DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
FEBRERO 2017
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A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO SOBRE EL PROCESO MATRIMONIAL
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A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO "DERECHO HUMANO AL AGUA"
ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS
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AL RABINO ABRAHAM SKORKA,
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE UNA EDICIÓN ESPECIAL DE LA TORAH
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A UNA REPRESENTACIÓN DEL CLUB ESPAÑOL VILLARREAL CF
A LOS PARTICIPANTES EN EL FORUM INTERNACIONAL "MIGRACIONES Y PAZ"
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA CONGREGACIÓN DE LOS CLÉRIGOS MARIANOS
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A LOS PARTICIPANTES EN EL III FORO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
CONVOCADO POR EL FONDO INTERNACIONAL DE DESARROLLO AGRÍCOLA (FIDA)
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A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA
DE LA IGLESIA EVANGÉLICA EN ALEMANIA
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A LA COMUNIDAD DE CAPODARCO
Aula Pablo VI
Sábado 25 de febrero de 2017
Sábado 25 de febrero de 2017
Queridos hermanos y hermanas:
Estoy muy feliz por este encuentro y feliz por lo que he oído, muy
feliz, y os saludo a todos con afecto. Agradezco de corazón a don Franco
Monterubbianesi, fundador de vuestra comunidad, y a don Vinicio
Albanesi, actual presidente, sus palabras; y os doy las gracias a
vosotros que habéis regalado vuestros testimonios.
La comunidad de Capodarco, articulada en numerosas realidades
locales, el año pasado ha celebrado su 50˚ aniversario. Con vosotros,
doy las gracias al Señor por el bien realizado durante estos años al
servicio de las personas discapacitadas, de los menores, de todos los
que viven situaciones de dependencia y dificultad, y de sus familias.
Vosotros habéis elegido estar de parte de estas personas menos
tuteladas, para ofrecerles acogida, apoyo y esperanza, en una dinámica
de compartir. De esta manera habéis contribuido y contribuís a hacer
mejor la sociedad.
La calidad de la vida dentro de una sociedad se mide, en buena parte,
por la capacidad de incluir a los que son más débiles y necesitados,
dentro del respeto efectivo de su dignidad como hombres y mujeres. Y la
madurez se alcanza cuando tal inclusión no es percibida como algo
extraordinario, sino como algo normal. También la persona con
discapacidades y fragilidades físicas, psíquicas o morales, debe poder
participar en la vida de la sociedad y ser ayudada a aplicar sus
potencialidades en varias dimensiones dimensiones. Solamente si vienen
reconocidos los derechos de los más débiles, una sociedad puede decir
que está fundada sobre el derecho y sobre la justicia. Una sociedad que
diese espacio solo a las personas plenamente funcionales, del todo
autónomas e independientes no sería una sociedad digna del hombre. La
discriminación con base en la eficiencia no es menos deplorable de la
cumplida con base en la raza o al censo o a la religión.
Durante estas décadas, vuestra comunidad se ha puesto a la escucha
atenta y amorosa de la vida de las personas, esforzándose en responder a
los necesitados de cada uno teniendo en cuenta sus capacidades y sus
límites. Esta vuestra cercanía a los más débiles supera la actitud de
piedad y de asistencia, para favorecer el protagonismo de la persona con
dificultades en un contexto comunitario no cerrado en sí mismo sino
abierto a la sociedad. Os animo a proseguir por este camino, que ve en
primer plano la acción personal y directa de los mismos discapacitados.
Frente a los problemas económicos y las consecuencias negativas de la
globalización, vuestra comunidad intenta ayudar a cuantos se encuentran a
prueba para que no se sientan excluidos o marginados, sino que por el
contrario, caminen en primera línea, llevando el testimonio de la
experiencia personal. Se trata de promover la dignidad y el respeto de
todo individuo, haciendo sentir a los “derrotados de la vida” la ternura
de Dios, Padre amoroso de cada criatura. Quiero agradecer una vez más
el testimonio que dais a la sociedad, ayudándola a descubrir cada vez
más la dignidad de todos, a partir de los últimos, de los más
desaventajados. Las instituciones, las asociaciones y las distintas
agencias de promoción social están llamadas a favorecer la efectiva
inclusión de estas personas. Vosotros trabajáis con este fin con
generosidad y competencia, con la ayuda valiente de familias y
voluntarios, que nos recuerdan el significado y el valor de cada
existencia. Acogiendo a todos estos “pequeños” marcados por impedimentos
mentales o físicos, o por heridas del alma, vosotros reconocéis en
ellos a los testimonios particulares de la ternura de Dios, de los
cuales tenemos mucho que aprender y que tienen un lugar privilegiado
también en la Iglesia. De hecho, su participación en la comunidad
eclesial abre la vía a las relaciones simples y fraternales, y su
oración filial y espontánea nos invita a todos a dirigirnos a nuestro
Padre celestial.
Vuestra asociación tuvo origen en las peregrinaciones a los
santuarios de Lourdes y de Loreto, en los cuales don Franco intuyó la
manera de poder valorizar los recursos humanos y espirituales inherentes
a cada persona diversamente hábil. En vuestra actividad tan preciosa
para la Iglesia y para la sociedad, la Virgen Madre os ha acompañado y
continúa haciéndolo, ayudándoos a encontrar, cada vez, nuevas energías y
a conservar siempre el estilo del Evangelio, la ternura, el primor, la
cercanía, y también el valor, el espíritu de sacrificio, porque no es
fácil trabajar en el campo de la dificultad personal y social.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco una vez más vuestra
visita. Os bendigo y os acompaño con la oración, para que vuestras
comunidades continúen caminando con alegría y con esperanza. Y también
vosotros, por favor, rezad por mí.
¡Gracias!
Y os invito a rezar a nuestra Madre, la que da la fuerza a las mamás,
a las mujeres, a vosotros, a todos nosotros que trabajamos. [Ave María]
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A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO SOBRE EL PROCESO MATRIMONIAL
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 25 de febrero de 2017
Sábado 25 de febrero de 2017
Queridos hermanos:
Estoy feliz de encontraros al final del curso de formación para los
párrocos, promovido por la Rota Romana, sobre el nuevo proceso
matrimonial. Doy gracias al decano y al pro decano por su compromiso a
favor de estos cursos formativos. Cuanto ha sido discutido y promovido
en el Sínodo de los Obispos sobre el tema “Matrimonio y familia”, ha
sido implementado e integrado de forma orgánica en la exhortación
apostólica Amoris laetitia y traducido en oportunas normas jurídicas contenidas en dos procedimientos específicos: el motu proprio Mitis Iudex y el motu proprio Misericors Jesus.
Es bueno que vosotros párrocos, a través de estas iniciativas de
estudio, podáis profundizar tal material, porque sois sobre todo
vosotros los que lo aplicáis concretamente en el contacto cotidiano con
las familias.
En la mayor parte de los casos sois los primeros interlocutores de
los jóvenes que desean formar una nueva familia y casarse por el
sacramento del matrimonio. Y también se dirigen a vosotros esos cónyuges
que, a causa de serios problemas en su relación, se encuentran en
crisis, necesitan reavivar la fe y redescubrir la gracia del sacramento;
y en ciertos casos piden indicaciones para iniciar un proceso de
nulidad. Nadie mejor que vosotros conoce y está en contacto con la
realidad del tejido social en el territorio, experimentando la
complejidad variada: uniones celebradas en Cristo, uniones de hecho,
uniones civiles, uniones fracasadas, familias y jóvenes felices e
infelices. De cada persona y de cada situación vosotros estáis llamados a
ser compañeros de viaje para testimoniar y sostener.
En primer lugar que sea vuestro primor testimoniar la gracia del
sacramento del matrimonio y el bien primordial de la familia, célula
vital de la Iglesia y de la sociedad, mediante la proclamación de que el
matrimonio entre un hombre y una mujer es un signo de la unión esponsal
entre Cristo y la Iglesia. Tal testimonio lo realizáis concretamente
cuando preparáis a los novios al matrimonio, haciéndoles conscientes del
significado profundo del paso que van a realizar, y cuando acompañáis
con cercanía a las parejas jóvenes, ayudándolas a vivir en las luces y
en las sombras, en los momentos de alegría y en los de cansancio, la
fuerza divina y la belleza de su matrimonio. Pero yo me pregunto cuántos
de estos jóvenes que vienen a los cursos prematrimoniales entienden qué
significa “matrimonio”, el signo de la unión de Cristo y de la Iglesia.
“Sí, sí” —dicen que sí, pero ¿entienden esto?— ¿Tienen fe en esto?
Estoy convencido de que se necesita un verdadero catecumenado para el
sacramento del matrimonio, y no hacer la preparación con dos o tres
reuniones y después ir adelante.
No dejéis de recordar siempre a los esposos cristianos que en el
sacramento del matrimonio Dios, por así decir, se refleja en ellos,
imprimiendo su imagen y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio,
de hecho, es icono de Dios, creado para nosotros por Él, que es
comunión perfecta de las tres Personas del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Que el amor de Dios Uno y Trino y el amor entre Cristo y
la Iglesia su esposa sean el centro de la catequesis y de la
evangelización matrimonial: que a través de encuentros personales o
comunitarios, programados o espontáneos, no os canséis de demostrar a
todos, especialmente a los esposos, este “misterio grande” (cf. Efesios 5, 32).
Mientras ofrecéis este testimonio, sea vuestra tarea también sostener
a los que se han dado cuenta del hecho de que la unión no es un
verdadero matrimonio sacramental y quieren salir de esta situación. En
esta delicada y necesaria obra hacedlo de tal forma que vuestros fieles
os reconozcan no tanto como expertos de actos burocráticos o de normas
jurídicas, sino como hermanos que se ponen en una actitud de escucha y
de comprensión.
Al mismo tiempo, haceros cercanos, con el estilo propio del
Evangelio, en el encuentro y en la acogida de esos jóvenes que prefieren
vivir juntos sin casarse. Estos, en el plano espiritual y moral, están
entre los pobres y los pequeños, hacia los cuales la Iglesia, tras las
huellas de su Maestro y Señor, quiere ser madre que no abandona sino que
se acerca y cuida. También estas personas son amadas por el corazón de
Cristo. Tened hacia ellos una mirada de ternura y de compasión. Este
cuidado de los últimos, precisamente porque emana del Evangelio, es
parte esencial de vuestra obra de promoción y defensa del sacramento del
matrimonio. La parroquia es, de hecho, lugar por antonomasia de la salus animarum.
Así enseñaba el beato Pablo VI: «La parroquia […] es la presencia de
Cristo en la plenitud de su función salvadora […] es la casa del
Evangelio, la casa de la verdad, la escuela de Nuestro Señor» (Discurso en la parroquia de la Gran Madre de Dios en Roma, 8 de marzo de 1964: Enseñanzas II [1964], 1077).
