendiendo la cría, defiendo el futuro”. No es una cosa de
disciplina momentánea, es una cosa que se proyecta hacia delante.
Muchas gracias por lo que hacen.
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A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO DE FORMACIÓN PARA OBISPOS
SOBRE EL NUEVO NUEVO PROCESO MATRIMONIAL
[17-19 DE NOVIEMBRE DE 2016]
Tribunal Apostólico de la Rota Romana
Viernes 18 de noviembre de 2016
Viernes 18 de noviembre de 2016
Queridos hermanos:
vuestra presencia en este curso de formación, promovido por el
Tribunal Apostólico de la Rota Romana, subraya cuánto los obispos, aun
constituidos en fuerza de la Ordenación como maestros de la fe (cfr Lumen gentium,
25), tengan la necesidad de aprender continuamente. Se trata de
comprender las necesidades y las preguntas del hombre de hoy y buscar
las respuestas en la Palabra de Dios y en la verdad de la fe, estudiadas
y conocidas cada vez mejor. El ejercicio del munus docendi está íntimamente ligado con los de sanctificandi y regendi.
A través de estas tres funciones se expresa el ministerio pastoral del
obispo, fundado en la voluntad de Cristo, en la asistencia del Espíritu
Santo y cuyo fin es actualizar el mensaje de Jesús. La inculturación del
Evangelio se basa en este principio que aúna la fidelidad al anuncio
evangélico y su comprensión y traducción en el tiempo.
El beato Pablo VI, en la Evangelii muntiandi,
exhortaba a evangelizar no de una manera superficial, sino entrando en
lo concreto de las situaciones y de las personas. Estas son sus
palabras: «lo que importa es evangelizar. no de una manera decorativa,
como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta
sus mismas raíces […] tomando siempre como punto de partida la persona y
teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y
con Dios » (n. 20). Precisamente la atención a las personas es la razón
de fondo, teológica y eclesiológica, en este curso de formación. La
salud espiritual, la salus animarum de las personas que nos han confiado es el fin de toda acción pastoral.
En la primera carta de Pedro encontramos un punto de referencia
fundamental para el oficio episcopal: «Apacentad la grey de Dios que os
está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según
Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a
los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey» (5,2-3).
Esta exhortación ilumina toda la misión del obispo, presentando la
potestad espiritual como un servicio para la salvación de los hombres.
En esta perspectiva, es necesario eliminar con firmeza los obstáculos de
naturaleza mundana que dificultan a un gran número de fieles el acceso a
los Tribunales eclesiásticos. Las cuestiones de tipo económico y
organizativo no pueden ser un obstáculo para la verificación canónica de
la validez del matrimonio. Con el enfoque de una relación sana entre la
justicia y la caridad, la ley de la Iglesia no puede prescindir del
principio fundamental de la salus animarum. Por lo tanto, los
Tribunales eclesiásticos están llamados a ser una expresión tangible de
un servicio diaconal del derecho con respecto a ese objetivo primario.
Este mismo está puesto oportunamente como la última palabra del Código
de Derecho Canónico, porque lo sobrepasa como la ley suprema, y como
valor que supera el derecho mismo, indicando así el horizonte de la
misericordia.
En esta perspectiva, la Iglesia camina desde siempre, como madre que
acepta y ama, con el ejemplo de Jesús Buen Samaritano. Iglesia del Verbo
encarnado, se "encarna" en las historias tristes y dolorosas de la
gente, se inclina hacia los pobres y los que están lejos de la comunidad
eclesial o que se consideran fuera de ella a causa de su fracaso
matrimonial. Sin embargo están y siguen estando incorporados a Cristo en
virtud del bautismo. Por lo tanto, a nosotros nos corresponde la grave
responsabilidad de ejercer el munus, recibido por Jesús, divino
Pastor médico y juez de las almas, de no considerarles nunca extraños al
Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estamos llamados a no excluirlos
de nuestra preocupación pastoral, sino a dedicarnos a ellos y a su
situación irregular y dolorosa con la mayor solicitud y caridad.
Queridos hermanos obispos, procedéis de distintos países y habéis
traído a este encuentro las solicitudes y las preguntas que surgen en el
ámbito pastoral matrimonial de las respectivas diócesis. Tales
instancias requieren respuestas y medidas no siempre fáciles. Estoy
seguro de que estas jornadas de estudio os ayudarán a concretar la
actitud más oportuna a las diversas problemáticas.
Doy las gracias al Decano Mons. Pinto por haber promovido este Curso
formativo, como también a los relatores por su competente aportación
jurídica, teológica y pastoral. Regresaréis a vuestras diócesis
enriquecidos con nociones y sugerencias útiles para desarrollar con más
eficacia vuestro ministerio, especialmente en relación con el nuevo
proceso matrimonial. Esto representa una ayuda importante para que en la
grey que se os ha confiado crezca la medida de la estatura de Cristo
Buen Pastor, del que debemos aprender día tras día la búsqueda del unum necessarium: la salus animarum.
Se trata del bien supremo y se identifica con Dios mismo, como enseñaba
San Gregorio Nacianceno. Confiad en la asistencia infinita del Espíritu
Santo, que conduce invisible pero realmente a la Iglesia.
Recémosle para que os ayude y también ayude al sucesor de Pedro a
responder, con disponibilidad y humildad, al grito de ayuda de tantos
hermanos y hermanas nuestros que necesitan ver la verdad de su
matrimonio y del camino de su vida.
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A LOS PARTICIPANTES EN UNA CONFERENCIA
DE LA UNIÓN INTERNACIONAL DE EMPRESARIOS CATÓLICOS (UNIAPAC)
Palacio Apostólico Vaticano
DE LA UNIÓN INTERNACIONAL DE EMPRESARIOS CATÓLICOS (UNIAPAC)
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Regia
Jueves 17 de noviembre de 2016
Jueves 17 de noviembre de 2016
Señor Cardenal,
Señor Presidente de UNIAPAC,
Queridos amigos:
Señor Presidente de UNIAPAC,
Queridos amigos:
Han venido a Roma —al Vaticano— respondiendo a la invitación del
Cardenal Peter Turkson y de las autoridades de la Unión internacional de
empresarios católicos, con el noble propósito de reflexionar sobre el
papel de los empresarios como agentes de inclusión económica y social.
Quiero asegurarles desde este momento mi aliento y mi oración para este
trabajo. La Providencia de Dios ha querido que este encuentro de UNIAPAC
coincida con la conclusión del Jubileo Extraordinario de la
Misericordia. Todas las actividades humanas, también la empresarial,
pueden ser un ejercicio de la misericordia, que es participación en el
amor de Dios por los hombres.
