sábado, 3 de diciembre de 2016

FRANCISCO: Discursos de noviembre (28, 26 [2], 24, 18, 17 [2], 11 y 5)


DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
NOVIEMBRE 2016


A LOS ORGANIZADORES Y COLABORADORES
DEL JUBILEO DE LA MISERICORDIA
  
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
 Lunes 28 de noviembre de 2016


“Me alegra recibiros al final  del Jubileo extraordinario para expresaros mi agradecimiento personal por el gran trabajo realizado durante este Año Santo.


Saludo y agradezco en particular, al incansable Mons. Rino Fisichella. A él  y a sus colaboradores del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización había confiado de forma especial la gestión del Jubileo. Ha sido  un año denso, lleno de iniciativas en toda la Iglesia, donde  se ha podido  ver y tocar de cerca el fruto de la misericordia de Dios. La mía, al principio, había sido una simple intuición; el Señor, como siempre,  nos sorprende y va más allá de nuestras expectativas, y así ese deseo se convirtió en una realidad que se ha podido celebrar con tanta fe y alegría en las comunidades cristianas de todo el mundo. La Puerta de la Misericordia abierta en todas las catedrales y santuarios ha hecho que los fieles no encontrasen ningún obstáculo para experimentar el amor de Dios. Ha sucedido algo realmente extraordinario que ahora es necesario incorporar a  la vida cotidiana para que la misericordia se convierta en un compromiso y una forma de vida permanente para los creyentes.


Todos vosotros, de diferentes maneras, habéis hecho posible que este acontecimiento de gracia se celebrase de forma ordenada y segura, con una gran afluencia  de peregrinos y que pusiera de   manifiesto el profundo valor espiritual que el Jubileo representa. Mi agradecimiento va, en primer lugar, al Ministro del Interior  que como responsable de la seguridad ha garantizado a los peregrinos, no sólo en Roma, sino en todo el territorio nacional, que  vivieran este jubileo con la seguridad y la paz necesaria. Junto con él doy las gracias al Jefe de la Policía y de la Policía de Roma, que junto con la Gendarmería del Vaticano han demostrado  que la colaboración mutua brinda realmente servicios de seguridad  de los que todos se benefician. Doy las gracias a los miembros de la Comisión Bilateral entre la Santa Sede y el Gobierno italiano en la persona del subsecretario  de la Presidencia del Consejo. No puedo olvidar al Cuerpo de la  Guardia Suiza y a todas las instituciones  vaticanas, en particular, a la Gobernación y a la Basílica de San Pedro por su gran  dedicación. Un pensamiento agradecido también al esfuerzo realizado por los responsables de la Región del  Lacio, con su presidente, sobre todo  por  la planificación 
meticulosa de las estructuras sanitarias.  A la Secretaría Técnica, presidida por  el prefecto de  Roma que agrupaba  las distintas administraciones, entre las cuales el Ayuntamiento de Roma, un  aplauso por haber hecho posible  el funcionamiento eficaz de todos los eventos del Jubileo.


Por último, mi  vivo  agradecimiento a los muchos voluntarios que han venido de diferentes partes del mundo y todos los que han contribuido con su trabajo diario, a menudo silencioso y discreto, a hacer de este  Jubileo extraordinario un verdadero evento de gracia.


"Si quieres conseguir la misericordia de Dios, sé tú misericordioso". Estas palabras de San Agustín puede confortarnos a  todos . Con vuestro esfuerzo  no solamente habéis dado una aportación eficaz,  sino que  también habéis prestado un servicio auténtico de misericordia a los millones de peregrinos que han venido a Roma. ¡Que vuestro duro trabajo sea recompensado por la experiencia de  misericordia que el Señor no dejará que os falte!. Gracias”.

 
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A LOS GANADORES DEL PREMIO RATZINGER 2016

 Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 26 de noviembre de 2016


Eminencias, excelencias, queridos hermanos laureados, queridos hermanos y
hermanas


“Me alegra encontrarme con vosotros  en esta ocasión tan importante en el contexto de los fines y actividades de la Fundación Joseph Ratzinger- Benedicto XVI


Para mí es también una manera de expresar una vez más  nuestro afecto y nuestro reconocimiento por el Papa Emérito Benedicto XVI, que sigue  acompañándonos  con su oración.


Me congatulo por el éxito del Simposio Internacional sobre el tema de la Escatología - Análisis y Perspectivas, que ha tenido lugar hace pocos días en la Universidad de la Santa Cruz y ha concluido esta mañana en el “Agustinianum” con la lección del Cardenal Ravasi. 
Sabemos que el tema de la escatología ha ocupado un lugar muy importante en el trabajo teológico del Profesor Joseph Ratzinger, en su actividad como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y finalmente también en su Magisterio durante el Pontificado. No podemos olvidar sus profundas consideraciones acerca de la vida eterna y la esperanza en la Encíclica Spe Salvi. El tema de la escatología es esencial en la reflexión sobre el sentido de nuestra vida y de nuestra historia para no encerrarnos en un enfoque materialista o de otra forma puramente mundana. El Jubileo de la Misericordia, que acaba de finalizar, nos ha recordado  muchas veces que la misericordia está en el corazón del "protocolo" sobre el que Jesús dice que seremos juzgados: "Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. La profundidad del pensamiento de Joseph Ratzinger, sólidamente basado en la Escritura y en los Padres, y siempre alimentado por la fe  y la oración, nos ayuda a permanecer abiertos al horizonte de la eternidad, dando sentido también a nuestras esperanzas y a nuestros esfuerzos humanos. El suyo es un pensamiento y un magisterio fecundo, que ha sabido  concentrarse en las referencias fundamentales de nuestra vida cristiana, la persona de Jesucristo, la caridad, la esperanza y la fe. Y toda la Iglesia le estará siempre agradecida.


Pero ya que en esta ocasión de esta reunión anual  se otorga el Premio Ratzinger 2016, también he de felicitar a las ilustres personalidades a la que ha sido asignado por el Comité Científico de la Fundación. Por lo tanto, mis felicitaciones a Monseñor Inos Biffi, que, como hemos escuchado,  recibe el premio en reconocimiento de los méritos de toda una vida dedicada a los estudios teológicos en la Iglesia y en su servicio:un premio, por así decirlo, "a la  carrera "de un gran teólogo; y al Profesor más joven Ioannis Kourempeles, que recibe el premio en reconocimiento a la calidad de la labor teológica  hasta ahora desarrollada, como prueba de aprecio  por el interés dedicado al  pensamiento de Joseph Ratzinger, y como  estímulo para seguir sondeando  la fecundidad del encuentro entre el pensamiento de Joseph Ratzinger y la teología ortodoxa.


Enhorabuena, pues, a los galardonados  y mis mejores deseos por su trabajo teológico, y a la Fundación por llevar a cabo su tarea. El Señor os bendiga siempre y bendiga también vuestro servicio a su Reino. Y bendiga  a todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros  seres queridos. Gracias”.


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A LOS JÓVENES ITALIANOS DEL SERVICIO CIVIL NACIONAL

Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 26 de noviembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas, buenos días.


No hay que olvidar lo que ha dicho el señor ministro: la protección social. El terremoto que tenemos junto a nosotros... seguir adelante; proteger a esa gente y proteger a los que están en peligro de un terremoto humano, que viene desde dentro, que están solos, abandonados, descartados, en esta cultura en la que gusta tanto descartar a la gente. Gracias por ello, señor ministro, y esperemos que este desafío suyo sea recibido por todos nosotros. Gracias.
Y estoy contento por este encuentro, quince años después de la promulgación de la ley que ha instituido en Italia el Servicio Civil Nacional. Saludo al ministro, al sub-secretario y a las otras personalidades institucionales, como también a los responsables de los entes promotores de los proyectos y los trabajadores que les siguen. Mi saludo va dirigido sobre todo a vosotros, queridos jóvenes, que habéis elegido dedicar una parte de vuestro tiempo y de vuestra vida a un proyecto de voluntariado y de promoción social. La gratuidad del voluntariado, también por un tiempo determinado, representa una riqueza no solo para la sociedad y para quienes disfrutan de vuestra obra, sino también para vosotros mismos y vuestra maduración humana.


Sois una fuerza preciosa y una fuerza dinámica del país: vuestra aportación es indispensable para realizar el bien de la sociedad, teniendo en cuenta especialmente a los miembros más débiles. El proyecto de una sociedad solidaria constituye la meta de toda comunidad civil que quiera ser igualitaria y fraternal. Ese objetivo es traicionado cada vez que asistimos pasivamente al crecimiento de la desigualdad entre las distintas partes sociales o entre las naciones del mundo, cuando se reduce la asistencia a los sectores más débiles sin que se garanticen otras formas de protección; cuando se aceptan peligrosas lógicas de rearme y se invierten recursos valiosos para adquirir armamento —una verdadera plaga actual, esta— o cuando el pobre se convierte en una amenaza y en lugar de tenderles la mano se los relega a su miseria.