Queridos hermanos, hablando recientemente a la Rota Romana
aconsejé realizar un verdadero catecumenado de los futuros esposos, que
incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la
preparación al matrimonio, de su celebración y de los años
inmediatamente sucesivos. A vosotros párrocos, indispensables
colaboradores de los obispos, se os confía especialmente tal
catecumenado. Os animo a realizarlo a pesar de las dificultades que
podáis encontrar. Y creo que la dificultad más grande sea pensar o vivir
el matrimonio como un hecho social —“nosotros debemos hacer este hecho
social”— y no como un verdadero sacramento, que requiere una preparación
larga, larga.
Os doy las gracias por vuestro compromiso a favor del anuncio del
Evangelio de la familia. El Espíritu Santo os ayude a ser ministros de
paz y de consolación en medio del santo pueblo fiel de Dios,
especialmente hacia las personas más frágiles y necesitadas de vuestra
cuidado pastoral. Mientras os pido que recéis por mí, de corazón os
bendigo a cada uno de vosotros y vuestras comunidades parroquiales.
Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO "DERECHO HUMANO AL AGUA"
ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS
Viernes 24 de febrero de 2017
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Saludo a todos los presentes y les agradezco su participación en este
Encuentro que aborda la problemática del derecho humano al agua y la
exigencia de políticas públicas que puedan afrontar esta realidad. Es
significativo que ustedes se unan para aportar su saber y sus medios con
el fin de dar una respuesta a esta necesidad y a esta problemática que
vive el hombre de hoy.
Como leemos en el libro del Génesis, el agua está en el comienzo de todas las cosas (cf. Gn 1,2); es «criatura útil, casta y humilde», fuente de la vida y de la fecundidad (cf. San Francisco de Asís, Cántico de las Criaturas).
Por eso, la cuestión que ustedes tratan no es marginal, sino
fundamental y muy urgente. Fundamental, porque donde hay agua hay vida, y
entonces puede surgir y avanzar la sociedad. Y es urgente porque
nuestra casa común necesita protección y, además, asumir que no toda
agua es vida: sólo el agua segura y de calidad – siguiendo con la
figura de san Francisco: el agua “que sirve con humildad”, el agua
“casta”, no contaminada.
Toda persona tiene derecho al acceso al agua potable y segura; este es un derecho humano básico, y una de las cuestiones nodales en el mundo actual (cf. Enc. Laudato si’, 30; Enc. Caritas in veritate,
27). Es doloroso cuando en la legislación de un país o de un grupo de
países no se considera al agua como un derecho humano. Más doloroso aun
cuando se quita lo que estaba escrito y se niega este derecho humano. Es un
problema que afecta a todos y hace que nuestra casa común sufra tanta
miseria y clame por soluciones efectivas, realmente capaces de superar
los egoísmos que impiden la realización de este derecho vital para todos
les seres humanos. Es necesario otorgar al agua la centralidad que
merece en el marco de las políticas públicas. Nuestro derecho al agua es también un deber con
el agua. Del derecho que tenemos a ella se desprende una obligación que
va unida y no puede separarse. Es ineludible anunciar este derecho
humano esencial y defenderlo —como se hace—, pero también actuar de
forma concreta, asegurando un compromiso político y jurídico con el
agua. En este sentido, cada Estado está llamado a concretar, también con
instrumentos jurídicos, cuanto indicado por las Resoluciones aprobadas
por la Asamblea General de las Naciones Unidas desde 2010 sobre el
derecho humano al agua potable y el saneamiento. Por otra parte, cada
actor no estatal tiene que cumplir sus responsabilidades hacia este
derecho.
El derecho al agua es determinante para la sobrevivencia de las personas (cf. ibíd, 30) y decide el futuro de la humanidad. Es prioritario también educar
a las próximas generaciones sobre la gravedad de esta realidad. La
formación de la conciencia es una tarea ardua; precisa convicción y
entrega. Y yo me pregunto si en medio de esta “tercera guerra mundial a
pedacitos” que estamos viviendo, no estamos en camino hacia la gran
guerra mundial por el agua.
Las cifras que las Naciones Unidas revelan son desgarradoras y no nos
pueden dejar indiferentes: cada día mil niños mueren a causa de
enfermedades relacionadas con el agua; millones de personas consumen
agua contaminada. Estos datos son muy graves; se debe frenar e invertir
esta situación. No es tarde, pero es urgente tomar conciencia de la
necesidad del agua y de su valor esencial para el bien de la humanidad.
El respeto del agua es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos (cf. ibíd., 30). Si
acatamos este derecho como fundamental, estaremos poniendo las bases
para proteger los demás derechos. Pero si nos saltamos este derecho
básico, cómo vamos a ser capaces de velar y luchar por los demás. En
este compromiso de dar al agua el puesto que le corresponde, hace falta
una cultura del cuidado (cfr ibid., 231) – parece una cosa poética y, bueno, la Creación es una “poiesis”, esta cultura del cuidado que es creativa – y además fomentar una cultura del encuentro,
en la que se unan en una causa común todas las fuerzas necesarias de
científicos y empresarios, gobernantes y políticos. Es preciso unir
todas nuestras voces en una misma causa; ya no serán voces individuales o
aisladas, sino el grito del hermano que clama a través nuestro, es el
grito de la tierra que pide el respecto y el compartir responsablemente
de un bien, que es de todos. En esta cultura del encuentro, es
imprescindible la acción de cada Estado como garante del acceso
universal al agua segura y de calidad.
Dios Creador no nos abandona en este trabajo para dar a todos y a
cada uno acceso al agua potable y segura. Pero el trabajo es nuestro, la
responsabilidad es nuestra. Deseo que este Seminario sea una ocasión
propicia para que sus convicciones se vean fortalecidas, y salgan de
aquí con la certeza de que su trabajo es necesario y prioritario para
que otras personas puedan vivir. Es un ideal por el que merece la pena
luchar y trabajar. Con nuestro «poco» estaremos contribuyendo a que
nuestra casa común sea más habitable y más solidaria, más cuidada, donde
nadie sea descartado ni excluido, sino que todos gocemos de los bienes
necesarios para vivir y crecer en dignidad. Y no olvidemos los datos,
las cifras, de las Naciones Unidas. No olvidemos que cada día mil niños,
cada día, mueren por enfermedades en relación con el agua.
Muchas gracias.
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AL RABINO ABRAHAM SKORKA,
CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN DE UNA EDICIÓN ESPECIAL DE LA TORAH
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 23 de febrero de 2017
Jueves 23 de febrero de 2017
Queridos amigos,
con alegría dirijo un cordial saludo a todos vosotros, que habéis
acudido para la presentación de una nueva y preciosa edición de la
Torah. Doy las gracias al hermano y amigo Rabino Abraham Skorka por sus
palabras, y estoy muy agradecido a todos vosotros porque habéis tenido
este pensamiento, que hoy nos hace encontrarnos entorno a la Torah, o lo
que es lo mismo, en torno al don del Señor, a Su revelación, a Su
palabra.
La Torah, que San Juan Pablo II definió «la enseñanza viva del Dios viviente» (Discurso a los participantes en la celebración del XXV aniversario de la Declaración «Nostra aetate»,
6 diciembre de 1990, 3), manifiesta el amor paterno y visceral de Dios,
un amor hecho de palabras y de gestos concretos, un amor que se
convierte en alianza. Y precisamente esta palabra, alianza, es rica de
resonancias que nos unen. Dios es el más gran y fiel Aliado. Él ha
llamado a Abraham para formar de él un pueblo que se convirtiese en
bendición para todos los pueblos de la tierra, y sueña un mundo en el
cual los hombres y las mujeres estén aliados con Él y y entonces vivan
en armonía entre ellos y con la creación. En medio de tantas palabras
humanas que desgraciadamente empujan a la división y a la competición,
estas palabras divinas de alianza nos abren a todos nosotros vías de
bien para recorrer juntos. También la presente publicación es fruto de
una “alianza” entre personas de diferentes nacionalidades, edades y
confesiones que han sabido trabajar juntas.
El diálogo fraternal e institucional entre judíos y cristianos está
consolidado y es eficaz, a través de un debate continuo y colaborativo.
Este actual don entra plenamente en tal diálogo, que no se expresa solo a
través de las palabras, sino también en los gestos. La amplia parte
introductiva añadida al texto y la nota del editor subraya esta actitud
de diálogo, expresando una visión cultural abierta, en el marco del
respeto recíproco y de la paz, en sintonía con el mensaje espiritual de
la Torah. Las importantes personalidades religiosas que han trabajado en
esta nueva edición han cuidado especialmente la dimensión literaria del
texto, así como las preciosas láminas en color han añadido ulterior
valor a la publicación.
Pero cada edición de la Sagrada Escritura contiene un valor espiritual que supera infinitamente el material.
Pido a Dios que bendiga a todas las personas que han colaborado en
esta obra, y de manera particular a todos vosotros, a quienes renuevo mi
personal agradecimiento.
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A UNA REPRESENTACIÓN DEL CLUB ESPAÑOL VILLARREAL CF
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 23 de febrero de 2017
Jueves 23 de febrero de 2017
Queridos amigos, buen día:
Saludo con alegría a ustedes, futbolistas, entrenadores y dirigentes
del equipo del Villarreal, y les agradezco esta visita con ocasión del
partido que jugarán esta tarde.
El fútbol, como los demás deportes, es imagen de vida y de sociedad.
Ustedes en el campo se necesitan unos a otros. Cada jugador pone su
profesionalidad y habilidad en beneficio de un ideal común, que es jugar
bien para ganar. Para lograr esa afinidad se necesita mucho
entrenamiento; pero también es importante invertir tiempo y esfuerzo en
fortalecer el espíritu del equipo, para lograr crear esa conexión de
movimientos: una simple mirada, un pequeño gesto, una expresión
comunican tantas cosas en el campo. Esto es posible si se actúa con
espíritu de compañerismo, dejando de lado el individualismo o las
aspiraciones personales. Si se juega pensando en el bien del grupo,
entonces es más fácil obtener la victoria. En cambio, cuando uno piensa
en sí mismo y se olvida de los demás, nosotros en Argentina decimos que
es uno que le gusta “comerse la pelota” para él solo.
Por otra parte, cuando ustedes juegan al fútbol están al mismo tiempo educando y transmitiendo valores.
Muchas personas, especialmente los jóvenes, los admiran y los observan.
Quieren ser como ustedes. A través de su profesionalidad, están
transmitiendo un modo de ser a aquellos que les siguen, sobre todo a las
nuevas generaciones. Y esto es una responsabilidad y les debe motivar
para dar lo mejor de ustedes mismos para ejercitar esos valores que en
el fútbol tienen que ser palpables: el compañerismo, el esfuerzo
personal, la belleza del juego, el juego de equipo.
Una de las características del buen deportista es el agradecimiento.
Si pensamos en nuestra vida, podemos traer a la memoria el recuerdo de
tantas personas que nos han ayudado y sin las cuales no estaríamos aquí.
Pueden recordar con quienes jugaban de chicos, a sus primeros
compañeros de equipo, entrenadores, asistentes, y también a los
aficionados que con su presencia los animan en cada partido. Este
recuerdo nos hace bien, para no sentirnos superiores sino para tomar
conciencia de que somos parte de un gran equipo que empezó a formarse
desde hace ya tiempo. Sentir de este modo nos ayuda a crecer como
personas, porque nuestro «juego» no es sólo nuestro, sino también el de
los demás, que de algún modo forman parte de nuestras vidas. Y esto
además fortalece el espíritu del juego amateur, que nunca hay que
perderlo, hay que recuperarlo todos los días, por lo que te mantiene
con esa frescura, con esa grandeza de alma.
Los animo a seguir jugando dando lo más bello y mejor de ustedes para
que otros puedan disfrutar de esos momentos agradables, que hacen la
jornada diferente. Me uno a ustedes, rezo por ustedes, imploro la
bendición de la Virgen de Gracia y la intercesión de San Pascual Bailón,
Patronos de la ciudad de Villarreal, para que sean sostenidos en sus
vidas y puedan ser instrumentos para llevar a cuantos los siguen y
animan, la alegría y la paz de Dios y con los amigos.
A mí me ayuda mucho pensar en el fútbol porque me gusta, y me ayuda.
Pero cuando suelo pensar más es al portero. ¿Por qué? Porque él tiene
que atajar la pelota de donde se la patean, no sabe de donde vendrá. Y
la vida es así. Hay que tomar las cosas de donde vienen y como vienen. Y
cuando yo me encuentro frente a situaciones que no esperaba, que hay
que resolver y vinieron de acá cuando yo las esperaba de allá, pienso en
el portero, así que los tengo muy presentes. Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL FORUM INTERNACIONAL "MIGRACIONES Y PAZ"
Aula Pablo VI
Martes 21 de febrero de 2017
Gentiles Señores y Señoras,
“Extiendo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, con sincero
agradecimiento por vuestro valioso trabajo. Agradezco al arzobispo
Tomasi sus amables palabras y su intervención al Dr. Pöttering;
También estoy agradecido por los tres testimonios, que representan en
vivo el tema de este Foro: "Integración y Desarrollo: de la reacción a
la acción". Efectivamente no es posible leer los retos de los
movimientos migratorios contemporáneos y de la construcción de la paz,
sin incluir el binomio "desarrollo e integración" : con este fin he deseado instituir el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, dentro
del cual una sección se ocupa específicamente de cuanto concierne a
los migrantes, los refugiados y las víctimas de la trata.
Las migraciones, en sus diversas formas, ciertamente no son un fenómeno
nuevo en la historia humana. Han marcado profundamente cada época,
favoreciendo el encuentro de los pueblos y el nacimiento de nuevas
civilizaciones. En su esencia, la migración es una expresión del anhelo
intrínseco a la felicidad propio del ser humano, felicidad que hay que
buscar y conseguir. Para nosotros los cristianos, toda la vida terrestre
es un itinerar hacia la patria celeste.
El inicio de este tercer milenio está fuertemente caracterizado por los
movimientos migratorios que, en términos de origen, de tránsito y de
destino, interesan prácticamente a todos los rincones de la tierra.
Desafortunadamente, en la mayoría de los casos, se trata de
desplazamientos forzados causado por los conflictos, los desastres
naturales, las persecuciones, el cambio climático, la violencia, la
pobreza extrema y las condiciones de vida indignas: "Es impresionante el
número de personas que emigra de un continente a otro, así como de
aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias
zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el
más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los
tiempos" [1].
Frente a este complejo escenario, siento que debo expresar una
preocupación especial sobre la naturaleza forzada de muchos flujos
migratorios contemporáneos, que aumenta los desafíos para la comunidad
política, la sociedad civil y la Iglesia y exige respuestas todavía
más urgentes, coordinadas y eficaces.
Nuestra respuesta común se podría articular en torno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar.
Acoger. "Hay un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que nos
lleva a no ver al prójimo como a un hermano al que acoger, sino a
dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a transformarlo más
bien en un adversario, en un súbdito al que dominar” [2]. Frente a este tipo de rechazo, enraizado en última instancia en el
egoísmo y amplificada por demagogias populistas, se necesita un cambio
de actitud, para superar la indiferencia y anteponer a los temores una
actitud generosa de acogida con los que llaman a nuestras puertas. Para
aquellos que huyen de terribles guerras y persecuciones, a menudo
atrapados en las garras de organizaciones criminales sin escrúpulos, es
necesario abrir canales humanitarios accesibles y seguros. Una
acogida responsable y digna de estos hermanos y hermanas comienza desde
su primer acomodo en espacios adecuados y decentes. Las grandes
concentraciones de los solicitantes de asilo y de los refugiados no han
dado resultados positivos, y han generado, en cambio, nuevas
situaciones de vulnerabilidad y de malestar. Los programas de acogida
difusa, que ya se realizan en diferentes lugares, parecen facilitar, por
el contrario, el encuentro personal, permitir una mejor calidad de los
servicios y ofrecer mayores garantías de éxito.
Proteger. Mi predecesor, el Papa Benedicto, puso en evidencia
que la experiencia de la migración a menudo hace que las personas sean
más vulnerables a la explotación, el abuso y la violencia [3]. Hablamos
de millones de trabajadores migrantes - y entre éstos especialmente
aquellos en situación irregular -, de refugiados y solicitantes de
asilo, de víctimas de la trata. La defensa de sus derechos inalienables,
la garantía de sus libertades fundamentales y el respeto de su dignidad
son tareas de la que nadie puede estar exento. Proteger a estos
hermanos y hermanas es un imperativo moral que se traduce en la adopción
de instrumentos jurídicos, nacionales e internacionales, claros y
pertinentes; tomando decisiones políticas justas y con visión de
futuro; prefiriendo procesos constructivos, tal vez más lentos, en vez
de resultados que devuelvan un consenso inmediato; implementando
programas oportunos y de humanización en la lucha contra los
"traficantes de carne humana" que se enriquecen con las desgracias de
los demás; coordinando los esfuerzos de todos los actores, entre los
cuales, estad seguros, estará siempre la Iglesia.
Promover. Proteger no es suficiente, es necesario promover el
desarrollo humano integral de los migrantes, refugiados y personas
desplazadas, que «se lleva a cabo mediante el cuidado de los
inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la
creación»[4]. El desarrollo, de acuerdo con la
doctrina social de la Iglesia 5],
es un derecho innegable de cada ser humano. Como tal, debe ser
garantizado asegurando las condiciones necesarias para su ejercicio,
tanto en el ámbito individual como en el social, dando a todos la
igualdad de acceso a los bienes básicos y ofreciendo posibilidades de
elección y de crecimiento. También aquí es necesaria una acción
coordinada y previsora de todas las fuerzas en juego: desde la comunidad
política a la sociedad civil, desde las organizaciones internacionales a
las instituciones religiosas. La promoción humana de los migrantes y
sus familias comienza a partir de la comunidad de origen, donde se debe
garantizar, junto con el derecho a poder emigrar, también el derecho a
no deber emigrar [6], es
decir, el derecho de encontrar en la patria las condiciones que
permitan una realización digna de la existencia. Con este fin, se deben
alentar los esfuerzos que conducen a la realización de programas de
cooperación internacional libres de intereses partidarios y de
desarrollo transnacional en que los migrantes están involucrados como
protagonistas.
Integrar. La integración, que no es ni asimilación ni
incorporación, es un proceso bidireccional, que se basa esencialmente
en el reconocimiento recíproco de la riqueza cultural del otro: no es
la superposición de una cultura sobre otra, ni tampoco el aislamiento
mutuo, con el riesgo de una tan nefasta como peligrosa "guetización".
Por cuanto concierne a los que llegan y no deben cerrarse a la cultura
y las tradiciones del país de acogida, respetando sus leyes en primer
lugar, jamas debe descuidarse la dimensión familiar del proceso de
integración: por eso me siento obligado a reiterar la necesidad,
destacada en repetidas ocasiones por el Magisterio [7],
de políticas que promuevan la reagrupación familiar. Con respecto a las
poblaciones autóctonas, se las debe ayudar, sensibilizándolas
adecuadamente y preparándolas de manera positiva a los procesos de
integración, que no siempre son simple e inmediatos, pero siempre son
esenciales e indispensables para el futuro. Para ello también
necesitamos programas específicos que fomenten el encuentro
significativo con el otro. Para la comunidad cristiana, además, la
integración pacífica de personas de diferentes culturas es, de alguna
manera, también eun reflejo de su catolicidad, ya que la unidad que no
anula la diversidad étnica y cultural es una dimensión de la vida de la
Iglesia, que en el Espíritu de Pentecostés está abierta a todos y a
todos quiere abrazar [8].
Creo que conjugar estos cuatro verbos en la primera persona del
singular y la primera persona del plural, represente hoy un deber, un
deber con nuestros hermanos y hermanas que, por diferentes razones,
están obligados a abandonar su lugar de origen: un deber de justicia, de civilización y solidaridad.
En primer lugar, un deber de justicia. Ya no son sostenibles
las inaceptables desigualdades económicas que impiden poner en práctica
el principio del destino universal de los bienes de la tierra. Todos
estamos llamados a emprender procesos de compartición respetuosa,
responsable e inspirada por los dictados de la justicia distributiva. «Es necesario encontrar los modos para que todos se puedan beneficiar de
los frutos de la tierra, no sólo para evitar que se amplíe la brecha
entre quien más tiene y quien se tiene que conformar con las migajas,
sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, de equidad y
de respeto hacia el ser humano»[9]. Un
pequeño grupo de individuos no puede controlar la mitad de los
recursos mundiales. Pueblos enteros y personas no pueden tener solamente
el derecho de recoger las migajas. Y nadie puede sentirse tranquilo y
aliviado de los imperativos morales que se derivan de la
corresponsabilidad en la gestión del planeta, una responsabilidad
compartida, como ha reafirmado en varias ocasiones la comunidad
política internacional, así como el Magisterio [10]. Esta
corresponsabilidad debe interpretarse según el principio de
subsidiariedad «que otorga libertad para el desarrollo de las
capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo tiempo exige
más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder»[11]. Hacer justicia significa también reconciliar la historia con el
presente globalizado, sin perpetuar lógicas de explotación de las
personas y territorios, basadas en el uso más cínica del mercado, para
aumentar el bienestar de unos pocos. Como afirmaba el Papa Benedicto,, el
proceso de descolonización se ha retrasado, «tanto por nuevas formas
de colonialismo y dependencia de antiguos y nuevos países hegemónicos,
como por graves irresponsabilidades internas en los propios países que
se han independizado»[12]. A todo esto hay que poner remedio.
En segundo lugar, existe el deber de civilidad. Nuestro
compromiso a favor de los migrantes, los refugiados y las personas
desplazadas es una aplicación de los principios y valores de la
hospitalidad y fraternidad que constituyen un patrimonio común de
humanidad y sabiduría. Estos principios y valores han sido
codificados históricamente en la Declaración Universal de Derechos
Humanos, en una serie de convenios y acuerdos internacionales. «Todo
emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos
fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en
cualquier situación»[13]. Hoy más que nunca es necesario
reafirmar la centralidad de la persona humana, sin permitir que
condiciones contingentes o accesorios, a como incluso el necesario
cumplimiento de los requisitos burocráticos o administrativos, ofusquen
su dignidad esencial. Como afirmaba San Juan Pablo II, «la condición de
irregularidad legal no permite menoscabar la dignidad del emigrante, el
cual tiene derechos inalienables, que no pueden violarse ni
desconocerse»[14]. Por deber de civilidad también debe
ser recuperado el valor de la fraternidad, que se basa en la
constitución relacional
del ser humano: «la viva conciencia de este carácter relacional nos
lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un
verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una
sociedad justa, de una paz estable y duradera»[15].
La fraternidad es la forma más civil de confrontarse con la presencia
del otro, que no amenaza, pero interpela, reafirma y enriquece nuestra
identidad individual [16].
Hay, por último, un deber de solidaridad. Frente a las
tragedias que " marcan con fuego" las vidas de muchos inmigrantes y
refugiados - guerras, persecuciones, abusos, violencia y muerte - no,
pueden por menos que brotar sentimientos espontáneos de empatía y
compasión. "¿Dónde está tu hermano?" (cfr Gen: 49). Esta pregunta, que
Dios plantea al hombre desde el principio, hoy nos atañe a nosotros
especialmente cuando se refiere a los hermanos y hermanas que emigran: «Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a
mí, a ti, a cada uno de nosotros»[17].
La solidaridad nace precisamente de la capacidad de comprender las
necesidades del hermano y de la hermana en dificultad y de hacerse
cargo. Sobre esto, esencialmente, se basa el valor sagrado de la
hospitalidad, presente en las tradiciones religiosas. Para nosotros los
cristianos, la hospitalidad ofrecida al extranjero necesitado de cobijo
se ofrece a Jesucristo mismo, a través del forastero: «Era forastero y
me acogisteis« (Mt 25:35). Es deber de solidaridad combatir la cultura
del descarte y conceder más atención a los débiles, los pobres y
vulnerables. Para ello, "es necesario un cambio de actitud hacia los
inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y
recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a
la “cultura del rechazo”- a una actitud que ponga como fundamento la
“cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y
fraterno, un mundo mejor» [18].
Al final de esta reflexión, permitidme llamar la atención sobre un
grupo particularmente vulnerable entre los migrantes, los refugiados y
las personas desplazadas que estamos llamados a acoger, proteger,
promover e integrar. Me refiero a los niños y adolescentes que se ven
obligados a vivir lejos de su tierra natal y separados de la familia.
Les he dedicado mi reciente Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, haciendo hincapié en que «hay que centrarse en la
protección, la integración y en soluciones estables»[19].
Confío
en que estos dos días de trabajo den abundantes frutos de buenas obras.
Os aseguro mi oración; y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Gracias.
[2] Discorso al Corpo diplomatico accreditato presso la Santa Sede, 12 gennaio 2015.
[3] Cfr Benedetto XVI, Messaggio per la 92a Giornata Mondiale del Migrante e del Rifugiato,
18 ottobre 2005.
[4] Lett. ap. in forma di Motu proprio Humanam progressionem, 17 agosto 2016.
[5] Cfr Pontificio Consiglio della Giustizia e della Pace, Compendio della Dottrina Sociale della Chiesa, 373-374.
[6] Cfr Benedetto XVI, Messaggio per la 99a Giornata Mondiale del Migrante e del Rifugiato, 12 ottobre 2012.
[7] Cfr Giovanni Paolo II, Messaggio per la Giornata Mondiale delle Migrazioni, 15 agosto 1986.
[8] Cfr Giovanni Paolo II, Messaggio per la Giornata Mondiale delle Migrazioni, 5 agosto 1987.
[9] Messaggio per 47ª Giornata Mondiale della Pace, 8 dicembre 2013, 9.
[10] Cfr Pontificio Consiglio della Giustizia e della Pace, Compendio della Dottrina Sociale della Chiesa, 9;163;189;406.
[11] Lett. enc. Laudato si’, 196.
[12] Benedetto XVI, Lett. enc. Caritas in veritate, 33.
[14] Giovanni Paolo II, Messaggio per la Giornata Mondiale delle Migrazioni, 25 luglio 1995, 2.
[15] Messaggio per 47ª Giornata Mondiale della Pace, 8 dicembre 2013, 1.
[16] Cfr Benedetto XVI, Discorso ai partecipanti al convegno inter-accademico “L’identità mutevole dell'individuo”, 28 gennaio 2008.
[17] Omelia al Campo sportivo “Arena” in Località Salina, 8 luglio 2013.
[19] Messaggio per la 103a Giornata Mondiale del Migrante e del Rifugiato, 8 settembre 2016.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA CONGREGACIÓN DE LOS CLÉRIGOS MARIANOS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Sábado 18 de febrero de 2017
Sábado 18 de febrero de 2017
Queridos hermanos:
Me complace encontraros con ocasión de vuestro Capítulo General y os
saludo cordialmente, empezando por el Superior General, al cual
agradezco sus palabras. En vosotros saludo a la entera congregación,
ocupada en servir a Cristo y a la Iglesia en veinte países del mundo.
He tenido conocimiento de que uno de los objetivos principales de
vuestro Capítulo General es la reflexión sobre las leyes y los
ordenamientos característico de vuestra congregación. Se trata de una
obra importante. Efectivamente, «hoy vuelve impelente para cada
Instituto la necesidad de una renovada referencia a la Regla, porque en
ella y en las Constituciones está contenido un itinerario de
seguimiento, caracterizado por un específico carisma reconocido por la
Iglesia» (Exort. ap. postsin. Vita consecrata,
37). Por lo tanto os exhorto a hacer esta reflexión con fidelidad al
carisma del fundador y al patrimonio espiritual de vuestra congregación
y, al mismo tiempo, con el corazón y la mente abiertos a las nuevas
necesidades de la gente. Es verdad, tenemos que seguir adelante con las
nuevas necesidades, los nuevos retos, pero recordad: no se puede ir
adelante sin memoria. Es una tensión, continuamente. Si quiero seguir
adelante sin la memoria del pasado, de la historia de los fundadores, de
los grandes, incluso de los pecados de la congregación, no podré seguir
adelante. Esta es una regla: la memoria, esta dimensión
“deuteronómica”, propia de la vida y que se debe usar cuando hay que
actualizar una congregación religiosa, las constituciones, siempre.
Que el ejemplo de vuestro fundador, san Estanislao de Jesús y María,
canonizado el año pasado, sea luz y guía de vuestro camino. Él había
comprendido plenamente el sentido del ser discípulo en Cristo cuando
rezaba con estas palabras: «Señor Jesús, si por amor me unirás a ti,
¿quién podrá arrancarme de ti? Si me unirás a ti en la misericordia,
¿quién me separará de ti? Que mi alma se adhiera a ti, Tu clementísima
destra me acoja. Adhiera a su Cabeza también el más indigno miembro, y
esta pequeña partícula sufra con todo el Santo cuerpo sufriente» (Christus Patiens,
III, 1). Desde esta perspectiva, vuestro servicio de la Palabra es
testimonio del Cristo resucitado, que habéis encontrado en vuestro
camino y que con vuestro estilo de vida estáis llamados a llevar donde
quiera que os envíe la Iglesia. El testimonio cristiano también requiere
el compromiso con y por los pobres, un compromiso que caracteriza a
vuestro Instituto desde sus orígenes. Os animo a mantener viva esta
tradición de servicio a la gente pobre y humilde, a través del anuncio
del Evangelio con un lenguaje que comprendan, con las obras de
misericordia y el sufragio por los difuntos. Esa cercanía a la gente
como nosotros, sencilla. A mí me gusta el pasaje de Pablo a Timoteo (cf 2
Tm 1, 5): custodia tu fe, la que has recibido de tu madre, de tu
abuela…; de la sencillez de la madre, de la abuela. Este es el
fundamento. Nosotros no somos príncipes, hijos de príncipes o de condes o
de barones, somos gente sencilla, del pueblo. Y por eso nos acercamos
con esta simplicidad a los simples y a los que sufren más: los enfermos,
los niños, los ancianos abandonados, los pobres,… todos. Y esta pobreza
está en el centro del Evangelio: es la pobreza de Jesús, no la pobreza
sociológica, la de Jesús.
Otra significativa herencia espiritual de vuestra familia religiosa
es la que os ha dejado vuestro hermano el beato Jorge Matulaitis: la
total dedicación a la Iglesia y al hombre para «ir valientemente a
trabajar y luchar por la Iglesia, especialmente donde hay más necesidad»
(Journal, p. 45). Que su intercesión os ayude a cultivar en
vosotros esa actitud, que en las últimas décadas ha inspirado vuestras
iniciativas dirigidas a difundir el carisma del Instituto en los países
pobres, especialmente en África y Asia.
El gran desafío de la inculturación os pide hoy que anunciéis la
Buena Nueva con lenguajes y modos comprensibles para los hombres de
nuestro tiempo, involucrados en procesos de rápida transformación social
y cultural. Vuestra congregación presume de una larga historia, escrita
por valientes testigos de Cristo y del Evangelio. En esta línea, hoy
estáis llamados a caminar con renovado celo para impulsaros, con
libertad profética y sabio discernimiento, —¡los dos a la vez!— por
caminos apostólicos y fronteras misioneras cultivando una estrecha
colaboración con los obispos y los demás componentes de la comunidad
eclesial. Los horizontes de la evangelización y la urgente necesidad de
testimoniar el mensaje evangélico a todos, sin distinciones, constituyen
el vasto campo de vuestro apostolado. Muchos esperan todavía conocer a
Jesús, único Redentor del hombre, y no pocas situaciones de injusticia y
malestar moral y material interpelan a los creyentes. Una misión tan
urgente requiere una conversión personal y comunitaria. Sólo los
corazones plenamente abiertos a la acción de la gracia son capaces de
interpretar los signos de los tiempos y de recibir el llamamiento de la
humanidad necesitada de esperanza y paz.
Queridos hermanos, siguiendo el ejemplo de vuestro fundador sed
valientes en el servicio de Cristo y de la Iglesia, como respuesta a los
nuevos desafíos y nuevas misiones, aunque humanamente puedan parecer
arriesgadas. Efectivamente en el “código genético” de vuestra comunidad
se encuentra lo que el mismo san Estanislao afirmaba a partir de su
experiencia: «A pesar de las innumerables dificultades, la bondad y la
sabiduría divina inician y hacen lo que quieren, incluso cuando los
medios, según el juicio humano, son inadecuados. Para el Omnipotente,
efectivamente, nada es imposible. De manera muy clara se ha demostrado
en mi persona» (Fundatio Domus Recollectionis, 1). «Y esta
actitud —que viene de la pequeñez de los medios, también de nuestra
pequeñez, también de nuestra indignidad, porque somos pecadores, viene
de ahí, pero tenemos un horizonte grande— [esta actitud] es precisamente
el acto de fe en la potencia del Señor: el Señor puede, el Señor es
capaz. Y nuestra pequeñez es la semilla, la pequeña semilla, que después
germina, crece, el Señor la riega y sale adelante. Pero el sentido de
pequeñez es precisamente el primer paso de confianza en la potencia de
Dios. Id, seguid adelante por este camino.
A vuestra Madre y Patrona, María Inmaculada, encomiendo vuestro
camino de fe y de crecimiento, en unión constante con Cristo y con su
Santo Espíritu, que os hace testigos de la potencia de la resurrección. A
vosotros los aquí presentes, a toda la congregación y a vuestros
colaboradores laicos imparto de corazón la Bendición Apostólica.
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A LA UNIVERSIDAD ROMA TRES
Viernes 17 de febrero de 2017
Viernes 17 de febrero de 2017
Señor Rector,
Ilustres profesores,
queridos estudiantes y miembros del personal:
Os doy las gracias por haberme invitado a visitar esta Universidad,
la más joven de Roma, y os dirijo a todos mi cordial saludo. Doy las
gracias al rector, Mario Panizza por sus palabras de bienvenida y deseo
todo lo mejor para el trabajo y la misión de este Ateneo. La instrucción
y la formación académica de las nuevas generaciones son un requisito
básico para la vida y el desarrollo de la sociedad. He escuchado
vuestras preguntas, por las que os soy grato; las había leído antes e
intentaré responderos teniendo también en cuenta mi experiencia.
Nuestra sociedad está llena de buenas acciones, de solidaridad y
amor hacia los demás: muchas personas y muchos jóvenes, seguramente
también entre vosotros, participan en el voluntariado y en actividades
al servicio de los necesitados. Y este es uno de los valores más grandes
del que estar agradecidos y orgullosos. Sin embargo, si miramos a
nuestro alrededor, vemos que en el mundo hay tantos, demasiados signos
de hostilidad y violencia. Como bien ha observado Giulia hay muchas
señales de un “actuar violento". Agradezco tu pregunta, Giulia, porque
precisamente este año el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
propone la no violencia como forma de vida y de acción política. De
hecho, estamos viviendo en una guerra mundial en pedazos: Hay
conflictos en muchas regiones del planeta, que ponen en peligro el
futuro de generaciones enteras. ¿Por qué la comunidad internacional y
sus organizaciones, no son capaces de prevenirlos o detenerlos? ¿Los
intereses económicos y estratégicos tienen más peso que el interés común
en la paz? Sin duda, estas son preguntas que encuentran espacio en las
aulas universitarias y resuenan, en primer lugar, en nuestras
conciencias. La universidad es un lugar privilegiado en el que se forman
las conciencias, en una estrecha confrontación entre las exigencias
del bien, de la verdad y la belleza, y la realidad con sus
contradicciones. ¿Un ejemplo concreto? La industria de las armas.
Durante décadas se está hablando de desarme, también se han puesto en
marcha procesos importantes en este sentido, pero, por desgracia, en la
actualidad, a pesar de todas las conversaciones y compromisos, muchos
países están aumentando el gasto en armas. Y esto, en un mundo que
todavía lucha contra el hambre y las enfermedades, es una contradicción
escandalosa”.
Ante esta dramática realidad os preguntáis, con razón, cual debería
ser nuestra respuesta. Desde luego, no una actitud de desánimo y
desconfianza. En particular vosotros, los jóvenes, no os podéis
permitir vivir sin esperanza, la esperanza forma parte de vosotros.
Cuando falta la esperanza, falta la vida; y entonces algunos van en
busca de una existencia engañosa ofrecida por los mercaderes de la nada
que venden cosas que dan una felicidad temporal y aparente, pero en
realidad desembocan en callejones sin salida, sin futuro, en auténticos
laberintos existenciales. Las bombas destruyen los cuerpos, las
adicciones destruyen las mentes, las almas, e incluso los cuerpos. Y en
esto doy otro ejemplo concreto de la contradicción actual: la industria
de los juegos de azar. Las universidades pueden aportar una valiosa
contribución a los estudios para prevenir y combatir la adicción a los
juegos de azar, que causa graves daños a las personas y a las familias y
altos costos sociales”.
Una respuesta que me gustaría sugerir – y tengo presente la pregunta
de Niccoló – es que os comprometieráis también como universidades en
proyectos de compartición y de servicio a los últimos, para fomentar en
nuestra ciudad, Roma, el sentido de pertenencia a una "patria común ".
Nos interpelan tantas urgencias sociales y tantas situaciones de penuria
y de pobreza: pensemos en las personas que viven en la calle, en los
emigrantes, en los necesitados no sólo de alimentos y ropa, sino de un
lugar en la sociedad, como los que salen de la cárcel . Saliendo al
encuentro de estas pobrezas sociales, nos convertimos en protagonistas
de acciones constructivas que se oponen a las destructivas de los
conflictos violentos y también a la cultura del hedonismo y del
descarte, basada en los ídolos del dinero, del placer, del aparentar…En
cambio, trabajando con proyectos, incluso pequeños, que favorecen el
encuentro y la solidaridad, recuperamos juntos un sentido de confianza
en la vida.
En cualquier entorno, especialmente en el universitario, es
importante leer y enfrentar este cambio de época con reflexión y
discernimiento, es decir sin prejuicios ideológicos, sin miedos o
fugas. Cualquier cambio, incluso el actual, es un pasaje que trae
consigo dificultades, penurias y sufrimientos, pero también nuevos
horizontes para el bien. Los grandes cambios exigen un replanteamiento
de nuestros modelos económicos, culturales y sociales, para recuperar el
valor central de la persona humana. Riccardo en la tercera pregunta se
refería a "las informaciones que en un mundo globalizado son vehiculadas
sobre todo por las redes sociales”. En este ámbito tan complejo, creo
que es necesario operar un sano discenimiento, basado en criterios
éticos y espirituales. Hace falta interrogarse sobre lo que es bueno,
teniendo como punto de referencia los valores propios de una visión del
hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones,
sobre todo la trascendente.
Y hablando de trascendencia, quiero hablaros de persona a personas y
dar testimonio de quien soy. Me profeso cristiano y la trascendencia a
la que me abro y a la que miro tiene un nombre:Jesús. Estoy convencido
de que su Evangelio es una fuerza de verdadera renovación personal y
social. Hablando así, no os propongo ilusiones o teorías filosóficas o
ideológicas, ni tampoco quiero hacer proselitismo. Os hablo de una
Persona que me salió al encuentro, cuando tenía más o menos vuestra
edad, abrió mis horizontes y cambió mi vida. Esta Persona puede llenar
nuestro corazón de alegría y nuestra vida de significado. Es mi
compañero de viaje; Él no defrauda y no traiciona. Está siempre con
nosotros. Se coloca, con respeto y discreción, a lo largo del camino de
nuestra vida, nos sostiene especialmente en la hora de la pérdida y la
derrota, en el momento de la debilidad y del pecado, para volvernos a
situar siempre en el camino. Este es el testimonio personal de mi vida.
Non tengáis miedo de abriros a los horizontes del espíritu, y si
recibís el don de la fe - porque la fe es un don - no tengáis miedo de
abriros al encuentro con Cristo y de profundizar la relación con él. La
fe nunca limita el ámbito de la razón, sino que lo abre a una visión
integral del hombre y de la realidad, defendiendo del peligro de reducir
la persona a "material humano". Con Jesús no desaparecen las
dificultades, pero se enfrentan de una manera diferente, sin miedo, sin
mentirse a sí mismos y a los demás; se enfrentan con la luz y la fuerza
que viene de Él. Y podemos llegar a ser, como decía Riccardo,
"operadores de la caridad intelectual", a partir de la misma
Universidad, para que sea un lugar de formación a la "sabiduría" en el
sentido más amplio del término, de educación integral de la persona. En
esta perspectiva, la Universidad ofrece su contribución peculiar y
esencial para la renovación de la sociedad.
Y la Universidad también puede ser el lugar donde se elabora la
cultura del encuentro y de la acogida de las personas de diferentes
tradiciones culturales y religiosas. Nour, que viene de Siria, ha hecho
referencia al “miedo” del occidental ante el extranjero, ya que podría
"poner en peligro la cultura cristiana de Europa". Aparte del hecho de
que la primera amenaza a la cultura cristiana de Europa está
precisamente dentro de Europa, el encerrarse en uno mismo o en su propia
cultura nunca es el camino para devolver la esperanza y operar una
renovación social y cultural. Una cultura se consolida en la apertura y
en la confrontación con otras culturas, siempre que tenga una conciencia
clara y madura de sus principios y valores. Por tanto, animo a los
profesores y a los estudiantes a que vivan la Universidad como un
ambiente de diálogo auténtico, que no homologa la diversidad ni tampoco
la exaspera, sino que abre a una confrontación constructiva. Estamos
llamados a comprender y apreciar los valores del otro, superando las
tentaciones de la indiferencia y del temor. Nunca tengáiss miedo del
encuentro, del diálogo, de la confrontación.
Mientras proseguís vuestra trayectoria de enseñanza y de estudios universitarios, probad a preguntaros: ¿Mi forma mentis
se está haciendo más individualista o más solidaria? Si es más
solidaria es una buena señal porque iréis contra corriente, pero en la
única dirección que tiene un futuro y que da futuro. La solidaridad, no
proclamada con palabras, sino vivida concretamente, crea paz y esperanza
para cada país y para el mundo entero. Y vosotros, por el hecho de
trabajar y estudiar en la universidad, tenéis la responsabilidad de
dejar una huella buena en la historia.