La actividad empresarial asume constantemente multitud de riesgos.
Jesús, en las parábolas del tesoro escondido en un campo (cf. Mt 13,44) y de la perla preciosa (cf. Mt
13,45), compara la obtención del Reino de los Cielos con el riesgo
empresarial. Deseo reflexionar hoy con ustedes sobre tres riesgos: el
riesgo de usar bien el dinero, el riesgo de la honestidad y el riesgo de
la fraternidad.
En primer lugar, el riesgo del uso del dinero. Hablar de empresas
nos pone inmediatamente en relación con uno de los temas más difíciles
de la percepción moral: el dinero. He dicho varias veces que «el dinero
es el estiércol del diablo», repitiendo lo que decían los Santos Padres.
Además, León XIII, quien inició la doctrina social de la Iglesia,
advertía que la historia del siglo XIX había dividido a las «naciones en
dos clases de ciudadanos, abriendo un inmenso abismo entre una y otra» (Carta enc. Rerum novarum, 35). 40 años después, Pío XI preveía el crecimiento de un «imperialismo internacional del dinero» (Carta enc. Quadragesimo anno, 109). Pasados otros 40 años, Pablo VI, refiriéndose a la Rerum novarum,
denunciaba que la concentración excesiva de los medios y de los poderes
«puede conducir a una nueva forma abusiva de dictadura económica en el
campo social, cultural e incluso político» (Carta ap. Octogesima adveniens, 44).
Jesús, en la parábola del administrador injusto, exhorta a hacerse
de amigos con las riquezas de iniquidad, para poder ser recibidos en las
moradas eternas (cf. Lc 16, 9-15). Todos los
Padres de la Iglesia han interpretado estas palabras en el sentido de
que las riquezas son buenas cuando se ponen al servicio del prójimo, de
lo contrario son inicuas (cf. Catena Aurea: Evangelio según san
Lucas, 16, 8-13). Por tanto, el dinero debe servir, en vez de gobernar.
Es un principio clave: el dinero debe servir en vez de gobernar. Es El
dinero es sólo un instrumento técnico de intermediación, de comparación
de valores y derechos, de cumplimiento de las obligaciones y de ahorro.
Como toda técnica, el dinero no tiene un valor neutro, sino que adquiere
valor según la finalidad y las circunstancias en que se usa. Cuando se
afirma la neutralidad del dinero, se está cayendo en su poder. Las
empresas no deben existir para ganar dinero, aunque el dinero sirva para
medir su funcionamiento. Las empresas existen para servir.
Por eso, es urgente recuperar el sentido social de la actividad
financiera y bancaria, con la mejor inteligencia e inventiva de los
empresarios. Esto supone asumir el riesgo de complicarse la vida,
teniendo que renunciar a ciertas ganancias económicas. El crédito debe
ser accesible para la vivienda de las familias, para las pequeñas y
medianas empresas, para los campesinos, para las actividades educativas,
especialmente a nivel primario, para la sanidad general, para el
mejoramiento y la integración de los núcleos urbanos más pobres. Una
lógica crematística del mercado hace que el crédito sea más accesible y
más barato para quien posee más recursos; y más caro y difícil para
quien tiene menos, hasta el punto de dejar las franjas más pobres de la
población en manos de usureros sin escrúpulos. De igual modo, a nivel
internacional, el financiamiento de los países más pobres se convierte
fácilmente en una actividad usurera. Este es uno de los grandes desafíos
para el sector empresarial y para los economistas en general, que está
llamado a conseguir un flujo estable y suficiente de crédito que no
excluya a ninguno y que pueda ser amortizable en condiciones justas y
accesibles.
Aun cuando se admita la posibilidad de crear mecanismos
empresariales que sean accesibles para todos y funcionen en beneficio de
todos, hay que reconocer que siempre hará falta una generosa y
abundante gratuidad. También hará falta la intervención del Estado para
proteger ciertos bienes colectivos y asegurar la satisfacción de las
necesidades humanas fundamentales. Mi predecesor San Juan Pablo II
afirmaba que ignorar esto lleva a «una “idolatría” del mercado» (Carta enc. Centesimus annus, 40).
Hay un segundo riesgo que debe ser asumido por los empresarios. El
riesgo de la honestidad. La corrupción es la peor plaga social. Es la
mentira de buscar el provecho personal o del propio grupo bajo las
apariencias de un servicio a la sociedad. Es la destrucción del tejido
social bajo las apariencias del cumplimiento de la ley. Es la ley de la
selva disfrazada de aparente racionalidad social. Es el engaño y la
explotación de los más débiles o menos informados. Es el más craso
egoísmo, oculto detrás de una aparente generosidad. La corrupción está
generada por la adoración del dinero y vuelve al corrupto, prisionero de
esa misma adoración. La corrupción es un fraude a la democracia, y abre
las puertas a otros males terribles como la droga, la prostitución y la
trata de personas, la esclavitud, el comercio de órganos, el tráfico de
armas, etc. La corrupción es hacerse seguidor del diablo, padre de la
mentira.
Sin embargo, la corrupción «no es un vicio exclusivo de la política.
Hay corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay
corrupción en los medios de comunicación, hay corrupción en las Iglesias
y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los
movimientos populares» (Discurso a los participantes en el encuentro mundial de movimientos populares, 5 noviembre 2016).
Una de las condiciones necesarias para el progreso social es la
ausencia de corrupción. Puede suceder que los empresarios se vean
tentados a ceder a los intentos de chantaje o de extorsión,
justificándose con el pensamiento de salvar la empresa y su comunidad de
trabajadores, o pensando que así harán crecer la empresa y que un día
podrán librarse de esa plaga. Además, puede ocurrir que caigan en la
tentación de pensar que se trata de algo que todos hacen, y que pequeños
actos de corrupción destinados a obtener pequeñas ventajas no tienen
mayor importancia. Cualquier intento de corrupción, activa o pasiva, es
ya comenzar a adorar al dios dinero.
El tercer riesgo es el de la fraternidad. Recordábamos cómo San Juan
Pablo II nos enseñaba que «por encima de la lógica de los intercambios
[...] existe “algo que es debido al hombre porque es hombre”, en virtud
de su eminente dignidad» (Carta enc. Centesimus annus, 34). También Benedicto XVI insistió sobre la importancia de la gratuidad,
como elemento imprescindible de la vida social y económica, decía: «la
caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del
don, [...] el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente.
[...] El desarrollo económico, social y político necesita [...] dar
espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad» (Carta enc. Caritas in veritate, 34).