Todas estas actitudes representan una herida de nuestra sociedad y de su cultura, introduciendo en ella criterios y prácticas que inducen a la indiferencia y la opresión, que empobrecen la vida, no sólo de quien es olvidado o discriminado, sino también del quien olvida o discrimina, el cual termina por encerrarse en sí mismo y excluye el encuentro con la carne de los hermanos, que camino obligado para encontrar el bien. Mediante vuestro servicio, estáis llamados a desempeñar una función crítica respecto a estas perspectivas contrarias a lo humano, y una función profética que muestre cuánto sea posible pensar y actuar de manera distinta.


Entre las diversas áreas de intervención de los proyectos del Servicio Civil, una mención especial se merece la protección del medio ambiente, teniendo en cuenta el criterio de una ecología humana, que nos permita reconocer el estrecho vínculo entre el cuidado del medio ambiente y el del hombre y se dé cuenta de las graves consecuencias de la degradación ambiental en la vida de las personas, especialmente de los más pobres. Otro ámbito de acción que debe ser particularmente importante para vosotros es el de la ayuda a los refugiados y migrantes, los cuales piden ser socorridos e integrados en el tejido social. Italia está admirablemente comprometida en esta tarea —¡es un ejemplo!—; al expresar mi aprecio por todo ello, exhorto a proseguir con valor tanto en el plano de la acogida concreta como en el de la sensibilización y de una verdadera integración. Gracias por la labor que hace Italia.


Una consideración especial merecen también todos los otros proyectos educativos y asistenciales del Servicio Civil Italiano, con los cuales, de varias maneras se acompaña a niños, jóvenes, personas discapacitadas, marginadas y necesitadas de ayuda. Durante estos meses, además, un compromiso extraordinario ha sido pedido a las poblaciones golpeadas por el terremoto, a las cuales renuevo mi cercanía y mi ánimo. Que todas estas realidades se conviertan para vosotros en ocasiones de crecimiento humano y de compartir experiencias, conocimientos y sensibilidad.


Queridos jóvenes, os deseo que sigáis el camino que da plenitud de significado y de alegría a vuestra vida. Este camino no es igual para todos, pero cada uno puede encontrar el más adecuado a su personalidad, a sus dones, a su situación. Sin embargo, hay coordenadas comunes, fuera de las cuales no se puede encontrar, y una de estas coordenadas es precisamente la del servicio. Seguramente el camino del servicio va contracorriente respecto a los modelos dominantes, pero en realidad cada uno de nosotros se siente feliz y realizado sólo cuando es útil para alguien. Esto libera en nosotros nuevas energías, nos hace percibir que no estamos solos y amplía nuestros horizontes. Os invito a caminar por esta senda del servicio y a tomar como modelo perfecto de humanidad a Jesús, que dejó lugar a los demás en sí mismo hasta donar su vida.


A las instituciones, a las cuales doy las gracias por su trabajo en favor de los jóvenes ocupados en el año de servicio voluntario, pido que se hagan cada vez más promotores de un verdadero espíritu solidario en la población. Que esta sensibilidad sea cada vez menos ocasional y más estructural, hasta estar presente en toda acción de los diversos sujetos públicos y privados. El grado de civilización de un pueblo, de hecho, se mide en base a la capacidad de respetar y promover los derechos de cada persona, empezando por los más débiles.


Os doy las gracias por este encuentro. Invoco sobre vosotros y vuestros proyectos la bendición del Señor, para que os ayude a actuar siempre de manera valiente y desinteresada, mirando lejos hacia los horizontes de la esperanza. Y por favor, rezad también por mí. Gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
“NARCÓTICOS: PROBLEMAS Y SOLUCIONES DE ESTA CUESTIÓN MUNDIAL”
ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS


Palacio Apostólico Vaticano
 Casina Pío IV
Jueves 24 de noviembre de 2016



Ilustres señores y señoras:


Saludo cordialmente a cada uno de los presentes y agradezco las palabras que me ha dirigido el Presidente de la Pontificia Academia de las Ciencias.


La droga es una herida en nuestra sociedad. Una herida que atrapa a mucha gente en las redes. Ellas son víctimas que han perdido su libertad para caer en esta esclavitud; esclavitud de una dependencia que podríamos llamar «química». Es cierto que se trata de una «nueva forma de esclavitud», como otras muchas que flagelan al hombre de hoy y a la sociedad en general.


Es evidente que no hay una única causa que lleva a la dependencia de la droga, sino que son muchos los factores que intervienen, entre otros: la ausencia de familia, la presión social, la propaganda de los traficantes, el deseo de vivir nuevas experiencias, etc. Cada persona dependiente trae consigo una historia personal distinta, que debe ser escuchada, comprendida, amada y, en cuanto posible, sanada y purificada. No podemos caer en la injusticia de clasificar al drogadicto como si fuera objeto o un trasto roto. Cada persona ha de ser valorada y apreciada en su dignidad para poder ser sanada. La dignidad de la persona es lo que hemos venido a encontrar. Siguen teniendo, y más que nunca, una dignidad en cuanto personas que son hijos de Dios.


Y no es de extrañar que haya tanta gente que caiga en la dependencia de la droga, pues la mundanidad nos ofrece un amplio abanico de posibilidades para alcanzar una felicidad efímera, que al final se convierte en veneno, que corroe, corrompe y mata. La persona se va destruyendo y, con ella, a todos los que están a su alrededor. El deseo inicial de huida, buscando una felicidad momentánea, se transforma en la devastación de la persona en su integridad, repercutiendo en todas las capas sociales.


En este sentido, es importante conocer cuál es el alcance del problema de la droga, -que es destructor, es esencialmente destructor- y, sobre todo, la vastedad de sus centros de producción y de su sistema de distribución. Las redes, que posibilitan la muerte de una persona. La muerte no física, la muerte psíquica, la muerte social. El descarte de una persona. Redes inmensas, poderosas, que van atrapando a personas responsables en la sociedad, en los gobiernos, en la familia. Sabemos que el sistema de distribución, más aún que la producción, representa una parte importante del crimen organizado, pero un desafío es identificar el modo de controlar los circuitos de corrupción y las formas de blanqueo de dinero. Están unidos, están unidos. Para ello, no queda otro camino que el de remontar la cadena que va desde el comercio de drogas en pequeña escala hasta las formas más sofisticadas de lavado, que anidan en el capital financiero y en los bancos que se dedican al blanqueo del dinero sucio.


Un juez de mi país empezó a trabajar en serio. Tenía varios miles de kilómetros de frontera en su jurisdicción. Trabajar en serio sobre el problema de la droga. Al poco tiempo recibió una foto de su familia, en el correo: “Tu hijo va a tal escuela, tu esposa hace esto…”, nada más. Un aviso mafioso. O sea, cuando se quiere buscar y ascender por las redes de distribución, uno se encuentra con esa palabra de cinco letras: mafia. Pero en serio. Porque, así como en la distribución se mata al que es esclavo de la droga, en la consumación así también se mata a quien quiera destruir esta esclavitud.


Es cierto que para frenar la demanda del consumo de drogas se necesita realizar grandes esfuerzos e implementar amplios programas sociales orientados a la salud, al apoyo familiar y, sobre todo, a la educación, que considero fundamental. La formación humana integral es la prioridad; ella da a las personas la posibilidad de tener instrumentos de discernimiento, con los cuales puedan desechar las diferentes ofertas y ayudar a otros. Esta formación principalmente está orientada a los vulnerables de la sociedad, como pueden ser los niños y los jóvenes, pero también es valioso extenderla a las familias y a los que sufren algún tipo de marginación. Sin embargo, el problema de la prevención de la droga como programa siempre se ve frenado por mil y un factor de ineptitud de los gobiernos: por un sector del gobierno de acá, de allá o de allá. Y programas de prevención de droga casi no existen exitosos. Y una vez que avanzó, y ya se radicó en la sociedad, es muy difícil. Pienso en mi patria: hace 30 años era un país de tránsito; después, de consumo, y hasta algo de producción. En 30 años. Este es el progreso que se da gracias al compromiso mafioso de los responsables…


Si bien la prevención es camino prioritario, es fundamental también trabajar por la plena y segura rehabilitación de sus víctimas en la sociedad, para devolverles la alegría y para que recobren la dignidad que un día perdieron. Mientras esto no esté asegurado, también desde el Estado y su legislación, la recuperación será difícil y las víctimas podrán ser re-victimizadas.