Os doy las gracias de todo corazón por este encuentro y por vuestra
atención. Que la esperanza sea la luz que ilumine siempre vuestro
estudio y vuestro compromiso. Sobre cada uno de vosotros y sobre
vuestras familias invoco la bendición del Señor.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL III FORO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
CONVOCADO POR EL FONDO INTERNACIONAL DE DESARROLLO AGRÍCOLA (FIDA)
Salita del Aula Pablo VI
Miércoles 15 de febrero de 2017
Miércoles 15 de febrero de 2017
Estimados amigos,
tengo el placer de encontrarme con ustedes al terminar los trabajos
del III Foro de los pueblos indígenas convocado por el Fondo
Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), que celebra este año el 40
aniversario de su fundación. Se han detenido a considerar de qué manera
se puede favorecer una mayor responsabilidad de los pueblos autóctonos
en la economía. Creo que el problema principal está en cómo conciliar el
derecho al desarrollo incluyendo también el derecho de tipo social y
cultural, con la protección de las características propias de los
indígenas y de sus territorios. Esto se hace más evidente sobre todo
cuando se trata de estructurar unas actividades económicas que pueden
interferir con las culturas indígenas y su relación ancestral con la
tierra. En este sentido, siempre debe prevalecer el derecho al
consentimiento previo e informado, según exige el artículo 32 de la
Declaración sobre los derechos de los pueblos indígenas. Solo así se
puede garantizar una cooperación pacífica entre las autoridades
gubernamentales y los pueblos indígenas que supere contradicciones y
conflictos.
Un segundo aspecto se refiere a la elaboración de directrices y
proyectos que tengan en cuenta la identidad indígena, que presten una
atención especial hacia los jóvenes y las mujeres. Inclusión y no
consideración solamente. Esto implica que los gobiernos reconozcan que
las comunidades indígenas son una parte de la población que debe ser
valorada y consultada, y que se ha de fomentar su plena participación a
nivel local y nacional. No se puede permitir una marginación o una
calificación de clases, primera clase, segunda clase… Integración con
plena participación.
A esta necesaria hoja de ruta puede ayudar de manera especial el FIDA
con su financiación y competencia, reconociendo que «un desarrollo
tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida
integralmente superior no puede considerarse progreso» (Enc. Laudato si’, 194).
Y ustedes, en sus tradiciones, en su cultura –porque lo que ustedes
llevan en la historia es cultura– viven el progreso con un cuidado
especial a la madre tierra. En este momento, donde la humanidad está
pecando gravemente al no cuidar a la tierra, yo los exhorto a que sigan
dando testimonio de esto y no permitan que nuevas tecnologías, que son
lícitas y son buenas, pero no permitan aquellas que destruyen la tierra,
que destruyen la ecología, el equilibrio ecológico y que terminan
destruyendo la sabiduría de los pueblos.
Les doy las gracias por vuestra presencia aquí, y pido al
Todopoderoso que bendiga vuestras comunidades e ilumine el trabajo de
los que tienen la responsabilidad de la gestión del FIDA. Muchas
gracias.
Queridos hermanos y hermanas,
os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Montenegro por su introducción y saludo a los obispos presentes, la Consulta Nacional, los Directores de las Oficinas diocesanas y sus colaboradores, venidos con ocasión de los 25 años de la Jornada Mundial del Enfermo y el vigésimo aniversario de la Oficina Nacional para la Pastoral de la Salud.
Damos gracias al Señor por el camino realizado en este tiempo, por lo que ha se hecho en beneficio de un cuidado integral de los enfermos y por la generosidad de muchos hombres y mujeres que han acogido la invitación de Jesús de visitarlo en la persona de los enfermos (cf. Mateo 25, 36). Han sido años marcados por fuertes cambios sociales y culturales, y hoy podemos ver una situación con luces y sombras. Ciertamente, la investigación científica ha progresado y estamos agradecidos por los valiosos resultados obtenidos para curar, si no para derrotar, algunas patologías. Deseo que se garantice el mismo esfuerzo con las enfermedades raras y olvidadas, a las que no siempre se presta la debida atención, con el riesgo de dar lugar a nuevos sufrimientos. Alabamos también al Señor por los muchos profesionales de la salud que viven su trabajo como una misión, ministros de la vida y partícipes del amor efusivo de Dios creador; sus manos tocan todos los días la carne que sufre de Cristo, esto es un gran honor y una gran responsabilidad. Así también nos alegramos por la presencia de muchos voluntarios que, con generosidad y competencia, trabajan para aliviar y humanizar las largas y difíciles jornadas de muchos enfermos y ancianos solos, sobre todo pobres e indigentes. Y aquí me detengo para dar las gracias por el testimonio del voluntariado en Italia. Para mí ha sido una sorpresa. ¡Nunca habría pensado encontrar algo así! Hay muchos voluntarios que trabajan en este sector, convencidos. Y esto es obra de los párrocos, de los grandes párrocos italianos, que han sabido luchar en este campo. Para mí ha sido una sorpresa y doy las gracias a Dios por ello.
Junto con las luces, sin embargo, hay algunas sombras que amenazan con empeorar la experiencia de nuestros hermanos y hermanas enfermos. Si hay un sector donde la cultura del descarte muestra con evidencia sus consecuencias dolorosas es el sanitario. Cuando la persona enferma no ocupa el centro y no se considera su dignidad, se engendran actitudes que pueden conducir incluso a especular sobre las desgracias de los demás. ¡Y esto es muy grave! Es necesario estar alerta, especialmente cuando los pacientes son de edad avanzada, con una salud muy comprometida, si sufren de patologías graves y costosas para su cuidado o son particularmente difíciles, como los pacientes psiquiátricos. El modelo empresarial en ámbito sanitario, si se adopta de forma indiscriminada, en vez de optimizar los recursos disponibles corre el riesgo de producir descartes humanos. Optimizar los recursos significa usarlos de manera ética y solidaria y no penalizar a los más frágiles.
En primer lugar está la inviolable dignidad de toda persona humana desde el momento de su concepción hasta su último aliento (Mensaje para la XXV Jornada Mundial del Enfermo 2017, 8 de diciembre de 2016). Que no sea solo el dinero el que oriente las decisiones políticas y administrativas, llamadas a salvaguardar el derecho a la salud sancionado en la Constitución italiana, ni tampoco las opciones de los que dirigen los lugares de cuidado. La creciente pobreza sanitaria entre los segmentos más pobres de la población, debida precisamente a la dificultad de acceso a las curas, no deje a nadie indiferente y se multipliquen los esfuerzos de todos para que se protejan los derechos de los más débiles.
La historia de la Iglesia italiana conoce muchas “posadas del Buen Samaritano” donde los que sufren han recibido el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Pienso, en particular, en las numerosas instituciones sanitarias de inspiración cristiana. Mientras expreso a los representantes aquí presentes mi aprecio por el bien realizado, animo a llevar adelante la fantasía de la caridad de los fundadores. En el contexto actual, donde la respuesta a la cuestión de la salud de los más frágiles se hace cada vez más difícil, no dudéis en replantearos vuestras obras de caridad para ofrecer un signo de la misericordia de Dios a los pobres que, con confianza y esperanza, llaman a las puertas de vuestras estructuras.
Entre los objetivos que san Juan Pablo II dio a la Jornada Mundial del Enfermo, además de promover la cultura de la vida, está también el «de involucrar a las diócesis, a las comunidades cristianas, a las familias religiosas sobre la importancia de la pastoral sanitaria» (Carta al Card. Angelini para la institución de la J. M. del Enfermo, 13 de mayo de 1992, 2). Muchos enfermos están en los hospitales, pero muchos más en las casas, cada vez más solos. Espero que sean visitados con frecuencia para que no se sientan excluidos de la comunidad y puedan experimentar, gracias a la cercanía de quienes los encuentran, la presencia de Cristo que pasa hoy en día en medio de los enfermos de cuerpo y espíritu. Lamentablemente «la peor discriminación que sufren los pobres —y los enfermos son pobres de salud— es la falta de atención espiritual. […] Necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe». (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 200).
Las personas enfermas son miembros preciosos de la Iglesia. Que con la gracia de Dios y la intercesión de María, Salud de los enfermos, puedan llegar a ser fuerte en la debilidad (cf. 2 Corintios 12,10), y «recibir la gracia para completar lo que falta en nosotros de los sufrimientos de Cristo, en favor de Iglesia, su cuerpo (cf. Colosenses 1, 24); un cuerpo que, a imagen de aquel del Señor resucitado, conserva las heridas, signo del duro combate, pero son heridas transfiguradas para siempre por el amor» (Homilía para el Jubileo de las personas enfermas y discapacitadas, 12 de junio de 2016). ¡Gracias!
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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR LA COMISIÓN CARIDAD Y SALUD
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA
POR LA COMISIÓN CARIDAD Y SALUD
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 10 de febrero de 2017
Viernes 10 de febrero de 2017
os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Montenegro por su introducción y saludo a los obispos presentes, la Consulta Nacional, los Directores de las Oficinas diocesanas y sus colaboradores, venidos con ocasión de los 25 años de la Jornada Mundial del Enfermo y el vigésimo aniversario de la Oficina Nacional para la Pastoral de la Salud.
Damos gracias al Señor por el camino realizado en este tiempo, por lo que ha se hecho en beneficio de un cuidado integral de los enfermos y por la generosidad de muchos hombres y mujeres que han acogido la invitación de Jesús de visitarlo en la persona de los enfermos (cf. Mateo 25, 36). Han sido años marcados por fuertes cambios sociales y culturales, y hoy podemos ver una situación con luces y sombras. Ciertamente, la investigación científica ha progresado y estamos agradecidos por los valiosos resultados obtenidos para curar, si no para derrotar, algunas patologías. Deseo que se garantice el mismo esfuerzo con las enfermedades raras y olvidadas, a las que no siempre se presta la debida atención, con el riesgo de dar lugar a nuevos sufrimientos. Alabamos también al Señor por los muchos profesionales de la salud que viven su trabajo como una misión, ministros de la vida y partícipes del amor efusivo de Dios creador; sus manos tocan todos los días la carne que sufre de Cristo, esto es un gran honor y una gran responsabilidad. Así también nos alegramos por la presencia de muchos voluntarios que, con generosidad y competencia, trabajan para aliviar y humanizar las largas y difíciles jornadas de muchos enfermos y ancianos solos, sobre todo pobres e indigentes. Y aquí me detengo para dar las gracias por el testimonio del voluntariado en Italia. Para mí ha sido una sorpresa. ¡Nunca habría pensado encontrar algo así! Hay muchos voluntarios que trabajan en este sector, convencidos. Y esto es obra de los párrocos, de los grandes párrocos italianos, que han sabido luchar en este campo. Para mí ha sido una sorpresa y doy las gracias a Dios por ello.
Junto con las luces, sin embargo, hay algunas sombras que amenazan con empeorar la experiencia de nuestros hermanos y hermanas enfermos. Si hay un sector donde la cultura del descarte muestra con evidencia sus consecuencias dolorosas es el sanitario. Cuando la persona enferma no ocupa el centro y no se considera su dignidad, se engendran actitudes que pueden conducir incluso a especular sobre las desgracias de los demás. ¡Y esto es muy grave! Es necesario estar alerta, especialmente cuando los pacientes son de edad avanzada, con una salud muy comprometida, si sufren de patologías graves y costosas para su cuidado o son particularmente difíciles, como los pacientes psiquiátricos. El modelo empresarial en ámbito sanitario, si se adopta de forma indiscriminada, en vez de optimizar los recursos disponibles corre el riesgo de producir descartes humanos. Optimizar los recursos significa usarlos de manera ética y solidaria y no penalizar a los más frágiles.
En primer lugar está la inviolable dignidad de toda persona humana desde el momento de su concepción hasta su último aliento (Mensaje para la XXV Jornada Mundial del Enfermo 2017, 8 de diciembre de 2016). Que no sea solo el dinero el que oriente las decisiones políticas y administrativas, llamadas a salvaguardar el derecho a la salud sancionado en la Constitución italiana, ni tampoco las opciones de los que dirigen los lugares de cuidado. La creciente pobreza sanitaria entre los segmentos más pobres de la población, debida precisamente a la dificultad de acceso a las curas, no deje a nadie indiferente y se multipliquen los esfuerzos de todos para que se protejan los derechos de los más débiles.
La historia de la Iglesia italiana conoce muchas “posadas del Buen Samaritano” donde los que sufren han recibido el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Pienso, en particular, en las numerosas instituciones sanitarias de inspiración cristiana. Mientras expreso a los representantes aquí presentes mi aprecio por el bien realizado, animo a llevar adelante la fantasía de la caridad de los fundadores. En el contexto actual, donde la respuesta a la cuestión de la salud de los más frágiles se hace cada vez más difícil, no dudéis en replantearos vuestras obras de caridad para ofrecer un signo de la misericordia de Dios a los pobres que, con confianza y esperanza, llaman a las puertas de vuestras estructuras.
Entre los objetivos que san Juan Pablo II dio a la Jornada Mundial del Enfermo, además de promover la cultura de la vida, está también el «de involucrar a las diócesis, a las comunidades cristianas, a las familias religiosas sobre la importancia de la pastoral sanitaria» (Carta al Card. Angelini para la institución de la J. M. del Enfermo, 13 de mayo de 1992, 2). Muchos enfermos están en los hospitales, pero muchos más en las casas, cada vez más solos. Espero que sean visitados con frecuencia para que no se sientan excluidos de la comunidad y puedan experimentar, gracias a la cercanía de quienes los encuentran, la presencia de Cristo que pasa hoy en día en medio de los enfermos de cuerpo y espíritu. Lamentablemente «la peor discriminación que sufren los pobres —y los enfermos son pobres de salud— es la falta de atención espiritual. […] Necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe». (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 200).
Las personas enfermas son miembros preciosos de la Iglesia. Que con la gracia de Dios y la intercesión de María, Salud de los enfermos, puedan llegar a ser fuerte en la debilidad (cf. 2 Corintios 12,10), y «recibir la gracia para completar lo que falta en nosotros de los sufrimientos de Cristo, en favor de Iglesia, su cuerpo (cf. Colosenses 1, 24); un cuerpo que, a imagen de aquel del Señor resucitado, conserva las heridas, signo del duro combate, pero son heridas transfiguradas para siempre por el amor» (Homilía para el Jubileo de las personas enfermas y discapacitadas, 12 de junio de 2016). ¡Gracias!
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A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA
DE LA IGLESIA EVANGÉLICA EN ALEMANIA
Lunes 6 de febrero de 2017
Queridos hermanos y hermanas:
Con gusto os doy la bienvenida y os saludo cordialmente. Doy las
gracias al Obispo regional de Bedford-Strohm por sus amables palabras —ein Mann mit Feuer im Herzen—;
y estoy contento por la presencia del cardenal Marx: que el Presidente
de la Conferencia Episcopal Alemana acompañe a la delegación de la
Iglesia Evangélica en Alemania es fruto de una colaboración de larga
duración y expresión de una relación ecuménica madurada durante años. Os
deseo que sigáis adelante por este camino bendecido con la comunión
fraternal, prosiguiendo con valor y decisión hacia una unidad cada vez
más plena. Tenemos el mismo bautismo: debemos caminar juntos, ¡sin
cansarnos!
Es significativo que con ocasión del 500° aniversario de la Reforma,
cristianos evangélicos y católicos aprovechen la ocasión de la
conmemoración común de los eventos históricos del pasado para poner
nuevamente a Cristo en el centro de sus relaciones. Precisamente «la
cuestión sobre Dios», sobre «cómo poder tener un Dios misericordioso»
era «la pasión profunda, el centro de la vida y del entero camino» de
Lutero (cf. Benedicto XVI, Encuentro con los representantes de la Iglesia evangélica en Alemania,
el 23 de septiembre 2011). Lo que animaba e inquietaba a los
reformadores era, en el fondo, indicar el camino adecuado hacia Cristo.
Es lo que nos debe preocupar también hoy en día, después de haber tomado
nuevamente, gracias a Dios, un camino común. Este año de conmemoración
nos ofrece la oportunidad de dar un ulterior paso adelante, mirando al
pasado sin rencores, sino según Cristo y en comunión con Él, para volver
a proponer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la novedad
radical de Jesús, la misericordia sin límites de Dios: precisamente lo
que los reformadores en su tiempo querían estimular. El hecho de que su
llamada a la renovación haya suscitado un desarrollo de acontecimientos
que han llevado a divisiones entre los cristianos, ha sido ciertamente
trágico. Los creyentes no se han vuelto a sentir hermanos y hermanas en
la fe, sino adversarios y rivales; durante demasiado tiempo han
alimentado hostilidad y se han ensañado con luchas, fomentadas por
intereses políticos y de poder, en alguna ocasión sin tener ni siquiera
escrúpulos en usar la violencia los unos contra los otros, hermanos
contra hermanos. Hoy, sin embargo, damos gracias a Dios porque
finalmente, «sacudimos todo lastre», fraternamente «corremos con
fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús» (Hebreos 12, 1-2).
Os estoy agradecido porque, con esta mirada, tenéis la intención de
acercaros juntos, con humildad y franqueza, a un pasado que nos duele, y
de compartir pronto un importante gesto de penitencia y de
reconciliación: una función ecuménica, titulada “Sanar la memoria —
testimoniar a Jesucristo”. Católicos y evangélicos en Alemania, podréis
así responder, con la oración, a la fuerte llamada que juntos advertís
en el país originario de la Reforma: purificar en Dios la memoria para
ser renovados interiormente y enviados por el Espíritu a llevar a Jesús
al hombre de hoy. Con esta señal y con otras iniciativas ecuménicas
previstas este año —como el peregrinaje común a Tierra Santa, el
congreso bíblico conjunto para presentar juntos las nuevas traducciones
de la Biblia y la jornada ecuménica dedicada a la responsabilidad social
de los cristianos— tenéis el ánimo de dar una configuración concreta a
la “fiesta de Cristo” que, con ocasión de la conmemoración de la
Reforma, pretendéis celebrar juntos. Que el redescubrir los manantiales
comunes de la fe, el resaneamiento de la memoria con la oración y la
caridad, y la colaboración concreta en el difundir el Evangelio y servir
a los hermanos, sean impulsos para proceder más rápidamente aún por el
camino.
Es gracias a la comunión espiritual que se ha unido durante estas
décadas de camino ecuménico, que podemos hoy deplorar juntos el fracaso
de ambos respecto a la unidad en el contexto de la Reforma y de los
avances sucesivos. Al mismo tiempo, en la realidad de un único bautismo
que nos hace hermanos y hermanas y en la común escucha del Espíritu,
sabemos, en una diversidad ya reconciliada, apreciar los dones
espirituales y teológicos que de la Reforma hemos recibido. En Lund, el 31 del pasado mes de octubre,
agradecí al Señor sobre esto y pedí perdón por el pasado; para el
futuro deseo confirmar nuestra llamada sin retorno a dar testimonio
juntos del Evangelio y a proseguir por el camino hacia la plena unidad.
Haciéndolo juntos, nace también el deseo de adentrarse por recorridos
nuevos. Cada vez más aprendemos a preguntarnos: ¿esta iniciativa,
podemos compartirla con nuestros hermanos y nuestras hermanas en Cristo?
¿Podemos recorrer juntos otro tramo del camino?
Las diferencias en cuestiones de fe y de moral, que todavía
subsisten, permanecen como desafíos a lo largo del recorrido hacia la
visible unidad, la cual anhelan nuestros fieles. El dolor es padecido
especialmente por los esposos que pertenecen a confesiones diferentes.
Es necesario que nos esforcemos con cautela, con la oración insistente y
con todas nuestras fuerzas, en superar los obstáculos todavía
existentes, intensificando el diálogo teológico y reforzando la
colaboración entre nosotros, sobre todo en el servicio a quienes
mayormente sufren y en la custodia de la Creación amenazada. La llamada
urgente de Jesús a la unidad (cf. Juan 17,21) nos interpela, como
también a la entera familia humana en un periodo en el cual experimenta
graves laceraciones y nuevas formas de exclusión y de marginación.
¡También por esto nuestra responsabilidad es grande!
Con la esperanza de que este encuentro aumente ulteriormente la
comunión entre nosotros, pido al Espíritu Santo, artífice y renovador de
unidad, que nos fortalezca en el camino común con la consolación que
viene de Dios (cf. 2 Corintios 1, 4) y nos indique sus vías
proféticas y audaces. Invoco de corazón la bendición de Dios sobre todos
vosotros y sobre vuestras comunidades y os pido, por favor, que me
recordéis en vuestras oraciones.
Os lo agradezco mucho y os querría invitar ahora a rezar juntos el Padre Nuestro.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO "ECONOMIA DI COMUNIONE",
PROMOVIDO POR EL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES
PROMOVIDO POR EL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 4 de febrero de 2017
Sábado 4 de febrero de 2017
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra daros la bienvenida como representantes de un proyecto en el que estoy desde hace tiempo realmente interesado. Saludo cordialmente a cada uno de vosotros y agradezco, en particular las amables palabras de vuestro coordinador, el profesor Luigino Bruni y también por los testimonios que he escuchado.
