sábado, 3 de diciembre de 2016

FRANCISCO: Mensajes de noviembre 2016 [30, 26, 14, 12 y 10]

MENSAJES DEL  DEL SANTO PADRE FRANCISCO
NOVIEMBRE 2016



MENSAJE PARA LA 54 JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES



Empujados por el Espíritu para la Misión



Queridos hermanos y hermanas


En los años anteriores, hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre dos aspectos de la vocación cristiana: la invitación a «salir de sí mismo», para escuchar la voz del Señor, y la importancia de la comunidad eclesial como lugar privilegiado en el que la llamada de Dios nace, se alimenta y se manifiesta.


Ahora, con ocasión de la 54 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera centrarme en la dimensión misionera de la llamada cristiana. Quien se deja atraer por la voz de Dios y se pone en camino para seguir a Jesús, descubre enseguida, dentro de él, un deseo incontenible de llevar la Buena Noticia a los hermanos, a través de la evangelización y el servicio movido por la caridad. Todos los cristianos han sido constituidos misioneros del Evangelio. El discípulo, en efecto, no recibe el don del amor de Dios como un consuelo privado, y no está llamado a anunciarse a sí mismo, ni a velar los intereses de un negocio; simplemente ha sido tocado y trasformado por la alegría de sentirse amado por Dios y no puede guardar esta experiencia solo para sí: «La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera» (Exht. Ap. Evangelium gaudium, 21).


Por eso, el compromiso misionero no es algo que se añade a la vida cristiana, como si fuese un adorno, sino que, por el contrario, está en el corazón mismo de la fe: la relación con el Señor implica ser enviado al mundo como profeta de su palabra y testigo de su amor.


Aunque experimentemos en nosotros muchas fragilidades y tal vez podamos sentirnos desanimados, debemos alzar la cabeza a Dios, sin dejarnos aplastar por la sensación de incapacidad o ceder al pesimismo, que nos convierte en espectadores pasivos de una vida cansada y rutinaria. No hay lugar para el temor: es Dios mismo el que viene a purificar nuestros «labios impuros», haciéndonos idóneos para la misión: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?”. Contesté: “Aquí estoy, mándame”» (Is 6,7-8).


Todo discípulo misionero siente en su corazón esta voz divina que lo invita a «pasar» en medio de la gente, como Jesús, «curando y haciendo el bien» a todos (cf. Hch 10,38). En efecto, como ya he recordado en otras ocasiones, todo cristiano, en virtud de su Bautismo, es un «cristóforo», es decir, «portador de Cristo» para los hermanos (cf. Catequesis, 30 enero 2016). Esto vale especialmente para los que han sido llamados a una vida de especial consagración y también para los sacerdotes, que con generosidad han respondido «aquí estoy, mándame». Con renovado entusiasmo misionero, están llamados a salir de los recintos sacros del templo, para dejar que la ternura de Dios se desborde en favor de los hombres (cf. Homilía durante la Santa Misa Crismal, 24 marzo 2016). La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes así: confiados y serenos por haber descubierto el verdadero tesoro, ansiosos de ir a darlo a conocer con alegría a todos (cf. Mt 13,44).


Ciertamente, son muchas las preguntas que se plantean cuando hablamos de la misión cristiana: ¿Qué significa ser misionero del Evangelio? ¿Quién nos da la fuerza y el valor para anunciar? ¿Cuál es la lógica evangélica que inspira la misión? A estos interrogantes podemos responder contemplando tres escenas evangélicas: el comienzo de la misión de Jesús en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,16-30), el camino que él hace, ya resucitado, junto a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y por último la parábola de la semilla (cf. Mc 4,26-27).


Jesús es ungido por el Espíritu y enviado. Ser discípulo misionero significa participar activamente en la misión de Cristo, que Jesús mismo ha descrito en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18). Esta es también nuestra misión: ser ungidos por el Espíritu e ir hacia los hermanos para anunciar la Palabra, siendo para ellos un instrumento de salvación.


