miércoles, 8 de marzo de 2017

FRANCISCO: Discursos de febrero 2017 [25 (2), 24, 23 (2), 21, 18, 17, 15, 10, 6 y 4]

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
FEBRERO 2017


A LA COMUNIDAD DE CAPODARCO

Aula Pablo VI
Sábado 25 de febrero de 2017


Queridos hermanos y hermanas:


Estoy muy feliz por este encuentro y feliz por lo que he oído, muy feliz, y os saludo a todos con afecto. Agradezco de corazón a don Franco Monterubbianesi, fundador de vuestra comunidad, y a don Vinicio Albanesi, actual presidente, sus palabras; y os doy las gracias a vosotros que habéis regalado vuestros testimonios.


La comunidad de Capodarco, articulada en numerosas realidades locales, el año pasado ha celebrado su 50˚ aniversario. Con vosotros, doy las gracias al Señor por el bien realizado durante estos años al servicio de las personas discapacitadas, de los menores, de todos los que viven situaciones de dependencia y dificultad, y de sus familias. Vosotros habéis elegido estar de parte de estas personas menos tuteladas, para ofrecerles acogida, apoyo y esperanza, en una dinámica de compartir. De esta manera habéis contribuido y contribuís a hacer mejor la sociedad.


La calidad de la vida dentro de una sociedad se mide, en buena parte, por la capacidad de incluir a los que son más débiles y necesitados, dentro del respeto efectivo de su dignidad como hombres y mujeres. Y la madurez se alcanza cuando tal inclusión no es percibida como algo extraordinario, sino como algo normal. También la persona con discapacidades y fragilidades físicas, psíquicas o morales, debe poder participar en la vida de la sociedad y ser ayudada a aplicar sus potencialidades en varias dimensiones dimensiones. Solamente si vienen reconocidos los derechos de los más débiles, una sociedad puede decir que está fundada sobre el derecho y sobre la justicia. Una sociedad que diese espacio solo a las personas plenamente funcionales, del todo autónomas e independientes no sería una sociedad digna del hombre. La discriminación con base en la eficiencia no es menos deplorable de la cumplida con base en la raza o al censo o a la religión.


Durante estas décadas, vuestra comunidad se ha puesto a la escucha atenta y amorosa de la vida de las personas, esforzándose en responder a los necesitados de cada uno teniendo en cuenta sus capacidades y sus límites. Esta vuestra cercanía a los más débiles supera la actitud de piedad y de asistencia, para favorecer el protagonismo de la persona con dificultades en un contexto comunitario no cerrado en sí mismo sino abierto a la sociedad. Os animo a proseguir por este camino, que ve en primer plano la acción personal y directa de los mismos discapacitados. Frente a los problemas económicos y las consecuencias negativas de la globalización, vuestra comunidad intenta ayudar a cuantos se encuentran a prueba para que no se sientan excluidos o marginados, sino que por el contrario, caminen en primera línea, llevando el testimonio de la experiencia personal. Se trata de promover la dignidad y el respeto de todo individuo, haciendo sentir a los “derrotados de la vida” la ternura de Dios, Padre amoroso de cada criatura. Quiero agradecer una vez más el testimonio que dais a la sociedad, ayudándola a descubrir cada vez más la dignidad de todos, a partir de los últimos, de los más desaventajados. Las instituciones, las asociaciones y las distintas agencias de promoción social están llamadas a favorecer la efectiva inclusión de estas personas. Vosotros trabajáis con este fin con generosidad y competencia, con la ayuda valiente de familias y voluntarios, que nos recuerdan el significado y el valor de cada existencia. Acogiendo a todos estos “pequeños” marcados por impedimentos mentales o físicos, o por heridas del alma, vosotros reconocéis en ellos a los testimonios particulares de la ternura de Dios, de los cuales tenemos mucho que aprender y que tienen un lugar privilegiado también en la Iglesia. De hecho, su participación en la comunidad eclesial abre la vía a las relaciones simples y fraternales, y su oración filial y espontánea nos invita a todos a dirigirnos a nuestro Padre celestial.


Vuestra asociación tuvo origen en las peregrinaciones a los santuarios de Lourdes y de Loreto, en los cuales don Franco intuyó la manera de poder valorizar los recursos humanos y espirituales inherentes a cada persona diversamente hábil. En vuestra actividad tan preciosa para la Iglesia y para la sociedad, la Virgen Madre os ha acompañado y continúa haciéndolo, ayudándoos a encontrar, cada vez, nuevas energías y a conservar siempre el estilo del Evangelio, la ternura, el primor, la cercanía, y también el valor, el espíritu de sacrificio, porque no es fácil trabajar en el campo de la dificultad personal y social.


Queridos hermanos y hermanas, os agradezco una vez más vuestra visita. Os bendigo y os acompaño con la oración, para que vuestras comunidades continúen caminando con alegría y con esperanza. Y también vosotros, por favor, rezad por mí.


¡Gracias!


Y os invito a rezar a nuestra Madre, la que da la fuerza a las mamás, a las mujeres, a vosotros, a todos nosotros que trabajamos. [Ave María]
 

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A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO SOBRE EL PROCESO MATRIMONIAL

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 25 de febrero de 2017


Queridos hermanos:


Estoy feliz de encontraros al final del curso de formación para los párrocos, promovido por la Rota Romana, sobre el nuevo proceso matrimonial. Doy gracias al decano y al pro decano por su compromiso a favor de estos cursos formativos. Cuanto ha sido discutido y promovido en el Sínodo de los Obispos sobre el tema “Matrimonio y familia”, ha sido implementado e integrado de forma orgánica en la exhortación apostólica Amoris laetitia y traducido en oportunas normas jurídicas contenidas en dos procedimientos específicos: el motu proprio Mitis Iudex y el motu proprio Misericors Jesus. Es bueno que vosotros párrocos, a través de estas iniciativas de estudio, podáis profundizar tal material, porque sois sobre todo vosotros los que lo aplicáis concretamente en el contacto cotidiano con las familias.


En la mayor parte de los casos sois los primeros interlocutores de los jóvenes que desean formar una nueva familia y casarse por el sacramento del matrimonio. Y también se dirigen a vosotros esos cónyuges que, a causa de serios problemas en su relación, se encuentran en crisis, necesitan reavivar la fe y redescubrir la gracia del sacramento; y en ciertos casos piden indicaciones para iniciar un proceso de nulidad. Nadie mejor que vosotros conoce y está en contacto con la realidad del tejido social en el territorio, experimentando la complejidad variada: uniones celebradas en Cristo, uniones de hecho, uniones civiles, uniones fracasadas, familias y jóvenes felices e infelices. De cada persona y de cada situación vosotros estáis llamados a ser compañeros de viaje para testimoniar y sostener.


En primer lugar que sea vuestro primor testimoniar la gracia del sacramento del matrimonio y el bien primordial de la familia, célula vital de la Iglesia y de la sociedad, mediante la proclamación de que el matrimonio entre un hombre y una mujer es un signo de la unión esponsal entre Cristo y la Iglesia. Tal testimonio lo realizáis concretamente cuando preparáis a los novios al matrimonio, haciéndoles conscientes del significado profundo del paso que van a realizar, y cuando acompañáis con cercanía a las parejas jóvenes, ayudándolas a vivir en las luces y en las sombras, en los momentos de alegría y en los de cansancio, la fuerza divina y la belleza de su matrimonio. Pero yo me pregunto cuántos de estos jóvenes que vienen a los cursos prematrimoniales entienden qué significa “matrimonio”, el signo de la unión de Cristo y de la Iglesia. “Sí, sí” —dicen que sí, pero ¿entienden esto?— ¿Tienen fe en esto? Estoy convencido de que se necesita un verdadero catecumenado para el sacramento del matrimonio, y no hacer la preparación con dos o tres reuniones y después ir adelante.


No dejéis de recordar siempre a los esposos cristianos que en el sacramento del matrimonio Dios, por así decir, se refleja en ellos, imprimiendo su imagen y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio, de hecho, es icono de Dios, creado para nosotros por Él, que es comunión perfecta de las tres Personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Que el amor de Dios Uno y Trino y el amor entre Cristo y la Iglesia su esposa sean el centro de la catequesis y de la evangelización matrimonial: que a través de encuentros personales o comunitarios, programados o espontáneos, no os canséis de demostrar a todos, especialmente a los esposos, este “misterio grande” (cf. Efesios 5, 32).


Mientras ofrecéis este testimonio, sea vuestra tarea también sostener a los que se han dado cuenta del hecho de que la unión no es un verdadero matrimonio sacramental y quieren salir de esta situación. En esta delicada y necesaria obra hacedlo de tal forma que vuestros fieles os reconozcan no tanto como expertos de actos burocráticos o de normas jurídicas, sino como hermanos que se ponen en una actitud de escucha y de comprensión.


Al mismo tiempo, haceros cercanos, con el estilo propio del Evangelio, en el encuentro y en la acogida de esos jóvenes que prefieren vivir juntos sin casarse. Estos, en el plano espiritual y moral, están entre los pobres y los pequeños, hacia los cuales la Iglesia, tras las huellas de su Maestro y Señor, quiere ser madre que no abandona sino que se acerca y cuida. También estas personas son amadas por el corazón de Cristo. Tened hacia ellos una mirada de ternura y de compasión. Este cuidado de los últimos, precisamente porque emana del Evangelio, es parte esencial de vuestra obra de promoción y defensa del sacramento del matrimonio. La parroquia es, de hecho, lugar por antonomasia de la salus animarum. Así enseñaba el beato Pablo VI: «La parroquia […] es la presencia de Cristo en la plenitud de su función salvadora […] es la casa del Evangelio, la casa de la verdad, la escuela de Nuestro Señor» (Discurso en la parroquia de la Gran Madre de Dios en Roma, 8 de marzo de 1964: Enseñanzas II [1964], 1077).


