CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.mx - Noviembre 1° de 2015). A las 16:00 horas de este domingo, Solemnidad de Todos los Santos, el Santo Padre FRANCISCO ha celebrado la Santa Misa en la entrada del monumental Cementerio del Verano, a la cual ha seguido una oración por los difuntos y la bendición de las tumbas.
Concelebraron con el Papa el Cardenal Vicario Agostino Vallini, el Arzobispo Filippo Iannone,
Vicegerente de la diócesis de Roma, y el Párroco de San Lorenzo extra
Muros, Padre Armando Ambrosi.
Este es el texto íntegro de la Homilía Papal:
En el Evangelio habíamos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la multitud reunida sobre la colina del lago de Galilea (cfr Mt
5,1-12). La palabra del Señor resucitado y e vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar la verdadera bienaventuranza, el camino que conduce al
Cielo. Es un camino difícil de comprender porque va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, primero o después pero es
feliz.
«Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Podemos
preguntarnos ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo
único tesoro es el Reino de los cielos? Pero la razón es propio esta:
que teniendo el corazón vacío y libre de tantas cosas mundanas, esta
persona está en “espera” del Reino de los Cielos.
«Bienaventurados aquellos que lloran, porque serán consolados». ¿Cómo pueden ser felices
aquellos que lloran? Es más, quién en la vida no ha probado la
tristeza, la angustia, el dolor, no conocerá jamás la fuerza de la
consolación. Felices en cambio pueden ser cuantos tienen la capacidad
de conmoverse, la capacidad de sentir en el corazón el dolor que hay en
sus vidas y en la vida de los otros. ¡Ellos serán felices! Porque la
compasiva mano de Dios Padre los consolará y los acariciará.
«Bienaventurados los
mansos». Y nosotros al contrario, ¡cuántas veces somos impacientes,
nerviosos, siempre prontos a lamentarnos! Hacia los demás tenemos tantas
pretensiones, pero cuando nos tocan, reaccionamos alzando la voz, como
si fuéramos dueños del mundo, mientras en realidad todos somos hijos
de Dios. Pensemos sobretodo en aquellas mamás y en aquellos papás que
son tan pacientes con sus hijos, que “los hacen impacientarse”. Este es el
camino del Señor: el camino de la humidad y de la paciencia. Jesús ha
recorrido esta vía: desde pequeño ha soportado la persecución y el
exilio; y posteriormente, de adulto, las calumnias, los engaños, las falsas
acusaciones en los tribunales; y todo lo ha soportado con humildad. Ha
soportado por amor a nosotros incluso la cruz.
«Bienaventurados aquellos
que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados». Si, aquellos
que tienen un fuerte sentido de la justicia, y no solo hacia los otros,
sino ante todo hacia ellos mismos, estos serán saciados, porque están prontos a recibir la justicia más grande, aquella que solo Dios puede
dar.
Y luego «bienaventurados los misericordiosos, porque encontraran misericordia».
Felices aquellos que saben perdonar, que tienen misericordia por los otros,
que no juzgan todo ni a todos, sino que se ponen en el lugar de
los otros. El perdón es la cosa de lo cual todos tenemos necesidad,
ninguno está excluido. Por eso al inicio de la Misa nos reconocemos por
aquello que somos, es decir pecadores. Y no es un modo de decir, una
formalidad: es un acto de verdad. «Señor, estoy aquí , ten piedad de mi».
Y si sabemos dar a los otros el perdón que pedimos para nosotros, somos
bienaventurados. Como decimos en el “Padre Nuestro”: «Perdona nuestras
ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
«Bienaventurados los
constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios». Miremos el
rostro de aquellos que van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices?
Aquellos que buscan siempre la ocasión para engañar, para aprovecharse
de los otros, ¿son felices? No, no pueden ser felices. En cambio,
aquellos que cada día, con paciencia, buscan sembrar la paz, son
artesanos de paz, de reconciliación, ellos son bienaventurados, porque
son verdaderos hijos de nuestro Padre del Cielo, que siembra siempre y
solo paz, al punto que
ha mandado al mundo a su Hijo como semilla de paz para la humanidad.
Queridos hermanos y
hermanas, esta es la vía de la santidad, y la misma via de la
felicidad. Es la via que ha recorrido Jesús, es más, es Él mismo esta Via: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en
la vida eterna. Pidamos al Señor la gracia de ser personas simples y
humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser humildes, la
gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de
dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su
misericordia.
Así han hecho los
Santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos
acompañan en nuestro peregrinaje terreno, nos animan a ir adelante. Que su
intercesión nos ayude a caminar en la vía de Jesús, y obtenga la
felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, por los cuales ofrecemos esta Misa.
(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx)