AUDIENCIAS GENERALES Y JUBILARES DEL PAPA FRANCISCO
NOVIEMBRE 2016
Miércoles 30 de noviembre de 2016
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Miércoles 23 de noviembre de 2016
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AUDIENCIA GENERAL
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado a la
misericordia. Aunque las catequesis terminan, ¡la misericordia debe
continuar! Damos las gracias al Señor por todo esto y conservémoslo en
el corazón como consolación y conforto.
La última obra de misericordia espiritual pide rogar a Dios por los
vivos y por los difuntos. A esta podemos unir también la última obra de
misericordia corporal que invita a sepultar a los muertos. Esta última
puede parecer una petición extraña; en cambio, en algunas zonas del
mundo que viven bajo el flagelo de la guerra, con bombardeos que día y
noche siembran miedo y víctimas inocentes, esta obra es tristemente
actual. La Biblia tiene un hermoso ejemplo al respecto: el del viejo
Tobías, quien, aun arriesgando su propia vida, sepultaba a los muertos
no obstante la prohibición del rey (Cf. Tob 1, 17-19; 2, 2-4).
También hoy hay quien arriesga la vida para dar sepultura a las pobres
víctimas de las guerras. Por lo tanto, esta obra de misericordia
corporal no es lejana de nuestra existencia cotidiana. Y nos hace pensar
a lo que sucede el Viernes Santo, cuando la Virgen María, con Juan y
algunas mujeres estaban ante la cruz de Jesús. Después de su muerte, fue
José de Arimatea, un hombre rico, miembro del Sanedrín pero convertido
en discípulo de Jesús, y ofreció para él su sepulcro nuevo, excavado en
la roca. Fue personalmente donde Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús: una
verdadera obra de misericordia hecha con gran valor (Cf. Mt 27,
57-60). Para los cristianos, la sepultura es un acto de piedad, pero
también un acto de gran fe. Depositamos en la tumba el cuerpo de
nuestros seres queridos, con la esperanza de su resurrección (Cf. 1 Cor
15, 1-34). Este es un rito que perdura muy fuerte y sentido en nuestro
pueblo, y que encuentra una resonancia especial este mes de noviembre
dedicado, en particular, al recuerdo y a la oración por los difuntos.
Rogar por los difuntos es, sobre todo, una muestra de agradecimiento
por el testimonio que han dejado y el bien que han hecho. Es un
agradecimiento al Señor por habérnoslos donado y por su amor y su
amistad. La Iglesia ruega por los difuntos de manera particular durante
la Santa Misa. Dice el sacerdote: «Acuérdate, Señor, de tus hijos, que
nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz.
A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar
del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano). Un recuerdo simple,
eficaz, lleno de significado, porque encomienda a nuestros seres
queridos a la misericordia de Dios. Oremos con esperanza cristiana para
que estén con Él en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos en
ese misterio de amor que no comprendemos, pero que sabemos que es
verdadero porque es una promesa que Jesús hizo. Todos resucitaremos y
todos permaneceremos por siempre con Jesús, con Él.
El recuerdo de los fieles difuntos no debe hacernos olvidar también
rezar por los vivos, que junto a nosotros se enfrentan las pruebas de la
vida cada día. La necesidad de esta oración es todavía más evidente si
la enfocamos desde la profesión de fe que dice: «Creo en la comunión de
los santos». Es el misterio que expresa la belleza de la misericordia
que Jesús nos ha revelado. La comunión de los santos, precisamente,
indica que todos estamos inmersos en la vida de Dios y vivimos en su
amor. Todos, vivos y difuntos, estamos en la comunión, es decir, como
una unión; unidos en la comunidad de cuantos han recibido el Bautismo, y
de los que se han nutrido del Cuerpo de Cristo y forman parte de la
gran familia de Dios. Todos somos de la misma familia, unidos. Y por eso
rezamos los unos por los otros.