Jesús camina con nosotros. Ante los interrogantes que brotan del corazón del hombre y ante los retos que plantea la realidad, podemos sentir una sensación de extravío y percibir que nos faltan energías y esperanza. Existe el peligro de que veamos la misión cristiana como una mera utopía irrealizable o, en cualquier caso, como una realidad que supera nuestras fuerzas. Pero si contemplamos a Jesús Resucitado, que camina junto a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-15), nuestra confianza puede reavivarse; en esta escena evangélica tenemos una auténtica y propia «liturgia del camino», que precede a la de la Palabra y a la del Pan partido y nos comunica que, en cada uno de nuestros pasos, Jesús está a nuestro lado. Los dos discípulos, golpeados por el escándalo de la Cruz, están volviendo a su casa recorriendo la vía de la derrota: llevan en el corazón una esperanza rota y un sueño que no se ha realizado. En ellos la alegría del Evangelio ha dejado espacio a la tristeza. ¿Qué hace Jesús? No los juzga, camina con ellos y, en vez de levantar un muro, abre una nueva brecha. Lentamente comienza a trasformar su desánimo, hace que arda su corazón y les abre sus ojos, anunciándoles la Palabra y partiendo el Pan. Del mismo modo, el cristiano no lleva adelante él solo la tarea de la misión, sino que experimenta, también en las fatigas y en las incomprensiones, «que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).


Jesús hace germinar la semilla. Por último, es importante aprender del Evangelio el estilo del anuncio. Muchas veces sucede que, también con la mejor intención, se acabe cediendo a un cierto afán de poder, al proselitismo o al fanatismo intolerante. Sin embargo, el Evangelio nos invita a rechazar la idolatría del éxito y del poder, la preocupación excesiva por las estructuras, y una cierta ansia que responde más a un espíritu de conquista que de servicio. La semilla del Reino, aunque pequeña, invisible y tal vez insignificante, crece silenciosamente gracias a la obra incesante de Dios: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27). Esta es nuestra principal confianza: Dios supera nuestras expectativas y nos sorprende con su generosidad, haciendo germinar los frutos de nuestro trabajo más allá de lo que se puede esperar de la eficiencia humana.


Con esta confianza evangélica, nos abrimos a la acción silenciosa del Espíritu, que es el fundamento de la misión. Nunca podrá haber pastoral vocacional, ni misión cristiana, sin la oración asidua y contemplativa. En este sentido, es necesario alimentar la vida cristiana con la escucha de la Palabra de Dios y, sobre todo, cuidar la relación personal con el Señor en la adoración eucarística, «lugar» privilegiado del encuentro con Dios.


Animo con fuerza a vivir esta profunda amistad con el Señor, sobre todo para implorar de Dios nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. El Pueblo de Dios necesita ser guiado por pastores que gasten su vida al servicio del Evangelio. Por eso, pido a las comunidades parroquiales, a las asociaciones y a los numerosos grupos de oración presentes en la Iglesia que, frente a la tentación del desánimo, sigan pidiendo al Señor que mande obreros a su mies y nos dé sacerdotes enamorados del Evangelio, que sepan hacerse prójimos de los hermanos y ser, así, signo vivo del amor misericordioso de Dios.


Queridos hermanos y hermanas, también hoy podemos volver a encontrar el ardor del anuncio y proponer, sobre todo a los jóvenes, el seguimiento de Cristo. Ante la sensación generalizada de una fe cansada o reducida a meros «deberes que cumplir», nuestros jóvenes tienen el deseo de descubrir el atractivo, siempre actual, de la figura de Jesús, de dejarse interrogar y provocar por sus palabras y por sus gestos y, finalmente, de soñar, gracias a él, con una vida plenamente humana, dichosa de gastarse amando.


María Santísima, Madre de nuestro Salvador, tuvo la audacia de abrazar este sueño de Dios, poniendo su juventud y su entusiasmo en sus manos. Que su intercesión nos obtenga su misma apertura de corazón, la disponibilidad para decir nuestro «aquí estoy» a la llamada del Señor y la alegría de ponernos en camino, como ella (cf. Lc 1,39), para anunciarlo al mundo entero.


Vaticano, 27 de noviembre de 2016


Primer Domingo de Adviento


FRANCISCO


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A LOS PARTICIPANTES EN EL SEGUNDO SIMPOSIO INTERNACIONAL
SOBRE LA ECONOMÍA ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDACONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA

Universidad Pontificia Antonianum
[25 - 27 de noviembre de 2016


“Con fidelidad al carisma, repensar la economía” 


Queridos hermanos y hermanas


Os doy las gracias por vuestra disponibilidad para reuniros, reflexionar  y rezar juntos sobre un tema tan vital para la vida consagrada como es la gestión económica de vuestra obras. Doy las gracias a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica por la preparación de este segundo simposio y, dirigiéndome a vosotros, me dejo guiar por las palabras que forman el título de vuestra reunión: carisma, lealtad, repensar la economía.
 