El más necesitado de nuestros hermanos, que aparentemente no tiene nada para dar, lleva un tesoro para nosotros: el rostro de Dios, que nos habla y nos interpela. Les animo a que sigan adelante con su labor y concreten, dentro de sus propias posibilidades, las felices iniciativas que han emprendido al servicio de los que más sufren en este campo de guerra. La lucha es difícil, y siempre que uno da la cara y empieza a trabajar, en esto corre el riesgo de ese juez de mi patria de recibir una cartita con alguna insinuación. Pero estamos defendiendo a la familia humana, defendiendo a los jóvenes, a los niños. Como se dice en el campo: “Defendiendo la cría, defiendo el futuro”. No es una cosa de disciplina momentánea, es una cosa que se proyecta hacia delante.


Muchas gracias por lo que hacen.


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A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO DE FORMACIÓN PARA OBISPOS
SOBRE EL NUEVO NUEVO PROCESO MATRIMONIAL
[17-19 DE NOVIEMBRE DE 2016]


Tribunal Apostólico de la Rota Romana
Viernes 18 de noviembre de 2016


Queridos hermanos:


vuestra presencia en este curso de formación, promovido por el Tribunal Apostólico de la Rota Romana, subraya cuánto los obispos, aun constituidos en fuerza de la Ordenación como maestros de la fe (cfr Lumen gentium, 25), tengan la necesidad de aprender continuamente. Se trata de comprender las necesidades y las preguntas del hombre de hoy y buscar las respuestas en la Palabra de Dios y en la verdad de la fe, estudiadas y conocidas cada vez mejor. El ejercicio del munus docendi está íntimamente ligado con los de sanctificandi y regendi. A través de estas tres funciones se expresa el ministerio pastoral del obispo, fundado en la voluntad de Cristo, en la asistencia del Espíritu Santo y cuyo fin es actualizar el mensaje de Jesús. La inculturación del Evangelio se basa en este principio que aúna la fidelidad al anuncio evangélico y su comprensión y traducción en el tiempo.


El beato Pablo VI, en la Evangelii muntiandi, exhortaba a evangelizar no de una manera superficial, sino entrando en lo concreto de las situaciones y de las personas. Estas son sus palabras: «lo que importa es evangelizar. no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces […] tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios » (n. 20). Precisamente la atención a las personas es la razón de fondo, teológica y eclesiológica, en este curso de formación. La salud espiritual, la salus animarum de las personas que nos han confiado es el fin de toda acción pastoral.


En la primera carta de Pedro encontramos un punto de referencia fundamental para el oficio episcopal: «Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey» (5,2-3). Esta exhortación ilumina toda la misión del obispo, presentando la potestad espiritual como un servicio para la salvación de los hombres. En esta perspectiva, es necesario eliminar con firmeza los obstáculos de naturaleza mundana que dificultan a un gran número de fieles el acceso a los Tribunales eclesiásticos. Las cuestiones de tipo económico y organizativo no pueden ser un obstáculo para la verificación canónica de la validez del matrimonio. Con el enfoque de una relación sana entre la justicia y la caridad, la ley de la Iglesia no puede prescindir del principio fundamental de la salus animarum. Por lo tanto, los Tribunales eclesiásticos están llamados a ser una expresión tangible de un servicio diaconal del derecho con respecto a ese objetivo primario. Este mismo está puesto oportunamente como la última palabra del Código de Derecho Canónico, porque lo sobrepasa como la ley suprema, y como valor que supera el derecho mismo, indicando así el horizonte de la misericordia.


En esta perspectiva, la Iglesia camina desde siempre, como madre que acepta y ama, con el ejemplo de Jesús Buen Samaritano. Iglesia del Verbo encarnado, se "encarna" en las historias tristes y dolorosas de la gente, se inclina hacia los pobres y los que están lejos de la comunidad eclesial o que se consideran fuera de ella a causa de su fracaso matrimonial. Sin embargo están y siguen estando incorporados a Cristo en virtud del bautismo. Por lo tanto, a nosotros nos corresponde la grave responsabilidad de ejercer el munus, recibido por Jesús, divino Pastor médico y juez de las almas, de no considerarles nunca extraños al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Estamos llamados a no excluirlos de nuestra preocupación pastoral, sino a dedicarnos a ellos y a su situación irregular y dolorosa con la mayor solicitud y caridad.


Queridos hermanos obispos, procedéis de distintos países y habéis traído a este encuentro las solicitudes y las preguntas que surgen en el ámbito pastoral matrimonial de las respectivas diócesis. Tales instancias requieren respuestas y medidas no siempre fáciles. Estoy seguro de que estas jornadas de estudio os ayudarán a concretar la actitud más oportuna a las diversas problemáticas.


Doy las gracias al Decano Mons. Pinto por haber promovido este Curso formativo, como también a los relatores por su competente aportación jurídica, teológica y pastoral. Regresaréis a vuestras diócesis enriquecidos con nociones y sugerencias útiles para desarrollar con más eficacia vuestro ministerio, especialmente en relación con el nuevo proceso matrimonial. Esto representa una ayuda importante para que en la grey que se os ha confiado crezca la medida de la estatura de Cristo Buen Pastor, del que debemos aprender día tras día la búsqueda del unum necessarium: la salus animarum. Se trata del bien supremo y se identifica con Dios mismo, como enseñaba San Gregorio Nacianceno. Confiad en la asistencia infinita del Espíritu Santo, que conduce invisible pero realmente a la Iglesia.


Recémosle para que os ayude y también ayude al sucesor de Pedro a responder, con disponibilidad y humildad, al grito de ayuda de tantos hermanos y hermanas nuestros que necesitan ver la verdad de su matrimonio y del camino de su vida.


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A LOS PARTICIPANTES EN UNA CONFERENCIA 
DE LA UNIÓN INTERNACIONAL DE EMPRESARIOS CATÓLICOS (UNIAPAC)

 Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Regia
Jueves 17 de noviembre de 2016


Señor Cardenal,
Señor Presidente de UNIAPAC,
Queridos amigos:


Han venido a Roma —al Vaticano— respondiendo a la invitación del Cardenal Peter Turkson y de las autoridades de la Unión internacional de empresarios católicos, con el noble propósito de reflexionar sobre el papel de los empresarios como agentes de inclusión económica y social. Quiero asegurarles desde este momento mi aliento y mi oración para este trabajo. La Providencia de Dios ha querido que este encuentro de UNIAPAC coincida con la conclusión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Todas las actividades humanas, también la empresarial, pueden ser un ejercicio de la misericordia, que es participación en el amor de Dios por los hombres.


La actividad empresarial asume constantemente multitud de riesgos. Jesús, en las parábolas del tesoro escondido en un campo (cf. Mt 13,44) y de la perla preciosa (cf. Mt 13,45), compara la obtención del Reino de los Cielos con el riesgo empresarial. Deseo reflexionar hoy con ustedes sobre tres riesgos: el riesgo de usar bien el dinero, el riesgo de la honestidad y el riesgo de la fraternidad.


En primer lugar, el riesgo del uso del dinero. Hablar de empresas nos pone inmediatamente en relación con uno de los temas más difíciles de la percepción moral: el dinero. He dicho varias veces que «el dinero es el estiércol del diablo», repitiendo lo que decían los Santos Padres. Además, León XIII, quien inició la doctrina social de la Iglesia, advertía que la historia del siglo XIX había dividido a las «naciones en dos clases de ciudadanos, abriendo un inmenso abismo entre una y otra» (Carta enc. Rerum novarum, 35). 40 años después, Pío XI preveía el crecimiento de un «imperialismo internacional del dinero» (Carta enc. Quadragesimo anno, 109). Pasados otros 40 años, Pablo VI, refiriéndose a la Rerum novarum, denunciaba que la concentración excesiva de los medios y de los poderes «puede conducir a una nueva forma abusiva de dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político» (Carta ap. Octogesima adveniens, 44).