¡Cuántos maneras distintas hay para rezar por nuestro prójimo! Son
todas válidas y aceptadas por Dios si se hacen con el corazón. Pienso en
particular en las mamás y en los papás que bendicen a sus hijos por la
mañana y por la noche. Todavía existe esa costumbre en algunas familias:
bendecir al hijo es una oración; pienso en la oración por las personas
enfermas, cuando vamos a verles y rezamos por ellos; en la intercesión
silenciosa, a veces con lágrimas, en tantas situaciones difíciles por
las que rezar. Ayer vino a Misa en Santa Marta un buen hombre, un
empresario. Ese hombre joven tiene que cerrar su fábrica porque no puede
y lloraba diciendo: «no soy capaz dejar sin trabajo a más de 50
familias. Podría declarar la bancarrota de la empresa: me voy a casa con
mi dinero, pero mi corazón llorará toda la vida por estas 50 familias».
Este es un buen cristiano que reza con las obras: vino a misa para
rezar para que el Señor les dé una salida, no solo para él, sino para
las 50 familias. Este es un hombre que sabe rezar, con el corazón y con
los hechos, sabe rezar por el prójimo. Está en una situación difícil. Y
no busca la salida más fácil: «que se las apañen». Este es un cristiano.
¡Me ha hecho mucho bien escucharle! Y quizás hay muchos así, hoy, en
este momento en el cual tanta gente sufre por la falta de trabajo;
pienso también en el agradecimiento por una bonita noticia que se
refiere a un amigo, a un pariente, a un compañero…: «¡Gracias, Señor,
por esta cosa bonita!, eso también es rezar por los demás. Dar las
gracias al Señor cuando las cosas son bonitas. A veces, como dice San
Pablo, «no sabemos rezar como es debido; pero es el Espíritu que
intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8, 26). Es el
Espíritu que reza dentro de nosotros. Abramos, entonces, nuestro
corazón, de manera que el Espíritu Santo, escrutando los deseos que
están en lo más profundo, los pueda purificar y conseguir que se
realicen. De todos modos, por nosotros y por los demás, siempre pidamos
que se haga la voluntad de Dios, como en el Padre Nuestro, porque su
voluntad es seguramente el bien más grande, el bien de un Padre que no
nos abandona nunca: rezar y dejar que el Espíritu Santo rece por
nosotros. Y esto es bonito en la vida: reza agradeciendo, alabando a
Dios, pidiendo algo, llorando cuando hay alguna dificultad, como la de
ese hombre. Pero que el corazón esté siempre abierto al Espíritu para
que rece en nosotros, con nosotros y por nosotros.
Concluyendo estas catequesis sobre la misericordia, esforcémonos en
rezar los unos por los otros para que las obras de misericordia
corporales y espirituales se conviertan cada vez más en el estilo de
nuestra vida. Las catequesis, como he dicho al principio, terminan aquí.
Hemos hecho el recorrido de las 14 obras de misericordia, pero la
misericordia continua y debemos ejercerla a través de estos 14 modos.
Gracias.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en
particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los invito a rezar
unos por otros para que las obras de misericordia corporales y
espirituales se conviertan cada vez más en el estilo de nuestra vida.
Muchas gracias.
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AUDIENCIA GENERAL
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Finalizado el Jubileo, hoy volvemos a la normalidad, pero quedan
todavía algunas reflexiones sobre las obras de misericordia, y por eso
continuaremos con esto.
La reflexión sobre las obras de misericordia espiritual se refiere
hoy a dos acciones muy unidas entre sí: aconsejar a los dudosos y
enseñar a los ignorantes, es decir, a los que no saben. La palabra
ignorante es demasiado fuerte, pero quiere decir que no saben algo y a
quien se debe enseñar. Son obras que se pueden vivir sea en una
dimensión simple, familiar, al alcance de todos, que —especialmente la
segunda, la de enseñar— desde un plano más institucional, organizado.
Pensemos, por ejemplo, en cuántos niños sufren todavía el analfabetismo.