La actividad empresarial tiene que incluir siempre el elemento de
gratuidad. Las relaciones de justicia entre dirigentes y trabajadores
deben ser respetadas y exigidas por todas las partes; pero, al mismo
tiempo, la empresa es una comunidad de trabajo en la que todos merecen
un respeto y un aprecio fraternal por parte de los superiores, colegas y
subordinados. El respeto del otro como hermano debe extenderse también a
la comunidad local en la que se ubica físicamente la empresa y, en
cierto modo, todas las relaciones jurídicas y económicas de la empresa
deben estar moderadas, envueltas en un ambiente de respeto y
fraternidad. No faltan ejemplos de acciones solidarias en favor de los
más necesitados realizadas por el personal de las empresas, clínicas,
universidades u otras comunidades de trabajo o de estudio. Esto debería
ser un modo habitual de actuar, fruto de profundas convicciones por
parte de todos, evitando que se convierta en una actividad ocasional
para calmar la conciencia o, peor aún, en un medio para obtener un
rédito publicitario.
Sobre la fraternidad, no puedo dejar de compartir con ustedes el
tema de las emigraciones y de los refugiados, que oprime nuestros
corazones. Hoy, las emigraciones y los desplazamientos de una multitud
de personas en busca de protección se han convertido en un dramático
problema humano. La Santa Sede y las Iglesias locales están haciendo
esfuerzos extraordinarios para afrontar eficazmente las causas de esta
situación, buscando la pacificación de las regiones y países en guerra y
promoviendo el espíritu de acogida; pero no siempre se consigue todo lo
que se desea. Les pido ayuda también a ustedes. Por una parte, traten
de convencer a los gobiernos para que renuncien a cualquier tipo de
actividad bélica. Como se dice en los ambientes de negocios: un «mal»
acuerdo es siempre mejor que una «buena» pelea. Colaboren en crear
fuentes de trabajo digno, estables y abundantes, tanto en los lugares de
origen como en los de llegada y, en estos, tanto para la población
local como para los inmigrantes. Hay que hacer que la inmigración siga
siendo un factor importante de desarrollo.
La mayoría de los que estamos aquí pertenecemos a familias de
emigrantes. Nuestros abuelos o padres llegaron de Italia, España,
Portugal, Líbano u otros países a América del Sur y del Norte, casi
siempre en condiciones de pobreza extrema. Pudieron sacar adelante una
familia, progresar y hasta convertirse en empresarios porque encontraron
sociedades acogedoras, a veces tan pobres como ellos, pero dispuestas a
compartir lo poco que tenían. Mantengan y transmitan este espíritu que
tiene raíz cristiana, manifestando también aquí el genio empresarial.
UNIAPAC y ACDE evocan en mí el recuerdo del empresario argentino
Enrique Shaw, uno de sus fundadores, cuya causa de beatificación pude
promover cuando era Arzobispo de Buenos Aires. Les recomiendo que sigan
su ejemplo y, para los católicos, acudan a su intercesión para ser
buenos empresarios.
El Evangelio de hace dos domingos nos proponía la vocación de Zaqueo (cf. Lc
19,1-10), aquel rico, jefe de los cobradores de impuestos de Jericó,
que se subió a un árbol para poder ver a Jesús, y a quien la mirada del
Señor lo llevó a una profunda conversión. Ojalá que esta Conferencia sea
como el sicómoro de Jericó, un árbol al que se puedan subir todos, para
que, a través de la discusión científica de los aspectos de la
actividad empresarial, encuentren la mirada de Jesús, y de aquí resulten
orientaciones eficaces para hacer que la actividad de todas sus
empresas promueva siempre y eficazmente el bien común.
Les agradezco esta visita al sucesor de San Pedro; y les pido que
lleven mi bendición a todos sus empleados, obreros y colaboradores y a
sus familias. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Muchas
gracias.
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A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO DE REPRESENTANTES DE "CARITAS INTERNATIONALIS"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves, 17 de noviembre de 2016
Jueves, 17 de noviembre de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
“Os saludo cordialmente a todos, Miembros del Consejo de
Representación y del personal de la Caritas Internationalis. Me alegra
recibiros al final de vuestra reunión institucional y encontrar, a
través de vosotros , a toda la familia de las Caritas nacionales y a
cuantos en vuestros países respectivos se comprometen en el servicio de
la caridad de la Iglesia. Agradezco al cardenal Antonio Tagle, vuestro
presidente, las palabras con que ha introducido este encuentro.
La Iglesia existe para evangelizar, pero la evangelización requiere
adaptarse a diferentes situaciones, teniendo en cuenta la vida familiar
y social, así como la vida internacional, con especial atención a la
paz, la justicia y el desarrollo. En la apertura del Sínodo sobre la
Nueva Evangelización, el Papa Benedicto XVI recordaba que los dos
pilares de la evangelización son "Confessio et Cáritas"; y yo mismo he
dedicado un capítulo de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium a
la dimensión social de la evangelización, reafirmando la opción
preferencial de la Iglesia por los pobres. Por esto, estamos llamados a
actuar contra la exclusión social de los más débiles y a trabajar para
su integración. Nuestras sociedades, a menudo, están dominadas por la
cultura del "descarte”; necesitan superar la indiferencia y el
repliegue sobre sí mismas para aprender el arte de la solidaridad. Ya
que "los que somos fuertes - dice San Pablo - tenemos el deber de llevar
las flaquezas de los débiles, y no de agradarnos a nosotros mismos.
Esto nos da a entender la importancia de la misión de las distintas
Cáritas nacionales y su papel específico en la Iglesia. Efectivamente,
no son organismos sociales, sino organismos eclesiales que comparten la
misión de la Iglesia. Como está escrito en vuestros Estatutos, estáis
llamados a "ayudar al Papa y los obispos en su ministerio de la caridad"
. Las emergencias sociales actuales requieren que se ponga en marcha lo
que San Juan Pablo II definió como una "nueva imaginación de la
caridad" que se concretiza no sólo en la eficacia de las ayudas
prestadas, sino sobre todo en la capacidad de hacerse prójimo,
acompañando con actitud de compartición fraternal a los más
desfavorecidos. Se trata de que resplandezcan la caridad y la justicia
en el mundo con la luz del Evangelio y de la enseñanza de la Iglesia,
involucrando a los mismos pobres para que se conviertan en
protagonistas de su propio desarrollo.