Jesús, en la parábola del administrador injusto, exhorta a hacerse de amigos con las riquezas de iniquidad, para poder ser recibidos en las moradas eternas (cf. Lc 16, 9-15). Todos los Padres de la Iglesia han interpretado estas palabras en el sentido de que las riquezas son buenas cuando se ponen al servicio del prójimo, de lo contrario son inicuas (cf. Catena Aurea: Evangelio según san Lucas, 16, 8-13). Por tanto, el dinero debe servir, en vez de gobernar. Es un principio clave: el dinero debe servir en vez de gobernar. Es El dinero es sólo un instrumento técnico de intermediación, de comparación de valores y derechos, de cumplimiento de las obligaciones y de ahorro. Como toda técnica, el dinero no tiene un valor neutro, sino que adquiere valor según la finalidad y las circunstancias en que se usa. Cuando se afirma la neutralidad del dinero, se está cayendo en su poder. Las empresas no deben existir para ganar dinero, aunque el dinero sirva para medir su funcionamiento. Las empresas existen para servir.


Por eso, es urgente recuperar el sentido social de la actividad financiera y bancaria, con la mejor inteligencia e inventiva de los empresarios. Esto supone asumir el riesgo de complicarse la vida, teniendo que renunciar a ciertas ganancias económicas. El crédito debe ser accesible para la vivienda de las familias, para las pequeñas y medianas empresas, para los campesinos, para las actividades educativas, especialmente a nivel primario, para la sanidad general, para el mejoramiento y la integración de los núcleos urbanos más pobres. Una lógica crematística del mercado hace que el crédito sea más accesible y más barato para quien posee más recursos; y más caro y difícil para quien tiene menos, hasta el punto de dejar las franjas más pobres de la población en manos de usureros sin escrúpulos. De igual modo, a nivel internacional, el financiamiento de los países más pobres se convierte fácilmente en una actividad usurera. Este es uno de los grandes desafíos para el sector empresarial y para los economistas en general, que está llamado a conseguir un flujo estable y suficiente de crédito que no excluya a ninguno y que pueda ser amortizable en condiciones justas y accesibles.


Aun cuando se admita la posibilidad de crear mecanismos empresariales que sean accesibles para todos y funcionen en beneficio de todos, hay que reconocer que siempre hará falta una generosa y abundante gratuidad. También hará falta la intervención del Estado para proteger ciertos bienes colectivos y asegurar la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales. Mi predecesor San Juan Pablo II afirmaba que ignorar esto lleva a «una “idolatría” del mercado» (Carta enc. Centesimus annus, 40).


Hay un segundo riesgo que debe ser asumido por los empresarios. El riesgo de la honestidad. La corrupción es la peor plaga social. Es la mentira de buscar el provecho personal o del propio grupo bajo las apariencias de un servicio a la sociedad. Es la destrucción del tejido social bajo las apariencias del cumplimiento de la ley. Es la ley de la selva disfrazada de aparente racionalidad social. Es el engaño y la explotación de los más débiles o menos informados. Es el más craso egoísmo, oculto detrás de una aparente generosidad. La corrupción está generada por la adoración del dinero y vuelve al corrupto, prisionero de esa misma adoración. La corrupción es un fraude a la democracia, y abre las puertas a otros males terribles como la droga, la prostitución y la trata de personas, la esclavitud, el comercio de órganos, el tráfico de armas, etc. La corrupción es hacerse seguidor del diablo, padre de la mentira.


Sin embargo, la corrupción «no es un vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de comunicación, hay corrupción en las Iglesias y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares» (Discurso a los participantes en el encuentro mundial de movimientos populares, 5 noviembre 2016).


Una de las condiciones necesarias para el progreso social es la ausencia de corrupción. Puede suceder que los empresarios se vean tentados a ceder a los intentos de chantaje o de extorsión, justificándose con el pensamiento de salvar la empresa y su comunidad de trabajadores, o pensando que así harán crecer la empresa y que un día podrán librarse de esa plaga. Además, puede ocurrir que caigan en la tentación de pensar que se trata de algo que todos hacen, y que pequeños actos de corrupción destinados a obtener pequeñas ventajas no tienen mayor importancia. Cualquier intento de corrupción, activa o pasiva, es ya comenzar a adorar al dios dinero.


El tercer riesgo es el de la fraternidad. Recordábamos cómo San Juan Pablo II nos enseñaba que «por encima de la lógica de los intercambios [...] existe “algo que es debido al hombre porque es hombre”, en virtud de su eminente dignidad» (Carta enc. Centesimus annus, 34). También Benedicto XVI insistió sobre la importancia de la gratuidad, como elemento imprescindible de la vida social y económica, decía: «la caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don, [...] el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente. [...] El desarrollo económico, social y político necesita [...] dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad» (Carta enc. Caritas in veritate, 34).


La actividad empresarial tiene que incluir siempre el elemento de gratuidad. Las relaciones de justicia entre dirigentes y trabajadores deben ser respetadas y exigidas por todas las partes; pero, al mismo tiempo, la empresa es una comunidad de trabajo en la que todos merecen un respeto y un aprecio fraternal por parte de los superiores, colegas y subordinados. El respeto del otro como hermano debe extenderse también a la comunidad local en la que se ubica físicamente la empresa y, en cierto modo, todas las relaciones jurídicas y económicas de la empresa deben estar moderadas, envueltas en un ambiente de respeto y fraternidad. No faltan ejemplos de acciones solidarias en favor de los más necesitados realizadas por el personal de las empresas, clínicas, universidades u otras comunidades de trabajo o de estudio. Esto debería ser un modo habitual de actuar, fruto de profundas convicciones por parte de todos, evitando que se convierta en una actividad ocasional para calmar la conciencia o, peor aún, en un medio para obtener un rédito publicitario.


Sobre la fraternidad, no puedo dejar de compartir con ustedes el tema de las emigraciones y de los refugiados, que oprime nuestros corazones. Hoy, las emigraciones y los desplazamientos de una multitud de personas en busca de protección se han convertido en un dramático problema humano. La Santa Sede y las Iglesias locales están haciendo esfuerzos extraordinarios para afrontar eficazmente las causas de esta situación, buscando la pacificación de las regiones y países en guerra y promoviendo el espíritu de acogida; pero no siempre se consigue todo lo que se desea. Les pido ayuda también a ustedes. Por una parte, traten de convencer a los gobiernos para que renuncien a cualquier tipo de actividad bélica. Como se dice en los ambientes de negocios: un «mal» acuerdo es siempre mejor que una «buena» pelea. Colaboren en crear fuentes de trabajo digno, estables y abundantes, tanto en los lugares de origen como en los de llegada y, en estos, tanto para la población local como para los inmigrantes. Hay que hacer que la inmigración siga siendo un factor importante de desarrollo.


La mayoría de los que estamos aquí pertenecemos a familias de emigrantes. Nuestros abuelos o padres llegaron de Italia, España, Portugal, Líbano u otros países a América del Sur y del Norte, casi siempre en condiciones de pobreza extrema. Pudieron sacar adelante una familia, progresar y hasta convertirse en empresarios porque encontraron sociedades acogedoras, a veces tan pobres como ellos, pero dispuestas a compartir lo poco que tenían. Mantengan y transmitan este espíritu que tiene raíz cristiana, manifestando también aquí el genio empresarial.


UNIAPAC y ACDE evocan en mí el recuerdo del empresario argentino Enrique Shaw, uno de sus fundadores, cuya causa de beatificación pude promover cuando era Arzobispo de Buenos Aires. Les recomiendo que sigan su ejemplo y, para los católicos, acudan a su intercesión para ser buenos empresarios.


El Evangelio de hace dos domingos nos proponía la vocación de Zaqueo (cf. Lc 19,1-10), aquel rico, jefe de los cobradores de impuestos de Jericó, que se subió a un árbol para poder ver a Jesús, y a quien la mirada del Señor lo llevó a una profunda conversión. Ojalá que esta Conferencia sea como el sicómoro de Jericó, un árbol al que se puedan subir todos, para que, a través de la discusión científica de los aspectos de la actividad empresarial, encuentren la mirada de Jesús, y de aquí resulten orientaciones eficaces para hacer que la actividad de todas sus empresas promueva siempre y eficazmente el bien común.


Les agradezco esta visita al sucesor de San Pedro; y les pido que lleven mi bendición a todos sus empleados, obreros y colaboradores y a sus familias. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.
 

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A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO DE REPRESENTANTES DE "CARITAS INTERNATIONALIS"

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves, 17 de noviembre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:


“Os saludo cordialmente a todos, Miembros del Consejo de Representación y del personal de la Caritas Internationalis. Me alegra recibiros al final de vuestra reunión institucional y encontrar, a través de vosotros , a toda la familia de las Caritas nacionales y a cuantos en vuestros países respectivos se comprometen en el servicio de la caridad de la Iglesia. Agradezco al cardenal Antonio Tagle, vuestro presidente, las palabras con que ha introducido este encuentro.