Carisma
 
Los carismas en la Iglesia no son algo estático y rígido, no son "piezas de museo". Son más bien ríos de agua viva (cfr Jn 7, 37-39)que corren por  el terreno de la historia para regarla y hacer  germinar las semillas del  bien. A veces, a causa de una cierta nostalgia estéril, podemos sentir la tentación de la "arqueología carismático." ¡No suceda que cedamos a esta tentación! El carisma es siempre una realidad viva y como tal está llamada a dar sus frutos, como nos enseña la parábola de las monedas de oro que el rey entrega a sus siervos (cf. Lc 19.11 a 26), para crecer en fidelidad creativa, como nos recuerda constantemente la Iglesia (cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Vita consecrata, 37)

 
La vida consagrada, por su naturaleza, es signo y profecía del reino de Dios. Por lo tanto, esta doble característica no puede faltar en cualquiera de sus formas, siempre y cuando nosotros, los  consagrados,  permanezcamos vigilantes y atentos  para escudriñar el horizonte de nuestras vidas y del momento actual. Esta actitud hace que los carismas, dados por el Señor a su Iglesia a través de nuestros fundadores y fundadoras, se mantengan  vitales y puedan responder a las situaciones concretas de los lugares y los tiempos en los que estamos llamados a compartir y a dar testimonio de la belleza del seguimiento de Cristo.


Hablar de carisma significa  hablar del don, de la gratuidad y de la gracia; significa moverse en un área de significado iluminada de la raíz charis . Sé que a muchos de los que trabajan en el campo económico éstas palabras  les parecen irrelevantes, como si hubiera que relegarlas a la esfera privada y religiosa. En cambio, es de conocimiento común a estas alturas, incluso entre los economistas, que una sociedad sin charis no puede funcionar bien y termina deshumanizándose. La economía y su gestión nunca son ética y antropológicamente  neutras. O se combinan para construir relaciones de justicia y solidaridad, o generan situaciones de exclusión y rechazo.

 
Como personas consagradas estamos llamados a convertirnos en profecía a partir de nuestra vida animada por la charis, por  la lógica del don, de la gratuidad; estamos llamados a crear fraternidad  comunión, solidaridad con los pobres y necesitados. Como recordaba el Papa Benedicto XVI, si queremos ser verdaderamente humanos, debemos "dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad" (Enc. Caritas in veritate, 34)
 

Pero la lógica evangélica  del don pide ser acompañada de una actitud interior de apertura a la realidad y a la escucha de Dios que nos habla en ella. Debemos preguntarnos si estamos dispuestos a "ensuciarnos las manos", trabajando en la historia de hoy; si nuestros ojos pueden discernir los signos del Reino de Dios en los pliegues de eventos sin duda complejos y contradictorios, pero que Dios quiere bendecir y salvar; si realmente somos compañeros de viaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de tantos que yacen heridos  a lo largo de nuestros caminos, porque con ellos compartimos expectativas, temores, esperanzas y también lo que hemos recibido, y que es de todos ; si nos  dejamos vencer por la lógica diabólica  de la ganancia (el diablo a menudo entra por la billetera  o por la tarjeta de crédito); si nos defendemos de lo que  no entendemos huyendo de ello, o si por el contrario  sabemos  quedarnos allí gracias a la promesa del Señor, con su mirada benévola y sus entrañas de misericordia, convirtiéndonos en  buenos samaritanos para los pobres y los excluidos.


Leer las preguntas para responder, escuchar el llanto para consolar , reconocer las injusticias para compartir también nuestra economía, discernir las inseguridades para ofrecer la paz, mirar al miedo  para tranquilizar , son diferentes caras del tesoro multifacético que es la vida consagrada. Aceptando  que no tenemos todas las respuestas y, a veces,  permanecer en silencio, tal vez también nosotros inciertos, pero nunca, nunca sin esperanza.


Fidelidad
 
Ser fieles  significa preguntarse lo que hoy, en esta situación, el Señor nos pide que seamos y hagamos. Ser fiel nos compromete en una tarea asidua  de discernimiento  para que las obras, coherentes con el carisma, sigan siendo medios eficaces para que llegue  a muchos la ternura de Dios.
 

Las obras propias  de las que se ocupa este simposio, no son sólo un medio para asegurar la sostenibilidad del propio instituto, sino que pertenecen a la fecundidad del carisma. Esto implica preguntarse si nuestras obras manifiestan o no  el carisma que hemos profesado, si cumplen o no la misión que nos fue confiada por la Iglesia. El criterio principal de valoración de las obras no es su rentabilidad, sino  si se corresponden con el carisma y la misión que el  Instituto está llamado a realizar.
 

Ser fieles al carisma a menudo requiere un acto de valor: no se trata de vender todo o  de ceder todas las obras,  sino de discernir seriamente, manteniendo los ojos bien fijos en Cristo, los oídos atentos a su Palabra y a la voz de los pobres. De esta manera, nuestras obras pueden, al mismo tiempo, ser fructíferas para la trayectoria del instituto y expresar la predilección de Dios por los pobres.