Os doy las gracias, por lo tanto, en nombre de toda la Iglesia, por lo
que hacéis por los últimos. Os animo a continuar en esta misión, que
hace que la Iglesia se sienta como una verdadera compañera de viaje,
cercana al corazón y a las esperanzas de los hombres y de las mujeres de
este mundo. Seguid llevando el mensaje del Evangelio de la alegría en
todo el mundo, especialmente a aquellos que se dejan atrás, pero también
a aquellos que tienen el poder de cambiar las cosas, porque cambiar es
posible. La pobreza, el hambre, las enfermedades, la opresión no son
inevitables y no pueden representar situaciones permanentes. Confiando
en la fuerza del Evangelio podemos contribuir realmente a cambiar las
cosas o al menos a mejorarlas. Podemos reafirmar la dignidad de cuantos
están a la espera de una señal de nuestro amor y proteger y construir
juntos "nuestra casa común."
Os invito a tener siempre coraje profético, a rechazar todo lo que
humilla al ser humano, y todas las formas de explotación que lo
degradan. Seguid dando esas pequeñas y grandes muestras de hospitalidad y
solidaridad, que tienen la capacidad de iluminar la vida de los niños y
los ancianos, de los migrantes y refugiados en busca de paz. Me alegra
mucho saber que Caritas Internationalis hará una campaña sobre el tema
de la migración. Espero que esta buena iniciativa abra tantos corazones
a la acogida de los refugiados y los migrantes, para que realmente
puedan sentirse "como en casa" en nuestras comunidades. Preocupaos por
sostener, con renovado esfuerzo, los procesos de desarrollo y los
caminos de la paz en los países de los que estos hermanos y hermanas
escapan o de los que parten en busca de un futuro mejor.
Sed artesanos de paz y de reconciliación entre los pueblos, entre las
comunidades, entre los creyentes. Poned en juego todas vuestras
energías, vuestro compromiso, para trabajar en sinergia con las otras
comunidades de fe que, como vosotros, ponen a la dignidad de la persona
en el centro de su atención. Luchad contra la pobreza y, al mismo
tiempo, aprended de los pobres. Dejad que os inspire y os guie su vida
simple y esencial, sus valores, su sentido de la solidaridad y de la
compartición, su capacidad de recuperarse de las dificultades, y sobre
todo su experiencia vivida del Cristo que sufre, Él que es el único
Señor y Salvador. Aprended, pues, también de su vida de oración y de su
confianza en Dios.
Espero que con el apoyo y la atención pastoral de los Obispos, seais
cada vez más testigos de un ministerio generoso de caridad, ayudando a
la comunidad de los creyentes a ser un lugar de anuncio del Evangelio,
de celebración de la Eucaristía y de servicio a los pobres en la
alegría.
Invoco la intercesión de María, nuestra Madre del cielo, y mientras os
pido que recéis por mí, imploro de buen grado la bendición de Dios sobre
vosotros y sobre cuantos os sostienen en vuestra obra".
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JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS SOCIALMENTE
Aula Pablo VI
Viernes 11 de noviembre de 2016
Viernes 11 de noviembre de 2016
Gracias a Christian y a Roberto, y gracias a todos ustedes por venir
aquí, por encontrarse, por encontrarme, por rezar por mí y, como dijo el
Cardenal [Barbarin], también que sus manos sobre mi cabeza me den
fuerza para seguir con mi misión en la oración de la imposición de las
manos. ¡Muchas gracias!
Yo fui tomando nota de algunas palabras de los dos testimonios y,
después, también de los gestos después de haberlos dado. Una cosa que
Roberto decía es que, como seres humanos, nosotros no nos
diferenciamos de los grandes del mundo, tenemos nuestras pasiones y
nuestros sueños que tratamos de llevar adelante con pequeños pasos. La
pasión y el sueño, dos palabras que pueden ayudar. La pasión que, a
veces, nos hace sufrir, nos pone trabas internas, externas, la pasión de
la enfermedad, las miles pasiones, pero también el apasionamiento por
salir adelante, la buena pasión, y esa buena pasión nos lleva a soñar.
Para mí un hombre o una mujer muy pobre, pero de una pobreza distinta a
la de ustedes, es cuando ese hombre o esa mujer pierde la capacidad de
soñar, pierde la capacidad de llevar una pasión adelante. ¡No dejen de
soñar! El sueño de un pobre, de uno que no tiene techo, ¿cómo será? No
sé, pero sueñen. Y sueñen que un día podrían venir a Roma, y el sueño se
realizó. Sueñen que el mundo se puede cambiar, y esa es una siembra que
nace del corazón de ustedes. Recordaba uno de los que habló al
principio, Etienne Billemaine, una palabra mía, que yo uso mucho, que la
pobreza está en el corazón del Evangelio. Solo aquel que siente que le
falta algo mira arriba y sueña, el que tiene todo no puede soñar. La
gente, los sencillos, seguían a Jesús, porque soñaban que él los iba a
curar, los iba a librar, les iba a hacer bien, y lo seguían y él los
liberaba. Hombres y mujeres con pasiones y sueños. Y esto es lo primero
que les quería decir: enséñennos a todos los que tenemos techo, porque
no nos falta la comida o la medicina, enséñennos a no estar satisfechos.
Con sus sueños, enséñennos a soñar desde el Evangelio, donde están
ustedes, desde el corazón del Evangelio.
Una segunda palabra —que no fue dicha sino que estaba en la actitud
de los que hablaron y en la de ustedes, y que a mí me vino al corazón—,
cuando Robert dijo en su lengua: «Et la vie devient si belle!». ¿Qué significa? Que la vida se nos hace hermosa, somos capaces de encontrarla bella en las peores situaciones,
en las que ustedes viven. Eso significa dignidad, esa es la palabra que
me vino. Capacidad de encontrar belleza, aun en las cosas más tristes y
más sufridas, solamente lo puede hacer un hombre o una mujer que tiene
dignidad. Pobre sí, arrastrado no, eso es dignidad. La misma dignidad
que tuvo Jesús, que nació pobre, que vivió pobre, la misma dignidad que
tiene la Palabra del Evangelio, la misma dignidad que tiene un hombre o
una mujer que viven con su trabajo. Pobre sí, dominado no, explotado no.
Yo sé que muchas veces ustedes se habrán encontrado con gente que quiso
explotar vuestra pobreza, que quiso usufructuar de ella, pero sé
también que este sentimiento de ver que la vida es bella, este
sentimiento, esta dignidad los ha salvado de ser esclavos. Pobre sí,
esclavo no. La pobreza está en el corazón del Evangelio para ser vivida.
La esclavitud no está para ser vivida en el Evangelio sino para ser
liberada.