La Iglesia existe para evangelizar, pero la evangelización requiere adaptarse  a diferentes situaciones, teniendo en cuenta la vida familiar y social, así como la vida internacional, con especial atención a la paz, la justicia y el desarrollo. En  la apertura del Sínodo sobre la Nueva Evangelización, el Papa Benedicto XVI recordaba  que los dos pilares de la evangelización son "Confessio et Cáritas"; y yo mismo he dedicado un capítulo de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium  a la dimensión social de la evangelización, reafirmando la opción preferencial de la Iglesia por los pobres. Por esto, estamos llamados a actuar contra la exclusión social de los más débiles y a trabajar para su integración. Nuestras sociedades, a menudo, están dominadas por la cultura del "descarte”;  necesitan  superar la indiferencia y el repliegue sobre sí mismas para aprender el arte de la solidaridad. Ya que "los que somos fuertes - dice San Pablo - tenemos el deber de llevar las flaquezas de los débiles, y no de agradarnos a nosotros mismos.


Esto nos da a entender la importancia de la misión de las distintas Cáritas nacionales y su papel específico en la Iglesia. Efectivamente, no son organismos sociales, sino organismos eclesiales que comparten la misión de la Iglesia. Como está escrito en vuestros Estatutos, estáis llamados a "ayudar al Papa y los obispos en su ministerio de la caridad" . Las emergencias sociales actuales requieren que se ponga en marcha lo que San Juan Pablo II definió como una "nueva imaginación de la caridad"  que se concretiza no sólo en la eficacia de las ayudas prestadas, sino  sobre todo en la capacidad de hacerse prójimo, acompañando con actitud de compartición fraternal a  los más desfavorecidos. Se trata de que resplandezcan  la caridad y la justicia en el mundo con la luz del Evangelio y de la enseñanza de la Iglesia, involucrando  a los mismos pobres  para que se conviertan en protagonistas de su propio desarrollo.

 
Os doy las gracias, por lo tanto,  en nombre de toda la Iglesia, por lo que hacéis por  los últimos. Os animo a continuar en esta misión, que hace que la Iglesia se sienta como una verdadera compañera de viaje, cercana al corazón y a las esperanzas de los hombres y de las mujeres de este mundo. Seguid llevando el mensaje del Evangelio de la alegría en todo el mundo, especialmente a aquellos que se dejan atrás, pero también a aquellos que tienen el poder de cambiar las cosas, porque cambiar es posible. La pobreza, el hambre, las enfermedades, la opresión no son inevitables y no pueden representar situaciones permanentes. Confiando en la fuerza del Evangelio podemos contribuir realmente a cambiar las cosas o al menos a mejorarlas. Podemos reafirmar la dignidad de cuantos  están a la espera de una señal de nuestro amor y  proteger y construir juntos "nuestra casa común."


Os invito a tener siempre coraje  profético, a rechazar todo lo que humilla al ser humano, y todas las formas de explotación que lo degradan. Seguid dando esas pequeñas y grandes muestras de hospitalidad y solidaridad, que tienen la capacidad de iluminar la vida de los niños y los ancianos, de los migrantes y refugiados en busca de paz. Me alegra mucho saber  que Caritas Internationalis  hará una campaña sobre el tema de la migración. Espero que esta buena iniciativa abra tantos corazones a la acogida de los refugiados y los migrantes, para que realmente puedan sentirse "como en casa" en nuestras comunidades. Preocupaos por sostener, con renovado esfuerzo, los procesos de desarrollo y los caminos de la paz en los países de los que estos hermanos y hermanas escapan o de los que parten en busca de un futuro mejor.
 
Sed artesanos de  paz y de reconciliación entre los pueblos, entre las comunidades, entre los creyentes. Poned en juego todas vuestras energías, vuestro compromiso, para trabajar en sinergia con las otras comunidades de fe que, como vosotros, ponen a la dignidad de la persona en el centro de su atención. Luchad contra la pobreza y, al mismo tiempo, aprended de los pobres. Dejad que os inspire y os guie su vida  simple y esencial, sus valores, su sentido de la solidaridad y de la compartición,  su capacidad de recuperarse de las dificultades, y sobre todo  su experiencia vivida del Cristo que sufre, Él que es el único Señor y Salvador. Aprended, pues, también  de su vida de oración y de su confianza en Dios.

 
Espero que con el apoyo y la atención pastoral de los Obispos, seais cada vez más  testigos de un ministerio generoso de caridad, ayudando a la comunidad de los creyentes a ser un lugar de anuncio del Evangelio, de celebración de la Eucaristía y de servicio a los pobres en la alegría.
Invoco la intercesión de María, nuestra Madre del cielo, y mientras os pido que recéis por mí, imploro de buen grado la bendición de Dios sobre vosotros y sobre cuantos os sostienen en vuestra obra".


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JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA


A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS SOCIALMENTE


Aula Pablo VI
Viernes 11 de noviembre de 2016


Gracias a Christian y a Roberto, y gracias a todos ustedes por venir aquí, por encontrarse, por encontrarme, por rezar por mí y, como dijo el Cardenal [Barbarin], también que sus manos sobre mi cabeza me den fuerza para seguir con mi misión en la oración de la imposición de las manos. ¡Muchas gracias!


Yo fui tomando nota de algunas palabras de los dos testimonios y, después, también de los gestos después de haberlos dado. Una cosa que Roberto decía es que, como seres humanos, nosotros no nos diferenciamos de los grandes del mundo, tenemos nuestras pasiones y nuestros sueños que tratamos de llevar adelante con pequeños pasos. La pasión y el sueño, dos palabras que pueden ayudar. La pasión que, a veces, nos hace sufrir, nos pone trabas internas, externas, la pasión de la enfermedad, las miles pasiones, pero también el apasionamiento por salir adelante, la buena pasión, y esa buena pasión nos lleva a soñar. Para mí un hombre o una mujer muy pobre, pero de una pobreza distinta a la de ustedes, es cuando ese hombre o esa mujer pierde la capacidad de soñar, pierde la capacidad de llevar una pasión adelante. ¡No dejen de soñar! El sueño de un pobre, de uno que no tiene techo, ¿cómo será? No sé, pero sueñen. Y sueñen que un día podrían venir a Roma, y el sueño se realizó. Sueñen que el mundo se puede cambiar, y esa es una siembra que nace del corazón de ustedes. Recordaba uno de los que habló al principio, Etienne Billemaine, una palabra mía, que yo uso mucho, que la pobreza está en el corazón del Evangelio. Solo aquel que siente que le falta algo mira arriba y sueña, el que tiene todo no puede soñar. La gente, los sencillos, seguían a Jesús, porque soñaban que él los iba a curar, los iba a librar, les iba a hacer bien, y lo seguían y él los liberaba. Hombres y mujeres con pasiones y sueños. Y esto es lo primero que les quería decir: enséñennos a todos los que tenemos techo, porque no nos falta la comida o la medicina, enséñennos a no estar satisfechos. Con sus sueños, enséñennos a soñar desde el Evangelio, donde están ustedes, desde el corazón del Evangelio.


Una segunda palabra —que no fue dicha sino que estaba en la actitud de los que hablaron y en la de ustedes, y que a mí me vino al corazón—, cuando Robert dijo en su lengua: «Et la vie devient si belle!». ¿Qué significa? Que la vida se nos hace hermosa, somos capaces de encontrarla bella en las peores situaciones, en las que ustedes viven. Eso significa dignidad, esa es la palabra que me vino. Capacidad de encontrar belleza, aun en las cosas más tristes y más sufridas, solamente lo puede hacer un hombre o una mujer que tiene dignidad. Pobre sí, arrastrado no, eso es dignidad. La misma dignidad que tuvo Jesús, que nació pobre, que vivió pobre, la misma dignidad que tiene la Palabra del Evangelio, la misma dignidad que tiene un hombre o una mujer que viven con su trabajo. Pobre sí, dominado no, explotado no. Yo sé que muchas veces ustedes se habrán encontrado con gente que quiso explotar vuestra pobreza, que quiso usufructuar de ella, pero sé también que este sentimiento de ver que la vida es bella, este sentimiento, esta dignidad los ha salvado de ser esclavos. Pobre sí, esclavo no. La pobreza está en el corazón del Evangelio para ser vivida. La esclavitud no está para ser vivida en el Evangelio sino para ser liberada.
Yo sé que para cada uno de ustedes —lo decía Robert— la vida a veces, muchas veces, se hace muy difícil. Él había dicho en su lengua: «La vie a été beaucoup plus difficile que pour moi, pour beaucoup des autres». Para muchos de los otros, vemos que la vida ha sido más difícil que para mí mismo, siempre vamos a encontrar más pobres que nosotros. Y eso también lo da la dignidad, saber ser solidario, saber ayudarse, saber dar la mano a quien está sufriendo más que yo. La capacidad de ser solidario es uno de los frutos que nos da la pobreza. Cuando hay mucha riqueza uno se olvida de ser solidario porque está acostumbrado a que no le falte nada. Cuando la pobreza te lleva a veces a sufrir te hace solidario y te hace extender la mano al que está pasando una situación más difícil que vos. 
Gracias por ese ejemplo que ustedes dan. Enseñen, enseñen solidaridad al mundo.