Queridos hermanos, hablando recientemente a la Rota Romana aconsejé realizar un verdadero catecumenado de los futuros esposos, que incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la preparación al matrimonio, de su celebración y de los años inmediatamente sucesivos. A vosotros párrocos, indispensables colaboradores de los obispos, se os confía especialmente tal catecumenado. Os animo a realizarlo a pesar de las dificultades que podáis encontrar. Y creo que la dificultad más grande sea pensar o vivir el matrimonio como un hecho social —“nosotros debemos hacer este hecho social”— y no como un verdadero sacramento, que requiere una preparación larga, larga.


Os doy las gracias por vuestro compromiso a favor del anuncio del Evangelio de la familia. El Espíritu Santo os ayude a ser ministros de paz y de consolación en medio del santo pueblo fiel de Dios, especialmente hacia las personas más frágiles y necesitadas de vuestra cuidado pastoral. Mientras os pido que recéis por mí, de corazón os bendigo a cada uno de vosotros y vuestras comunidades parroquiales. Gracias.

 
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A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO "DERECHO HUMANO AL AGUA"
ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS


Viernes 24 de febrero de 2017


Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.


Saludo a todos los presentes y les agradezco su participación en este Encuentro que aborda la problemática del derecho humano al agua y la exigencia de políticas públicas que puedan afrontar esta realidad. Es significativo que ustedes se unan para aportar su saber y sus medios con el fin de dar una respuesta a esta necesidad y a esta problemática que vive el hombre de hoy.


Como leemos en el libro del Génesis, el agua está en el comienzo de todas las cosas (cf. Gn 1,2); es «criatura útil, casta y humilde», fuente de la vida y de la fecundidad (cf. San Francisco de Asís, Cántico de las Criaturas). Por eso, la cuestión que ustedes tratan no es marginal, sino fundamental y muy urgente. Fundamental, porque donde hay agua hay vida, y entonces puede surgir y avanzar la sociedad. Y es urgente porque nuestra casa común necesita protección y, además, asumir que no toda agua es vida: sólo el agua segura y de calidad –  siguiendo con la figura de san Francisco: el agua “que sirve con humildad”, el agua “casta”, no contaminada.


Toda persona tiene derecho al acceso al agua potable y segura; este es un derecho humano básico, y una de las cuestiones nodales en el mundo actual (cf. Enc. Laudato si’, 30; Enc. Caritas in veritate, 27). Es doloroso cuando en la legislación de un país o de un grupo de países no se considera al agua como un derecho humano. Más doloroso aun cuando se quita lo que estaba escrito y se niega este derecho humano. Es un problema que afecta a todos y hace que nuestra casa común sufra tanta miseria y clame por soluciones efectivas, realmente capaces de superar los egoísmos que impiden la realización de este derecho vital para todos les seres humanos. Es necesario otorgar al agua la centralidad que merece en el marco de las políticas públicas. Nuestro derecho al agua es también un deber con el agua. Del derecho que tenemos a ella se desprende una obligación que va unida y no puede separarse. Es ineludible anunciar este derecho humano esencial y defenderlo —como se hace—, pero también actuar de forma concreta, asegurando un compromiso político y jurídico con el agua. En este sentido, cada Estado está llamado a concretar, también con instrumentos jurídicos, cuanto indicado por las Resoluciones aprobadas por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 2010 sobre el derecho humano al agua potable y el saneamiento. Por otra parte, cada actor no estatal tiene que cumplir sus responsabilidades hacia este derecho.


El derecho al agua es determinante para la sobrevivencia de las personas (cf. ibíd, 30) y decide el futuro de la humanidad. Es prioritario también educar a las próximas generaciones sobre la gravedad de esta realidad. La formación de la conciencia es una tarea ardua; precisa convicción y entrega. Y yo me pregunto si en medio de esta “tercera guerra mundial a pedacitos” que estamos viviendo, no estamos en camino hacia la gran guerra mundial por el agua.


Las cifras que las Naciones Unidas revelan son desgarradoras y no nos pueden dejar indiferentes: cada día mil niños mueren a causa de enfermedades relacionadas con el agua; millones de personas consumen agua contaminada. Estos datos son muy graves; se debe frenar e invertir esta situación. No es tarde, pero es urgente tomar conciencia de la necesidad del agua y de su valor esencial para el bien de la humanidad.


El respeto del agua es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos (cf. ibíd., 30). Si acatamos este derecho como fundamental, estaremos poniendo las bases para proteger los demás derechos. Pero si nos saltamos este derecho básico, cómo vamos a ser capaces de velar y luchar por los demás. En este compromiso de dar al agua el puesto que le corresponde, hace falta una cultura del cuidado (cfr ibid., 231) – parece una cosa poética y, bueno, la Creación es una “poiesis”, esta cultura del cuidado que es creativa – y además fomentar una cultura del encuentro, en la que se unan en una causa común todas las fuerzas necesarias de científicos y empresarios, gobernantes y políticos. Es preciso unir todas nuestras voces en una misma causa; ya no serán voces individuales o aisladas, sino el grito del hermano que clama a través nuestro, es el grito de la tierra que pide el respecto y el compartir responsablemente de un bien, que es de todos. En esta cultura del encuentro, es imprescindible la acción de cada Estado como garante del acceso universal al agua segura y de calidad.


Dios Creador no nos abandona en este trabajo para dar a todos y a cada uno acceso al agua potable y segura. Pero el trabajo es nuestro, la responsabilidad es nuestra. Deseo que este Seminario sea una ocasión propicia para que sus convicciones se vean fortalecidas, y salgan de aquí con la certeza de que su trabajo es necesario y prioritario para que otras personas puedan vivir. Es un ideal por el que merece la pena luchar y trabajar. Con nuestro «poco» estaremos contribuyendo a que nuestra casa común sea más habitable y más solidaria, más cuidada, donde nadie sea descartado ni excluido, sino que todos gocemos de los bienes necesarios para vivir y crecer en dignidad. Y no olvidemos los datos, las cifras, de las Naciones Unidas. No olvidemos que cada día mil niños, cada día, mueren por enfermedades en relación con el agua.


Muchas gracias.


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AL RABINO ABRAHAM SKORKA,
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE UNA EDICIÓN ESPECIAL DE LA TORAH


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 23 de febrero de 2017


Queridos amigos,


con alegría dirijo un cordial saludo a todos vosotros, que habéis acudido para la presentación de una nueva y preciosa edición de la Torah. Doy las gracias al hermano y amigo Rabino Abraham Skorka por sus palabras, y estoy muy agradecido a todos vosotros porque habéis tenido este pensamiento, que hoy nos hace encontrarnos entorno a la Torah, o lo que es lo mismo, en torno al don del Señor, a Su revelación, a Su palabra.


La Torah, que San Juan Pablo II definió «la enseñanza viva del Dios viviente» (Discurso a los participantes en la celebración del XXV aniversario de la Declaración «Nostra aetate», 6 diciembre de 1990, 3), manifiesta el amor paterno y visceral de Dios, un amor hecho de palabras y de gestos concretos, un amor que se convierte en alianza. Y precisamente esta palabra, alianza, es rica de resonancias que nos unen. Dios es el más gran y fiel Aliado. Él ha llamado a Abraham para formar de él un pueblo que se convirtiese en bendición para todos los pueblos de la tierra, y sueña un mundo en el cual los hombres y las mujeres estén aliados con Él y y entonces vivan en armonía entre ellos y con la creación. En medio de tantas palabras humanas que desgraciadamente empujan a la división y a la competición, estas palabras divinas de alianza nos abren a todos nosotros vías de bien para recorrer juntos. También la presente publicación es fruto de una “alianza” entre personas de diferentes nacionalidades, edades y confesiones que han sabido trabajar juntas.


El diálogo fraternal e institucional entre judíos y cristianos está consolidado y es eficaz, a través de un debate continuo y colaborativo. Este actual don entra plenamente en tal diálogo, que no se expresa solo a través de las palabras, sino también en los gestos. La amplia parte introductiva añadida al texto y la nota del editor subraya esta actitud de diálogo, expresando una visión cultural abierta, en el marco del respeto recíproco y de la paz, en sintonía con el mensaje espiritual de la Torah. Las importantes personalidades religiosas que han trabajado en esta nueva edición han cuidado especialmente la dimensión literaria del texto, así como las preciosas láminas en color han añadido ulterior valor a la publicación.


Pero cada edición de la Sagrada Escritura contiene un valor espiritual que supera infinitamente el material.


Pido a Dios que bendiga a todas las personas que han colaborado en esta obra, y de manera particular a todos vosotros, a quienes renuevo mi personal agradecimiento.


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A UNA REPRESENTACIÓN DEL CLUB ESPAÑOL VILLARREAL CF

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 23 de febrero de 2017


Queridos amigos, buen día:


Saludo con alegría a ustedes, futbolistas, entrenadores y dirigentes del equipo del Villarreal, y les agradezco esta visita con ocasión del partido que jugarán esta tarde.