Yo sé que para cada uno de ustedes —lo decía Robert— la vida a veces,
muchas veces, se hace muy difícil. Él había dicho en su lengua: «La vie a été beaucoup plus difficile que pour moi, pour beaucoup des autres».
Para muchos de los otros, vemos que la vida ha sido más difícil que
para mí mismo, siempre vamos a encontrar más pobres que nosotros. Y eso
también lo da la dignidad, saber ser solidario, saber ayudarse, saber
dar la mano a quien está sufriendo más que yo. La capacidad de ser
solidario es uno de los frutos que nos da la pobreza. Cuando hay mucha
riqueza uno se olvida de ser solidario porque está acostumbrado a que no
le falte nada. Cuando la pobreza te lleva a veces a sufrir te hace
solidario y te hace extender la mano al que está pasando una situación
más difícil que vos.
Gracias por ese ejemplo que ustedes dan. Enseñen,
enseñen solidaridad al mundo.
Me impresionó la insistencia del testimonio de Christian en la palabra paz. Una frase que habla de su paz interior: «J'ai trouvé la paix du Christ que j’ai cherché»
—la primera vez que la nombra—. Después habla de la paz y la alegría
que siente, que sintió cuando empezó a formar parte de la coral de
Nantes. Y al final, me hace un llamado a mí. Me dice: «Vous qui connaissez le problème de la paix dans le monde, je vous demande de continuer votre action en faveur de la paix».
La pobreza más grande es la guerra, es la pobreza que destruye, y
escuchar esto de los labios de un hombre que ha sufrido pobreza
material, pobreza de salud, es un llamado a trabajar por la paz. La paz
que para nosotros los cristianos empezó en un establo de una familia
marginada, la paz que Dios quiere para cada uno de sus hijos. Y ustedes,
desde vuestra pobreza, desde vuestra situación, son, pueden ser
artífices de paz. Las guerras se hacen entre ricos para tener más, para
poseer más territorio, más poder, más dinero. Es muy triste cuando la
guerra llega a hacerse entre los pobres, porque es una cosa rara, los
pobres son desde su misma pobreza más proclives a ser artesanos de la
paz. ¡Hagan paz! ¡Creen paz! ¡Den ejemplo de paz! Necesitamos paz en el
mundo. Necesitamos paz en la Iglesia, todas las Iglesias necesitan paz,
todas las religiones necesitan crecer en la paz, porque todas las
religiones son mensajeras de paz, pero deben crecer en la paz. Ayuden
cada una de ustedes en su propia religión. Esa paz que viene desde el
sufrimiento, desde el corazón, buscando esa armonía que te da la
dignidad.
Yo les agradezco que hayan venido a visitarme. Les agradezco los
testimonios, y les pido perdón si alguna vez los ofendí por mi palabra o
por no haber dicho las cosas que debía decir. Les pido perdón en nombre
de los cristianos que no leen el Evangelio encontrando la pobreza en el
centro. Les pido perdón por todas las veces que los cristianos
delante de una persona pobre o de una situación pobre, miramos para otro
lado. Perdón. El perdón de ustedes hacia hombres y mujeres de Iglesia,
que no los quieren mirar o no los quisieron mirar, es agua bendita para
nosotros, es limpieza para nosotros, es ayudarnos a volver a creer que
en el corazón del Evangelio está la pobreza como gran mensaje; y que
nosotros, los católicos, los cristianos, todos, tenemos que formar una
Iglesia pobre para los pobres, y que todo hombre o mujer de cualquier
religión tiene que ver en cada pobre el mensaje de Dios que se acerca y
se hace pobre para acompañarnos en la vida.
Que Dios los bendiga a cada uno de ustedes, y es la oración que yo
quiero hacer para ustedes, ahora. Ustedes quédense sentados como están,
yo voy a hacer la oración.
Dios, Padre de todos nosotros, de cada uno de tus hijos, te pido que
nos des fortaleza, que nos des alegría, que nos enseñes a soñar para
mirar adelante, que nos enseñes a ser solidarios porque somos hermanos, y
que nos ayudes a defender nuestra dignidad, tú eres el Padre de cada
uno de nosotros. Bendícenos, Padre. Amén.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO MUNDIAL DE MOVIMIENTOS POPULARES
Aula Pablo VI
Sábado 5 de noviembre de 2016
Sábado 5 de noviembre de 2016
En este nuestro tercer encuentro expresamos la misma sed, la sed de justicia, el mismo clamor: tierra, techo y trabajo para todos.
Agradezco a los delegados, que han llegado desde las periferias urbanas, rurales y laborales de los cinco continentes, de más de 60 países, han llegado a debatir una vez más cómo defender estos derechos que nos convocan. Gracias a los Obispos que vinieron a acompañarlos. Gracias también a los miles de italianos y europeos que se han unido hoy al cierre de este Encuentro. Gracias a los observadores y jóvenes comprometidos con la vida pública que vinieron con humildad a escuchar y aprender. ¡Cuánta esperanza tengo en los jóvenes! Le agradezco también a Usted, Señor Cardenal Turkson, el trabajo que han hecho en el Dicasterio; y también quisiera mencionar el aporte del ex Presidente uruguayo José Mujica que está presente.
En nuestro último encuentro, en Bolivia, con mayoría de latinoamericanos, hablamos de la necesidad de un cambio para que la vida sea digna, un cambio de estructuras; también de cómo ustedes, los movimientos populares, son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía; por eso quise llamarlos “poetas sociales”; y también enumeramos algunas tareas imprescindibles para marchar hacia una alternativa humana frente a la globalización de la indiferencia: 1. poner la economía al servicio de los pueblos; 2. construir la paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra.
Ese día, en la voz de una cartonera y de un campesino, se dio lectura a las conclusiones, los diez puntos de Santa Cruz de la Sierra, donde la palabra cambio estaba preñada de gran contenido, estaba enlazada a cosas fundamentales que ustedes reivindican: trabajo digno para los excluidos del mercado laboral; tierra para los campesinos y pueblos originarios; vivienda para las familias sin techo; integración urbana para los barrios populares; erradicación de la discriminación, de la violencia contra la mujer y de las nuevas formas de esclavitud; el fin de todas las guerras, del crimen organizado y de la represión; libertad de expresión y comunicación democrática; ciencia y tecnología al servicio de los pueblos. Escuchamos también cómo se comprometían a abrazar un proyecto de vida que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, el amor entre nosotros y el respeto a la naturaleza como valores esenciales. Es la felicidad de «vivir bien» lo que ustedes reclaman, la «vida buena», y no ese ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y nos propone la «buena vida».
Quienes hoy estamos aquí, de orígenes, creencias e ideas diversas, tal vez no estemos de acuerdo en todo, seguramente pensamos distinto en muchas cosas, pero ciertamente coincidimos en estos puntos.
Supe también de encuentros y talleres realizados en distintos países donde multiplicaron los debates a la luz de la realidad de cada comunidad. Eso es muy importante porque las soluciones reales a las problemáticas actuales no van a salir de una, tres o mil conferencias: tienen que ser fruto de un discernimiento colectivo que madure en los territorios junto a los hermanos, un discernimiento que se convierte en acción transformadora «según los lugares, tiempos y personas» como diría san Ignacio. Si no, corremos el riesgo de las abstracciones, de «los nominalismos declaracionistas que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades». (Carta al Presidente de la Pontificia Comisión Para América Latina, 19 de marzo de 2016). Son slogans. El colonialismo ideológico globalizante procura imponer recetas supraculturales que no respetan la identidad de los Pueblos. Ustedes van por otro camino que es, al mismo tiempo, local y universal. Un camino que me recuerda cómo Jesús pidió organizar a la multitud en grupos de cincuenta para repartir el pan (Cf. Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi, Buenos Aires, 12 de junio de 2004).
Recién pudimos ver el video que han presentado a modo de conclusión de este tercer Encuentro. Vimos los rostros de ustedes en los debates sobre qué hacer frente a «la inequidad que engendra violencia». Tantas propuestas, tanta creatividad, tanta esperanza en la voz de ustedes que tal vez sean los que más motivos tienen para quejarse, quedar encerrados en los conflictos, caer en la tentación de lo negativo. Pero, sin embargo, miran hacia adelante, piensan, discuten, proponen y actúan. Los felicito, los acompaño, y les pido que sigan abriendo caminos y luchando. Eso me da fuerza, eso nos da fuerza. Creo que este dialogo nuestro, que se suma al esfuerzo de tantos millones que trabajan cotidianamente por la justicia en todo el mundo, va echando raíces.
Quisiera tocar algunos temas más específicos, que son los que he recibido de ustedes, que me han hecho reflexionar y los devuelvo en este momento.
Primero: el terror y los muros.
Sin embargo, esa germinación que es lenta, que tiene sus tiempos como toda gestación, está amenazada por la velocidad de un mecanismo destructivo que opera en sentido contrario. Hay fuerzas poderosas que pueden neutralizar este proceso de maduración de un cambio que sea capaz de desplazar la primacía del dinero y coloque nuevamente en el centro al ser humano, al hombre y la mujer. Ese «hilo invisible» del que hablamos en Bolivia, esa estructura injusta que enlaza a todas las exclusiones que ustedes sufren, puede endurecerse y convertirse en un látigo, un látigo existencial que, como en el Egipto del Antiguo Testamento, esclaviza, roba la libertad, azota sin misericordia a unos y amenaza constantemente a otros, para arriar a todos como ganado hacia donde quiere el dinero divinizado.
¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás. ¡Cuánto dolor y cuánto miedo! Hay -lo dije hace poco-, hay un terrorismo de base que emana del control global del dinero sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera. De ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el narcoterrorismo, el terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos llaman terrorismo étnico o religioso, pero ningún pueblo, ninguna religión es terrorista. Es cierto, hay pequeños grupos fundamentalistas en todos lados. Pero el terrorismo empieza cuando «has desechado la maravilla de la creación, el hombre y la mujer, y has puesto allí el dinero» (Conferencia de prensa en el Vuelo de Regreso del Viaje Apostólico a Polonia, 31 de julio de 2016). Ese sistema es terrorista.
Hace casi cien años, Pío XI preveía el crecimiento de una dictadura económica mundial que él llamó «imperialismo internacional del dinero». (Carta Enc. Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, 109). ¡Estoy hablando del año 1931! El aula en la que estamos ahora se llama “Paolo VI”, y fue Pablo VI quien denunció hace casi cincuenta años la «nueva forma abusiva de dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político» (Carta Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo de 1971, 44). Son palabras duras pero justas de mis antecesores que avizoraron el futuro. La Iglesia y los profetas dijeron, hace milenios, lo que tanto escandaliza que repita el Papa en este tiempo cuando todo aquello alcanza expresiones inéditas. Toda la doctrina social de la Iglesia y el magisterio de mis antecesores se rebelan contra el ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y aterroriza a la humanidad.
Ninguna tiranía, ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. Esto es clave. De ahí que toda tiranía sea terrorista. Y cuando ese terror, que se sembró en las periferias, son con masacres, saqueos, opresión e injusticia, explota en los centros con distintas formas de violencia, incluso con atentados odiosos y cobardes, los ciudadanos que aún conservan algunos derechos son tentados con la falsa seguridad de los muros físicos o sociales. Muros que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos amurallados, aterrorizados, de un lado; excluidos, desterrados, más aterrorizados todavía, del otro. ¿Es esa la vida que nuestro Padre Dios quiere para sus hijos?
Al miedo se lo alimenta, se lo manipula… Porque el miedo, además de ser un buen negocio para los mercaderes de las armas y de la muerte, nos debilita, nos desequilibra, destruye nuestras defensas psicológicas y espirituales, nos anestesia frente al sufrimiento ajeno y al final nos hace crueles. Cuando escuchamos que se festeja la muerte de un joven que tal vez erró el camino, cuando vemos que se prefiere la guerra a la paz, cuando vemos que se generaliza la xenofobia, cuando constatamos que ganan terreno las propuestas intolerantes; detrás de esa crueldad que parece masificarse está el frío aliento del miedo. Les pido que recemos por todos los que tienen miedo, recemos para que Dios les dé el valor y que en este año de la misericordia podamos ablandar nuestros corazones. La misericordia no es fácil, no es fácil… requiere coraje. Por eso Jesús nos dice: «No tengan miedo» (Mt 14,27), pues la misericordia es el mejor antídoto contra el miedo. Es mucho mejor que los antidepresivos y los ansiolíticos. Mucho más eficaz que los muros, las rejas, las alarmas y las armas. Y es gratis: es un don de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: todos los muros caen. Todos. No nos dejemos engañar. Como han dicho ustedes: «Sigamos trabajando para construir puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros de la exclusión y la explotación» (Documento Conclusivo del II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, 11 de julio de 2015, Cruz de la Sierra, Bolivia). Enfrentemos el Terror con Amor.
El segundo punto que quisiera tocar es: El amor y los puentes.