Economía y comunión. Dos palabras que la cultura actual mantiene separadas y, a menudo considera opuestas. Dos palabras que, en cambio, vosotros habéis unido recogiendo la invitación que hace veinticinco años os dirigió Chiara Lubich, en Brasil, cuando, ante el escándalo de la desigualdad en la ciudad de San Pablo, pidió a los empresarios que se convirtiesen en agentes de comunión. Invitándoos a ser creativos, competentes, pero no sólo eso. Vosotros consideráis al empresario como agente de comunión. Al injertar en la economía la buena semilla de la comunión, habéis comenzado un cambio profundo en la manera de ver y vivir la empresa. La empresa no solo puede no destruir la comunión entre las personas, sino que puede construirla, puede promoverla. Con vuestra vida demostráis que la economía y la comunión son más hermosas cuando están una al lado de la otra. Más bella la economía, por supuesto, pero aún más hermosa la comunión, porque la comunión espiritual de los corazones es aún más plena más cuando se convierte en comunión de los bienes, de los talento, de los beneficios.
Pensando en vuestro compromiso, me gustaría deciros hoy tres cosas.
La primera se refiere al dinero. Es muy importante que en el corazón de la economía de comunión esté la comunión de vuestros útiles. La economía de comunión es también comunión de los beneficios, expresión de la comunión de la vida. A menudo he hablado del dinero como un ídolo. La Biblia nos lo dice de diferentes maneras. No es casualidad que la primera acción pública de Jesús, en el Evangelio de Juan, sea la expulsión de los mercaderes del templo (cf. 2.13 a 21). No se puede entender el nuevo Reino que trae Jesús si no nos liberamos de los ídolos, de los cuales uno de los más poderosos es el dinero. ¿Cómo, entonces, se puede ser un mercader que Jesús no expulsa? El dinero es importante, sobre todo cuando no hay y de él depende la comida, la escuela, el futuro de los hijos. Pero se convierte en ídolo cuando pasa a ser el fin. La avaricia, que no por casualidad es un pecado capital, es pecado de idolatría, porque la acumulación de dinero de por sí se convierte en el fin de las propias acciones. Fue Jesús mismo el que dio categoría de "señor" al dinero: “Ninguno puede servir a dos señores, a dos patrones". Son dos:Dios o el dinero, el anti-Dios, el ídolo. Fue lo que dijo Jesús. Al mismo nivel de opción. Pensadlo.
Cuando el capitalismo hace de la búsqueda de beneficios su única finalidad, corre el riesgo de convertirse en una estructura idólatra, en una forma de culto. La diosa de la “fortuna” es cada vez más la nueva deidad de una cierta finanza y de todo ese sistema del juego de azar que está destruyendo a millones de familias en todo el mundo, y al que vosotros os oponéis con razón. Este culto idólatra es un sustituto de la vida eterna. Los productos (automóviles, teléfonos ...) envejecen y se consumen, pero si tengo el dinero o el crédito puedo comprar inmediatamente otros, haciéndome la ilusión de superar la muerte.
Podemos entender, entonces, el valor ético y espiritual de vuestra elección de poner los beneficios en común. El modo mejor y más concreto de no hacer un ídolo del dinero es compartirlo con los demás, especialmente con los pobres, o para hacer estudiar y trabajar a los jóvenes, venciendo la tentación idolátrica con la comunión. Cuando repartís y compartís vuestros beneficios, lleváis a cabo un acto de alta espiritualidad, diciendo con los hechos al dinero: Tu no eres Dios, tu no eres señor, tu no eres patrón. Y no os olvideis de esa alta filosofía y esa alta teología que hacia decir a nuestras abuelas: “El diablo entra por los bolsillos”. No os olvidéis de esto.
La segunda cosa que quiero decir atañe a la pobreza, un tema central en vuestro movimiento.
En la actualidad hay muchas iniciativas, públicas y privadas, para combatir la pobreza. Y todo esto, por un lado, es un crecimiento de humanidad. En la Biblia, los pobres, los huérfanos, las viudas, los "descartes" de las sociedades de la época, se ayudaban con el diezmo y espigando el grano. Pero la mayoría del pueblo seguía siendo pobre, esas ayudas no eran suficientes para alimentar y curar a todos. Los "descartes” de la sociedad seguían siendo muchos. Hoy hemos inventado otras formas de cuidar , alimentar, educar a los pobres, y algunas de las semillas de la Biblia han florecido en las instituciones más eficaces que las antiguas. La razón de los impuestos estriba también en esta solidaridad, que es negada por la evasión y el fraude fiscal, que, antes de ser actos ilegales son actos que niegan la ley básica de la vida: la ayuda mutua.
Pero – y esto nunca se repetirá lo suficiente - el capitalismo sigue produciendo los descartes que luego quisiera curar. El principal problema ético de este capitalismo es la generación de descartes para después tratar de ocultarlos o de curarlos para que no se vean. Una grave prueba de la pobreza de una civilización es la incapacidad de ver a sus pobres, que antes se descartan y luego se ocultan.
Los aviones contaminan la atmósfera, pero con una pequeña parte del dinero del billete se plantarán árboles para compensar una parte del daño causado. Las empresas del juego de azar financian campañas para el tratamiento de los ludópatas que crean. Y el día en que las empresas de armas financien hospitales para tratar a los niños mutilados por las bombas, el sistema habrá alcanzado su punto culminante. Esta es la hipocresía
La economía de comunión, si quiere ser fiel a su carisma, no sólo debe ocuparse de las víctimas, sino construir un sistema en el que las víctimas sean cada vez menos, en el que, a ser posible ya no existan. Hasta que la economía siga produciendo una sola víctima y haya una persona descartada, no se habrá realizado la comunión, la fiesta de la fraternidad universal no será plena.
Es necesario, pues, apuntar a cambiar las reglas del juego sistema económico-social. No es suficiente imitar al buen samaritano del Evangelio. Por supuesto, cuando un empresario o cualquier persona se encuentra con una víctima, está llamado a cuidarla, y tal vez, como el buen samaritano, también a asociar el mercado (el hospedero) a su acción de fraternidad. Yo sé que vosotros intentáis hacerlo desde hace 25 años. Pero es necesario en primer lugar actuar antes de que el hombre se tope con los bandidos, luchando contra las estructuras de pecado que producen bandidos y víctimas. Un empresario que es sólo un buen samaritano hace solamente la mitad de su deber: cura a las víctimas de hoy, pero no reduce las de mañana. Para la comunión es necesario imitar al Padre misericordioso de la parábola del hijo pródigo y esperar a los hijos en casa, a los trabajadores y colaboradores que se han equivocado, y allí abrazarlos y hacer fiesta -con ellos y para ellos - y no dejarse bloquear la meritocracia invocada por el hijo mayor y por tantos, que en nombre de los méritos niegan la misericordia. Un empresario de comunión está llamado a hacer todo lo posible para que incluso los que cometen errores y dejan su casa, puedan esperar en un trabajo y unos ingresos decentes, y no encontrarse a comer con los cerdos. Ningún hijo, ningún hombre, ni siquiera el más rebelde, se merece las bellotas.
Por último, la tercera cosa se refiere al futuro. Estos 25 años de vuestra historia dicen que comunión y empresa pueden convivir y crecer juntas. Una experiencia que por ahora se limita a un pequeño número de empresas, muy pequeño en comparación con el gran capital del mundo. Pero los cambios en el orden del espíritu y, por tanto, de la vida no están relacionados con grandes números. El pequeño rebaño, la lámpara, una moneda, un cordero, una perla, la sal, la levadura: estas son las imágenes del Reino que nos encontramos en los Evangelios. Y los profetas han anunciado la nueva era de la salvación indicando el signo de un niño, Emmanuel, y hablándonos de un "resto" fiel, un pequeño grupo.
No hace falta ser muchos para cambiar nuestras vidas: es bastante que la sal y la levadura no se desnaturalicen. El gran trabajo por hacer es tratar de no perder el "principio activo" que los anima: la sal no cumple su función creciendo en cantidad; de hecho, el exceso de sal vuelve a la masa salada, sino salvando su "alma", es decir su calidad . Todas las veces que las personas, las naciones, e incluso la Iglesia han pensado en salvar al mundo creciendo en número, han producido estructuras de poder, olvidándose de los pobres. Salvemos nuestra economía, permaneciendo simplemente sal y levadura: un trabajo difícil, porque todo caduca con el paso del tiempo. ¿Cómo no perder el ingrediente activo, la "enzima" de comunión?
Cuando no había frigoríficos para conservar la levadura madre del pan se daba a la vecina un poco de la propia masa fermentada, y cuando había que amasar pan otra vez, se recibía un puñado de pasta fermentada de esa mujer o de otra que lo había recibido a su vez. Es la reciprocidad. La comunión no es sólo división sino también multiplicación de los bienes, creación de un nuevo pan, de nuevos bienes, del nuevo Bien con mayúscula. El principio vivo del Evangelio permanece activo sólo cuando lo damos porque es amor, y el amor es activo cuando amamos, no cuando escribimos romances o vemos telenovelas. Si en cambio lo mantenemos celosamente todo y sólo para nosotros, enmohece y muere. El evangelio puede enmohecer. La economía de comunión tendrá futuro si la daréis a todos y no se quedará sólo en vuestra "casa". Dádsela a todos, y antes que a ninguno a los pobres y a los jóvenes, que son los que más necesitan y saben cómo hacer fecundo el don recibido! Para tener vida en abundancia, hay que aprender a dar no sólo los beneficios de las empresas, sino a vosotros mismos. El primer regalo del empresario es su propia persona: vuestro dinero, aunque importante, es demasiado poco. El dinero no salva si no va acompañado por el don de la persona. La economía de hoy, los pobres, los jóvenes necesitan en primer lugar de vuestra alma, de vuestra fraternidad respetuosa y humilde, de vuestra voluntad de vivir, y sólo después de vuestro dinero.
El capitalismo conoce la filantropía, no la comunión. Es fácil donar una parte de los beneficios, sin abrazar y tocar a las personas que reciben esas "migajas". En cambio, incluso cinco panes y dos peces pueden alimentar a la multitud si con ellos compartimos nuestras vidas. En la lógica del Evangelio, si no se da todo, nunca se da bastante.
Todas estas cosas ya las hacéis. Pero podáis compartir más aún los beneficios para luchar contra la idolatría, cambiar las estructuras para prevenir la creación de víctimas y de descartes; dar más de vuestra levadura para que suba el pan. El "no" a una economía que mata se convierta en un "sí" a una economía que hace vivir, porque comparte, incluye a los pobres, usa los beneficios para crear comunión.
Os deseo que sigáis vuestro camino, con coraje, humildad y alegría; alegría: "Dios ama al que da con alegría" (2 Cor 9,7). Dios ama vuestros beneficios y talentos dados con alegría. Ya lo hacéis; podéis hacerlo todavía más.
Os deseo que sigáis siendo semilla, sal y levadura de otra economía: la economía del Reino, donde los ricos saben compartir su riqueza, y los pobres … y los pobres son llamados bienaventurados. Gracias.
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