“Al concepto moderno del intelectual, entregado a su propia realización y en busca de reconocimiento personal, a menudo sin tener en cuenta al prójimo, es necesario contraponer un modelo más solidario, comprometido con el bien común y con la paz –afirmó– Quién tiene el don de poder estudiar también tiene una responsabilidad de servicio para el bien de la humanidad y ser estudiante en un país distinto del propio… consiente mirar el mundo desde otra perspectiva y abrirse sin miedo al otro y al diverso. Esto lleva a los estudiantes, y a quienes los reciben, a ser más tolerantes y hospitalarios… Es importante que el período de estancia en el extranjero se convierta en una oportunidad de crecimiento humano e intelectual para los estudiantes y sea para ellos un punto de partida para que regresen a su país de origen para dar su contribución competente y también con el empuje interior para transmitir la alegría de la Buena Nueva... De esta manera, se forman jóvenes que tienen sed de verdad y no de poder, listos para defender los valores y vivir la misericordia y la caridad, pilares fundamentales de una sociedad más sana... El enriquecimiento personal y cultural permite a los jóvenes integrarse más fácilmente en el mundo laboral, asegurándoles un lugar en la comunidad y haciéndoles parte integrante de ella. Por su parte, la sociedad está llamada a ofrecer a las nuevas generaciones oportunidades de empleo válidas, evitando la llamada "fuga de cerebros". Que alguien elija libremente especializarse y trabajar en el extranjero, es bueno y fructífero; en cambio, duele que jóvenes preparados se vean obligados a abandonar su país porque carecen de oportunidades adecuadas”.
El fenómeno de los estudiantes internacionales no es nuevo, pero se ha intensificado con la globalización que ha derribado las fronteras espaciales y temporales favoreciendo el intercambio cultural, pero como advirtió el Santo Padre puede conllevar también aspectos negativos como “los mecanismos de defensa ante la diversidad… que no dejan mirar a los ojos al hermano o a la hermana y percibir sus necesidades reales”. Incluso entre los jóvenes – y esto es muy triste – puede insinuarse la "globalización de la indiferencia", que nos vuelve incapaces de sentir compasión por el grito de dolor de los demás. Así, sucede que estos efectos negativos repercutan en las personas y las comunidades”.
“En lugar de ello, queridos amigos, apostemos porque la forma en que vivís la globalización produzca resultados positivos y active grandes potenciales –destacó el Pontífice al final de su discurso– Efectivamente, vosotros que pasáis tiempo lejos de vuestro país, en familias y contextos diferentes, podéis desarrollar una notable capacidad de adaptación, aprendiendo a ser custodios de los demás como hermanos y de la creación como casa común, y esto es decisivo para hacer el mundo más humano... A San Juan Pablo II le gustaba llamaros "centinelas de la aurora". Os animo a serlo cada día, con la vista puesta en Cristo y en la historia. Así seréis capaces de anunciar la salvación de Jesús y de llevar su luz en un mundo demasiado a menudo ensombrecido por la oscuridad de la indiferencia, del egoísmo y de la guerra”.