Un día como hoy, un sábado, Jesús hizo dos cosas que, nos dice el Evangelio, precipitaron la conspiración para matarlo. Pasaba con sus discípulos por un campo, un sembradío. Los discípulos tenían hambre y comieron las espigas. Nada se nos dice del «dueño» de aquel campo… subyacía el destino universal de los bienes. Lo cierto es que frente al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma. Cuando los doctores de la ley se quejaron con indignación hipócrita, Jesús les recordó que Dios quiere amor y no sacrificios, y les explicó que el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el sábado (cf. Mc 2,27). Enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humilde del corazón (cf. Homilía, I Congreso de Evangelización de la Cultura, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2006), que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo.
Y después, ese mismo día, Jesús hizo algo «peor», algo que irritó aún más a los hipócritas y soberbios que lo estaban vigilando porque buscaban alguna excusa para atraparlo. Curó la mano atrofiada de un hombre. La mano, ese signo tan fuerte del obrar, del trabajo. Jesús le devolvió a ese hombre la capacidad de trabajar y con eso le devolvió la dignidad. Cuántas manos atrofiadas, cuantas personas privadas de la dignidad del trabajo, porque los hipócritas para defender sistemas injustos, se oponen a que sean sanadas. A veces pienso que cuando ustedes, los pobres organizados, se inventan su propio trabajo, creando una cooperativa, recuperando una fábrica quebrada, reciclando el descarte de la sociedad de consumo, enfrentando las inclemencias del tiempo para vender en una plaza, reclamando una parcela de tierra para cultivar y alimentar a los hambrientos, cuando hacen esto están imitando a Jesús porque buscan sanar, aunque sea un poquito, aunque sea precariamente, esa atrofia del sistema socioeconómico imperante que es el desempleo. No me extraña que a ustedes también a veces los vigilen o los persigan y tampoco me extraña que a los soberbios no les interese lo que ustedes digan.
Jesús, ese sábado, se jugó la vida porque después de sanar esa mano, fariseos y herodianos (cf. Mc 3,6), dos partidos enfrentados entre sí, que temían al pueblo y también al imperio, hicieron sus cálculos y se confabularon para matarlo. Sé que muchos de ustedes se juegan la vida. Sé -lo quiero recordar, la quiero recordar- que algunos no están hoy acá porque se jugaron la vida… pero no hay mayor amor que dar la vida. Eso nos enseña Jesús.
Las «3-T», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa inteligencia humilde pero a la vez fuerte y sanadora. Un proyecto-puente de los pueblos frente al proyecto-muro del dinero. Un proyecto que apunta al desarrollo humano integral. Algunos saben que nuestro amigo el Cardenal Turkson está presidiendo ahora el Dicasterio que lleva ese nombre: Desarrollo Humano Integral. Lo contrario al desarrollo, podría decirse, es la atrofia, la parálisis. Tenemos que ayudar para que el mundo se sane de su atrofia moral. Este sistema atrofiado puede ofrecer ciertos implantes cosméticos que no son verdadero desarrollo: crecimiento económico, avances técnicos, mayor «eficiencia» para producir cosas que se compran, se usan y se tiran englobándonos a todos en una vertiginosa dinámica del descarte… pero este mundo no permite el desarrollo del ser humano en su integralidad, el desarrollo que no se reduce al consumo, que no se reduce al bienestar de pocos, que incluye a todos los pueblos y personas en la plenitud de su dignidad, disfrutando fraternalmente de la maravilla de la Creación. Ese es el desarrollo que necesitamos: humano, integral, respetuoso de la Creación, de esta casa común.
Otro punto es: La bancarrota y el salvataje.
Queridos hermanos, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre otros dos temas que, junto a las «3-T» y la ecología integral, fueron centrales en vuestros debates de los últimos días y son centrales en este tiempo histórico.
Sé que dedicaron una jornada al drama de los migrantes, refugiados y desplazados. ¿Qué hacer frente a esta tragedia? En el Dicasterio que tiene a su cargo el Cardenal Turkson hay un departamento para la atención de esas situaciones. Decidí que, al menos por un tiempo, ese departamento dependa directamente del Pontífice, porque aquí hay una situación oprobiosa, que sólo puedo describir con una palabra que me salió espontáneamente en Lampedusa: vergüenza.
Allí, como también en Lesbos, pude sentir de cerca el sufrimiento de tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o violencias de todo tipo, multitudes desterradas –lo he dicho frente a las autoridades de todo el mundo– como consecuencia de un sistema socioeconómico injusto y de los conflictos bélicos que no buscaron, que no crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de su suelo patrio sino más bien muchos de aquellos que se niegan a recibirlos.
Hago mías las palabras de mi hermano el Arzobispo Hieronymus de Grecia: «Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refugiados es capaz de reconocer de inmediato, en su totalidad, la “bancarrota” de la humanidad» (Discurso en el Campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016) ¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto? Y así el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio, y no sólo el Mediterráneo… tantos cementerios junto a los muros, muros manchados de sangre inocente. Durante los días de este encuentro, lo decían en el vídeo: ¿Cuántos murieron en el Mediterráneo?
El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se niega a ver la sangre, el dolor, el rostro del otro. Lo dijo mi hermano el Patriarca Bartolomé: «Quien tiene miedo de vosotros no os ha mirado a los ojos. Quien tiene miedo de vosotros no ha visto vuestros rostros. Quien tiene miedo no ve a vuestros hijos. Olvida que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y trascienden la división. Olvida que la migración no es un problema de Oriente Medio y del norte de África, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo» (Discurso en el Campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).
Es, en verdad, un problema del mundo. Nadie debería verse obligado a huir de su Patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas circunstancias terribles, el migrante se ve arrojado a las garras de los traficantes de personas para cruzar las fronteras y es triple si al llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor, se lo desprecia, se lo explota, incluso se lo esclaviza. Esto se puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades. O simplemente no se lo deja entrar.
Les pido a ustedes que hagan todo lo que puedan. Nunca se olviden que Jesús, María y José experimentaron también la condición dramática de los refugiados. Les pido que ejerciten esa solidaridad tan especial que existe entre los que han sufrido. Ustedes saben recuperar fábricas de la bancarrota, reciclar lo que otros tiran, crear puestos de trabajo, labrar la tierra, construir viviendas, integrar barrios segregados y reclamar sin descanso como esa viuda del Evangelio que pide justicia insistentemente (cf. Lc 18,1-8). Tal vez con vuestro ejemplo y su insistencia, algunos Estados y Organismos internacionales abran los ojos y adopten las medidas adecuadas para acoger e integrar plenamente a todos los que, por una u otra circunstancia, buscan refugio lejos de su hogar. Y también para enfrentar las causas profundas por las que miles de hombres, mujeres y niños son expulsados cada día de su tierra natal.
Dar el ejemplo y reclamar es una forma de meterse en política y esto me lleva al segundo eje que debatieron en su Encuentro: la relación entre pueblo y democracia. Una relación que debería ser natural y fluida pero que corre el peligro de desdibujarse hasta ser irreconocible. La brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se agranda cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos económicos y mediáticos que parecieran dominarlas. Los movimientos populares, lo sé, no son partidos políticos y déjenme decirles que, en gran medida, en eso radica su riqueza, porque expresan una forma distinta, dinámica y vital de participación social en la vida pública. Pero no tengan miedo de meterse en las grandes discusiones, en Política con mayúscula y cito de nuevo a Pablo VI: «La política ofrece un camino serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás» (Lett. Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 46). O esa frase que repito tantas veces, que siempre me confundo, no sé si es de Pablo VI o de Pío XII: “La política es una de las formas más altas de la caridad, del amor”.
Quisiera señalar dos riesgos que giran en torno a la relación entre los movimientos populares y la política: el riesgo de dejarse encorsetar y el riesgo de dejarse corromper.
Primero, no dejarse encorsetar, porque algunos dicen: la cooperativa, el comedor, la huerta agroecológica, el microemprendimiento, el diseño de los planes asistenciales… hasta ahí está bien. Mientras se mantengan en el corsé de las «políticas sociales», mientras no cuestionen la política económica o la política con mayúscula, se los tolera. Esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos a veces me parece una especie de volquete maquillado para contener el descarte del sistema. Cuando ustedes, desde su arraigo a lo cercano, desde su realidad cotidiana, desde el barrio, desde el paraje, desde la organización del trabajo comunitario, desde las relaciones persona a persona, se atreven a cuestionar las «macro-relaciones», cuando chillan, cuando gritan, cuando pretenden señalarle al poder un planteo más integral, ahí ya no se lo tolera. No se lo tolera tanto porque se están saliendo del corsé, se están metiendo en el terreno de las grandes decisiones que algunos pretenden monopolizar en pequeñas castas. Así la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino.
Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor, a meros administradores de la miseria existente. En estos tiempos de parálisis, desorientación y propuestas destructivas, la participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común puede vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad o de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria.
Sabemos que «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» (Exhort. ap. postsin. Evangelii gaudium, 202). Por eso, lo dije y lo repito: «El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio» (Discurso en el Segundo Encuentro mundial de los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 9 de julio de 2015). La Iglesia, la Iglesia también puede y debe, sin pretender el monopolio de la verdad, pronunciarse y actuar especialmente frente a «situaciones donde se tocan las llagas y el sufrimiento dramático, y en las cuales están implicados los valores, la ética, las ciencias sociales y la fe» (Discurso a la Cumbre de Jueces y Magistrados contra el Tráfico de Personas y el Crimen Organizado, Vaticano, 3 de junio de 2016). Este era el primer riesgo: el riesgo del corsé, y la invitación de meterse en la gran política.
El segundo riesgo, les decía, es dejarse corromper. Así como la política no es un asunto de los «políticos», la corrupción no es un vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares. Es justo decir que hay una corrupción naturalizada en algunos ámbitos de la vida económica, en particular la actividad financiera, y que tiene menos prensa que la corrupción directamente ligada al ámbito político y social. Es justo decir que muchas veces se manipulan los casos de corrupción con malas intenciones. Pero también es justo aclarar que quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación adicional que se suma a la honestidad con la que cualquier persona debe actuar en la vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación de servir con un fuerte sentido de la austeridad y la humildad. Esto vale para los políticos pero también vale para los dirigentes sociales y para nosotros, los pastores. Dije “austeridad”. Quisiera aclarar a qué me refiero con la palabra austeridad. Puede ser una palabra equívoca. Austeridad moral, austeridad en el modo de vivir, austeridad en cómo llevo adelante mi vida, mi familia. Austeridad moral y humana. Porque en el campo más científico, científico-económico si se quiere, o de las ciencias del mercado, austeridad es sinónimo de ajuste. A esto no me refiero. No estoy hablando de eso.
A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y rece para que Dios lo libere de esas ataduras. Pero, parafraseando al ex Presidente latinoamericano que está por acá, el que tenga afición por todas esas cosas, por favor, no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer mucho daño a sí mismo, al prójimo y va a manchar la noble causa que enarbola. Tampoco que se meta en el seminario.
Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad; esa austeridad moral y personal. Y practicar la austeridad es, además, predicar con el ejemplo. Les pido que no subestimen el valor del ejemplo porque tiene más fuerza que mil palabras, que mil volantes, que mil likes, que mil retweets, que mil videos de youtube. El ejemplo de una vida austera al servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común y el proyecto-puente de las 3-T. Les pido a los dirigentes que no se cansen de practicar esa austeridad moral, personal, y les pido a todos que exijan a los dirigentes esa austeridad, la cual –por otra parte– los va a hacer muy felices.
Queridos hermanas y hermanos
La corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo.
Quisiera, para finalizar, pedirles que sigan enfrentando el miedo con una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces, todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura. Algunos saben que después del Sínodo de la familia escribí un documento que lleva por título Amoris Laetitia. La alegría del amor. Un documento sobre el amor en la familia de cada uno, pero también en esa otra familia que es el barrio, la comunidad, el pueblo, la humanidad. Uno de ustedes me pidió distribuir un cuadernillo que contiene un fragmento del capítulo cuarto de ese documento. Creo que se los van a entregar a la salida. Va entonces con mi bendición. Allí hay algunos «consejos útiles» para practicar el más importante de los mandamientos de Jesús.
En Amoris Laetitia cito a un fallecido dirigente afroamericano, Martin Luther King, el cual volvía a optar por el amor fraterno aun en medio de las peores persecuciones y humillaciones. Quiero recordarlo hoy con ustedes, es decir: «Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las personas atrapadas en ese sistema, las amas, pero tratas de derrotar ese sistema […] Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal». Esto lo dijo en 1957 (n. 118; Sermón en la iglesia Bautista de la Avenida Dexter, Montgomery, Alabama, 17 de noviembre de 1957).
Les agradezco nuevamente su trabajo y su presencia. Quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie y nos da coraje para romper la cadena del odio: esa fuerza es la esperanza. Les pido por favor que recen por mí y los que no pueden rezar, ya saben, piénsenme bien y mándenme buena onda. Gracias.
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