Esto no se puede entender: ¡que en un mundo en el cual el progreso
técnico científico ha llegado tan lejos, haya niños analfabetos! Es una
injusticia. Cuántos niños sufren la falta de instrucción. Es una
condición muy injusta que afecta a la misma dignidad de la persona. Sin
educación además se convierte fácilmente en presa de la explotación y de
varias formas de malestar social.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la exigencia de
esforzarse en el ámbito de la instrucción porque su misión de
evangelización conlleva el compromiso de devolver la dignidad a los más
pobres. Desde el primer ejemplo de una «escuela» fundada precisamente
aquí en Roma por san Justino, en el siglo ii, para que los cristianos
conocieran mejor la Sagrada Escritura, hasta san José de Calasanz, que
abrió las primeras escuelas públicas gratuitas de Europa, tenemos una
larga lista de santos y santas que en varias épocas han llevado
instrucción a los más desfavorecidos, sabiendo que por este camino
habrían podido superar la miseria y las discriminaciones. Cuántos
cristianos laicos hermanos y hermanas consagradas, sacerdotes han dado
su propia vida por la instrucción, por la educación de los niños y los
jóvenes. Esto es grande: ¡yo os invito a rendirles homenaje con un gran
aplauso! Estos pioneros de la instrucción habían comprendido a fondo la
obra de misericordia y habían hecho de ello un estilo de vida tal hasta
el punto de transformar la misma sociedad. A través de un trabajo simple
y pocas estructuras ¡supieron devolver la dignidad a muchas personas! Y
la instrucción que impartían a menudo estaba orientada también hacia el
trabajo. Pero pensemos en san Juan Bosco, que preparaba para trabajar a
chicos de la calle, en el oratorio y después en la escuela, las
oficinas. És así como surgieron muchas y diversas escuelas
profesionales, que habilitaban para trabajar mientras educaban con
valores humanos y cristianos. La instrucción, por lo tanto, es
verdaderamente una peculiar forma de evangelización.
Cuanto más crece la instrucción más personas adquieren las certezas y
la conciencia, que todos necesitamos en la vida. Una buena instrucción
nos enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo de
duda, útil para plantear preguntas y verificar los resultados
alcanzados, en vista de un conocimiento mayor. Pero la obra de
misericordia de aconsejar a los dudosos no se refiere a este tipo de
duda. Expresar la misericordia hacia los dudosos equivale, sin embargo, a
aliviar ese dolor y ese sufrimiento que proviene del miedo y de la
angustia que son las consecuencias de la duda. Por tanto es un acto de
verdadero amor con el cual se pretende sostener a una persona ante la
debilidad provocada por la incertidumbre.
Pienso que alguien podría preguntarme: «Padre, pero yo tengo muchas
dudas sobre la fe ¿Qué tengo que hacer? ¿Usted nunca tiene dudas?».
Tengo muchas... ¡Claro que en algunos momentos a todos nos entran dudas!
Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son la señal de que
queremos conocer mejor y más a fondo a Dios, Jesús, y el misterio de su
amor hacia nosotros. «Pero, yo tengo esta duda: busco, estudio, veo o
pido consejo sobre cómo hacer». ¡Estas son dudas que hacen crecer! Es un
bien entonces que nos planteemos preguntas sobre nuestra fe, porque de
esa manera estamos impulsados a profundizar en ella. Las dudas, de todos
modos, hay que superarlas. Por ello es necesario escuchar la Palabra de
Dios, y comprender lo que nos enseña. Una vía importante que ayuda
mucho en esto es la de la catequesis, con la cual el anuncio de la fe
sale a nuestro encuentro en el aspecto concreto de la vida personal y
comunitaria. Y hay, al mismo tiempo, otra senda igualmente importante,
la de vivir lo más posible la fe. No hagamos de la fe una teoría
abstracta donde las dudas se multipliquen. Hagamos más bien de la fe
nuestra vida. Intentemos practicarla a través del servicio a los
hermanos, especialmente de los más necesitados. Entonces muchas dudas
desaparecen, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del
Evangelio en el amor que, sin nuestro mérito, vive en nosotros y
compartimos con los demás.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, estas dos obras de
misericordia tampoco están lejos de nuestra vida. Cada uno de nosotros
puede esforzarse en vivirlas para poner en práctica la palabra del Señor
cuando dice que el misterio del amor de Dios no ha sido revelado a los
sabios e inteligentes, sino a los pequeños (cf. Lc 10, 21; Mt 11.
25—26). Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a
transmitir y la certeza más segura para salir de la duda, es el amor de
Dios con el cual hemos sido amados (cf. 1 Gv 4, 10). Un amor
grande, gratuito y dado para siempre ¡Dios nunca da marcha atrás con su
amor! Sigue siempre hacia adelante y espera; dona su amor para siempre,
del cual debemos sentir una fuerte responsabilidad, para ser testimonios
ofreciendo misericordia a nuestros hermanos. Gracias.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a la
Virgen María que nos ayude a tener un corazón atento a las necesidades
de las personas que nos rodean, para que también ellas puedan
experimentar el amor que Dios les tiene. Muchas gracias.
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AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 16 de noviembre de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dedicamos la catequesis de hoy a una obra de misericordia que todos
conocemos muy bien, pero que quizás no la ponemos en práctica como
deberíamos: soportar pacientemente a las personas molestas. Todos somos
muy buenos para identificar una presencia que puede molestar: ocurre
cuando encontramos a alguien por la calle, o cuando recibimos una
llamada… Enseguida pensamos: «¿Cuánto tiempo tendré que escuchar las
quejas, los chismes, las peticiones o las presunciones de esta
persona?». También sucede, e veces, que las personas fastidiosas son las
más cercanas a nosotros: entre los familiares hay siempre alguno; en el
trabajo no faltan; y ni siquiera durante el tiempo libre estamos a
salvo. ¿Qué debemos hacer con las personas molestas? Pero también
nosotros somos molestos para los demás muchas veces. ¿Por qué entre las
obras de misericordia también ha sido incluida esta? ¿Soportar
pacientemente a las personas molestas?
En la Biblia vemos que Dios mismo debe usar misericordia para
soportar las quejas de su pueblo. Por ejemplo, en el libro del Éxodo el
pueblo resulta ser verdaderamente insoportable: primero llora porque es
esclavo en Egipto, y Dios lo libera; luego, en el desierto, se queja
porque no tiene qué comer (cf. 16, 3), y Dios envía las codornices y el
maná (cf. 16, 13—16), no obstante las quejas no cesan. Moisés hacía de
mediador entre Dios y el pueblo, y él también de vez en cuando habrá
resultado molesto para el Señor. Pero Dios ha tenido paciencia y así ha
enseñado también a Moisés y al pueblo esta dimensión esencial de la fe.
Entonces, surge espontánea una primera pregunta: ¿alguna vez hacemos
un examen de conciencia para ver si también nosotros, a veces, podemos
resultar molestos para los demás? Es fácil señalar con el dedo los
defectos y las faltas de otros pero debemos aprender a meternos en la
piel de los demás.
Miremos sobre todo a Jesús: ¡cuánta paciencia ha tenido que tener
durante los tres años de su vida pública! Una vez, mientras estaba en
camino con sus discípulos, fue parado por la madre de Santiago y Juan,
la cual le dijo: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu
derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino» (Mt 20, 21). La mamá hacía de lobby
para sus hijos, pero era la mamá... Jesús se inspira también en esa
situación para impartir una enseñanza fundamental: el suyo no es un
reino de poder, no es un reino de gloria como los terrenos, sino de
servicio y entrega a los demás. Jesús enseña a ir siempre a lo esencial y
a mirar más allá para asumir con responsabilidad la propia misión.
Podríamos ver aquí la referencia a otras dos obras de misericordia
espiritual: la de advertir a los pecadores y la de enseñar a los
ignorantes. Pensemos en el gran esfuerzo que se puede emplear cuando
ayudamos a las personas a crecer en la fe y en la vida. Pienso, por
ejemplo, en los catequistas —entre los cuales hay muchas madres y muchas
religiosas— que dedican tiempo para enseñar a los chicos los elementos
básicos de la fe. ¡Cuánto esfuerzo, sobre todo cuando los chicos
preferirían más bien jugar antes que escuchar el catecismo!