Repensar la economía
 
Todo esto implica repensar la economía, a través de una lectura atenta de la Palabra de Dios y de la historia. Escuchar el susurro de Dios y el grito de los pobres, los pobres de todos los tiempos y los nuevos pobres; entender lo que el Señor pide hoy y, después de haberlo entendido, actuar, con esa confianza valiente en la providencia del Padre (cf. Mt 6,19ss) que tuvieron nuestros fundadores y fundadoras. En algunos casos, el discernimiento podrá  sugerir que conviente mantener  en vida una obra viva que produce pérdidas - teniendo cuidado de que no se generan por la incapacidad o la incompetencia - pero devuelve  la dignidad a  personas  víctimas del descarte, débiles y frágiles; a los recién nacidos, los pobres, los enfermos ancianos, los discapacitados graves. Es cierto que hay problemas que se derivan de la  avanzada edad de muchas personas consagradas y de la complejidad de la gestión de algunas obras, pero la disponibilidad a Dios nos hará encontrar soluciones.
 

Puede ser que el  discernimiento sugiera que hay que replantearse una  obra , que tal vez se ha vuelto demasiado grande y compleja, pero se pueden encontrar entonces  formas de colaboración con otras instituciones o tal vez transformar la misma  obra de forma que continue, aunque con otras modalidades, como obra  de la Iglesia. También por eso es importante la comunicación y la colaboración dentro de los institutos, con los demás institutos y con la Iglesia local. Dentro de los institutos, las diversas provincias no pueden concebirse de forma auto-referencial, como si cada una viviera para sí misma, ni tampoco los gobiernos generales pueden ignorar las diferentes peculiaridades.


La lógica del individualismo también puede afectar a nuestras comunidades. La tensión entre la realidad local y general que existe a nivel de inculturación del carisma, también existe en el ámbito  económico , pero no debe dar  miedo, hay que vivirla y enfrentarla. Es necesario aumentar la comunión entre los diferentes institutos ; y también conocer bien los instrumentos  legislativos, judiciales y económicos que permiten hoy hacerse red,  encontrar nuevas respuestas, aunar los esfuerzos,  la profesionalidad  y las capacidades de los institutos al servicio del Reino y de la humanidad. También  es muy importante hablar con la Iglesia local, de modo que, siempre que sea posible, los bienes eclesiásticos sigan siendo bienes de  la Iglesia.
 

Repensar la economía quiere expresar el discernimiento  que, en este contexto, apunta a la dirección, los propósitos, el significado y las implicaciones sociales y eclesiales de las opciones económicas de los institutos de vida consagrada. Discernimiento que comienza a partir de la evaluación de las posibilidades económicas derivadas de los recursos financieros y personales; que hace uso del trabajo de especialistas para el uso de herramientas que permiten una gestión sensata  y un control de la gestión sin improvisaciones ; que opera respetando las leyes y está al servicio de la ecología integral. 


Un discernimiento que, por encima de todo, se define a contracorriente porque se sirve del dinero y no está al servicio del dinero por ningún motivo, incluso el más justo y santo. En este caso, sería el estiércol del diablo, como decían los Santos Padres.


Repensar la economía requiere de habilidades y capacidades específicas, pero es una dinámica que afecta la vida de todos y cada uno. No es una tarea que se pueda delegar a otro, sino que atañe a  la plena responsabilidad de cada persona. También en este caso nos encontramos ante un desafío educativo, que no puede dejar de lado el consagrado. Un desafío que, efectivamente,  toca en primer lugar a los ecónomos y a los que están involucrados personalmente en las decisiones de la institución. A ellos se les pide tener la capacidad de ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas (cf. Mt 10:16). Y la astucia cristiana permite distinguir entre un lobo y una oveja, por que hay muchos lobos disfrazados de ovejas, especialmente cuando hay dinero en juego.
 

No debe ser silenciado  que los mismos institutos de vida consagrada no están exentos de algunos riesgos que se indican en la encíclica Laudato si’ ":" El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía”.( n. 195). ¿Cuántos consagrados  piensan todavía  que las leyes de la economía son independientes de cualquier consideración ética? ¿Cuántas veces la evaluación de  la transformación de una obra o la venta de un inmueble se ve solamente sobre la base de un análisis de coste-beneficio y valor de mercado? Dios nos libre del espíritu de funcionalismo y  de caer en la trampa de la codicia! Además, debemos educarnos a una austeridad responsable. No es suficiente  haber hecho la profesión religiosa de ser pobres. No basta atrincherse detrás de la afirmación de que no tengo nada  nada porque soy religioso, si mi instituto me permite gestionar o disfrutar de todos los bienes que quiero, y de controlar las fundaciones civiles erigidos para sostener las propias obras, evitando así los controles de la Iglesia. La hipocresía de las personas consagradas que viven como ricos hiere a la conciencia de los fieles y daña a la Iglesia.


Tenemos que empezar desde las pequeñas decisiones diarias. Todo el mundo está llamado a hacer su parte, a utilizar los bienes para tomar decisiones solidarias, a tener cuidado de la creación,  a medirse con la pobreza de las familias que viven al lado. Se trata de adquirir un habitus, un estilo en el signo de la justicia y de la compartición,  haciendo el esfuerzo - porque a menudo sería más cómodo lo contrario  - de tomar decisiones de honestidad, sabiendo que es sencillamente lo que teníamos que hacer (cf. Lc 17,10).
 
Hermanos y hermanas, me vienen en mente  dos textos bíblicos sobre los que me gustaría que reflexionaseis. Juan escribe en su primera carta: "Si alguno que posee bienes de la tierra ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijitos míos, no hablemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad  "(3.17- 18). El otro texto es bien conocida. Me refiero a Mateo 25,31-46: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, más pequeños a mí me lo hicistéis. [...] Cuanto dejásteis de hacer  con uno de estos más  pequeños,  también conmigo dejasteis de hacerlo. " En la fidelidad al carisma repensad vuestra economía.


Os doy las gracias. No os olvidéis de rezar por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen Santa os cuide.


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VIDEOMENSAJE A LA ASAMBLEA GENERAL DE LA 
CONFERENCIA DE OBISPOS CATÓLICOS DE ESTADOS UNIDOS


[14-17 de noviembre de 2016]



Queridos hermanos Obispos:


Me alegra tener esta oportunidad para poder dirigirme a ustedes. Hace apenas un año estuve con ustedes en mi visita pastoral a los Estados Unidos. Allí, quedé impresionado por la vitalidad y la diversidad de la comunidad católica. A lo largo de su historia, la Iglesia en su País ha acogido e integrado nuevos flujos de inmigrantes. Con la rica variedad de sus lenguas y tradiciones culturales, han dado forma al rostro en continua trasformación de la Iglesia estadounidense.


En este contexto, quisiera referirme al próximo Quinto Encuentro Nacional de Pastoral Hispana. La celebración de este Quinto Encuentro dará inicio en sus diócesis el próximo mes de enero y concluirá con una celebración nacional en septiembre de 2018.


En continuidad con los anteriores, este Encuentro busca reconocer y valorar los dones específicos que los católicos hispanos han ofrecido y siguen ofreciendo a la Iglesia en su País. Pero es mucho más que eso. Es parte de un proceso más grande de renovación y de impulso misionero, al que están llamadas todas sus Iglesias locales.


Nuestro gran desafío es crear una cultura del encuentro, que aliente a cada persona y a cada grupo a compartir la riqueza de sus tradiciones y experiencias, a abatir muros y a construir puentes. La Iglesia en los Estados Unidos, como en otras partes del mundo, está llamada a «salir» de su comodidad y a convertirse en fermento de comunión. Comunión entre nosotros mismos, con nuestros hermanos cristianos y con todos los que buscan un futuro de esperanza.


Tenemos que ser cada vez más plenamente una comunidad de discípulos misioneros, llenos de amor al Señor Jesús y de entusiasmo por la difusión del Evangelio. La comunidad cristiana debe ser un signo y un anuncio profético del plan de Dios para toda la familia humana. Estamos llamados a ser portadores de buenas noticias para una sociedad sujeta a desconcertantes cambios sociales, culturales y espirituales, y a una creciente polarización.


Espero que la Iglesia en su País, en todos sus ámbitos, acompañe este Encuentro con su propia reflexión y discernimiento pastoral. De manera particular, les pido que consideren de qué manera sus Iglesias locales pueden responder mejor a la creciente presencia, a los dones y al potencial de la comunidad hispana. Conscientes de la aportación que la comunidad hispana ofrece a la vida de la nación, rezo para que el Encuentro contribuya a la renovación de la sociedad y al apostolado de la Iglesia en los Estados Unidos de América.


Con gratitud a todos los que participan en la preparación del Quinto Encuentro, les aseguro mis oraciones por esta importante iniciativa de su Conferencia Episcopal. A todos ustedes, así como al clero, a los religiosos y a los fieles laicos de sus Iglesias locales, los encomiendo a la intercesión de la Inmaculada Virgen María, y les imparto de corazón la Bendición Apostólica, como prenda de gracia y paz en el Señor.

 
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A LOS PARTICIPANTES EN LA XXXI CONFERENCIA
DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS AGENTES SANITARIOS
 


Al Reverendísimo Monseñor
Jean-Marie Mupendawatu 

Secretario del Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios


Deseo hacer llegar mi cordial saludo a los participantes en la XXXIª Conferencia Internacional sobre el tema Por una cultura de la salud acogedora y solidaria al servicio de las personas afectadas por patologías raras y descuidadas, organizada por el Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, a los que agradezco por dicha iniciativa. Asimismo, dirijo un grato recuerdo en memoria del amado hermano en el episcopado, S.E. Mons. Zygmunt Zimowski, ex Presidente del Dicasterio, que ha regresado a la Casa del Padre en el pasado mes de julio.  


Expertos calificados, procedentes de todas partes del mundo, se encuentran reunidos para profundizar el tema de las patologías “raras” y de las enfermedades “descuidadas” bajo diferentes aspectos: desde el médico-epidemiológico al socio-político, desde el económico al jurídico-ético. La Conferencia se propone realizar un examen sobre el estado de las cosas, así como de la identificación y relance de líneas para intervenir en este particular escenario médico-sanitario, teniendo como valores esenciales el respeto de la vida, de la dignidad y de los derechos de los enfermos, junto con el compromiso acogedor y solidario, y realizando estrategias curativas llevadas adelante con un sincero amor hacia la persona concreta que sufre, también de una enfermedad “rara” o “descuidada”.


Los datos acerca de estos dos capítulos de la Medicina son emblemáticos: los cálculos más recientes de la Organización Mundial de la Salud indican que 400 millones de personas en todo el mundo sufren de las enfermedades definidas como “raras”. Más dramático aún es el escenario de las enfermedades “descuidadas”, porque afectan a más de mil millones de personas: en su mayoría son de naturaleza infecciosa y están difundidas en las poblaciones más pobres del mundo, con frecuencia en países en los que el acceso a los servicios sanitarios es insuficiente para cubrir las necesidades esenciales, sobre todo en África y en América Latina; en áreas de clima tropical, con una potabilidad insegura del agua y desprovistas de buenas condiciones higiénico-alimentarias, de vivienda y sociales.


El desafío, desde el punto de vista epidemiológico, científico, clínico-asistencial, higiénico-sanitario y económico es, pues, desmesurado, porque implica responsabilidades y compromisos a escala global: autoridades políticas y sanitarias internacionales y nacionales, agentes sanitarios, industria biomédica, asociaciones de ciudadanos/pacientes, voluntariado laico y religioso.


Un desafío desmesurado, pero no imposible. Dada la complejidad de la materia, de hecho, resulta necesario un acercamiento multidisciplinario y conjunto; un esfuerzo que involucra a todas las realidades humanas interesadas, institucionales y no, y entre ellas también a la Iglesia Católica, que desde siempre encuentra motivación e impulso en su Señor, Cristo Jesús, el Crucificado Resucitado, icono tanto del enfermo (el “Christus patiens”) como del médico (el “Christus medicus”, el Buen Samaritano).


A este punto, quisiera proponer algunas consideraciones que contribuyan para vuestra reflexión.


La primera es que, si la persona humana es el valor eminente, se deduce que cada persona, sobre todo aquella que sufre – también debido a una enfermedad “rara” o “descuidada” – merece sin indecisión todo esfuerzo para ser acogida, cuidada y, en lo posible, curada.


Afrontar eficazmente capítulos enteros de enfermedad, como es el caso de las enfermedades “raras” y de aquellas “descuidadas”, requiere no sólo competencias sanitarias calificadas y diversificadas, sino también extra-sanitarias – se piense en los manager sanitarios, en las autoridades administrativas y políticas y en los economistas sanitarios. Se requiere un acercamiento integrado y atentas valoraciones del contexto que tienen como finalidad la planificación y la realización de las estrategias operativas, así como encontrar y administrar los ingentes recursos necesarios. Pero, como base de toda iniciativa está ante todo una libre y valiente voluntad de bien, con la finalidad de resolver este importante problema de salud global: una real y verdadera “sabiduría del corazón”. Por tanto, junto con el estudio científico y técnico, resultan cruciales la determinación y el testimonio de quien se pone en juego en las periferias no sólo existenciales sino también asistenciales del mundo, como con frecuencia es el caso de las enfermedades “raras” y “descuidadas”.


Entre muchos que se dedican generosamente, también la Iglesia está desde siempre presente en este campo y continuará en este comprometedor y exigente camino de cercanía y de acompañamiento al hombre que sufre. No es, pues, un caso que esta XXXIª Conferencia Internacional haya querido adoptar las siguientes palabras-clave para dar el sentido – entendido como significado y como dirección –  de la presencia de la Iglesia en esta verdadera y real obra de misericordia: informar, para determinar el punto acerca del estado de los conocimientos tanto científicos como clínico-asistenciales; curar mejor la vida del enfermo en una lógica acogedora y solidaria; custodiar el ambiente en el que vive el hombre.


La relación entre estas enfermedades y el ambiente es determinante. En efecto, muchas enfermedades raras tienen causas genéticas, para otras los factores ambientales tienen una fuerte importancia; pero también cuando las causas son genéticas, el ambiente contaminado actúa como multiplicador del daño. Y la carga mayor pesa en las poblaciones más pobres. Es por esto que quiero poner nuevamente el acento en la absoluta importancia del respeto y de la custodia de la creación, de nuestra casa común.


La segunda consideración sobre la cual deseo llamar vuestra atención es que para la Iglesia sigue siendo prioritario mantenerse dinámicamente en un estado de “salida”, a fin de dar testimonio en lo concreto de la misericordia divina, haciéndose “hospital de campo” para las personas marginadas, que viven en cada periferia existencial, socio-económica, sanitaria, ambiental y geográfica del mundo.


La tercera y última consideración tiene que ver con el tema de la justicia. En efecto, si es verdad que el cuidado de la persona afectada por una enfermedad “rara” o “descuidada” está ligada en buena parte a la relación interpersonal médico-paciente, es igualmente verdad que la consideración a escala social de este fenómeno sanitario reclama una clara instancia de justicia, en el sentido de “dar a cada uno lo suyo”. Es decir, el mismo acceso a los cuidados eficaces para las mismas necesidades de salud, independientemente de los factores referentes a los contextos socio-económicos, geográficos y culturales. La razón de esto descansa sobre tres principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia. El primero es el principio de sociabilidad, según el cual el bien de la persona se refleja en toda la comunidad. Por tanto, el cuidado de la propia salud no es sólo una responsabilidad confiada a la custodia de la persona misma, sino representa también un bien social, en el sentido que cuanto más se aumenta la salud individual, mucho más se beneficiará la “salud colectiva”, no, por último, también en el plano de los recursos que se deliberan para otros capítulos de enfermedad que necesiten investigación y cuidados que requieren gran empeño. El segundo principio es el de subsidiaridad que, por un lado, sostiene, promueve y desarrolla socialmente la capacidad de cada persona de dar cumplimiento para sí y para las propias aspiraciones legítimas y buenas; por el otro, ayudará a la persona allí donde ella no logre por sí misma superar posibles obstáculos como es el caso, por ejemplo, de una enfermedad. Y el tercer principio, hacia el cual se debería orientar una estrategia sanitaria, que tenga en la justa medida el valor-persona y el bien común, es aquel de la solidaridad.


Sobre estas tres bases, que considero pueden ser compartidas por cualquiera que tenga en gran consideración el valor eminente del ser humano, se pueden identificar soluciones realistas, valientes, generosas y solidarias para afrontar, aún más eficazmente, y resolver la emergencia sanitaria de las enfermedades “raras” y de aquellas “descuidadas”.


En nombre de este amor por el hombre, por cada hombre, sobre todo por aquel que sufre, formulo a todos ustedes, participantes en la XXXIª Conferencia internacional del Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, el augurio de un renovado impulso y una generosa entrega hacia los enfermos, así como de una incansable tensión hacia el mayor bien común en campo sanitario.


Pidamos a María Santísima, Salud de los enfermos, que haga fructificar los trabajos de vuestra Conferencia. A ella confiemos el compromiso de hacer cada vez más humano el servicio que, diariamente, las diversas figuras profesionales del mundo de la salud desarrollan a favor de los que sufren. Bendigo de corazón a todos ustedes, a vuestras familias, a vuestras comunidades, así como también a quienes encontráis en los hospitales y en las casas de sanación. Rezo por ustedes y, por favor, orad por mí.


Desde el Vaticano, 12 de noviembre de 2016.
 

FRANCISCO


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A SU EXCELENCIA SEÑOR SALAHEDDINE MEZOUAR
MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES Y DE LA COOPERACIÓN DEL REINO DE MARRUECOS 

Y PRESIDENTE DE LA 22ª SESIÓN DE LA
CONFERENCIA DE ESTADOS PARTES EN LA CONVENCIÓN-MARCO
DE LAS NACIONES UNIDAS SOBRE CAMBIOS CLIMÁTICOS (COP22)


 [MARRUECOS, 7-18 NOVEMBRE 2016]


Excelencia:


“La situación actual de  deterioro del medio ambiente, fuertemente vinculada con el deterioro humano, social y ético que por desgracia experimentamos diariamente, nos interpela a todos, cada uno con sus propias funciones y responsabilidades, y nos lleva a  reunirnos aquí con un sentido renovado de conciencia y responsabilidad.

 
El Reino de Marruecos alberga  la COP22 pocos días después de la entrada en vigor del Acuerdo de París, adoptado hace menos de un año. Su adopción representa una clara toma de conciencia de que, ante temáticas tan complejas como el cambio climático, la acción individual y / o nacional no es suficiente, sino que es necesario  dar colectivamente una respuesta  responsable que apunte a  "colaborar para construir nuestra casa común ". Por otro lado, la rápida  entrada en vigor del Acuerdo refuerza la convicción de que podemos y debemos usar nuestra inteligencia para orientar la tecnología, además de cultivar e incluso limitar nuestro poder para colocarlos al “servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral”, capaz de poner la economía al servicio de la persona humana, de construir la paz y la justicia, de salvaguardar el  medio ambiente.


El Acuerdo de París ha trazado un camino claro en  que toda la comunidad internacional está llamada a participar; la COP22 representa una etapa fundamental de este recorrido. Afecta a toda la humanidad, especialmente a los más pobres y a las generaciones futuras, que representan el componente más vulnerable de la preocupante repercusión de los cambios climáticos, y nos recuerda la grave responsabilidad ética y moral de actuar sin demora, de la forma más libre posible de presiones y económicas, superando los intereses y comportamientos particularistas.

 
En esta perspectiva, le transmito a usted, señor Presidente, y a todos los participantes en esta Conferencia, mis saludos junto con mi vivo aliento para que los trabajos de estos días estén animados por el mismo espíritu de colaboración y propuestas manifestado durante la COP21. Después de ella comenzó la fase de aplicación del Acuerdo de París; un momento delicado en el que se enfrentan, entrando en una elaboración más concreta de las normas, los mecanismos institucionales y los elementos necesarios para su aplicación adecuada y eficaz. Se trata de cuestiones complejas que no se pueden delegar únicamente al diálogo técnico, sino que  hacen necesario un apoyo y un empuje político constante basado en la conciencia de que "somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.”


Una de las principales aportaciones de este Acuerdo es estimular la promoción de estrategias de desarrollo nacionales e internacionales basadas en una  cualidad ambiental que  podríamos llamar  solidaria: efectivamente, fomenta la solidaridad con las poblaciones más vulnerables e insiste en los  fuertes vínculos entre la lucha contra el cambio climático y la lucha contra la pobreza. Si bien sean muchos los elementos técnicos llamados en causa  en este ámbito, también somos conscientes de que no se puede limitar  todo a la mera  dimensión económica y tecnológica: las soluciones técnicas son necesarias pero no suficientes; es esencial y se deben tener muy en cuenta los aspectos éticos y sociales del nuevo paradigma de desarrollo y de progreso.
 

Entramos aquí en los campos fundamentales de la educación y de la promoción de estilos de vida encaminados a favorecer modelos sostenibles de producción y consumo mientras se hace hincapié en la necesidad de cultivar una conciencia responsable hacia nuestra casa común. A esta tarea están llamados a contribuir a todos los Estados Partes, así como los non- Party stakeholders: la sociedad civil, el sector privado, la comunidad científica, las instituciones financieras, las autoridades sub-nacionales, las comunidades locales, las poblaciones indígenas.


En conclusión, Señor presidente y señores participantes en la  COP22, formulo mis mejores deseos para que los trabajos de la Conferencia de Marrakech, se guien por esa conciencia de nuestra responsabilidad que debe empujar a todos a  promover seriamente "una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad”, cuidado de la creación, pero también del prójimo, cercano o lejano,  en el espacio y el tiempo. El estilo de vida basado en la cultura del descarte es insostenible y no debe tener cabida en nuestros modelos de desarrollo y educación. Estamos ante un desafío educativo y cultural el cual, para que sea realmente eficaz en el logro de sus fuertes objetivos, no puede dejar de responder también al proceso de aplicación del Acuerdo de París. Rezo por  un trabajo exitoso y fructífero de la Conferencia e invoco sobre vosotros y sobre todos los participantes la bendición del Todopoderoso, pidiendoos que la transmitais a todos los ciudadanos de los países que representais".


Reciba, Señor Presidente, mi más sentido y cordial saludo.


Vaticano, 10 de noviembre de 2016.
 
FRANCISCO


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