El fútbol, como los demás deportes, es imagen de vida y de sociedad. Ustedes en el campo se necesitan unos a otros. Cada jugador pone su profesionalidad y habilidad en beneficio de un ideal común, que es jugar bien para ganar. Para lograr esa afinidad se necesita mucho entrenamiento; pero también es importante invertir tiempo y esfuerzo en fortalecer el espíritu del equipo, para lograr crear esa conexión de movimientos: una simple mirada, un pequeño gesto, una expresión comunican tantas cosas en el campo. Esto es posible si se actúa con espíritu de compañerismo, dejando de lado el individualismo o las aspiraciones personales. Si se juega pensando en el bien del grupo, entonces es más fácil obtener la victoria. En cambio, cuando uno piensa en sí mismo y se olvida de los demás, nosotros en Argentina decimos que es uno que le gusta “comerse la pelota” para él solo.


Por otra parte, cuando ustedes juegan al fútbol están al mismo tiempo educando y transmitiendo valores. Muchas personas, especialmente los jóvenes, los admiran y los observan. Quieren ser como ustedes. A través de su profesionalidad, están transmitiendo un modo de ser a aquellos que les siguen, sobre todo a las nuevas generaciones. Y esto es una responsabilidad y les debe motivar para dar lo mejor de ustedes mismos para ejercitar esos valores que en el fútbol tienen que ser palpables: el compañerismo, el esfuerzo personal, la belleza del juego, el juego de equipo.


Una de las características del buen deportista es el agradecimiento. Si pensamos en nuestra vida, podemos traer a la memoria el recuerdo de tantas personas que nos han ayudado y sin las cuales no estaríamos aquí. Pueden recordar con quienes jugaban de chicos, a sus primeros compañeros de equipo, entrenadores, asistentes, y también a los aficionados que con su presencia los animan en cada partido. Este recuerdo nos hace bien, para no sentirnos superiores sino para tomar conciencia de que somos parte de un gran equipo que empezó a formarse desde hace ya tiempo. Sentir de este modo nos ayuda a crecer como personas, porque nuestro «juego» no es sólo nuestro, sino también el de los demás, que de algún modo forman parte de nuestras vidas. Y esto además fortalece el espíritu del juego amateur, que nunca hay que perderlo, hay que recuperarlo todos los días, por lo que te mantiene con esa frescura, con esa grandeza de alma.


Los animo a seguir jugando dando lo más bello y mejor de ustedes para que otros puedan disfrutar de esos momentos agradables, que hacen la jornada diferente. Me uno a ustedes, rezo por ustedes, imploro la bendición de la Virgen de Gracia y la intercesión de San Pascual Bailón, Patronos de la ciudad de Villarreal, para que sean sostenidos en sus vidas y puedan ser instrumentos para llevar a cuantos los siguen y animan, la alegría y la paz de Dios y con los amigos.


A mí me ayuda mucho pensar en el fútbol porque me gusta, y me ayuda. Pero cuando suelo pensar más es al portero. ¿Por qué? Porque él tiene que atajar la pelota de donde se la patean, no sabe de donde vendrá. Y la vida es así. Hay que tomar las cosas de donde vienen y como vienen. Y cuando yo me encuentro frente a situaciones que no esperaba, que hay que resolver y vinieron de acá cuando yo las esperaba de allá, pienso en el portero, así que los tengo muy presentes. Gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL
FORUM INTERNACIONAL "MIGRACIONES Y PAZ"

Aula Pablo VI

Martes 21 de febrero de 2017


Gentiles Señores y Señoras,


“Extiendo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, con sincero agradecimiento por vuestro valioso trabajo. Agradezco al arzobispo Tomasi  sus amables palabras y  su intervención al Dr. Pöttering; También estoy agradecido por los tres testimonios, que representan en vivo el tema de este Foro: "Integración y Desarrollo: de la reacción a la acción". Efectivamente no es posible leer los retos  de los movimientos migratorios contemporáneos y de la construcción  de la paz, sin incluir el binomio "desarrollo e integración" : con este fin he deseado instituir el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, dentro del cual  una sección se ocupa  específicamente de cuanto concierne  a los migrantes, los refugiados y las víctimas de la trata.


Las migraciones, en sus diversas formas, ciertamente no son un fenómeno nuevo en la historia humana. Han marcado profundamente cada época,  favoreciendo el encuentro de los pueblos y el nacimiento de nuevas civilizaciones. En su esencia, la migración es una expresión del anhelo intrínseco a la  felicidad propio del ser humano, felicidad que hay que buscar y conseguir. Para nosotros los cristianos, toda la vida terrestre es un itinerar hacia la patria celeste.

 
El inicio de este tercer milenio está fuertemente caracterizado por los movimientos migratorios que,  en términos de origen, de tránsito y de destino, interesan prácticamente a todos los rincones de la tierra. Desafortunadamente, en la mayoría de los casos, se trata de desplazamientos forzados causado por los conflictos, los desastres naturales, las persecuciones, el cambio climático, la violencia, la pobreza extrema y las condiciones de vida indignas: "Es impresionante el número de personas que emigra de un continente a otro, así como de aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos" [1].


Frente a este complejo escenario, siento que debo expresar una preocupación especial sobre la naturaleza forzada de muchos flujos migratorios contemporáneos,  que aumenta los desafíos para la comunidad política, la sociedad civil y  la Iglesia y exige  respuestas todavía más  urgentes, coordinadas y eficaces.

 
Nuestra respuesta común se podría articular en torno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. 


Acoger. "Hay un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que nos lleva a no ver al prójimo como a un hermano al que acoger, sino a dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a transformarlo más bien en un adversario, en un súbdito al que dominar” [2]. Frente a este tipo de rechazo, enraizado en última instancia en el egoísmo y amplificada por demagogias populistas, se necesita un cambio de actitud, para superar la indiferencia y anteponer a los temores una actitud generosa de acogida con los que llaman a nuestras puertas. Para aquellos que huyen de terribles guerras y persecuciones, a menudo atrapados en las garras de organizaciones criminales sin escrúpulos, es necesario abrir canales humanitarios accesibles y seguros. Una acogida  responsable y digna de estos hermanos y hermanas comienza desde su primer acomodo en espacios adecuados y decentes. Las grandes concentraciones de los solicitantes de asilo y de los refugiados no han dado resultados positivos,  y han generado, en cambio,  nuevas situaciones de vulnerabilidad y de malestar. Los programas de acogida difusa, que ya se realizan en diferentes lugares, parecen facilitar, por el contrario,  el encuentro personal, permitir una mejor calidad de los servicios y ofrecer mayores garantías de éxito. 


Proteger.  Mi predecesor, el Papa Benedicto, puso en evidencia  que la experiencia de la migración a menudo hace que las personas sean más vulnerables a la explotación, el abuso y la violencia [3]. Hablamos de millones de trabajadores migrantes - y entre éstos especialmente aquellos en situación irregular -, de refugiados y  solicitantes de asilo, de víctimas de la trata. La defensa de sus derechos inalienables, la garantía de sus libertades fundamentales y el respeto de su dignidad son tareas de la que nadie puede estar exento. Proteger a estos hermanos y hermanas es un imperativo moral que se traduce en la adopción de instrumentos jurídicos, nacionales e internacionales, claros y pertinentes; tomando decisiones  políticas justas y  con visión de futuro; prefiriendo procesos constructivos, tal vez más lentos, en vez de resultados que devuelvan un consenso inmediato; implementando  programas oportunos y de humanización en la lucha contra los "traficantes de carne humana" que se enriquecen  con las desgracias de los demás;  coordinando  los esfuerzos de todos los actores, entre los cuales, estad seguros, estará siempre la Iglesia. 


Promover. Proteger no es suficiente, es necesario promover el desarrollo humano integral de los migrantes, refugiados y personas desplazadas, que «se lleva a cabo mediante el cuidado de los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación»[4]. El desarrollo, de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia 5],  es un derecho innegable de cada ser humano. Como tal, debe ser  garantizado asegurando las condiciones necesarias para su ejercicio, tanto en el ámbito individual como en el social, dando a todos la igualdad de acceso a los bienes básicos y ofreciendo posibilidades de elección y de  crecimiento. También aquí es necesaria una acción coordinada y previsora de todas las fuerzas en juego: desde la comunidad política a la sociedad civil, desde las organizaciones internacionales a las instituciones religiosas. La promoción humana de los migrantes y sus familias comienza a partir de la comunidad de origen, donde se debe garantizar, junto con el derecho a poder emigrar, también el derecho a no deber emigrar [6], es decir, el derecho de encontrar en la patria las  condiciones que  permitan  una realización digna de la existencia. Con este fin, se deben alentar los esfuerzos  que conducen a la realización de programas de cooperación internacional libres de intereses partidarios y de desarrollo transnacional en que los migrantes están involucrados como protagonistas. 


Integrar. La integración, que no es ni asimilación ni  incorporación, es un proceso bidireccional, que se basa esencialmente en el reconocimiento recíproco de la  riqueza cultural del otro: no es la superposición de una cultura sobre otra, ni tampoco el aislamiento mutuo, con el riesgo de una tan nefasta como peligrosa "guetización". Por  cuanto  concierne a los que llegan y no deben cerrarse a la cultura y las tradiciones del país de acogida, respetando sus leyes en primer lugar, jamas debe  descuidarse la dimensión familiar del proceso de integración: por eso me siento obligado a reiterar la necesidad, destacada en repetidas ocasiones por el Magisterio [7], de políticas que promuevan la reagrupación familiar. Con respecto a las poblaciones autóctonas, se las debe ayudar, sensibilizándolas  adecuadamente y preparándolas de manera positiva a los procesos de integración, que no siempre son simple e inmediatos, pero siempre son esenciales e indispensables para el futuro. Para ello también necesitamos programas específicos que fomenten el encuentro significativo con el otro. Para la comunidad cristiana, además, la integración pacífica de personas de diferentes culturas es, de alguna manera, también eun reflejo de su catolicidad, ya que la unidad que no anula la diversidad étnica y cultural es una dimensión de la vida de la Iglesia, que en el Espíritu de Pentecostés está abierta a todos  y a todos  quiere abrazar [8].