Acompañar en la búsqueda de lo esencial es bonito e importante,
porque nos hace compartir la alegría de saborear el sentido de la vida. A
menudo ocurre que nos encontremos a personas que se paran en las cosas
superficiales, efímeras y banales; a veces porque no han encontrado a
alguien que les estimule para buscar otra cosa, para apreciar a los
verdaderos tesoros. Enseñar a mirar lo esencial es una ayuda
determinante, especialmente en un tiempo como el nuestro que parece
haber tomado la orientación de seguir satisfacciones cortas de miras.
Enseñar a descubrir qué es lo que el Señor quiere de nosotros y cómo
podemos corresponder significa ponernos en camino para crecer en la
propia vocación, el camino de la verdadera alegría. De ahí las palabras
de Jesús a la madre de Santiago y Juan, y luego a todo el grupo de los
discípulos, señalan la vía para evitar caer en la envidia, en la
ambición, en la adulación, tentaciones que están siempre al acecho
incluso entre nosotros los cristianos. La exigencia de aconsejar,
advertir y enseñar no nos debe hacer sentir superiores a los demás, sino
que nos obliga sobre todo a volver a entrar en nosotros mismos para
verificar si somos coherentes con lo que pedimos a los demás. No
olvidemos las palabras de Jesús: «¿Cómo es que miras la brizna que hay
en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio
ojo?» (Lc 6, 41). Que el Espíritu Santo nos ayude a ser pacientes para soportar y humildes y sencillos para aconsejar.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en
particular a los venidos de España y Latinoamérica. Les animo a poner en
práctica las obras de misericordia, corporales y espirituales, para que
todos puedan experimentar la presencia y ternura de Dios en sus vidas.
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AUDIENCIA JUBILAR
Sábado 12 de noviembre de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
En esta última Audiencia Jubilar del sábado consideramos un aspecto
importante de la misericordia: la inclusión, que refleja el actuar de
Dios, que no excluye a nadie de su designio amoroso de salvación, sino
QUE llama a todos. Esta es la invitación que hace Jesús en el Evangelio
de Mateo que acabamos de escuchar: «Vengan a mí todos los que están
cansados y agobiados». Nadie está excluido de esta llamada, porque la
misión de Jesús es revelar a cada persona el amor del Padre.
Por el sacramento del bautismo, nos convertimos en hijos de Dios y en
miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por eso, como
cristianos, estamos invitados a hacer nuestro este criterio de la
misericordia, con el que tratamos de incluir en nuestra vida a
todos, acogiéndolos y amándolos como los ama Dios. Así evitamos
encerrarnos en nosotros mismos y en nuestras propias seguridades.
El Evangelio nos impulsa a reconocer en la historia de la humanidad
el designio de una gran obra de inclusión que, respetando la libertad de
cada uno, llama a todos a formar una única familia de hermanos y
hermanas, y a ser miembros de la Iglesia, cuerpo de Cristo.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en
particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor
Jesús, que a todos acoge con sus brazos abiertos en la cruz, nos ayude a
crecer como hermanos en su amor y a ser instrumentos de la misericordia
y ternura del Padre. Muchas gracias.
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AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 9 de noviembre de 2016
La vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su ministerio público, fue un incesante encuentro con las personas. Entre ellas, un lugar especial lo tuvieron los enfermos. ¡Cuántas páginas de los Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, el epiléptico, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se ha hecho cercano a cada uno de ellos y les ha sanado con su presencia y el poder de su fuerza sanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las Obras de misericordia, la de visitar y atender a las personas enfermas.
Junto a esta podemos incluir también la de estar cerca de las personas que se encuentran en la cárcel. De hecho, tanto los enfermos como los encarcelados viven en una condición que limita su libertad. ¡Y precisamente cuando nos falta, nos damos cuenta de cuánto sea preciosa! Jesús nos ha donado la posibilidad de ser libres no obstante los límites de la enfermedad y de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene del encuentro con Él y del sentido nuevo que este encuentro da a nuestra condición personal.