Me impresionó la insistencia del testimonio de Christian en la palabra paz. Una frase que habla de su paz interior: «J'ai trouvé la paix du Christ que j’ai cherché» —la primera vez que la nombra—. Después habla de la paz y la alegría que siente, que sintió cuando empezó a formar parte de la coral de Nantes. Y al final, me hace un llamado a mí. Me dice: «Vous qui connaissez le problème de la paix dans le monde, je vous demande de continuer votre action en faveur de la paix». La pobreza más grande es la guerra, es la pobreza que destruye, y escuchar esto de los labios de un hombre que ha sufrido pobreza material, pobreza de salud, es un llamado a trabajar por la paz. La paz que para nosotros los cristianos empezó en un establo de una familia marginada, la paz que Dios quiere para cada uno de sus hijos. Y ustedes, desde vuestra pobreza, desde vuestra situación, son, pueden ser artífices de paz. Las guerras se hacen entre ricos para tener más, para poseer más territorio, más poder, más dinero. Es muy triste cuando la guerra llega a hacerse entre los pobres, porque es una cosa rara, los pobres son desde su misma pobreza más proclives a ser artesanos de la paz. ¡Hagan paz! ¡Creen paz! ¡Den ejemplo de paz! Necesitamos paz en el mundo. Necesitamos paz en la Iglesia, todas las Iglesias necesitan paz, todas las religiones necesitan crecer en la paz, porque todas las religiones son mensajeras de paz, pero deben crecer en la paz. Ayuden cada una de ustedes en su propia religión. Esa paz que viene desde el sufrimiento, desde el corazón, buscando esa armonía que te da la dignidad.


Yo les agradezco que hayan venido a visitarme. Les agradezco los testimonios, y les pido perdón si alguna vez los ofendí por mi palabra o por no haber dicho las cosas que debía decir. Les pido perdón en nombre de los cristianos que no leen el Evangelio encontrando la pobreza en el centro. Les pido perdón por todas las veces que los cristianos delante de una persona pobre o de una situación pobre, miramos para otro lado. Perdón. El perdón de ustedes hacia hombres y mujeres de Iglesia, que no los quieren mirar o no los quisieron mirar, es agua bendita para nosotros, es limpieza para nosotros, es ayudarnos a volver a creer que en el corazón del Evangelio está la pobreza como gran mensaje; y que nosotros, los católicos, los cristianos, todos, tenemos que formar una Iglesia pobre para los pobres, y que todo hombre o mujer de cualquier religión tiene que ver en cada pobre el mensaje de Dios que se acerca y se hace pobre para acompañarnos en la vida.


Que Dios los bendiga a cada uno de ustedes, y es la oración que yo quiero hacer para ustedes, ahora. Ustedes quédense sentados como están, yo voy a hacer la oración.


Dios, Padre de todos nosotros, de cada uno de tus hijos, te pido que nos des fortaleza, que nos des alegría, que nos enseñes a soñar para mirar adelante, que nos enseñes a ser solidarios porque somos hermanos, y que nos ayudes a defender nuestra dignidad, tú eres el Padre de cada uno de nosotros. Bendícenos, Padre. Amén.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO MUNDIAL DE MOVIMIENTOS POPULARES



Aula Pablo VI
Sábado 5 de noviembre de 2016




Hermanas y hermanos, buenas tardes.


En este nuestro tercer encuentro expresamos la misma sed, la sed de justicia, el mismo clamor: tierra, techo y trabajo para todos.


Agradezco a los delegados, que han llegado desde las periferias urbanas, rurales y laborales de los cinco continentes, de más de 60 países, han llegado a debatir una vez más cómo defender estos derechos que nos convocan. Gracias a los Obispos que vinieron a acompañarlos. Gracias también a los miles de italianos y europeos que se han unido hoy al cierre de este Encuentro. Gracias a los observadores y jóvenes comprometidos con la vida pública que vinieron con humildad a escuchar y aprender. ¡Cuánta esperanza tengo en los jóvenes! Le agradezco también a Usted, Señor Cardenal Turkson, el trabajo que han hecho en el Dicasterio; y también quisiera mencionar el aporte del ex Presidente uruguayo José Mujica que está presente.
 

En nuestro último encuentro, en Bolivia, con mayoría de latinoamericanos, hablamos de la necesidad de un cambio para que la vida sea digna, un cambio de estructuras; también de cómo ustedes, los movimientos populares, son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía; por eso quise llamarlos “poetas sociales”; y también enumeramos algunas tareas imprescindibles para marchar hacia una alternativa humana frente a la globalización de la indiferencia: 1. poner la economía al servicio de los pueblos; 2. construir la paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra.


Ese día, en la voz de una cartonera y de un campesino, se dio lectura a las conclusiones, los diez puntos de Santa Cruz de la Sierra, donde la palabra cambio estaba preñada de gran contenido, estaba enlazada a cosas fundamentales que ustedes reivindican: trabajo digno para los excluidos del mercado laboral; tierra para los campesinos y pueblos originarios; vivienda para las familias sin techo; integración urbana para los barrios populares; erradicación de la discriminación, de la violencia contra la mujer y de las nuevas formas de esclavitud; el fin de todas las guerras, del crimen organizado y de la represión; libertad de expresión y comunicación democrática; ciencia y tecnología al servicio de los pueblos. Escuchamos también cómo se comprometían a abrazar un proyecto de vida que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, el amor entre nosotros y el respeto a la naturaleza como valores esenciales. Es la felicidad de «vivir bien» lo que ustedes reclaman, la «vida buena», y no ese ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y nos propone la «buena vida».


Quienes hoy estamos aquí, de orígenes, creencias e ideas diversas, tal vez no estemos de acuerdo en todo, seguramente pensamos distinto en muchas cosas, pero ciertamente coincidimos en estos puntos.


Supe también de encuentros y talleres realizados en distintos países donde multiplicaron los debates a la luz de la realidad de cada comunidad. Eso es muy importante porque las soluciones reales a las problemáticas actuales no van a salir de una, tres o mil conferencias: tienen que ser fruto de un discernimiento colectivo que madure en los territorios junto a los hermanos, un discernimiento que se convierte en acción transformadora «según los lugares, tiempos y personas» como diría san Ignacio. Si no, corremos el riesgo de las abstracciones, de «los nominalismos declaracionistas que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades». (Carta al Presidente de la Pontificia Comisión Para América Latina, 19 de marzo de 2016). Son slogans. El colonialismo ideológico globalizante procura imponer recetas supraculturales que no respetan la identidad de los Pueblos. Ustedes van por otro camino que es, al mismo tiempo, local y universal. Un camino que me recuerda cómo Jesús pidió organizar a la multitud en grupos de cincuenta para repartir el pan (Cf. Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi, Buenos Aires, 12 de junio de 2004).


Recién pudimos ver el video que han presentado a modo de conclusión de este tercer Encuentro. Vimos los rostros de ustedes en los debates sobre qué hacer frente a «la inequidad que engendra violencia». Tantas propuestas, tanta creatividad, tanta esperanza en la voz de ustedes que tal vez sean los que más motivos tienen para quejarse, quedar encerrados en los conflictos, caer en la tentación de lo negativo. Pero, sin embargo, miran hacia adelante, piensan, discuten, proponen y actúan. Los felicito, los acompaño, y les pido que sigan abriendo caminos y luchando. Eso me da fuerza, eso nos da fuerza. Creo que este dialogo nuestro, que se suma al esfuerzo de tantos millones que trabajan cotidianamente por la justicia en todo el mundo, va echando raíces.


Quisiera tocar algunos temas más específicos, que son los que he recibido de ustedes, que me han hecho reflexionar y los devuelvo en este momento.


Primero: el terror y los muros.


Sin embargo, esa germinación que es lenta, que tiene sus tiempos como toda gestación, está amenazada por la velocidad de un mecanismo destructivo que opera en sentido contrario. Hay fuerzas poderosas que pueden neutralizar este proceso de maduración de un cambio que sea capaz de desplazar la primacía del dinero y coloque nuevamente en el centro al ser humano, al hombre y la mujer. Ese «hilo invisible» del que hablamos en Bolivia, esa estructura injusta que enlaza a todas las exclusiones que ustedes sufren, puede endurecerse y convertirse en un látigo, un látigo existencial que, como en el Egipto del Antiguo Testamento, esclaviza, roba la libertad, azota sin misericordia a unos y amenaza constantemente a otros, para arriar a todos como ganado hacia donde quiere el dinero divinizado.


¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás. ¡Cuánto dolor y cuánto miedo! Hay -lo dije hace poco-, hay un terrorismo de base que emana del control global del dinero sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera. De ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el narcoterrorismo, el terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos llaman terrorismo étnico o religioso, pero ningún pueblo, ninguna religión es terrorista. Es cierto, hay pequeños grupos fundamentalistas en todos lados. Pero el terrorismo empieza cuando «has desechado la maravilla de la creación, el hombre y la mujer, y has puesto allí el dinero» (Conferencia de prensa en el Vuelo de Regreso del Viaje Apostólico a Polonia, 31 de julio de 2016). Ese sistema es terrorista.


Hace casi cien años, Pío XI preveía el crecimiento de una dictadura económica mundial que él llamó «imperialismo internacional del dinero». (Carta Enc. Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, 109). ¡Estoy hablando del año 1931! El aula en la que estamos ahora se llama “Paolo VI”, y fue Pablo VI quien denunció hace casi cincuenta años la «nueva forma abusiva de dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político» (Carta Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo de 1971, 44). Son palabras duras pero justas de mis antecesores que avizoraron el futuro. La Iglesia y los profetas dijeron, hace milenios, lo que tanto escandaliza que repita el Papa en este tiempo cuando todo aquello alcanza expresiones inéditas. Toda la doctrina social de la Iglesia y el magisterio de mis antecesores se rebelan contra el ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y aterroriza a la humanidad.


Ninguna tiranía, ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. Esto es clave. De ahí que toda tiranía sea terrorista. Y cuando ese terror, que se sembró en las periferias, son con masacres, saqueos, opresión e injusticia, explota en los centros con distintas formas de violencia, incluso con atentados odiosos y cobardes, los ciudadanos que aún conservan algunos derechos son tentados con la falsa seguridad de los muros físicos o sociales. Muros que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos amurallados, aterrorizados, de un lado; excluidos, desterrados, más aterrorizados todavía, del otro. ¿Es esa la vida que nuestro Padre Dios quiere para sus hijos?


Al miedo se lo alimenta, se lo manipula… Porque el miedo, además de ser un buen negocio para los mercaderes de las armas y de la muerte, nos debilita, nos desequilibra, destruye nuestras defensas psicológicas y espirituales, nos anestesia frente al sufrimiento ajeno y al final nos hace crueles. Cuando escuchamos que se festeja la muerte de un joven que tal vez erró el camino, cuando vemos que se prefiere la guerra a la paz, cuando vemos que se generaliza la xenofobia, cuando constatamos que ganan terreno las propuestas intolerantes; detrás de esa crueldad que parece masificarse está el frío aliento del miedo. Les pido que recemos por todos los que tienen miedo, recemos para que Dios les dé el valor y que en este año de la misericordia podamos ablandar nuestros corazones. La misericordia no es fácil, no es fácil… requiere coraje. Por eso Jesús nos dice: «No tengan miedo» (Mt 14,27), pues la misericordia es el mejor antídoto contra el miedo. Es mucho mejor que los antidepresivos y los ansiolíticos. Mucho más eficaz que los muros, las rejas, las alarmas y las armas. Y es gratis: es un don de Dios.


Queridos hermanos y hermanas: todos los muros caen. Todos. No nos dejemos engañar. Como han dicho ustedes: «Sigamos trabajando para construir puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros de la exclusión y la explotación» (Documento Conclusivo del II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, 11 de julio de 2015, Cruz de la Sierra, Bolivia). Enfrentemos el Terror con Amor. 


El segundo punto que quisiera tocar es: El amor y los puentes.


Un día como hoy, un sábado, Jesús hizo dos cosas que, nos dice el Evangelio, precipitaron la conspiración para matarlo. Pasaba con sus discípulos por un campo, un sembradío. Los discípulos tenían hambre y comieron las espigas. Nada se nos dice del «dueño» de aquel campo… subyacía el destino universal de los bienes. Lo cierto es que frente al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma. Cuando los doctores de la ley se quejaron con indignación hipócrita, Jesús les recordó que Dios quiere amor y no sacrificios, y les explicó que el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el sábado (cf. Mc 2,27). Enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humilde del corazón (cf. Homilía, I Congreso de Evangelización de la Cultura, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2006), que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo.


Y después, ese mismo día, Jesús hizo algo «peor», algo que irritó aún más a los hipócritas y soberbios que lo estaban vigilando porque buscaban alguna excusa para atraparlo. Curó la mano atrofiada de un hombre. La mano, ese signo tan fuerte del obrar, del trabajo. Jesús le devolvió a ese hombre la capacidad de trabajar y con eso le devolvió la dignidad. Cuántas manos atrofiadas, cuantas personas privadas de la dignidad del trabajo, porque los hipócritas para defender sistemas injustos, se oponen a que sean sanadas. A veces pienso que cuando ustedes, los pobres organizados, se inventan su propio trabajo, creando una cooperativa, recuperando una fábrica quebrada, reciclando el descarte de la sociedad de consumo, enfrentando las inclemencias del tiempo para vender en una plaza, reclamando una parcela de tierra para cultivar y alimentar a los hambrientos, cuando hacen esto están imitando a Jesús porque buscan sanar, aunque sea un poquito, aunque sea precariamente, esa atrofia del sistema socioeconómico imperante que es el desempleo. No me extraña que a ustedes también a veces los vigilen o los persigan y tampoco me extraña que a los soberbios no les interese lo que ustedes digan.


Jesús, ese sábado, se jugó la vida porque después de sanar esa mano, fariseos y herodianos (cf. Mc 3,6), dos partidos enfrentados entre sí, que temían al pueblo y también al imperio, hicieron sus cálculos y se confabularon para matarlo. Sé que muchos de ustedes se juegan la vida. Sé -lo quiero recordar, la quiero recordar- que algunos no están hoy acá porque se jugaron la vida… pero no hay mayor amor que dar la vida. Eso nos enseña Jesús.


Las «3-T», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa inteligencia humilde pero a la vez fuerte y sanadora. Un proyecto-puente de los pueblos frente al proyecto-muro del dinero. Un proyecto que apunta al desarrollo humano integral. Algunos saben que nuestro amigo el Cardenal Turkson está presidiendo ahora el Dicasterio que lleva ese nombre: Desarrollo Humano Integral. Lo contrario al desarrollo, podría decirse, es la atrofia, la parálisis. Tenemos que ayudar para que el mundo se sane de su atrofia moral. Este sistema atrofiado puede ofrecer ciertos implantes cosméticos que no son verdadero desarrollo: crecimiento económico, avances técnicos, mayor «eficiencia» para producir cosas que se compran, se usan y se tiran englobándonos a todos en una vertiginosa dinámica del descarte… pero este mundo no permite el desarrollo del ser humano en su integralidad, el desarrollo que no se reduce al consumo, que no se reduce al bienestar de pocos, que incluye a todos los pueblos y personas en la plenitud de su dignidad, disfrutando fraternalmente de la maravilla de la Creación. Ese es el desarrollo que necesitamos: humano, integral, respetuoso de la Creación, de esta casa común.


Otro punto es: La bancarrota y el salvataje.


Queridos hermanos, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre otros dos temas que, junto a las «3-T» y la ecología integral, fueron centrales en vuestros debates de los últimos días y son centrales en este tiempo histórico.


Sé que dedicaron una jornada al drama de los migrantes, refugiados y desplazados. ¿Qué hacer frente a esta tragedia? En el Dicasterio que tiene a su cargo el Cardenal Turkson hay un departamento para la atención de esas situaciones. Decidí que, al menos por un tiempo, ese departamento dependa directamente del Pontífice, porque aquí hay una situación oprobiosa, que sólo puedo describir con una palabra que me salió espontáneamente en Lampedusa: vergüenza.
 

Allí, como también en Lesbos, pude sentir de cerca el sufrimiento de tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o violencias de todo tipo, multitudes desterradas –lo he dicho frente a las autoridades de todo el mundo– como consecuencia de un sistema socioeconómico injusto y de los conflictos bélicos que no buscaron, que no crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de su suelo patrio sino más bien muchos de aquellos que se niegan a recibirlos.


Hago mías las palabras de mi hermano el Arzobispo Hieronymus de Grecia: «Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refugiados es capaz de reconocer de inmediato, en su totalidad, la “bancarrota” de la humanidad» (Discurso en el Campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016) ¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto? Y así el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio, y no sólo el Mediterráneo… tantos cementerios junto a los muros, muros manchados de sangre inocente. Durante los días de este encuentro, lo decían en el vídeo: ¿Cuántos murieron en el Mediterráneo?


El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se niega a ver la sangre, el dolor, el rostro del otro. Lo dijo mi hermano el Patriarca Bartolomé: «Quien tiene miedo de vosotros no os ha mirado a los ojos. Quien tiene miedo de vosotros no ha visto vuestros rostros. Quien tiene miedo no ve a vuestros hijos. Olvida que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y trascienden la división. Olvida que la migración no es un problema de Oriente Medio y del norte de África, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo» (Discurso en el Campo de refugiados de Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).


Es, en verdad, un problema del mundo. Nadie debería verse obligado a huir de su Patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas circunstancias terribles, el migrante se ve arrojado a las garras de los traficantes de personas para cruzar las fronteras y es triple si al llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor, se lo desprecia, se lo explota, incluso se lo esclaviza. Esto se puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades. O simplemente no se lo deja entrar.


Les pido a ustedes que hagan todo lo que puedan. Nunca se olviden que Jesús, María y José experimentaron también la condición dramática de los refugiados. Les pido que ejerciten esa solidaridad tan especial que existe entre los que han sufrido.  Ustedes saben recuperar fábricas de la bancarrota, reciclar lo que otros tiran, crear puestos de trabajo, labrar la tierra, construir viviendas, integrar barrios segregados y reclamar sin descanso como esa viuda del Evangelio que pide justicia insistentemente (cf. Lc 18,1-8). Tal vez con vuestro ejemplo y su insistencia, algunos Estados y Organismos internacionales abran los ojos y adopten las medidas adecuadas para acoger e integrar plenamente a todos los que, por una u otra circunstancia, buscan refugio lejos de su hogar.  Y también para enfrentar las causas profundas por las que miles de hombres, mujeres y niños son expulsados cada día de su tierra natal.


Dar el ejemplo y reclamar es una forma de meterse en política y esto me lleva al segundo eje que debatieron en su Encuentro: la relación entre pueblo y democracia. Una relación que debería ser natural y fluida pero que corre el peligro de desdibujarse hasta ser irreconocible. La brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se agranda cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos económicos y mediáticos que parecieran dominarlas. Los movimientos populares, lo sé, no son partidos políticos y déjenme decirles que, en gran medida, en eso radica su riqueza, porque expresan una forma distinta, dinámica y vital de participación social en la vida pública. Pero no tengan miedo de meterse en las grandes discusiones, en Política con mayúscula y cito de nuevo a Pablo VI: «La política ofrece un camino serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás» (Lett. Ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 46). O esa frase que repito tantas veces, que siempre me confundo, no sé si es de Pablo VI o de Pío XII: “La política es una de las formas más altas de la caridad, del amor”.


Quisiera señalar dos riesgos que giran en torno a la relación entre los movimientos populares y la política: el riesgo de dejarse encorsetar y el riesgo de dejarse corromper.


Primero, no dejarse encorsetar, porque algunos dicen:  la cooperativa, el comedor, la huerta agroecológica, el microemprendimiento, el diseño de los planes asistenciales… hasta ahí está bien. Mientras se mantengan en el corsé de las «políticas sociales», mientras no cuestionen la política económica o la política con mayúscula, se los tolera. Esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos a veces me parece una especie de volquete maquillado para contener el descarte del sistema. Cuando ustedes, desde su arraigo a lo cercano, desde su realidad cotidiana, desde el barrio, desde el paraje, desde la organización del trabajo comunitario, desde las relaciones persona a persona, se atreven a cuestionar las «macro-relaciones», cuando chillan, cuando gritan, cuando pretenden señalarle al poder un planteo más integral, ahí ya no se lo tolera. No se lo tolera tanto porque se están saliendo del corsé, se están metiendo en el terreno de las grandes decisiones que algunos pretenden monopolizar en pequeñas castas. Así la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino.


Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor, a meros administradores de la miseria existente. En estos tiempos de parálisis, desorientación y propuestas destructivas, la participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común puede vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad o de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria.


Sabemos que «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» (Exhort. ap. postsin. Evangelii gaudium, 202). Por eso, lo dije y lo repito: «El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio» (Discurso en el Segundo Encuentro mundial de los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 9 de julio de 2015). La Iglesia, la Iglesia también puede y debe, sin pretender el monopolio de la verdad, pronunciarse y actuar especialmente frente a «situaciones donde se tocan las llagas y el sufrimiento dramático, y en las cuales están implicados los valores, la ética, las ciencias sociales y la fe» (Discurso a la Cumbre de Jueces y Magistrados contra el Tráfico de Personas y el Crimen Organizado, Vaticano, 3 de junio de 2016). Este era el primer riesgo: el riesgo del corsé, y la invitación de meterse en la gran política.


El segundo riesgo, les decía, es dejarse corromper. Así como la política no es un asunto de los «políticos», la corrupción no es un vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares. Es justo decir que hay una corrupción naturalizada en algunos ámbitos de la vida económica, en particular la actividad financiera, y que tiene menos prensa que la corrupción directamente ligada al ámbito político y social. Es justo decir que muchas veces se manipulan los casos de corrupción con malas intenciones. Pero también es justo aclarar que quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación adicional que se suma a la honestidad con la que cualquier persona debe actuar en la vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación de servir con un fuerte sentido de la austeridad y la humildad. Esto vale para los políticos pero también vale para los dirigentes sociales y para nosotros, los pastores. Dije “austeridad”. Quisiera aclarar a qué me refiero con la palabra austeridad. Puede ser una palabra equívoca. Austeridad moral, austeridad en el modo de vivir, austeridad en cómo llevo adelante mi vida, mi familia. Austeridad moral y humana. Porque en el campo más científico, científico-económico si se quiere, o de las ciencias del mercado, austeridad es sinónimo de ajuste. A esto no me refiero. No estoy hablando de eso. 


A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y rece para que Dios lo libere de esas ataduras. Pero, parafraseando al ex Presidente latinoamericano que está por acá, el que tenga afición por todas esas cosas, por favor, no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer mucho daño a sí mismo, al prójimo y va a manchar la noble causa que enarbola. Tampoco que se meta en el seminario.


Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad; esa austeridad moral y personal. Y practicar la austeridad es, además, predicar con el ejemplo. Les pido que no subestimen el valor del ejemplo porque tiene más fuerza que mil palabras, que mil volantes, que mil likes, que mil retweets, que mil videos de youtube. El ejemplo de una vida austera al servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común y el proyecto-puente de las 3-T. Les pido a los dirigentes que no se cansen de practicar esa austeridad moral, personal, y les pido a todos que exijan a los dirigentes esa austeridad, la cual –por otra parte– los va a hacer muy felices.


Queridos hermanas y hermanos


La corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo.


Quisiera, para finalizar, pedirles que sigan enfrentando el miedo con una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces, todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura. Algunos saben que después del Sínodo de la familia escribí un documento que lleva por título Amoris Laetitia. La alegría del amor. Un documento sobre el amor en la familia de cada uno, pero también en esa otra familia que es el barrio, la comunidad, el pueblo, la humanidad.  Uno de ustedes me pidió distribuir un cuadernillo que contiene un fragmento del capítulo cuarto de ese documento. Creo que se los van a entregar a la salida. Va entonces con mi bendición. Allí hay algunos «consejos útiles» para practicar el más importante de los mandamientos de Jesús.


En Amoris Laetitia cito a un fallecido dirigente afroamericano, Martin Luther King, el cual volvía a optar por el amor fraterno aun en medio de las peores persecuciones y humillaciones. Quiero recordarlo hoy con ustedes, es decir: «Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las personas atrapadas en ese sistema, las amas, pero tratas de derrotar ese sistema […] Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal». Esto lo dijo en 1957 (n. 118; Sermón en la iglesia Bautista de la Avenida Dexter, Montgomery, Alabama, 17 de noviembre de 1957).


Les agradezco nuevamente su trabajo y su presencia. Quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie y nos da coraje para romper la cadena del odio: esa fuerza es la esperanza. Les pido por favor que recen por mí y los que no pueden rezar, ya saben, piénsenme bien y mándenme buena onda. Gracias.


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