Creo que conjugar  estos cuatro verbos en la primera persona del singular y la primera persona del plural, represente hoy un deber, un deber con nuestros hermanos y hermanas que, por diferentes razones, están obligados a abandonar su lugar de origen: un deber de justicia, de  civilización y solidaridad.


En primer lugar, un deber de justicia. Ya no son sostenibles las inaceptables desigualdades económicas que impiden poner en práctica el principio del destino universal de los bienes de la tierra. Todos estamos llamados a emprender procesos de compartición respetuosa, responsable e inspirada por los dictados de la justicia distributiva. «Es necesario encontrar los modos para que todos se puedan beneficiar de los frutos de la tierra, no sólo para evitar que se amplíe la brecha entre quien más tiene y quien se tiene que conformar con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, de equidad y de respeto hacia el ser humano»[9]. Un pequeño grupo de individuos  no puede controlar la mitad de los recursos mundiales. Pueblos enteros y personas no pueden tener solamente el derecho de recoger las migajas. Y nadie puede sentirse tranquilo y aliviado de los imperativos morales que se derivan de la corresponsabilidad en la gestión del planeta, una responsabilidad compartida, como ha reafirmado en varias ocasiones  la comunidad política internacional, así como  el Magisterio [10]. Esta corresponsabilidad debe interpretarse según el principio de subsidiariedad «que otorga libertad para el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo tiempo exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder»[11]. Hacer justicia significa también reconciliar  la historia con el presente globalizado, sin perpetuar  lógicas de explotación de las personas y territorios, basadas en el uso más cínica del mercado, para aumentar el bienestar de unos pocos. Como afirmaba el Papa Benedicto,, el proceso de descolonización se ha retrasado, «tanto por nuevas formas de colonialismo y dependencia de antiguos y nuevos países hegemónicos, como por graves irresponsabilidades internas en los propios países que se han independizado»[12]. A todo esto hay que poner remedio.


En segundo lugar, existe el deber de  civilidad. Nuestro compromiso a favor de los migrantes, los refugiados y las personas desplazadas es una aplicación de los principios y valores de la hospitalidad y fraternidad que constituyen un patrimonio común de  humanidad y  sabiduría.   Estos principios y valores  han sido codificados históricamente en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en una serie de convenios y acuerdos internacionales. «Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación»[13]. Hoy más que nunca es necesario reafirmar la centralidad de la persona humana, sin permitir  que condiciones contingentes o accesorios, a como incluso el necesario cumplimiento de los requisitos burocráticos o administrativos, ofusquen su dignidad esencial. Como afirmaba  San Juan Pablo II, «la condición de irregularidad legal no permite menoscabar la dignidad del emigrante, el cual tiene derechos inalienables, que no pueden violarse ni desconocerse»[14].  Por deber de civilidad también debe ser recuperado el valor de la fraternidad, que se basa en la constitución relacional del ser  humano: «la  viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera»[15]. La fraternidad es la forma más civil de confrontarse con la presencia del otro, que no amenaza, pero interpela, reafirma y enriquece nuestra identidad individual [16].


Hay, por último, un deber de solidaridad. Frente a las tragedias que " marcan con fuego" las vidas de muchos inmigrantes y refugiados - guerras, persecuciones,  abusos,  violencia y  muerte - no, pueden por menos que  brotar sentimientos espontáneos de empatía y compasión. "¿Dónde está tu hermano?" (cfr Gen: 49). Esta pregunta, que Dios plantea  al hombre desde el principio, hoy  nos atañe a nosotros  especialmente cuando se refiere a  los hermanos y hermanas que emigran: «Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros»[17]. La solidaridad nace precisamente de la capacidad de comprender  las necesidades del hermano y de la hermana en dificultad y de hacerse cargo. Sobre esto, esencialmente,  se basa el valor sagrado de la hospitalidad,  presente en las tradiciones religiosas. Para nosotros los cristianos, la hospitalidad ofrecida al extranjero necesitado de cobijo se ofrece a Jesucristo mismo, a través del forastero: «Era forastero y me acogisteis« (Mt 25:35). Es deber de solidaridad combatir  la cultura del descarte y conceder más atención a los débiles, los pobres y vulnerables. Para  ello, "es necesario un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”- a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor» [18].


Al final de  esta reflexión, permitidme llamar la atención sobre un grupo particularmente vulnerable entre los migrantes, los refugiados y las personas desplazadas que estamos llamados a acoger, proteger, promover e integrar. Me refiero a los niños y adolescentes que se ven obligados a vivir lejos de su tierra natal y separados de la familia. Les he dedicado mi reciente Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, haciendo hincapié en que «hay que centrarse en la protección, la integración y en  soluciones estables»[19]


Confío en que estos dos días de trabajo den abundantes frutos de buenas obras. Os aseguro mi oración; y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
 


[1] Messaggio per la 100a Giornata Mondiale del Migrante e del Rifugiato, 5 agosto 2013.


18 ottobre 2005.




[7] Cfr Giovanni Paolo II, Messaggio per la Giornata Mondiale delle Migrazioni, 15 agosto 1986.

[8] Cfr Giovanni Paolo II, Messaggio per la Giornata Mondiale delle Migrazioni, 5 agosto 1987.




[12] Benedetto XVI, Lett. enc. Caritas in veritate, 33.


[14] Giovanni Paolo II, Messaggio per la Giornata Mondiale delle Migrazioni, 25 luglio 1995, 2.







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A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA CONGREGACIÓN DE LOS CLÉRIGOS MARIANOS


Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Sábado 18 de febrero de 2017


Queridos hermanos:


Me complace encontraros con ocasión de vuestro Capítulo General y os saludo cordialmente, empezando por el Superior General, al cual agradezco sus palabras. En vosotros saludo a la entera congregación, ocupada en servir a Cristo y a la Iglesia en veinte países del mundo.


He tenido conocimiento de que uno de los objetivos principales de vuestro Capítulo General es la reflexión sobre las leyes y los ordenamientos característico de vuestra congregación. Se trata de una obra importante. Efectivamente, «hoy vuelve impelente para cada Instituto la necesidad de una renovada referencia a la Regla, porque en ella y en las Constituciones está contenido un itinerario de seguimiento, caracterizado por un específico carisma reconocido por la Iglesia» (Exort. ap. postsin. Vita consecrata, 37). Por lo tanto os exhorto a hacer esta reflexión con fidelidad al carisma del fundador y al patrimonio espiritual de vuestra congregación y, al mismo tiempo, con el corazón y la mente abiertos a las nuevas necesidades de la gente. Es verdad, tenemos que seguir adelante con las nuevas necesidades, los nuevos retos, pero recordad: no se puede ir adelante sin memoria. Es una tensión, continuamente. Si quiero seguir adelante sin la memoria del pasado, de la historia de los fundadores, de los grandes, incluso de los pecados de la congregación, no podré seguir adelante. Esta es una regla: la memoria, esta dimensión “deuteronómica”, propia de la vida y que se debe usar cuando hay que actualizar una congregación religiosa, las constituciones, siempre.


Que el ejemplo de vuestro fundador, san Estanislao de Jesús y María, canonizado el año pasado, sea luz y guía de vuestro camino. Él había comprendido plenamente el sentido del ser discípulo en Cristo cuando rezaba con estas palabras: «Señor Jesús, si por amor me unirás a ti, ¿quién podrá arrancarme de ti? Si me unirás a ti en la misericordia, ¿quién me separará de ti? Que mi alma se adhiera a ti, Tu clementísima destra me acoja. Adhiera a su Cabeza también el más indigno miembro, y esta pequeña partícula sufra con todo el Santo cuerpo sufriente» (Christus Patiens, III, 1). Desde esta perspectiva, vuestro servicio de la Palabra es testimonio del Cristo resucitado, que habéis encontrado en vuestro camino y que con vuestro estilo de vida estáis llamados a llevar donde quiera que os envíe la Iglesia. El testimonio cristiano también requiere el compromiso con y por los pobres, un compromiso que caracteriza a vuestro Instituto desde sus orígenes. Os animo a mantener viva esta tradición de servicio a la gente pobre y humilde, a través del anuncio del Evangelio con un lenguaje que comprendan, con las obras de misericordia y el sufragio por los difuntos. Esa cercanía a la gente como nosotros, sencilla. A mí me gusta el pasaje de Pablo a Timoteo (cf 2 Tm 1, 5): custodia tu fe, la que has recibido de tu madre, de tu abuela…; de la sencillez de la madre, de la abuela. Este es el fundamento. Nosotros no somos príncipes, hijos de príncipes o de condes o de barones, somos gente sencilla, del pueblo. Y por eso nos acercamos con esta simplicidad a los simples y a los que sufren más: los enfermos, los niños, los ancianos abandonados, los pobres,… todos. Y esta pobreza está en el centro del Evangelio: es la pobreza de Jesús, no la pobreza sociológica, la de Jesús.


Otra significativa herencia espiritual de vuestra familia religiosa es la que os ha dejado vuestro hermano el beato Jorge Matulaitis: la total dedicación a la Iglesia y al hombre para «ir valientemente a trabajar y luchar por la Iglesia, especialmente donde hay más necesidad» (Journal, p. 45). Que su intercesión os ayude a cultivar en vosotros esa actitud, que en las últimas décadas ha inspirado vuestras iniciativas dirigidas a difundir el carisma del Instituto en los países pobres, especialmente en África y Asia.


