miércoles, 8 de marzo de 2017

FRANCISCO: Ángelus de febrero 2017 [26, 19, 12 y 5]

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
FEBRERO 2017


 Plaza de San Pedro
  26 de febrero de 2017


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


La página evangélica del día de hoy (cf. Mateo 6, 24—34) es un fuerte reclamo a fiarse de Dios —no olvidar: fiarse de Dios— quien cuida de los seres vivientes en la creación. Él provee la comida para todos los animales, se preocupa de los lirios y de la hierva del campo (cf. vv. 26-28); su mirada benéfica y solícita vela cotidianamente en nuestra vida. Esta pasa bajo la angustia de muchas preocupaciones, que pueden quitar serenidad y equilibrio; pero esta angustia es a menudo inútil, porque no logra cambiar el curso de los acontecimientos. Jesús nos exhorta con insistencia a no preocuparnos del mañana (cf. vv. 25.28.31), recordando que por encima de todo está un Padre amoroso que no se olvida nunca de sus hijos: fiarse de Él no resuelve mágicamente los problemas, pero permite afrontarlos con el estado de ánimo adecuado, valientemente, soy valiente porque me fío de mi Padre que cuida de todo y que me quiere mucho.


Dios no es un ser lejano y anónimo: es nuestro refugio, la fuente de nuestra serenidad y de nuestra paz. Es la roca de nuestra salvación, a la que podemos aferrarnos con la certeza de no caer; ¡quien se aferra a Dios no cae nunca! Es nuestra defensa del mal siempre al acecho. Dios es para nosotros el gran amigo, el aliado, el padre, pero no siempre nos damos cuenta. No nos damos cuenta de que nosotros tenemos un amigo, un aliado, un padre que nos quiere, y preferimos apoyarnos en bienes inmediatos que nosotros podemos tocar, en bienes contingentes, olvidando, y a veces rechazando, el bien supremo, es decir, el amor paterno de Dios. ¡Sentirlo Padre en esta época de orfandad es muy importante! En este mundo huérfano, sentirlo Padre. Nosotros nos alejamos del amor de Dios cuando vamos hacia la búsqueda obsesiva de los bienes terrenos y de las riquezas, manifestando así un amor exagerado a estas realidades.


Jesús nos dice que esta búsqueda frenética es una ilusión y motivo de infelicidad. Y da a sus discípulos una regla de vida fundamental: «Buscad primero su Reino» (v. 33). Se trata de realizar el proyecto que Jesús ha anunciado en el Discurso de la montaña, fiándose de Dios que no decepciona —muchos amigos o muchos que nosotros creíamos amigos, nos han decepcionado; ¡Dios nunca decepciona—; trabajar como administradores fieles de los bienes que Él nos ha donado, también esos terrenos, pero sin “sobreactuar” como si todo, también nuestra salvación, dependiera solo de nosotros. Esta actitud evangélica requiere una elección clara, que el pasaje de hoy indica con precisión: «No podéis servir a Dios y al dinero» (v. 24). O el Señor, o los ídolos fascinantes pero ilusorios. Esta elección que estamos llamados a realizar repercute después en muchos de nuestros actos, programas y compromisos. Es una elección para hacer de forma neta y que hay que renovar continuamente, porque las tentaciones de reducir todo a dinero, placer y poder son apremiantes. Hay muchas tentaciones para esto.


Mientras que honorar a estos ídolos lleva a resultados tangibles aunque fugaces, elegir por Dios y por su Reino no siempre muestra inmediatamente sus frutos. Es una decisión que se toma en la esperanza y que deja a Dios la plena realización. La esperanza cristiana tiende al cumplimiento futuro de la promesa de Dios y no se detiene frente a ninguna dificultad, porque está fundada en la fidelidad de Dios, que nunca falta. Es fiel, es un padre fiel, es un amigo fiel, es un aliado fiel.


La Virgen María nos ayude a fiarnos del amor y la bondad del Padre celeste, a vivir en Él y con Él. Este es el presupuesto para superar los tormentos y las adversidades de la vida, y también las persecuciones como nos demuestra el testimonio de muchos hermanos y hermanas nuestros. 





Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas,


Dirijo un cordial saludo a todos vosotros peregrinos de Roma, Italia y distintos países.


Saludo a los fieles polacos de Varsovia y de otras localidades que han realizado una peregrinación mariana; y de España los de Ciudad Real y los jóvenes de Formentera.


Saludo a los jóvenes de Cuneo, Zelarino, Mattarello y Malcesine, Fino Mornasco y Monteolimpino; los chicos de confirmación de Cavenago d’Adda, Almenno San Salvatore y Serravalle Scrivia; los fieles de Ferrara, Latina, Sora, Roseto degli Abruzzi, Creazzo y Rivalta sul Mincio.


Saludo al grupo venido en ocasión de la «Jornada de las enfermedades raras» —gracias, gracias a vosotros por todo lo que hacéis— y deseo que los pacientes y sus familias sean adecuadamente sostenidos en su no fácil recorrido, tanto a nivel médico como legislativo.


A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
 

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 Plaza de San Pedro
  19 de febrero de 2017


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En el Evangelio de este domingo (Mateo 5, 38-48) —una de esas páginas que mejor expresan la “revolución” cristiana— Jesús muestra el camino de la verdadera justicia mediante la ley del amor que supera la de la venganza, es decir «ojo por ojo y diente por diente». Esta antigua regla imponía infligir a los trasgresores penas equivalentes a los daños causados: la muerte a quien había matado, la amputación a quien había herido a alguien, y así. Jesús no pide a sus discípulos sufrir el mal, es más, pide reaccionar, pero no con otro mal, sino con el bien. Solo así se rompe la cadena del mal: un mal lleva a otro mal, otro lleva a otro mal... Se rompe esta cadena de mal, y cambian realmente las cosas. De hecho el mal es un “vacío”, un vacío de bien, y un vacío no se puede llenar con otro vacío, sino solo con un “lleno”, es decir con el bien. La represalia no lleva nunca a la resolución de conflictos. “Tú me lo has hecho, yo te lo haré”: esto nunca resuelve un conflicto, y tampoco es cristiano.


Para Jesús el rechazo de la violencia puede conllevar también la renuncia a un derecho legítimo; y da algunos ejemplos: poner la otra mejilla, ceder el propio vestido y el propio dinero, aceptar otros sacrificios (cf vv. 39-42). Pero esta renuncia no quiere decir que las exigencias de la justicia sean ignoradas o contradichas; no, al contrario, el amor cristiano, que se manifiesta de forma especial en la misericordia, representa una realización superior de la justicia. Eso que Jesús nos quiere enseñar es la distinción que tenemos que hacer entre la justicia y la venganza. Distinguir entre justicia y venganza. La venganza nunca es justa. Se nos consiente pedir justicia; es nuestro deber practicar la justicia. Sin embargo se nos prohíbe vengarnos o fomentar de alguna manera la venganza, en cuanto expresión del odio y de la violencia. Jesús no quiere proponer una nueva ley civil, sino más bien el mandamiento del amor del prójimo, que implica también el amor por los enemigos: «Amad a vuestro enemigos y rogad por los que os persiguen» (v. 44). Y esto no es fácil. Esta palabra no debe ser entendida como aprobación del mal realizado por el enemigo, sino como invitación a una perspectiva superior, a una perspectiva magnánima, parecida a la del Padre celeste, el cual —dice Jesús— «que hace surgir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (v. 45). También el enemigo, de hecho, es una persona humana, creada como tal a imagen de Dios, si bien en el presente esta imagen se ve ofuscada por una conducta indigna.


Cuando hablamos de “enemigos” no tenemos que pensar en quién sabe qué personas diferentes y alejadas de nosotros; hablamos también de nosotros mismos, que podemos entrar en conflicto con nuestro prójimo, a veces con nuestros familiares. ¡Cuántas enemistadas en las familias, cuántas! Pensemos esto. Enemigos son también aquellos que hablan mal de nosotros, que nos calumnian y nos tratan injustamente. Y no es fácil digerir esto. A todos ellos estamos llamados a responder con el bien, que también tiene sus estrategias, inspiradas en el amor.


La Virgen María nos ayude a seguir a Jesús en este camino exigente, que realmente exalta la dignidad humana y nos hace vivir como hijos de nuestro Padre que está en los cielos. Nos ayude a practicar la paciencia, el diálogo, el perdón, y a ser así artesanos de comunión, artesanos de fraternidad en nuestra vida diaria, sobre todo en nuestra familia.



Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas,


Lamentablemente continúan llegando noticias de enfrentamientos violentos y brutales en la región del Kasai Central de la República Democrática del Congo. Siento con fuerza el dolor por las víctimas, especialmente por muchos niños sacados de las familias y la escuela para ser usados como soldados. Esta es una tragedia, los niños soldado. Aseguro mi cercanía y mi oración, también al personal religioso y humanitario que trabaja en esa difícil región; y renuevo un sentido llamamiento a la conciencia y a la responsabilidad de las autoridades nacionales y de la Comunidad internacional, para que se tomen decisiones adecuadas y tempestivas para ayudar a estos hermanos y hermanas nuestros. Recemos por ellos y por todas las poblaciones que también en otras partes del continente africano y del mundo sufren por causa de la violencia y de la guerra. Pienso, en particular, en las queridas poblaciones de Pakistán e Irak, golpeadas por crueles actos terroristas en los días pasados. Recemos por las víctimas, por los heridos y los familiares. Recemos ardientemente para que cada corazón endurecido por el odio se convierta a la paz, según la voluntad de Dios.


Recemos un momento en silencio. [Ave María]


Os saludo a todos vosotros, familias, asociaciones, grupos parroquiales y peregrinos procedentes de Italia y de varias partes del mundo.


A todos os deseo un buen domingo, ¡un día bonito! [señala el cielo azul]. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


¡Buen almuerzo y hasta pronto!


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Plaza de San Pedro
 Domingo 12 de febrero de 2017


¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!


La liturgia de hoy nos presenta otra página del Discurso de la montaña, que encontramos en el Evangelio de Mateo (cf. 5, 17-37). En este pasaje, Jesús quiere ayudar a quienes le escuchan para realizar una relectura de la ley mosaica. Lo que fue dicho en la antigua alianza era verdadero, pero no era todo: Jesús vino para dar cumplimiento y para promulgar de manera definitiva la ley de Dios, hasta la última iota (cf. 18). Él manifiesta las finalidades originarias y cumple los aspectos auténticos, y hace todo esto mediante su predicación y más aún al ofrecerse a sí mismo en la cruz. Así Jesús enseña cómo hacer plenamente la voluntad de Dios y usa esta palabra: con una “justicia superior” respecto a la de los escribas y fariseos (cf. 20). Una justicia animada por el amor, por la caridad, por la misericordia, y por lo tanto capaz de realizar la sustancia de los mandamientos, evitando el riesgo del formalismo. El formalismo: esto puedo, esto no puedo; hasta aquí puedo, hasta aquí no puedo... No: más, más. En particular, en el Evangelio de hoy Jesús examina tres aspectos, tres mandamientos: el homicidio, el adulterio y el juramento. Respecto al mandamiento “no matarás”, Él afirma que es violado no solo por el homicidio efectivo, sino también por esos comportamientos que ofenden la dignidad de la persona humana, comprendidas las palabras injuriosas (cf v. 22). Claro, estas palabras injuriosas no tienen la misma gravedad y culpabilidad del asesinato, pero se ponen en la misma línea, porque se dan las premisas y revelan la misma malevolencia. Jesús nos invita a no establecer una clasificación de las ofensas, sino a considerarlas todas dañinas, en cuanto son movidas por el intento de hacer el mal al próximo. Y Jesús pone el ejemplo. Insultar: nosotros estamos acostumbrados a insultar, es como decir “buenos días”. Y eso está en la misma línea del asesinato. Quien insulta al hermano, mata en su propio corazón a su hermano. Por favor, ¡no insultéis! No ganamos nada...


Otro cumplimiento es aportado a la ley matrimonial. El adulterio era considerado una violación del derecho de propiedad del hombre sobre la mujer. Jesús en cambio va a la raíz del mal. Así como se llega al homicidio a través de las injurias, las ofensas y los insultos, se llega al adulterio a través de las intenciones de posesión respecto a una mujer diversa de la propia mujer. El adulterio, como el hurto, la corrupción y todos los otros pecados, primero son concebidos en nuestra intimidad y, una vez cumplida en el corazón la elección equivocada, se ponen en práctica a través de un comportamiento concreto. Y Jesús dice: quien mira a una mujer que no es la propia con ánimo de posesión es un adúltero en su corazón, ha iniciado el camino hacia el adulterio. Pensemos un poco sobre esto: sobre los malos pensamientos que vienen en esta línea.


Jesús dice además a sus discípulos que no juren, en cuanto el juramento es señal de la inseguridad y de la doblez con la cual se desarrollan las relaciones humanas. Se instrumentaliza la autoridad de Dios para dar garantía a nuestras actividades humanas. Más bien estamos llamados a instaurar entre nosotros, en nuestras familias y en nuestras comunidades un clima de limpieza y de confianza recíproca, de manera que podemos ser considerados sinceros sin recurrir a intervenciones superiores para ser creídos. ¡La desconfianza y las sospechas recíprocas amenazan siempre la serenidad!


Que la Virgen María, que dona la escucha dócil y la obediencia alegre, nos ayude a acercarnos siempre más al Evangelio, para ser cristianos no “de fachada”, ¡sino de sustancia! Y esto es posible con la gracia del Espíritu Santo, que nos permite hacer todo con amor, y así cumplir plenamente la voluntad de Dios.