Con estas Obras de misericordia el Señor nos invita a un gesto de gran humanidad: el compartir. Recordemos esta palabra: el compartir. Quien está enfermo, muchas veces se siente solo. No podemos esconder que, sobre todo en nuestros días, precisamente en la enfermedad se adquiere la experiencia más profunda de la soledad que atraviesa gran parte de la vida. Una visita puede hacer que una persona enferma se sienta menos sola, y un poco de compañía ¡es una estupenda medicina! Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos simples, pero muy importantes para quien se siente abandonado. ¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales o en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando es realizada en el nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos a las personas enfermas solas! No les impidamos encontrar alivio y a nosotros ser enriquecidos por la cercanía, de quien sufre. Los hospitales son verdaderas «catedrales del dolor», donde sin embargo se hace evidente la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión.
De la misma manera, pienso en quienes están encerrados en la cárcel. Jesús ni siquiera se ha olvidado de ellos. Poniendo la visita a los encarcelados entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos, ante todo, a no erigirnos jueces de nadie. Claro, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso está cumpliendo su pena en la prisión. Pero sea lo que sea que haya hecho un preso, él siempre es amado por Dios. ¿Quién puede entrar en la intimidad de su conciencia para entender lo que siente? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha equivocado. Un cristiano está llamado, más bien, a hacerse cargo, para que quien se haya equivocado comprenda el mal hecho y vuelva en sí mismo. La falta de libertad, es sin duda, una de las privaciones más grandes para el ser humano. Si a esta se añade el degrado por las condiciones, a menudo, carentes de humanidad en la cuales estas personas tienen que vivir, entonces, realmente es el caso en el que un cristiano se siente estimulado para hacer de todo para restituir su dignidad.
Visitar a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que sobre todo hoy asume un valor particular por las distintas formas de justicialismo al cual estamos expuestos. Por ello, que nadie señale con el dedo a alguien. Sino, que todos nos volvamos instrumentos de misericordia, con actitudes de compartir y de respeto. Pienso a menudo en los presos... pienso a menudo, les llevo en el corazón. Me pregunto qué les ha llevado a delinquir y cómo han podido ceder a las diversas formas de mal. Y no obstante, junto a estos pensamientos siento que todos necesitan cercanía y ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios. Cuántas lágrimas he visto caer por las mejillas de reclusos que quizás jamás habían llorado en su vida; y esto sólo porque se sintieron acogidos y amados.
Y no nos olvidemos que también Jesús y los apóstoles experimentaron la prisión. En las narraciones de la Pasión conocemos los sufrimientos a los que el Señor fue sometido: capturado, arrastrado como un malhechor, burlado, flagelado, coronado con espinas... Él, ¡el único inocente! Y también san Pedro y san Pablo estuvieron en la cárcel (cf At 12, 5; Fil 1,12-17). El domingo pasado —que fue el domingo del Jubileo de los reclusos— por la tarde vino a visitarme un grupo de reclusos padovanos. Les pregunté que harían al día siguiente, antes de volver a Padua. Me dijeron: «iremos a la cárcel Mamertino para compartir la experiencia de san Pablo». Es bonito, oír decir esto me hizo bien. Estos presos querían encontrar al Pablo prisionero. Es una cosa bonita, a mí me hizo bien. También ahí, en prisión, rezaron y evangelizaron. Es conmovedora la página de los Hechos de los Apóstolos en la cual se narra la reclusión de Pablo: se sentía solo y deseaba que alguno de sus amigos le visitase (cf 2 Tm 4,9-15). Se sentía solo porque la mayoría le había dejado solo... al gran Pablo.
Estas obras de misericordia, como se ve, son antiguas, y no obstante, siempre actuales. Jesús dejó lo que estaba haciendo para ir a visitar a la suegra de Pedro; una obra antigua de caridad. Jesús lo consiguió. No caigamos en la indiferencia, sino convirtámonos en instrumentos de la misericordia de Dios. Todos nosotros podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y esto hará más bien a nosotros que a los demás porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita y esta misericordia es un acto para devolver alegría y dignidad a quien la ha perdido.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los animo a que sean valientes y abran el corazón a Dios y a los hermanos, de modo que sean instrumentos de la misericordia y ternura de Dios, que restituye la alegría y la dignidad a quienes la han perdido. Muchas gracias.
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