El gran desafío de la inculturación os pide hoy que anunciéis la Buena Nueva con lenguajes y modos comprensibles para los hombres de nuestro tiempo, involucrados en procesos de rápida transformación social y cultural. Vuestra congregación presume de una larga historia, escrita por valientes testigos de Cristo y del Evangelio. En esta línea, hoy estáis llamados a caminar con renovado celo para impulsaros, con libertad profética y sabio discernimiento, —¡los dos a la vez!— por caminos apostólicos y fronteras misioneras cultivando una estrecha colaboración con los obispos y los demás componentes de la comunidad eclesial. Los horizontes de la evangelización y la urgente necesidad de testimoniar el mensaje evangélico a todos, sin distinciones, constituyen el vasto campo de vuestro apostolado. Muchos esperan todavía conocer a Jesús, único Redentor del hombre, y no pocas situaciones de injusticia y malestar moral y material interpelan a los creyentes. Una misión tan urgente requiere una conversión personal y comunitaria. Sólo los corazones plenamente abiertos a la acción de la gracia son capaces de interpretar los signos de los tiempos y de recibir el llamamiento de la humanidad necesitada de esperanza y paz.


Queridos hermanos, siguiendo el ejemplo de vuestro fundador sed valientes en el servicio de Cristo y de la Iglesia, como respuesta a los nuevos desafíos y nuevas misiones, aunque humanamente puedan parecer arriesgadas. Efectivamente en el “código genético” de vuestra comunidad se encuentra lo que el mismo san Estanislao afirmaba a partir de su experiencia: «A pesar de las innumerables dificultades, la bondad y la sabiduría divina inician y hacen lo que quieren, incluso cuando los medios, según el juicio humano, son inadecuados. Para el Omnipotente, efectivamente, nada es imposible. De manera muy clara se ha demostrado en mi persona» (Fundatio Domus Recollectionis, 1). «Y esta actitud —que viene de la pequeñez de los medios, también de nuestra pequeñez, también de nuestra indignidad, porque somos pecadores, viene de ahí, pero tenemos un horizonte grande— [esta actitud] es precisamente el acto de fe en la potencia del Señor: el Señor puede, el Señor es capaz. Y nuestra pequeñez es la semilla, la pequeña semilla, que después germina, crece, el Señor la riega y sale adelante. Pero el sentido de pequeñez es precisamente el primer paso de confianza en la potencia de Dios. Id, seguid adelante por este camino.


A vuestra Madre y Patrona, María Inmaculada, encomiendo vuestro camino de fe y de crecimiento, en unión constante con Cristo y con su Santo Espíritu, que os hace testigos de la potencia de la resurrección. A vosotros los aquí presentes, a toda la congregación y a vuestros colaboradores laicos imparto de corazón la Bendición Apostólica.
 

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A LA UNIVERSIDAD ROMA TRES

Viernes 17 de febrero de 2017


Señor Rector, 
Ilustres profesores, 
queridos estudiantes y miembros del personal:


Os doy las gracias por haberme invitado a visitar esta Universidad, la más joven de Roma, y os dirijo a todos mi cordial saludo. Doy las gracias al rector, Mario Panizza por sus palabras de bienvenida y deseo todo lo mejor para el trabajo y la misión de este Ateneo. La instrucción y la formación académica de las nuevas generaciones son un requisito básico para la vida y el desarrollo de la sociedad. He escuchado vuestras preguntas, por las que os soy grato; las había leído antes e intentaré responderos teniendo también en cuenta mi experiencia.


Nuestra sociedad está llena de buenas acciones, de solidaridad y  amor hacia los demás: muchas personas y muchos jóvenes, seguramente también entre vosotros, participan en el voluntariado y en actividades al servicio de los necesitados. Y este es uno de los valores más grandes del que estar agradecidos y orgullosos. Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, vemos que en el mundo hay tantos, demasiados signos de hostilidad y violencia. Como bien ha observado Giulia hay muchas señales de un “actuar  violento". Agradezco tu pregunta, Giulia, porque  precisamente este año el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz propone la no violencia como forma de vida y de acción política. De hecho, estamos viviendo en una guerra mundial en pedazos:   Hay conflictos en muchas regiones del planeta, que ponen en peligro el futuro de generaciones enteras. ¿Por qué la comunidad internacional y sus organizaciones, no son capaces de prevenirlos o detenerlos? ¿Los intereses económicos y estratégicos tienen más peso que el interés común en la paz? Sin duda, estas son preguntas que encuentran espacio en las aulas universitarias y resuenan, en primer lugar, en nuestras conciencias. La universidad es un lugar privilegiado en el que se forman las conciencias, en una estrecha confrontación  entre las exigencias del bien, de la verdad y la belleza, y la realidad con sus contradicciones. ¿Un ejemplo concreto? La industria de las armas. Durante décadas se está hablando de desarme,  también se  han puesto en marcha procesos importantes en este sentido, pero, por desgracia, en la actualidad, a pesar de todas las conversaciones y compromisos, muchos países están aumentando el gasto en armas. Y esto, en un mundo que todavía lucha contra el hambre y las enfermedades, es una contradicción escandalosa”.


Ante esta dramática realidad os preguntáis, con razón, cual debería ser nuestra respuesta. Desde luego, no una actitud de desánimo y desconfianza. En particular vosotros, los jóvenes, no os  podéis permitir vivir sin esperanza, la esperanza forma parte de vosotros. Cuando  falta la esperanza, falta  la vida; y entonces  algunos van en busca de una existencia engañosa ofrecida por los mercaderes de la nada que venden cosas que dan una felicidad temporal y aparente, pero en realidad desembocan en callejones sin salida, sin futuro, en auténticos laberintos existenciales. Las bombas destruyen los cuerpos, las adicciones destruyen las mentes, las almas, e incluso los cuerpos. Y en esto doy otro ejemplo concreto de la contradicción actual: la industria de los juegos de azar. Las universidades pueden aportar una valiosa contribución a los estudios para prevenir y combatir la adicción a los juegos de azar, que causa graves daños a las personas y a las familias y altos costos sociales”.


Una respuesta que me gustaría sugerir – y tengo presente la pregunta de  Niccoló – es que os comprometieráis también como universidades en  proyectos de compartición y de servicio a los últimos, para fomentar en nuestra ciudad, Roma, el sentido de pertenencia a una "patria común ". Nos interpelan tantas urgencias sociales y tantas situaciones de penuria y de pobreza: pensemos en las personas que viven en la calle, en los emigrantes, en los necesitados no sólo de alimentos y ropa, sino de un lugar en la sociedad, como los que salen de la cárcel . Saliendo al encuentro de estas pobrezas  sociales, nos convertimos en protagonistas de  acciones constructivas que se oponen a las destructivas de los conflictos violentos y también a la cultura del hedonismo y del descarte, basada en los ídolos del dinero, del placer, del aparentar…En cambio, trabajando con proyectos, incluso pequeños, que favorecen el encuentro y la solidaridad,  recuperamos juntos un sentido de confianza en la vida.


En cualquier entorno, especialmente en el universitario, es importante leer y enfrentar este cambio de época con reflexión y  discernimiento, es decir sin prejuicios ideológicos, sin miedos o fugas. Cualquier cambio, incluso el actual, es un pasaje que trae consigo dificultades, penurias y sufrimientos, pero también nuevos horizontes para el bien. Los grandes cambios exigen un replanteamiento de nuestros modelos económicos, culturales y sociales, para recuperar el valor central de la persona humana. Riccardo en la tercera pregunta se refería a "las informaciones que en un mundo globalizado son vehiculadas sobre todo por las redes sociales”. En este ámbito tan complejo, creo que es necesario operar un sano discenimiento, basado en criterios éticos y espirituales.  Hace falta interrogarse sobre lo que es bueno, teniendo como punto de referencia los valores propios de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, sobre todo la trascendente.


Y hablando de trascendencia, quiero hablaros de persona a personas y dar testimonio de quien soy. Me profeso cristiano y la trascendencia a la que me abro y a la que miro tiene un nombre:Jesús.  Estoy convencido de que su Evangelio es una fuerza de  verdadera renovación personal y social. Hablando así,  no os propongo  ilusiones o teorías filosóficas o ideológicas, ni tampoco quiero hacer proselitismo.  Os hablo de una Persona que me salió al encuentro, cuando tenía más o menos vuestra edad, abrió mis horizontes y cambió mi vida. Esta Persona puede llenar nuestro corazón de alegría y nuestra vida de significado. Es mi compañero de viaje; Él no defrauda y no traiciona. Está siempre con nosotros. Se coloca, con respeto y discreción,  a lo largo del camino de nuestra vida, nos sostiene especialmente en la hora de la pérdida y la derrota, en el momento de la debilidad y del pecado, para volvernos a situar siempre en el camino. Este es el testimonio personal de mi vida.


Non tengáis miedo de abriros a los horizontes del espíritu, y si recibís el don de la fe - porque la fe es un don - no tengáis miedo de abriros al encuentro con Cristo y de profundizar la relación con él. La  fe nunca limita el ámbito de la razón, sino que lo abre a una visión integral del hombre y de la realidad, defendiendo del peligro de reducir la persona a "material humano". Con  Jesús no desaparecen las dificultades, pero se enfrentan  de una manera diferente, sin miedo, sin mentirse a sí mismos y a los demás; se enfrentan con la luz y la fuerza que viene de Él. Y podemos llegar a ser, como decía  Riccardo, "operadores de la caridad intelectual", a partir de la misma Universidad, para que sea  un lugar de formación a la "sabiduría" en el sentido más amplio del término, de educación integral de la persona. En esta perspectiva, la Universidad ofrece su contribución peculiar y esencial para la renovación de la sociedad.


Y la Universidad también puede ser el lugar donde se elabora la cultura del encuentro y de la acogida  de las personas de diferentes tradiciones culturales y religiosas. Nour, que viene de Siria,  ha hecho referencia  al “miedo” del occidental ante el extranjero, ya que podría "poner en peligro la cultura cristiana de Europa". Aparte del hecho de que la primera amenaza a la cultura cristiana de Europa está precisamente dentro de Europa, el encerrarse en uno mismo o en su propia cultura nunca es el camino  para devolver la esperanza y operar una renovación social y cultural. Una cultura se consolida en la apertura y en la confrontación con otras culturas, siempre que tenga una conciencia clara y madura de sus principios y valores. Por tanto, animo a los profesores y a los estudiantes a que vivan la Universidad como un ambiente de diálogo auténtico, que no homologa la diversidad ni tampoco la exaspera, sino que abre a una confrontación constructiva. Estamos llamados a comprender y apreciar los valores del otro, superando las tentaciones de la indiferencia y del temor. Nunca tengáiss miedo del encuentro, del diálogo, de la confrontación.


Mientras proseguís vuestra trayectoria  de enseñanza y de estudios universitarios, probad a preguntaros: ¿Mi forma mentis se está haciendo más individualista o más solidaria? Si es más solidaria es una buena señal porque iréis contra corriente, pero en la única dirección que tiene un futuro y que da futuro. La solidaridad, no proclamada con palabras, sino vivida concretamente, crea paz y esperanza para cada país y para el mundo entero. Y vosotros, por el hecho de trabajar y estudiar en  la universidad, tenéis la responsabilidad de dejar una huella buena en la historia.
Os doy las gracias de todo corazón por este encuentro y por vuestra atención. Que la esperanza sea la luz que ilumine siempre vuestro estudio y vuestro compromiso. Sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras familias invoco la bendición del Señor.


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 A LOS PARTICIPANTES EN EL III FORO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
CONVOCADO POR EL FONDO INTERNACIONAL DE DESARROLLO AGRÍCOLA (FIDA)


Salita del Aula Pablo VI
Miércoles 15 de febrero de 2017


Estimados amigos,


tengo el placer de encontrarme con ustedes al terminar los trabajos del III Foro de los pueblos indígenas convocado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), que celebra este año el 40 aniversario de su fundación. Se han detenido a considerar de qué manera se puede favorecer una mayor responsabilidad de los pueblos autóctonos en la economía. Creo que el problema principal está en cómo conciliar el derecho al desarrollo incluyendo también el derecho de tipo social y cultural, con la protección de las características propias de los indígenas y de sus territorios. Esto se hace más evidente sobre todo cuando se trata de estructurar unas actividades económicas que pueden interferir con las culturas indígenas y su relación ancestral con la tierra. En este sentido, siempre debe prevalecer el derecho al consentimiento previo e informado, según exige el artículo 32 de la Declaración sobre los derechos de los pueblos indígenas. Solo así se puede garantizar una cooperación pacífica entre las autoridades gubernamentales y los pueblos indígenas que supere contradicciones y conflictos.


Un segundo aspecto se refiere a la elaboración de directrices y proyectos que tengan en cuenta la identidad indígena, que presten una atención especial hacia los jóvenes y las mujeres. Inclusión y no consideración solamente. Esto implica que los gobiernos reconozcan que las comunidades indígenas son una parte de la población que debe ser valorada y consultada, y que se ha de fomentar su plena participación a nivel local y nacional. No se puede permitir una marginación o una calificación de clases, primera clase, segunda clase… Integración con plena participación.


A esta necesaria hoja de ruta puede ayudar de manera especial el FIDA con su financiación y competencia, reconociendo que «un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso» (Enc. Laudato si’, 194).


Y ustedes, en sus tradiciones, en su cultura –porque lo que ustedes llevan en la historia es cultura– viven el progreso con un cuidado especial a la madre tierra. En este momento, donde la humanidad está pecando gravemente al no cuidar a la tierra, yo los exhorto a que sigan dando testimonio de esto y no permitan que nuevas tecnologías, que son lícitas y son buenas, pero no permitan aquellas que destruyen la tierra, que destruyen la ecología, el equilibrio ecológico y que terminan destruyendo la sabiduría de los pueblos.


Les doy las gracias por vuestra presencia aquí, y pido al Todopoderoso que bendiga vuestras comunidades e ilumine el trabajo de los que tienen la responsabilidad de la gestión del FIDA. Muchas gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR LA COMISIÓN CARIDAD Y SALUD
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 10 de febrero de 2017


Queridos hermanos y hermanas,


os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Montenegro por su introducción y saludo a los obispos presentes, la Consulta Nacional, los Directores de las Oficinas diocesanas y sus colaboradores, venidos con ocasión de los 25 años de la Jornada Mundial del Enfermo y el vigésimo aniversario de la Oficina Nacional para la Pastoral de la Salud.


Damos gracias al Señor por el camino realizado en este tiempo, por lo que ha se hecho en beneficio de un cuidado integral de los enfermos y por la generosidad de muchos hombres y mujeres que han acogido la invitación de Jesús de visitarlo en la persona de los enfermos (cf. Mateo 25, 36). Han sido años marcados por fuertes cambios sociales y culturales, y hoy podemos ver una situación con luces y sombras. Ciertamente, la investigación científica ha progresado y estamos agradecidos por los valiosos resultados obtenidos para curar, si no para derrotar, algunas patologías. Deseo que se garantice el mismo esfuerzo con las enfermedades raras y olvidadas, a las que no siempre se presta la debida atención, con el riesgo de dar lugar a nuevos sufrimientos. Alabamos también al Señor por los muchos profesionales de la salud que viven su trabajo como una misión, ministros de la vida y partícipes del amor efusivo de Dios creador; sus manos tocan todos los días la carne que sufre de Cristo, esto es un gran honor y una gran responsabilidad. Así también nos alegramos por la presencia de muchos voluntarios que, con generosidad y competencia, trabajan para aliviar y humanizar las largas y difíciles jornadas de muchos enfermos y ancianos solos, sobre todo pobres e indigentes. Y aquí me detengo para dar las gracias por el testimonio del voluntariado en Italia. Para mí ha sido una sorpresa. ¡Nunca habría pensado encontrar algo así! Hay muchos voluntarios que trabajan en este sector, convencidos. Y esto es obra de los párrocos, de los grandes párrocos italianos, que han sabido luchar en este campo. Para mí ha sido una sorpresa y doy las gracias a Dios por ello.


Junto con las luces, sin embargo, hay algunas sombras que amenazan con empeorar la experiencia de nuestros hermanos y hermanas enfermos. Si hay un sector donde la cultura del descarte muestra con evidencia sus consecuencias dolorosas es el sanitario. Cuando la persona enferma no ocupa el centro y no se considera su dignidad, se engendran actitudes que pueden conducir incluso a especular sobre las desgracias de los demás. ¡Y esto es muy grave! Es necesario estar alerta, especialmente cuando los pacientes son de edad avanzada, con una salud muy comprometida, si sufren de patologías graves y costosas para su cuidado o son particularmente difíciles, como los pacientes psiquiátricos. El modelo empresarial en ámbito sanitario, si se adopta de forma indiscriminada, en vez de optimizar los recursos disponibles corre el riesgo de producir descartes humanos. Optimizar los recursos significa usarlos de manera ética y solidaria y no penalizar a los más frágiles.


En primer lugar está la inviolable dignidad de toda persona humana desde el momento de su concepción hasta su último aliento (Mensaje para la XXV Jornada Mundial del Enfermo 2017, 8 de diciembre de 2016). Que no sea solo el dinero el que oriente las decisiones políticas y administrativas, llamadas a salvaguardar el derecho a la salud sancionado en la Constitución italiana, ni tampoco las opciones de los que dirigen los lugares de cuidado. La creciente pobreza sanitaria entre los segmentos más pobres de la población, debida precisamente a la dificultad de acceso a las curas, no deje a nadie indiferente y se multipliquen los esfuerzos de todos para que se protejan los derechos de los más débiles.


La historia de la Iglesia italiana conoce muchas “posadas del Buen Samaritano” donde los que sufren han recibido el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Pienso, en particular, en las numerosas instituciones sanitarias de inspiración cristiana. Mientras expreso a los representantes aquí presentes mi aprecio por el bien realizado, animo a llevar adelante la fantasía de la caridad de los fundadores. En el contexto actual, donde la respuesta a la cuestión de la salud de los más frágiles se hace cada vez más difícil, no dudéis en replantearos vuestras obras de caridad para ofrecer un signo de la misericordia de Dios a los pobres que, con confianza y esperanza, llaman a las puertas de vuestras estructuras.


Entre los objetivos que san Juan Pablo II dio a la Jornada Mundial del Enfermo, además de promover la cultura de la vida, está también el «de involucrar a las diócesis, a las comunidades cristianas, a las familias religiosas sobre la importancia de la pastoral sanitaria» (Carta al Card. Angelini para la institución de la J. M. del Enfermo, 13 de mayo de 1992, 2). Muchos enfermos están en los hospitales, pero muchos más en las casas, cada vez más solos. Espero que sean visitados con frecuencia para que no se sientan excluidos de la comunidad y puedan experimentar, gracias a la cercanía de quienes los encuentran, la presencia de Cristo que pasa hoy en día en medio de los enfermos de cuerpo y espíritu. Lamentablemente «la peor discriminación que sufren los pobres —y los enfermos son pobres de salud— es la falta de atención espiritual. […] Necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe». (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 200).