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas,


Os saludo a vosotros peregrinos presentes, familias, grupos de parroquias, asociaciones.
En especial, saludo a los alumnos del Instituto “Carolina Coronado” de Almendralejo y a los fieles de Tarragona, en España; como además a los grupos de Caltanissetta, Valgoglio, Ancona, Pesaro, Turín y Pisa, y a la comunidad neocatecumenal san Francisco di Paola de Turín.


A todos os deseo un buen domingo. Y no os olvidéis: no insultéis; no miréis con ojos malvados, con ojos de poseer a la mujer del prójimo; no juréis. Tres cosas que Jesús dice. ¡Es muy fácil! Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
 
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Plaza de San Pedro
 Domingo 5 de febrero de 2017


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En estos domingos la liturgia nos propone el así llamado Discurso de la montaña, en el Evangelio de Mateo. Después de haber presentado, el domingo pasado las Bienaventuranzas, hoy pone resaltadas las palabras de Jesús que describen la misión de sus discípulos en el mundo (cfr. Mt 5,13-16). Él utiliza las metáforas de la sal y de la luz, y sus palabras son dirigidas a los discípulos de todo tiempo, por lo tanto, también a nosotros.

 
Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a través del testimonio de las obras buenas. Y dice: «Así resplandezca vuestra luz frente a los hombres, para que vean vuestras obras buenas y glorifiquen al Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). Estas palabras subrayan que nosotros somos reconocibles como verdaderos discípulos de Aquél que es Luz del mundo, no en las palabras, sino por nuestras obras.  En efecto, es sobre todo nuestro comportamiento que en el bien y en el mal deja un signo en los otros. Por lo tanto, tenemos una tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe, que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos retenerla como si fuese de nuestra propiedad. En cambio, estamos llamados a hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los otros mediante las obras buenas. ¡Y cuánto ha necesitado el mundo de la luz del Evangelio que transforma, cura y garantiza la salvación a quien loacoge! Esta luz nosotros debemos portarla con nuestras obras buenas.



La luz de nuestra fe, donándose, no se apaga sino que se refuerza. En cambio puede venir a menos si no la alimentamos con el amor y con las obras de caridad. Así la imagen de la luz se encuentra con aquella de la sal. La página evangélica, en efecto, nos dice que, como discípulos de Cristo somos también «la sal de la tierra» (v. 13). La sal es un elemento que mientras da sabor, preserva el alimento de la alteración y de la corrupción – ¡en los tiempos de Jesús no había frigoríficos!  –. Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es aquella de dar “sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado, y al mismo tiempo, mantener lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la maledicencia, y demás cosas. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras comunidades, que deben en cambio resplandecer como lugares de acogida, de solidaridad y de reconciliación. Para cumplir esta misión se necesita que nosotros mismos en primer lugar, seamos liberados de la degeneración corruptiva de los influjos mundanos, contrarios a Cristo y al Evangelio; y esta purificación no termina nunca, debe ser hecha continuamente, ¡hay que hacerla todos los días!. 


 
Cada uno de nosotros está llamado a ser luz y sal en el proprio ambiente de la vida cotidiana, perseverando en la tarea de regenerar la realidad humana en el espíritu del Evangelio y en la perspectiva de Reino de Dios. Que nos sea siempre de ayuda la protección de María Santísima, primera discípula de Jesús y modelo de los creyentes que viven a diario en la historia, su vocación y misión. Nuestra Madre, nos ayude a dejarnos siempre purificar e iluminar por el Señor, para transformarnos a la vez en “sal de la tierra” y “luz del mundo”.




Después del Ángelus:


Humana. ¡Cada vida es sagrada! Portemos frente la cultura de la vida como respuesta a la lógica del descarte y al dejar demográfico; estemos cercanos y juntos recemos por los niñosque están en peligro de interrupción del embarazo, como también por las personas que están al fin de la vita – ¡cada vida es sagrada! – para que nadie sea dejado solo y el amor defienda el sentido de la vida. Recordemos las palabras de Madre Teresa: «La vida es belleza, admírala; la vida es vida, defiéndela!», sea con el niño que está por nacer, sea con la persona que está cercana a morir: ¡cada vida es sagrada!


Saludo a todos aquellos que trabajan por la vida, a los docentes de las Universidades  romanas y a cuántos colaboran para la formación de las nuevas generaciones, a fin de que seamos capaces de construir una sociedad acogedora y digna para cada persona.


Saluto a todos los peregrinos, a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones provenientes de diversas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de Viena, Granada, Melilla, Acquaviva delle Fonti e Bari; así como a los estudiantes de Penafiel (Portugal) y Badajoz (España).


A todos deseo un buena domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!


[Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx


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