Las personas enfermas son miembros preciosos de la Iglesia. Que con la gracia de Dios y la intercesión de María, Salud de los enfermos, puedan llegar a ser fuerte en la debilidad (cf. 2 Corintios 12,10), y «recibir la gracia para completar lo que falta en nosotros de los sufrimientos de Cristo, en favor de Iglesia, su cuerpo (cf. Colosenses 1, 24); un cuerpo que, a imagen de aquel del Señor resucitado, conserva las heridas, signo del duro combate, pero son heridas transfiguradas para siempre por el amor» (Homilía para el Jubileo de las personas enfermas y discapacitadas, 12 de junio de 2016). ¡Gracias!

 
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A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA
DE LA IGLESIA EVANGÉLICA EN ALEMANIA


Lunes 6 de febrero de 2017


Queridos hermanos y hermanas:


Con gusto os doy la bienvenida y os saludo cordialmente. Doy las gracias al Obispo regional de Bedford-Strohm por sus amables palabras —ein Mann mit Feuer im Herzen—; y estoy contento por la presencia del cardenal Marx: que el Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana acompañe a la delegación de la Iglesia Evangélica en Alemania es fruto de una colaboración de larga duración y expresión de una relación ecuménica madurada durante años. Os deseo que sigáis adelante por este camino bendecido con la comunión fraternal, prosiguiendo con valor y decisión hacia una unidad cada vez más plena. Tenemos el mismo bautismo: debemos caminar juntos, ¡sin cansarnos!


Es significativo que con ocasión del 500° aniversario de la Reforma, cristianos evangélicos y católicos aprovechen la ocasión de la conmemoración común de los eventos históricos del pasado para poner nuevamente a Cristo en el centro de sus relaciones. Precisamente «la cuestión sobre Dios», sobre «cómo poder tener un Dios misericordioso» era «la pasión profunda, el centro de la vida y del entero camino» de Lutero (cf. Benedicto XVI, Encuentro con los representantes de la Iglesia evangélica en Alemania, el 23 de septiembre 2011). Lo que animaba e inquietaba a los reformadores era, en el fondo, indicar el camino adecuado hacia Cristo. Es lo que nos debe preocupar también hoy en día, después de haber tomado nuevamente, gracias a Dios, un camino común. Este año de conmemoración nos ofrece la oportunidad de dar un ulterior paso adelante, mirando al pasado sin rencores, sino según Cristo y en comunión con Él, para volver a proponer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la novedad radical de Jesús, la misericordia sin límites de Dios: precisamente lo que los reformadores en su tiempo querían estimular. El hecho de que su llamada a la renovación haya suscitado un desarrollo de acontecimientos que han llevado a divisiones entre los cristianos, ha sido ciertamente trágico. Los creyentes no se han vuelto a sentir hermanos y hermanas en la fe, sino adversarios y rivales; durante demasiado tiempo han alimentado hostilidad y se han ensañado con luchas, fomentadas por intereses políticos y de poder, en alguna ocasión sin tener ni siquiera escrúpulos en usar la violencia los unos contra los otros, hermanos contra hermanos. Hoy, sin embargo, damos gracias a Dios porque finalmente, «sacudimos todo lastre», fraternamente «corremos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús» (Hebreos 12, 1-2).


Os estoy agradecido porque, con esta mirada, tenéis la intención de acercaros juntos, con humildad y franqueza, a un pasado que nos duele, y de compartir pronto un importante gesto de penitencia y de reconciliación: una función ecuménica, titulada “Sanar la memoria — testimoniar a Jesucristo”. Católicos y evangélicos en Alemania, podréis así responder, con la oración, a la fuerte llamada que juntos advertís en el país originario de la Reforma: purificar en Dios la memoria para ser renovados interiormente y enviados por el Espíritu a llevar a Jesús al hombre de hoy. Con esta señal y con otras iniciativas ecuménicas previstas este año —como el peregrinaje común a Tierra Santa, el congreso bíblico conjunto para presentar juntos las nuevas traducciones de la Biblia y la jornada ecuménica dedicada a la responsabilidad social de los cristianos— tenéis el ánimo de dar una configuración concreta a la “fiesta de Cristo” que, con ocasión de la conmemoración de la Reforma, pretendéis celebrar juntos. Que el redescubrir los manantiales comunes de la fe, el resaneamiento de la memoria con la oración y la caridad, y la colaboración concreta en el difundir el Evangelio y servir a los hermanos, sean impulsos para proceder más rápidamente aún por el camino.


Es gracias a la comunión espiritual que se ha unido durante estas décadas de camino ecuménico, que podemos hoy deplorar juntos el fracaso de ambos respecto a la unidad en el contexto de la Reforma y de los avances sucesivos. Al mismo tiempo, en la realidad de un único bautismo que nos hace hermanos y hermanas y en la común escucha del Espíritu, sabemos, en una diversidad ya reconciliada, apreciar los dones espirituales y teológicos que de la Reforma hemos recibido. En Lund, el 31 del pasado mes de octubre, agradecí al Señor sobre esto y pedí perdón por el pasado; para el futuro deseo confirmar nuestra llamada sin retorno a dar testimonio juntos del Evangelio y a proseguir por el camino hacia la plena unidad. Haciéndolo juntos, nace también el deseo de adentrarse por recorridos nuevos. Cada vez más aprendemos a preguntarnos: ¿esta iniciativa, podemos compartirla con nuestros hermanos y nuestras hermanas en Cristo? ¿Podemos recorrer juntos otro tramo del camino?


Las diferencias en cuestiones de fe y de moral, que todavía subsisten, permanecen como desafíos a lo largo del recorrido hacia la visible unidad, la cual anhelan nuestros fieles. El dolor es padecido especialmente por los esposos que pertenecen a confesiones diferentes. Es necesario que nos esforcemos con cautela, con la oración insistente y con todas nuestras fuerzas, en superar los obstáculos todavía existentes, intensificando el diálogo teológico y reforzando la colaboración entre nosotros, sobre todo en el servicio a quienes mayormente sufren y en la custodia de la Creación amenazada. La llamada urgente de Jesús a la unidad (cf. Juan 17,21) nos interpela, como también a la entera familia humana en un periodo en el cual experimenta graves laceraciones y nuevas formas de exclusión y de marginación. ¡También por esto nuestra responsabilidad es grande!


Con la esperanza de que este encuentro aumente ulteriormente la comunión entre nosotros, pido al Espíritu Santo, artífice y renovador de unidad, que nos fortalezca en el camino común con la consolación que viene de Dios (cf. 2 Corintios 1, 4) y nos indique sus vías proféticas y audaces. Invoco de corazón la bendición de Dios sobre todos vosotros y sobre vuestras comunidades y os pido, por favor, que me recordéis en vuestras oraciones.


Os lo agradezco mucho y os querría invitar ahora a rezar juntos el Padre Nuestro.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO "ECONOMIA DI COMUNIONE",
PROMOVIDO POR EL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

Palacio Apostólico Vaticano

Aula Pablo VI
Sábado 4 de febrero de 2017



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra daros la bienvenida como representantes de un proyecto en el que estoy desde hace tiempo realmente interesado. Saludo cordialmente a cada uno de vosotros y agradezco, en particular las amables palabras de vuestro coordinador, el profesor Luigino Bruni y también por los testimonios que he escuchado.

Economía y comunión. Dos palabras que la cultura actual  mantiene separadas y, a menudo considera opuestas. Dos palabras que, en cambio, vosotros habéis unido recogiendo la invitación que hace veinticinco años os dirigió Chiara Lubich, en Brasil, cuando, ante el escándalo de la desigualdad en la ciudad de San Pablo, pidió a los empresarios que se convirtiesen en agentes de comunión. Invitándoos a ser creativos, competentes, pero no sólo eso. Vosotros  consideráis al empresario como agente de comunión. Al injertar en la economía  la buena semilla de la comunión,  habéis comenzado un cambio profundo en la manera de ver y vivir la empresa. La empresa no solo  puede no destruir la comunión entre las personas, sino que  puede construirla, puede  promoverla. Con vuestra vida demostráis que la economía y la comunión son más hermosas cuando están una al lado de la otra. Más bella  la economía, por supuesto, pero aún más hermosa la comunión, porque la comunión espiritual de los corazones es aún más plena más cuando se convierte en comunión de los bienes, de los talento, de los beneficios.

Pensando en vuestro  compromiso, me gustaría deciros hoy tres cosas.

La primera  se refiere al dinero. Es muy importante que en el corazón de la economía de comunión esté la comunión de  vuestros útiles. La economía de comunión es también comunión de los beneficios, expresión de la comunión de la vida. A menudo he hablado del dinero como un ídolo. La Biblia nos lo dice de diferentes maneras. No es casualidad que la primera acción pública de Jesús, en el Evangelio de Juan, sea la expulsión de los mercaderes del templo (cf. 2.13 a 21). No se puede entender el nuevo Reino que trae Jesús si no nos liberamos  de los ídolos,  de los cuales uno de los más poderosos es el dinero. ¿Cómo, entonces, se puede ser un mercader que  Jesús no expulsa? El dinero es importante, sobre todo cuando no hay y  de él  depende  la comida, la escuela, el futuro de los hijos. Pero se convierte en ídolo cuando pasa a ser el fin. La avaricia, que no por casualidad es un pecado capital, es pecado de idolatría, porque la acumulación de dinero de por sí se convierte en el fin de las propias acciones. Fue  Jesús mismo el que dio categoría de "señor" al dinero: “Ninguno puede servir a dos señores, a dos patrones". Son dos:Dios o el dinero, el anti-Dios, el ídolo. Fue lo que dijo Jesús. Al mismo nivel de opción. Pensadlo.

Cuando el capitalismo hace de la búsqueda de beneficios  su  única finalidad, corre el riesgo  de convertirse en  una estructura idólatra, en una forma de culto. La diosa de la “fortuna” es cada vez más la nueva deidad de una cierta finanza y de  todo ese sistema del juego de azar  que está destruyendo a millones de familias en todo el mundo, y al que vosotros os oponéis con razón. Este culto idólatra es un sustituto de la vida eterna. Los productos  (automóviles, teléfonos ...) envejecen y se consumen, pero si tengo el dinero o el crédito puedo comprar inmediatamente otros, haciéndome la  ilusión de superar la muerte.

Podemos entender, entonces, el valor ético y espiritual de vuestra elección de poner los beneficios en común. El modo mejor y más concreto de no hacer un ídolo del dinero es  compartirlo con los demás, especialmente con los pobres, o para hacer  estudiar y trabajar a los jóvenes, venciendo la tentación idolátrica con la comunión. Cuando repartís y compartís vuestros beneficios, lleváis a cabo un acto de alta espiritualidad, diciendo con los hechos al dinero:  Tu no eres  Dios, tu no eres señor, tu no eres  patrón. Y  no os olvideis de esa alta filosofía y esa alta teología que hacia decir a nuestras abuelas:  “El diablo entra por los bolsillos”.  No os olvidéis de esto.

La segunda cosa que quiero decir  atañe  a la pobreza, un tema central en vuestro movimiento.

En la actualidad hay  muchas iniciativas, públicas y privadas, para combatir la pobreza. Y todo esto, por un lado, es un crecimiento de humanidad. En la Biblia, los pobres, los huérfanos, las viudas, los "descartes" de las sociedades de la época, se ayudaban con el diezmo y  espigando el grano. Pero la mayoría del pueblo  seguía siendo pobre, esas ayudas no eran suficientes para alimentar y curar a todos. Los "descartes” de la sociedad seguían siendo muchos. Hoy hemos inventado otras formas de cuidar , alimentar, educar a los pobres, y algunas de las semillas de la Biblia han florecido en las instituciones más eficaces que las antiguas. La razón de los impuestos estriba también en esta solidaridad, que es negada por la evasión y el fraude fiscal, que, antes de ser actos ilegales son actos que niegan la ley básica de la vida: la ayuda mutua.

Pero – y esto nunca se repetirá  lo suficiente  - el capitalismo sigue produciendo los  descartes que luego  quisiera curar. El principal problema ético de este capitalismo es la generación de descartes para después  tratar de ocultarlos o de curarlos para que no se vean. Una grave prueba de la pobreza de una civilización es la incapacidad de ver  a sus pobres,  que antes  se descartan y luego se  ocultan.

Los aviones contaminan la atmósfera, pero con una pequeña parte del dinero del billete se plantarán árboles para compensar una parte del daño causado. Las empresas del juego de azar financian campañas para el tratamiento de los ludópatas que crean. Y el día en que las empresas de armas financien hospitales para tratar a los  niños mutilados por las bombas, el sistema habrá alcanzado su punto culminante. Esta es la hipocresía

La economía de comunión, si quiere ser fiel a su carisma, no sólo debe ocuparse de las víctimas, sino  construir un sistema en el que las víctimas sean cada vez menos, en el que, a ser posible ya no existan. Hasta que la economía siga produciendo  una  sola víctima y haya una persona descartada,  no se habrá realizado la comunión, la fiesta de la fraternidad universal no será plena.

Es necesario, pues, apuntar a cambiar las reglas del juego  sistema económico-social. No es suficiente imitar al buen samaritano del Evangelio. Por supuesto, cuando un empresario o cualquier persona se encuentra con una víctima, está llamado a cuidarla, y tal vez, como el buen samaritano, también a asociar el mercado (el hospedero) a su acción de fraternidad. Yo sé que vosotros intentáis  hacerlo desde hace 25 años. Pero es necesario en primer lugar  actuar antes de que el hombre se tope con los bandidos,  luchando  contra las estructuras de pecado que producen bandidos y  víctimas. Un empresario que es sólo un buen samaritano hace solamente la mitad de su deber: cura a las víctimas de  hoy, pero no reduce las de mañana. Para la comunión es necesario imitar al Padre misericordioso de la parábola del hijo pródigo y esperar a los hijos en casa, a los trabajadores y colaboradores que se han equivocado, y allí abrazarlos  y hacer fiesta -con ellos y para ellos - y no dejarse bloquear la meritocracia invocada por el hijo mayor y por tantos, que en nombre de los méritos niegan la misericordia. Un empresario de  comunión está llamado a hacer todo lo posible para que  incluso los que cometen errores y dejan su casa, puedan esperar en un trabajo y unos ingresos decentes, y no encontrarse a  comer con los cerdos. Ningún hijo, ningún hombre, ni siquiera el más rebelde, se merece las bellotas.

Por último, la tercera cosa se refiere al futuro. Estos 25 años de vuestra historia dicen que  comunión y  empresa pueden convivir  y crecer juntas. Una experiencia que por ahora se limita a un pequeño número de empresas, muy pequeño en comparación con el gran capital del mundo. Pero los cambios en el orden del espíritu y, por tanto, de la vida no están relacionados con grandes números. El pequeño rebaño, la lámpara, una moneda, un cordero, una perla, la sal, la levadura: estas son las imágenes del Reino que nos encontramos en los Evangelios. Y los profetas han anunciado la nueva era de la salvación  indicando  el signo de un niño, Emmanuel, y  hablándonos de un "resto" fiel, un pequeño grupo.

No hace falta ser muchos para cambiar nuestras vidas: es bastante que la  sal y la levadura no se desnaturalicen. El gran trabajo por hacer es tratar de no perder el "principio activo" que los anima: la sal no cumple su función  creciendo en cantidad; de hecho, el exceso de sal vuelve a  la masa salada, sino salvando  su "alma",  es decir su calidad . Todas las veces que las personas, las naciones, e incluso la Iglesia han pensado en salvar al mundo creciendo en número, han producido estructuras de poder, olvidándose de los pobres. Salvemos nuestra economía,  permaneciendo simplemente sal y  levadura: un trabajo difícil, porque todo caduca con el paso del tiempo. ¿Cómo no perder el ingrediente activo,  la  "enzima" de comunión?

Cuando no había frigoríficos para conservar la levadura madre del pan  se daba a la vecina un poco de la   propia masa fermentada, y cuando  había que amasar pan otra vez, se recibía un puñado de pasta fermentada de esa mujer o de otra que lo había recibido a su vez. Es la reciprocidad. La comunión no es sólo división sino también multiplicación de los bienes,  creación de un nuevo pan, de nuevos bienes, del nuevo Bien con mayúscula. El principio vivo del Evangelio permanece activo sólo cuando lo damos porque es amor, y el amor es activo cuando amamos, no cuando escribimos romances o vemos  telenovelas. Si en cambio lo mantenemos celosamente todo y sólo para nosotros, enmohece y muere. El evangelio puede enmohecer. La economía de comunión tendrá futuro si la  daréis a todos y no se quedará sólo en vuestra "casa". Dádsela a todos, y antes que a ninguno a los pobres y a los jóvenes, que son los que más  necesitan y saben cómo hacer fecundo el don recibido! Para tener vida en abundancia, hay que aprender a dar no sólo los beneficios de las empresas, sino a  vosotros  mismos. El primer regalo del empresario es su propia persona:  vuestro dinero, aunque importante, es demasiado poco. El dinero no salva si no va acompañado por el don de la persona. La economía de hoy, los pobres, los jóvenes necesitan en primer lugar de vuestra alma, de vuestra fraternidad respetuosa y humilde, de vuestra voluntad de vivir, y sólo después de vuestro dinero.

El capitalismo conoce la filantropía, no la comunión. Es fácil donar una parte de los beneficios, sin abrazar y tocar a las personas  que reciben esas "migajas". En cambio, incluso cinco panes y dos peces pueden alimentar a la multitud si con ellos compartimos nuestras vidas. En la lógica del Evangelio, si no se da todo,  nunca se da bastante.

Todas estas  cosas  ya las  hacéis. Pero podáis  compartir  más aún los beneficios para luchar contra la idolatría, cambiar las estructuras para prevenir la creación de víctimas y de descartes; dar más de vuestra levadura para que suba el pan. El "no" a una economía que mata se convierta en un "sí" a una economía que hace vivir, porque comparte, incluye a  los pobres, usa los beneficios para crear comunión.

Os deseo que  sigáis vuestro  camino, con coraje, humildad y alegría; alegría: "Dios ama al que da con alegría" (2 Cor 9,7). Dios ama vuestros beneficios y talentos dados con alegría.  Ya lo hacéis; podéis hacerlo todavía más.  

Os deseo que sigáis  siendo semilla, sal y levadura de otra economía: la economía del Reino, donde los ricos saben compartir su riqueza, y los pobres … y los pobres son llamados bienaventurados. Gracias.


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